Danmachi: Argonauta
Vol. 2 Capítulo 10. Deseos Heroicos ~El Origen~ Parte 2
Presenciaron un «duelo a muerte».
Vieron al hombre que no poseía la grandeza de un héroe darlo todo en un enfrentamiento extremo.
Presenciaron cómo un monstruo aterrador rugía y blandía su hacha con furia desatada.
El hombre reía.
Con el poder de los espíritus como apoyo, escupía sangre mientras luchaba, mucho más allá de sus límites.
El toro reía también.
Como si celebrara haber encontrado al único oponente digno, el minotauro desbordó intención asesina.
Las espadas danzaron, el hacha rugió, los relámpagos se precipitaron, las llamas bailaron, y los rugidos chocaron entre sí.
Fue algo tan intenso, tan aterrador, tan imponente, y a la vez, tan sublime.
Era como si fuera una auténtico «romance heroico».
—¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!!
—«¡¡Uoooooooooooooooooooooooooooooooooooh!!»
La espada del rayo y el hacha de doble filo colisionaron, liberando un destello cegador.
Varios rayos feroces, con sus dientes al descubierto, fueron dispersados y sofocados por una fuerza pura.
Los rugidos no cesaron.
Los gritos tampoco terminaron.
En medio de la oleada de fuerzas opuestas, las jóvenes que observaban desde las gradas instintivamente cubrieron sus rostros con los brazos.
—¡Está luchando de igual a igual…! ¡Mi hermano está enfrentándose al minotauro! —Mientras presenciaba el duelo singular, sin poder ofrecer apoyo, Feena gritaba frustrada—. ¡Se supone que el oponente es más fuerte! ¡Y él no tiene talento para la batalla! ¿¡Por qué!?
Eso era algo que ya sabía desde el enfrentamiento anterior.
El poder del minotauro superaba con creces al de los monstruos comunes. Incluso con la «protección de los espíritus», Argonauta no debería ser capaz de igualar esa fuerza abrumadora. Sin embargo, el bufón corría a una velocidad vertiginosa, esquivaba los golpes del hacha de doble filo y lograba mantener un equilibrio casi perfecto en el combate. Sus reacciones ultrarrápidas daban la impresión de que se había convertido en un avatar del rayo.
Mientras Feena permanecía atónita, Olna murmuró:
—…El «rayo» está gritando.
—¿Qué…?
—Está fluyendo a través del cuerpo de Ar, acelerándolo a la fuerza. Lo está quemando desde dentro, causándole dolor… y al mismo tiempo, siendo su apoyo.
—¡……! Eso significa…
—Cada movimiento, cada decisión, cada golpe… están siendo llevados al límite. El rayo lo está animando a no rendirse.
Cuando Feena se giró hacia Olna, esta, con los ojos entrecerrados como si compartiera el dolor de Argonauta, descifró lo que estaba ocurriendo.
Una amplificación de rayos que excedía la comprensión humana.
Un recurso extremo del gran espíritu, capaz de elevar incluso a un payaso sin talento al nivel de un superhumano.
Como para confirmar las palabras de Olna, pequeñas descargas eléctricas y destellos surgieron del cuerpo de Argonauta. Cada vez que ocurría, su rostro se contorsionaba como si estuviera siendo desgarrado.
—¡La «Protección del Rayo»…! ¡Eso significa que mi hermano está sacrificando su vida…! —Los ojos de Feena se llenaron de preocupación.
Sus delgadas piernas temblaron, clamando por unirse al escenario de la batalla.
Sin embargo, como para detenerla, rayos descontrolados se desataron una y otra vez justo frente a ella.
Era un río de relámpagos que la Feena actual jamás podría cruzar. Mordiéndose los labios, la joven reprimió su impulso.
—Pero aun así… —Junto a una Feena que parecía a punto de lanzarse, Ariadna presionó su pecho con ambas manos—. Aun así, él… está sonriendo.
No importaba cuántos rayos atravesaran su cuerpo ni cuánta agonía le produjeran; el payaso seguía sonriendo.
A pesar de escupir sangre con un fuerte ¡gof!, su sonrisa no desaparecía, como si aquello no fuera más que un detalle insignificante. Con todo su ser, se enfrentaba directamente al minotauro.
En ese instante, sin importar quién lo viera, el joven estaba librando una batalla digna de un auténtico «Héroe».
—¡Haaaaaaaaaaaaaaah!
—«¿¡Gruuuuuuuuuuuuuuuuh!?»
Mientras su cuerpo se desgastaba, Argonauta continuaba desplazándose a velocidades asombrosas, liberando destellos de rayos caóticos.
Los ataques rápidos lograban rozar los puntos ciegos del minotauro, desgarrando su dura piel y arrancando partes de la armadura que lo cubría.
Incluso las «Cadenas», aquel «Artefacto Divino», empezaron a mostrar daños bajo la presión del «poder de los espíritus».
«¡¿Por qué, por qué, Minotauro?! ¡¿Por qué no obedeces?!»
Mientras tanto, lejos del Gran Laberinto, el Rey Lakrios levantaba la voz, presa del desconcierto.
A pesar de haber ordenado repetidamente «devora a la princesa» sus pensamientos no se materializaban.
El anciano rey, incapaz de comprender lo que sucedía en el campo de batalla, observaba tembloroso desde su trono un fragmento de las cadenas, un pedazo brillante que vibraba constantemente, como si contara la historia de aquel feroz combate.
«¡La princesa! ¡Devora a Ariadna! ¡Abandona la lucha, huye si estás en peligro!»
El rey, frustrado por su incapacidad para recuperar el control del minotauro, no comprendía por qué el sacrificio aún no se había consumado.
Mientras se pagara el precio de aquel «Artefacto Divino», el guerrero toro debería someterse por completo a la voluntad del monarca.
Incluso en una situación desesperada, el rey creía que siempre podría cambiar el curso de los acontecimientos.
«Si te reúnes con mis tropas y reorganizan su posición, ¡así podrás reducir al payaso a una simple masa sanguinolenta!
La evaluación del rey era precisa.
Si lograba reunirse con los soldados recién enviados al Gran Laberinto, podría eliminar sin duda al maltrecho grupo de Argonauta.
Esa era, en términos de estrategia humana, la jugada más acertada.
¡¿Por qué, entonces… por qué no obedeces las órdenes del rey?!
Sin embargo, los monstruos no tenían interés alguno en las circunstancias humanas.
No, para aquel «macho», la batalla frente a él era todo lo que importaba.
Qué irritante y detestable era la existencia que no apartaba los ojos de él ni por un instante, mientras mantenía esa «sonrisa de macho».
Aquel ser, que le evocaba emociones desconocidas por primera vez, no era alimento ni sacrificio, sino el primer «enemigo» real para el minotauro.
La voz del viejo rey, transmitida a través de las «Cadenas», intentando sofocar su furia y movimientos, no era más que un ruido molesto.
«¡Obedece, minotaurooooooooo!»
Las «Cadenas» que envolvían su enorme cuerpo emitieron un resplandor aún más intenso, cargadas con la maldición y obsesión del rey.
El minotauro convulsionó, luchando con agonía.
Un rayo que antes habría podido desviar alcanzó su costado, golpeándolo de lleno y provocando que escupiera una gran cantidad de sangre. Incluso Argonauta, quien había ejecutado el ataque, se mostró desconcertado por lo que acababa de suceder.
Las «Cadenas» emitían sonidos tensos mientras una intensa onda de energía psíquica crecía, generando un feroz conflicto entre la orden del rey y la naturaleza salvaje de la criatura.
Entonces, en el siguiente instante:
«……¡¡Ooooooooooooooooooooooh!!»
«¡¿Qué…?!»
Como si gritara «Cállate», el minotauro utilizó sus poderosos brazos para arrancar las «Cadenas» que lo envolvían.
—¡¿El minotauro destruyó las cadenas?!
—¿¡Es una broma!? ¡¿Rompió el control del «Artefacto Divino»?!
Frente al asombro de Feena y Olna, la gigantesca figura respiraba con dificultad, su pecho agitándose.
Con la destrucción de las ataduras, la voz del rey desapareció de la mente de la criatura.
El toro de guerra devorador de cadáveres, que había sido esclavo de la realeza durante tanto tiempo, se había transformado en ese instante en un «toro de guerra que solo buscaba un duelo a muerte».
Ariadna, conmocionada ante el colapso de ese paraíso ilusorio, murmuró en voz baja:
—Se ha liberado del yugo de las «Cadenas»… por su propia «Voluntad»…
Un fenómeno completamente impensable para un monstruo creado para masacrar a la humanidad.
¿Fue necesaria más de una centuria de tiempo, la humillación y represión de ser esclavo de los humanos, o quizás el encuentro con ese «enemigo» especial?
Fuera cual fuese la causa, tal como había dicho Ariadna, aquel monstruo había despertado una «voluntad».
Un torrente de emociones fieras, distintas del instinto de los monstruos: la «determinación de luchar».
—Entonces tú…
Argonauta quedó atónito al ver al minotauro, que había arrancado las «Cadenas» que lo ataban como si fueran simples grilletes, fijar su mirada directamente en él con una intensidad inquebrantable.
Sin embargo, no tardó en esbozar nuevamente una sonrisa en su rostro.
—Ya veo… esa es tu «voluntad», ¿no? ¿Deseas pelear conmigo hasta el final? ¿Ese es tu deseo?
No hubo respuesta.
En su lugar, el toro salvaje, transformado en un cúmulo de pura «determinación de lucha», volvió a abrir su boca en una expresión feroz.
Eso era suficiente.
—Entonces, ¡acepto el reto! Si aquello que te gobierna ahora es una voluntad insaciable de lucha, ¡yo también lo enfrentaré con todo lo que tengo!
—«¡Ooooooooooohhhh!»
—¡¡Usaré hasta la última gota de fuerza que queda en mí!!
El minotauro rugió una vez más.
Los destellos de relámpagos brillaron repetidamente.
La pasión desbordante hizo que Argonauta se regocijara.
Se emocionaba y se embriagaba al sentir que había llegado al territorio de los auténticos guerreros, un lugar al que un simple payaso sin talento jamás habría alcanzado.
Por encima de todo, él también era un «hombre».
En el siguiente instante, ambos, el hombre y la bestia, se impulsaron contra el suelo y una vez más se enfrentaron, chocando todas sus fuerzas contra su oponente.
—…No, Argonauta. Detente, Ar. Vas a consumirte…
La primera en percibir el peligro de aquella escena fue Olna.
Ella comprendió que, guiado por su determinación de lucha, el joven estaba cruzando el umbral, perdiéndose entre relámpagos, sangre y la luz que se alzaba más allá.
—¡Si sigues así, realmente te consumirás por completo y morirás!
Pero su voz no le llegó.
Los gritos de los dos contendientes, frenéticos y salvajes, ahogaron sus palabras.
—¡……!
Incluso el suspiro de determinación que escapó de los labios de la joven de cabello dorado y ojos azules, fue aplastado por los rugidos que resonaban como un eco doble.
—«¡¡……………………………………………….!!»
El duelo final había comenzado.
El choque de su fervor y su ímpetu hacía vibrar el aire. Sus gritos, ya carentes de significado, sacudían el Gran Laberinto.
El puño titánico del monstruo era respondido por la espada eléctrica del hombre. La fuerza brutal del toro salvaje se empleaba para confrontar de frente los trucos del payaso convertido en guerrero.
Un enfrentamiento en el que el compromiso fue arrojado a la distancia. Una lucha feroz que avanzaba y retrocedía sin cesar. La aceleración no se detenía.
Una patada frontal lanzada torpemente fue derribada por un destello de relámpago.
Un golpe aplastante desde arriba para romper la frente del oponente, incluso cuando la espada estaba lista para defender.
Un tajo levantado en el aire rompió huesos y desgarró carne.
Las losas del suelo se hundieron en forma de pezuñas; las antorchas fueron cortadas en dos por la presión de las espadas, y chispas incontables se dispersaron por el impacto de los choques. Los elementos primordiales del escenario se destruían lentamente.
Los dos contendientes, agotando cada fragmento de fuerza que tenían, no cesaron en su lucha. No se detuvieron, ni pudieron hacerlo, ni querían ceder.
La espada relampagueante, bañada en sangre, y el hacha de doble filo, agrietada, intercambiaron chispas y chocaron una vez más.
El fin de la batalla se aproximaba, algo evidente incluso para las jóvenes pálidas que observaban con temor.
—«¡Vrooooooooooooh!»
—¿¡Gahhh…!?
Y entonces, un golpe masivo de la poderosa hacha cortó todo a su paso y cruzó el campo visual de Argonauta.
El ataque desgarró incluso la barrera de relámpagos que él levantó apresuradamente, y aunque apenas logró retroceder a tiempo, el impacto y el calor abrasador de un rojo incandescente lo alcanzaron, sacudiendo su cerebro.
—¿¡Ar!?
—¡¡Hermano!!
Incluso después de esquivar por un pelo el impacto directo, el joven fue arrastrado hacia el suelo, cayendo de espaldas.
Las voces de Olna y las demás se alzaron en un grito al unísono.
En ese instante, Argonauta apretó los dientes y extendió su mano izquierda.
—…¡¡«Espada Mágica», hazlo!!
De la punta de la espada nació un fuego explosivo abrumador.
—«¿¡~~~~~~~~~~~~~~!?»
Un estallido liberado como un acto final para no caer en vano.
La «Espada Mágica», excediendo sus límites, se hizo añicos en múltiples fragmentos. Pero en su destrucción, liberó una fuerza devastadora que lanzó al gigantesco minotauro hacia atrás.
Naturalmente, Argonauta también fue arrastrado por el retroceso y rodó por el suelo, al haber disparado desde una postura precaria.
El fuego arrasador alcanzó incluso a Ariadna y las demás, quienes casi fueron arrastradas por la explosión. Feena, reaccionando a tiempo, abrazó a Ariadna y la llevó tras una columna para protegerla.
—¡Ar! —Olna, golpeada contra la pared cercana por la fuerza de la explosión, tosió varias veces antes de darse cuenta de que ya estaba corriendo.
Guiada por el impulso, se dirigió hacia el joven caído.
Argonauta apoyó una mano temblorosa en el suelo mientras intentaba levantar su cuerpo del piso.
—¡Aléjate, Olna…! ¡La batalla aún no ha terminado…!
—¡¡……!! —Olna, sin palabras, quedó inmóvil al ver al joven, con el sonido de la sangre goteando resonando en el aire.
Sin notar la expresión de ella, que parecía haber detenido el tiempo, Argonauta empezó a buscar su amada espada, que había dejado caer.
—¿La espada? ¿Dónde está la espada…? ¡Debo encontrarla rápido…!
Su visión, afectada por la explosión cercana, no se recuperaba, y esto lo frustraba profundamente. Extendió sus manos hacia la derecha y luego hacia la izquierda, buscando una y otra vez. Sin embargo, no encontraba su arma.
Su vista, que en algún momento se había teñido de un rojo abrasador, permanecía oscura.
—…Si buscas la espada, está frente a ti. —Fue entonces cuando Olna, quien había permanecido inmóvil, habló.
—¡……! —Los hombros de Argonauta temblaron.
Su espíritu, que había olvidado el dolor y el cansancio gracias a la exaltación, fue atravesado por un frío cortante, obligándolo a enfrentar una verdad ineludible: sus ojos permanecerían para siempre en la oscuridad.
—Ar… Tus ojos… —La voz de Olna se quebró, ahogada por las lágrimas.
El impacto del hacha de doble filo, cuya fuerza monstruosa era inimaginable incluso por el viento que desplazaba, le había arrebatado a Argonauta la visión para siempre.
Mientras la sangre que fluía desde su frente recorría sus mejillas como si fueran lágrimas, Argonauta contuvo el aliento y, tras un momento, rio.
—Ja, jajajá… ¡Claro, hagámoslo así! Que se diga: ¡«El Héroe Argonauta, al enfrentar a su temido enemigo, cerró los ojos de puro terror y, tembloroso, blandió su espada al azar»! —Incluso tras perder la luz, el payaso continuó riendo de forma ridícula.
Con una mano se cubrió el rostro, esforzándose por mantener una sonrisa torpe, la más torpe que Olna había visto jamás. Las lágrimas empezaron a caer por las comisuras de sus ojos al contemplarlo.
—¡Vamos, que quede registrado en mi «Diario de Héroe»…! Ah, espera, ¿dónde está mi diario? Es extraño, no lo encuentro… —Rebuscó en su pecho, pero no logró hallarlo, ignorando que yacía justo frente a él.
Qué irónico, qué absurdo. Como si estuviera jugando a ser ciego…
Esa risa, sin embargo, no resonó en el teatro.
—¡Hermano…! —Feena, quien también notó el cambio, dejó que las lágrimas llenaran sus ojos mientras se encontraba al lado de Ariadna, conmocionada.
La tragedia no deseada comenzó a desplegar su melodía.
—Te lo ruego… ¡Detente ya! ¡Con ese cuerpo, no podrás seguir luchando! —Olna, casi abrazándolo, sostenía el cuerpo de Argonauta con fuerza, rogándole.
Cayó de rodillas, abrazando sus hombros y manos, mientras sollozaba con desesperación.
—¡Luchaste de una forma increíble! ¡Lograste acorralar al Minotauro hasta ese punto!
—……
—¡Huyamos de aquí! Si nos reunimos con los demás «Candidatos a Héroe»…
La voz cargada de tristeza resonó junto a su oído, haciendo que el cuerpo del payaso se encorvara como un gusano, contrayéndose en sí mismo.
Sumergido en la desesperación y el abandono que nacían de la oscuridad, su espíritu fue desgarrado, aceptado y luego suprimido con fuerza. Al final, Argonauta alzó el rostro.
—…No. No puedo huir. ¡Si escapo ahora, nunca podré convertirme en nada!
—¿¡……!?
Una fortaleza mental inquebrantable.
Una determinación desmesurada.
Un «deseo de ser Héroe» más fuerte que el de cualquier otro.
Aunque sabía que era un sueño imposible, seguía adelante, decidido a cumplir su rol y a confiar su legado a los héroes que admiraba.
Porque eso era… el «Destino Heroico» del Payaso.
Una voluntad tan poderosa podía reescribir cualquier condena, guiando incluso a Olna hacia la visión de una gran travesía.
—¡Debo tejer una «comedia»! ¡Es lo que hace falta! ¡Lo que este mundo, este mundo de ahora, necesita!
De uno a diez, de diez a cien, de cien a mil, y de mil, finalmente, a la esperanza.
Por eso, ese «uno» debía completarse a toda costa. Argonauta cerró el puño con fuerza.
Solo la «comedia» podía transformar las lágrimas de pesar en lágrimas de alegría.
—¡Para eso, yo…!
En ese instante, el Minotauro, enterrado en los escombros del muro contra el que había chocado, envuelto en un mar de llamas, rugió con furia, preparándose para resurgir.
Incluso con la «espada mágica» destrozada, sus llamas seguían luchando desesperadamente por contenerlo, mientras la línea entre la tragedia y el desastre se desdibujaba y el telón de la masacre comenzaba a alzarse.
Olna, todavía abrazando los hombros de Argonauta, apretó con fuerza y bajó la cabeza.
—…Lo entiendo… Claro que lo entiendo…
Así, con una voz apenas audible y entremezclada con sollozos, le entregó sus palabras.
—Yo escribiré tu «historia»…
—¡!
—En tu lugar, yo haré que todos sonrían… ¡Lo prometo! —Por último, aferrándose a él como si su vida dependiera de ello, Olna le habló, mirando a los ojos que nunca volverían a abrirse, aquellos ojos carmesíes que habían sido su luz—. Así que, Ar… ¡por favor!
Las lágrimas de la joven cayeron sobre el puño cerrado de Argonauta, rebotando como diminutas gotas de esperanza.
Las chispas se alzaban hacia el techo.
El rugido distante del Minotauro resonó en el aire.
El trueno permanecía en silencio, sin pronunciar palabra alguna.
Como si el mundo hubiese sido cortado, un instante de calma los envolvió a los dos.
El puño cerrado comenzó a abrirse lentamente, tembloroso.
Se posó sobre las manos de la joven, que todavía lo abrazaban por los hombros.
—…No puedo.
—¡……!
Antes de que la chica se derrumbara en un mar de tristeza…
El joven sonrió, con la ingenuidad de un niño.
—No puedo confiarle una carga tan pesada a alguien que no puede reír.
—…………… —Los ojos de Olna, aún húmedos de lágrimas, se abrieron de par en par.
—Si quieres hacer reír a todos… primero, tú misma debes aprender a reír. —El joven abrazó la resolución de la chica.
Golpeó suavemente el interior de su corazón, que en realidad era más bondadoso que el de cualquiera.
—Olna… ¿puedes sonreír ahora? —El joven, que siempre quiso hacer sonreír a una chica que no reía, formuló la pregunta.
Aunque esos ojos carmesíes que una vez habían sido su luz no pudieran ya ver lo que tanto habían deseado.
No había forma de comprobarlo.
No había manera de reflejar una sonrisa.
Olna ya no podía mostrarle su sonrisa.
—…… —Con un profundo arrepentimiento, tristeza, y una promesa que no cedería a nadie, la joven cerró los ojos.
Convirtió sus lágrimas inagotables en «eso».
Sostuvo su mano derecha como si estuviera abrazándola.
Tomó una respiración temblorosa.
Y, en un susurro, le respondió.
—Sí…
—Mira… ahora estoy sonriendo. —Presionó la mano derecha del joven contra su mejilla, que sostenía una sonrisa.
Con una torpeza llena de sinceridad, sonrió, junto con sus «lágrimas de felicidad», para que sus sentimientos le llegaran de alguna forma.
La mano ensangrentada se humedeció con las lágrimas, recibiendo el calor de la joven.
Los labios que se curvaban hacia arriba, las mejillas que temblaban con emoción, y esa expresión que reflejaba ternura le enseñaron al joven la sonrisa de la chica.
—…Ah, es verdad. —Argonauta sonrió—. …Estás sonriendo.
Olna sonrió.
Sonrió y continuó sonriendo.
Mientras su visión se nublaba con gotas transparentes, siguió sonriendo para darle consuelo.
—Entonces, te lo confiaré. Mi «Diario del Héroe».
—De acuerdo…
Guiándose por la sensación que percibió con su mano izquierda, Argonauta buscó y atrajo hacia sí el diario que había caído al suelo y permanecía abierto.
Separó su mano derecha de la mejilla de Olna y le extendió el diario.
—La historia de Argonauta. ¡Esta ridícula «comedia»!
La joven, reconocida por el gesto, recibió el libro sencillo, aunque enormemente significativo.
Un «fragmento de historia» que debía ser transmitido hasta un futuro lejano.
—¡Sé mi testigo, «Olna, la narradora»! ¡Por favor, observa mi aventura hasta el final!
—¡……!
El joven, que había regresado a ser un payaso, se levantó.
El legado de narrar había sido entregado.
Entonces, lo único que quedaba era preparar una comedia extraordinaria que Olna pudiera escribir.
Ese sería el último papel de Argonauta.
Olna, abrazando el libro contra su pecho, contuvo las lágrimas mientras dejaba que él continuara.
—¡Hermanita mía! ¿Dónde está el enemigo? ¡Dímelo con tu voz!
—…Frente a ti. ¡Está justo frente a ti!
Sosteniendo la «Espada del Trueno», y con los párpados que jamás volverían a abrirse, el hermano llamó.
Feena, llorando, respondió con un grito lleno de fuerza.
Ante la dirección que señalaba la voz de la joven, el enorme toro, que había sido contenido por las paredes, se liberó.
Atravesando el mar de llamas, el monstruo herido dio un paso hacia adelante.
Su cuerpo seguía envuelto en llamas inextinguibles, ardiendo incluso mientras avanzaba.
Su brazo derecho, destrozado por la explosión y colgando inerte, ya no podía levantarse.
—¡Así que ahí estás, mi enemigo!
—«¡Oooohhh!»
—¿Buscas resolver esto conmigo, poderoso adversario?
—«¡¡Oooohhh!!»
Los dos guerreros heridos rugieron el uno al otro.
Destruidos por la batalla, sangrando y perdiendo fuerza, aun así se enfrentaban con una sonrisa en el rostro.
—¡Entonces tú y yo somos ahora «rivales dignos»! ¡Destinados a enfrentarnos en combate eterno! —Como si estuviera embriagado por un calor febril, Argonauta proclamó al formidable enemigo como su igual.
Aunque no podía ver la figura del enemigo, percibía claramente el contorno de la inmensa y temible silueta.
Era, en esencia, su destino.
—¡Vamos, emprendamos la aventura! ¡Por este sentimiento que no puedo ceder!
Y así comenzó la lejana aventura.
Era una aventura que continuaba sin fin.
Era la lucha del destino que ellos tejían.
—¡«Nosotros», hoy, por primera vez nos embarcamos en una aventura!
—«¡¡Ohhhhhhhhhh!!»
Lanzando un rugido de júbilo hacia el cielo, el Minotauro comenzó a correr con furia.
Argonauta también corrió.
Con un estruendo ensordecedor y un rugido lleno de determinación, se dirigieron hacia la batalla.
—…¡¡Sigamos con el duelo!!
Apostaron todo.
Entregaron todo.
En esta única batalla, tanto el simple humano como el furioso toro arrojaron todo, entregándolo todo.
Aunque no podía ver, empuñó la espada.
Aunque no podía usar uno de sus brazos, blandió el hacha.
A pesar de que ambos carecían de parte de su funcionalidad motora, libraron una feroz lucha a muerte.
Cruzaron el mar de llamas furiosas, corrieron a través de él, y sus sombras se cruzaron una y otra vez.
El trueno rugió, el hacha de doble filo aulló, y las vidas desnudas se estrellaron entre sí.
Anhelaban un solo golpe.
Deseaban la explosión.
Buscaban la victoria.
Superaron sus límites, aceleraron todo, y en las profundidades del Gran Laberinto tejieron la historia de la batalla.
Y entonces…
—¿¡Ghhh…!?
El frágil cuerpo humano cedió ante la fuerza del monstruo.
Ante el feroz golpe, el arma fue arrancada de las manos que ya no podían sostenerla.
—¡La «Espada Espiritual»!
En ese desequilibrio, Olna se adelantó.
La espada trazó una parábola hacia atrás, lejos del joven.
El fin de la omnipotencia. El agotamiento del espíritu y cuerpo.
Con el cuerpo desplomado de su enemigo mortal, el Minotauro levantó su voz en señal de victoria.
—«¡¡Ohhhhhhhhhh……!!»
—¡Hermanoooooooo!
El grito desgarrador de Feena se escuchó junto al del minotauro.
La figura vestida de blanco salió disparada.
Al darse cuenta de que estaba en una situación desesperada, Argonauta ya no pudo prepararse y, con una mueca en el rostro, convirtiéndose en la víctima del hacha que descendía… pero justo en ese momento.
Un fuerte rayo recorrió el Minotauro, que mostraba sus colmillos.
—«¿¡Gruuoooohhh!?»
—¿¡!?
El grito del Minotauro y tres expresiones de asombro.
Mientras Argonauta, Olna y Feena miraban boquiabiertos, la última persona en la «Cámara del Altar» tenía en sus manos el «Poder del Rayo».
—Ariadna… sostiene la «Espada Espíritual»… —Con los ojos atónitos, Olna observaba cómo, detrás del Argonauta, Ariadna, agotada, sostenía la «Espada del Trueno» con ambas manos.
—Perdón, Argonauta… me he entrometido en su duelo… —La princesa, que solo tenía ojos para el joven, apenas escuchó el gemido de su cuerpo, corrió hacia él como si pudiera prever el futuro, más rápido que caer en la desesperación, y desenvainó la espada clavada en el suelo—. ¡Pero si hablamos de lazos, si hablamos de «destino»! ¡Yo también tengo una enemistad con el Minotauro!
Con la mirada dirigida hacia el rostro de Argonauta, que tenía los ojos cerrados, Ariadna le ofreció una disculpa y una resolución.
Ante la valentía de Argonauta, decidido a luchar hasta quemarse, Ariadna también ocultó su determinación en un suspiro.
No era una resignación ante las pesadillas y el miedo, sino la voluntad de enfrentarse al símbolo del destino.
—¡El pecado cometido por la realeza debe ser erradicado por mí! ¡Como heredera de la sangre real!
—Aria…
—¡Más que nada, no quiero ser una víctima que solo puede ser salvada! ¡Quiero ayudarte! ¡Quiero darte mi apoyo!
Ella rechazó quedarse como la princesa cautiva. Rechazó ser solo la flor de la historia, salvada por un héroe.
Ella nunca había sido una princesita sumisa; era capaz de escapar del castillo, y tan orgullosa que no temía a sacrificarse a sí misma.
Y las «Cadenas» que ataban su corazón también fueron destruidas por Argonauta.
Fue Argonauta quien la cambió.
El encuentro entre los dos cambió a Ariadna.
—¡No quiero que mueras! —Sus ojos de piedras preciosas, azules y cristalinos, mostraban sus sentimientos.
Aunque no pudiera ver esos ojos como joyas, los sentimientos de Ariadna fueron comprendidos.
Argonauta también era alguien similar, y si estuviera en su lugar, haría lo mismo.
No tenía derecho a rechazar sus sentimientos, aunque lo feliz que se sentía no podía negarlo.
—Ja, jajajá… ¿Así que me han salvado…? —Entonces Argonauta simplemente rio sin fuerzas—. ¡Ah, qué obra maestra! ¡Esto es una comedia sin igual! ¡Totalmente típico de mí!
—Hermano…
—¡Jajajajá…! Ya veo, ya veo… —Su cuerpo, que ya no tenía fuerzas para seguir luchando, se arrodilló.
La risa de su hermano, que sonaba más como una risa forzada, hizo que el corazón de Feena se apretara.
Con una mezcla de sentimientos, Argonauta susurró esas palabras.
—Ah… qué frustrante…
—Ar…
Sintió arrepentimiento y desilusión al darse cuenta de que no podía ni terminar la lucha contra su archienemigo, ni siquiera llegar hasta el final. Era la arrogancia y la frustración de un hombre insignificante.
Olna, que no podía comprender completamente esos sentimientos, no pudo decir nada, mientras el payaso se reía de su propia torpeza y temblaba.
—…¡¿Qué estás diciendo?! ¡Por favor, ayúdame ya!
—¿Eh?
Pero la valiente y decidida chica no permitió que el hombre se hundiera en tales sentimentalismos.
—¡Soy solo una princesa! ¡No puedo manejar una espada como esta! ¡Así que, sin ti, no puedo!
—¡……!
Con ambas manos, arrastró la «Espada del Trueno», la llevó hacia él, se puso junto al joven y extendió su mano.
Tomó su mano y, con un esfuerzo, tiró de él con toda su fuerza para que pudiera levantarse.
Argonauta, atónito, se levantó como si una cuerda roja lo estuviera jalando de forma misteriosa.
—¡Los dos juntos, de esta forma romperé mi «destino»!
Al escuchar esas palabras, mostró asombro en unos ojos que ya no podían ver.
El silencio fue breve.
Sintió la presencia de Ariadna frente a él y, luego, lentamente, esbozó una sonrisa.
—…Gracias, Aria. Entiendo, vamos a derrotar a este enemigo juntos.
Ariadna también sonrió mientras acercaba la «Espada del Trueno» a las manos de Argonauta.
—Vamos, agarra esta espada…
Sin embargo, la mano del hombre falló espectacularmente, aterrizando en una dirección completamente equivocada.
Muni… funyon…
—¡¿Kyaa!? ¡E-ese es mi trasero!
—¿Eh? ¿¡El trasero de la princesa!?
Un agudo y fuera de lugar grito salió de Ariadna, mientras Argonauta, que no tenía ninguna intención indebida, se sorprendió enormemente.
—……
A partir de ahí, Argonauta, en silencio, comenzó a mover frenéticamente los dedos de su mano derecha.
De manera concreta, aprovechó al máximo su agudo sentido del tacto, que se había desarrollado en lugar de su vista perdida, y comenzó a frotar y apretar, como si estuviera comprobando la sensación de la suave parte inferior. No era su intención, pero cayó rápidamente en las garras de pensamientos impuros.
—¡No me toques en silencio!
—¿¡Guhaah!?
—…… —las otras dos chicas no dijeron nada.
La temible mano de la princesa alcanzó sin piedad el cuello del bufón.
Ariadna tenía la cara completamente roja, Olna miraba con una expresión de desdén, como si estuviera viendo basura, y Feena, completamente agotada, sonrió con amargura, mientras que la «Espada del Trueno» parpadeaba tristemente.
—«¡Gruuuhh…!» —En ese momento, el Minotauro, que había sido lanzado por una descarga eléctrica, finalmente se levantó después de haber pasado por el estado de parálisis.
Si Argonauta se había agotado por completo, el Minotauro también había usado su última fuerza en el golpe anterior. En su estado, apenas podía sostener el hacha de doble filo y se mantenía de pie con dificultad, tosiendo débilmente. Argonauta, al darse cuenta de todo, levantó la cabeza.
—…Lo siento, Minotauro. Al final, sigo siendo yo mismo. No pude evitar que esto se convirtiera en una «comedia». —Se disculpó.
El monstruo, dando un paso hacia adelante, no pudo entender esas palabras.
—¡Te derrotaré aquí! ¡No yo solo, sino con la princesa, los dos juntos! ¡Realmente lo siento! —Se defendió.
El monstruo dio otro paso, dejó caer el hacha de doble filo y extendió la mano, como si buscara al hombre.
—Entonces… ¡ya nos veremos de nuevo, enemigo mío!
Y con eso, hizo un «juramento de revancha».
Su paso se detuvo, y el Minotauro miró al hombre de cabello blanco.
—¡Renaceremos, y la próxima vez que nos encontremos, será un uno contra uno! ¡Ahí decidiremos nuestro destino! —Argonauta sonrió.
Era una sonrisa brillante, tan alegre como la de un niño, algo que no parecía apropiado para alguien que acababa de librar una feroz batalla, derramando sangre y carne.
—¡Es un trato, mi digno enemigo!
Ambos, Argonauta y Ariadna, tomaron la empuñadura de la espada del trueno.
Se acercaron y, unidos, invocaron la fuerza, llamando a la luz del trueno.
El sonido aumentó, y toda la visión se llenó de la brillante luz del relámpago, mientras el Minotauro… sonreía.
Ante ese juramento, ante la sonrisa del hombre.
En medio de una escena que parecía sacada de un sueño, pero que ciertamente era real, el Minotauro sonrió en la distancia luminosa.
Con sus manos fuertemente apretadas contra la del otro, Argonauta, junto con Ariadna, sellaron el destino.
—¡Derrótalo, «Espada del Trueno»! —dijeron ambos al unísono.
El torrente del rey del trueno fue liberado.
El poder del cielo apareció desde lo profundo de la tierra.
Desgarró las losas de piedra, extinguió las antorchas y devoró incluso al monstruo que se mantenía erguido con valentía.
Justo antes de que todo se desvaneciera, el guerrero toro lanzó un rugido que competía con el estruendo del trueno, y su figura se desvaneció en la luz dorada.
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