La Historia del Héroe Orco

Capítulo 89. La Magia Inventada por el Sabio Pervertido

Era una casa con un olor nauseabundo. En el centro de la vivienda había una gran olla en la que un líquido púrpura burbujeaba con un sonido constante. Tal vez esa era la causa de que la casa estuviera llena de humo. El origen del hedor podía ser el líquido, las hierbas colgadas del techo o alguna sustancia sólida guardada en las vasijas situadas en una esquina de la habitación… Fuera lo que fuera, el olor era tan penetrante que Zell no pudo evitar taparse la nariz y agitar la mano en un intento de disiparlo. Bash, en cambio, permaneció imperturbable. Los orcos estaban acostumbrados a olores mucho peores, considerando que ellos mismos eran la fuente de algunos de esos olores.

Por cierto, el comerciante que los había acompañado decidió retirarse en cuanto llegaron a la entrada diciendo: «Yo me quedo aquí, gracias».

Cuando Bash y Zell entraron, la bruja cerró la puerta tras ellos, tomó su bastón y comenzó a hablar.

—Entonces, ¿cómo murió Caspar?

—¡Gracias por preguntar! Pues resulta que el Jefe y yo estábamos en el territorio Blackhead cuando… —empezó Zel con entusiasmo.

—No quiero escuchar a un hada. Orco, tú cuenta la historia. Las hadas mienten demasiado, y yo quiero oír una verdadera hazaña heroica, jijijí, —interrumpió la bruja, dirigiéndose directamente a Bash.

—¡Entendido! Aunque, por cierto, yo soy famosa por no mentir, debo admitir que escuchar la historia de los labios del Jefe es lo mejor. ¡Eres muy sabia, bruja!

Bash, a regañadientes, avanzó y comenzó a hablar con un gruñido.

—Todo empezó cuando estábamos en el Nación Démona luchando contra un dragón y nos dirigimos hacia el territorio Blackhead…

—No empieces con tonterías. ¿Qué dragón? Ustedes los orcos siempre exageran todo. Si era un lagarto grande, dilo como tal, «un lagarto grande», no un dragón.

—No, era un dragón.

—Sí, sí, sin duda era un dragón, —insistió Zell.

—Tch… Bueno, da igual. Que sea un dragón, sigue contando.

Aunque su introducción fue cortada de raíz, Bash continuó narrando los eventos ocurridos en el territorio Blackhead. Habló de cómo los detuvieron en un puesto de control, de cómo un humano los ayudó a avanzar en su carreta, aunque un deslizamiento de tierra los obligó a continuar a pie. Relató cómo conocieron a un mago orco en el camino y cómo este les dio consejos sobre cómo conquistar a mujeres humanas. Zell añadió detalles aquí y allá, especialmente cuando Bash llegó a la parte de la historia en la que intentó seducir a una mujer en una taberna, aportando un relato lleno de detalles vívidos y apasionados.

En el clímax de la historia, Bash describió cómo un monstruo desconocido apareció de repente. Con un solo golpe, lo partió en dos, mostrando por qué era considerado un héroe entre los orcos.

—…Y entonces, por alguna razón, el Sabio Caspar estaba ahí, justo donde yacía el cadáver del monstruo.

—…… —La bruja permaneció en silencio, escuchando con atención.

—Y fue entonces cuando nos dijo que viniéramos aquí, —agregó Bash.

—Explícate mejor. ¿Qué fue exactamente lo que dijo? —preguntó la bruja, con una expresión seria y centrada, mostrando un interés genuino en las palabras finales de Caspar.

—Que Zell podría ser mi esposa.

En el instante en que escuchó esas palabras, la bruja quedó boquiabierta, con una expresión de total desconcierto. Poco a poco, su rostro comenzó a transformarse, cubriéndose de una comprensión maliciosa. Para cuando murmuró algo en voz baja, una sonrisa perversa y desagradable se había dibujado en su rostro.

—Jijijijí, jijí, ijijijijí… ¿Así que eso es? ¿Eso es lo que quieren?

—¿Sabes algo al respecto? —preguntó Bash.

—Claro que lo sé. Yo puedo hacer que esta hada se convierta en tu esposa.

La bruja soltó una risa entrecortada y desagradable. Sin embargo, ni Bash ni Zell percibieron la siniestra emoción oculta tras su risa.

—¡Ooh!

—¡Qué bien!

Los dos celebraban con una alegría infantil, mientras la bruja les lanzaba una mirada fría.

—¿Y qué tenemos que hacer? —preguntó Bash.

—¡Debe ser alguna de esas magias humanas, ¿verdad?! —añadió Zell, emocionada.

—No es magia humana, —corrigió la bruja—. Es una magia en la que trabajé durante años junto con ese sabio pervertido.

—¡Magia! ¡Entonces es una magia especial transmitida por los humanos, ¿verdad?!

—Te digo que no es eso, —respondió la bruja, visiblemente molesta, aunque ya estaba acostumbrada a que las hadas no prestaran atención.

—Se llama «Nut». Es un hechizo de transformación heredado de los dragones.

—¡Ohhh! ¡¿Entonces ese es?! —exclamó Zell con entusiasmo.

Recordó entonces el incidente en las montañas de la Nación Démona, cuando Bash luchó contra el dragón. Durante esa feroz batalla, el dragón, tras ser acorralado, usó magia para transformarse en un demon. Tanto Zell como Bash fueron engañados por esa perfecta transformación y, sin darse cuenta, curaron las heridas del dragón disfrazado, casi cayendo en sus fauces. ¿Existía alguien más en el mundo que pudiera acorralar tanto al «Héroe Orco»? No, no lo había. Era una transformación tan impecable que incluso Zell, con toda su experiencia, no logró descubrir la farsa.

—¿Así que esa magia puede ser usada por humanos?

—Jijí… Es cierto que requiere una enorme cantidad de poder mágico. Pocos humanos pueden usarla, quizás solo alguien como Caspar. Incluso entre los elfos, debe haber muy pocos capaces de hacerlo, —explicó la bruja.

—Hmm… Entonces, ¿eso significa que es difícil que yo pueda usarla? —preguntó Zell, algo decepcionada.

—No habría problema para un hada como tú. Ustedes son prácticamente seres de pura energía mágica. Si no fuera así, su polvo, que parece caspa, no sería capaz de curar heridas y enfermedades.

—¿Yo… tengo tanto poder mágico? —dijo Zell mientras miraba sus manos con asombro, temblando ligeramente.

Frizcop: Me imagino a Zell diciendo ¡¡¡Poder ilimitado!!!

No era algo nuevo ni un poder oculto. Las hadas siempre habían sido reconocidas como una raza dotada de una inmensa cantidad de energía mágica desde tiempos antiguos.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres ser?

—¡Definitivamente humana! Aunque los elfos también son tentadores, sé que al jefe le gustan los humanos. Además, cuando se habla de la esposa de un orco, ¡tiene que ser humana! ¡Orcos y humanos, esa es la combinación perfecta!

—Hum… ¿una humana como esposa de un orco, eh?

La bruja bufó con disgusto, mostrando su descontento. Sin embargo, pronto dejó escapar una risita aguda como si quisiera desviar la conversación.

—Bueno, entonces te enseñaré «Newt», la culminación de la investigación de ese sabio pervertido.

—¿De verdad lo harás? —preguntó Bash, intrigado.

La bruja inclinó exageradamente la cabeza y soltó una carcajada burlona.

—¡Oh, vaya, vaya! ¿«De verdad lo harás?», dices? ¿Desde cuándo a los orcos les importa algo así? ¿Será que se avecina el fin del mundo?

—Escuché que para obtener algo valioso de humanos o elfos, se necesita dinero.

—¡¿Dinero?! ¡Jiijijijijijí! ¡Eso sí que es gracioso! ¡Ustedes, los orcos, son los seres más alejados del concepto de dinero que existen!

—¿Cuánto se necesita?

—¡Nada! Si un humano le pidiera dinero a un orco, sería el fin de su dignidad como persona.

Con un rostro repentinamente serio, la bruja se puso de pie y se dirigió hacia una estantería. De entre los libros tomó uno en particular y comenzó a hojearlo rápidamente. Aquellos que comprendieran lo que veían se habrían dado cuenta de que ese libro contenía conjuros extremadamente raros y complejos, casi imposibles de encontrar.

La historia de la magia humana era extensa. A pesar de tener mucho menos poder mágico que los démones o los elfos, y de no poseer cuerpos robustos como los ogros o la gente bestia, los humanos habían explorado innumerables campos, desarrollando métodos ingeniosos para convertirse en los amos del continente. Entre sus creaciones mágicas había conjuros extravagantes que démones y elfos jamás habrían imaginado. Sin embargo, muchos de esos hechizos habían sido creados solo para quedar olvidados, nunca utilizados.

—Jijí, para realizar «Nut» se necesita un círculo mágico avanzado y una invocación bastante larga. Yo puedo dibujar el círculo, pero la cuestión es si un hada como tú puede memorizar el hechizo.

—¡Aunque no lo parezca, cuando se trata de determinación, tengo el doble más que cualquiera! Y esta vez es por el Jefe, que siempre ha cuidado de mí. ¡Pondré todo mi esfuerzo! ¡Cuando más se necesita, las hadas damos lo mejor de nosotras, y esta vez no será diferente!

Desde ese día, el entrenamiento de Zell comenzó.

Zell tenía mañanas muy activas. Desde temprano, al despertar, no desayunaba, sino que salía a correr. ¡Daba cien vueltas alrededor de la casa! Algo que, para un hada común, sería un esfuerzo reservado solo después del desayuno. Luego, continuaba con su entrenamiento en el campo. Ese día, su oponente era una mantis religiosa que se había colado en el huerto. Frente al devastador estilo de combate de la mantis, Zell, aún en proceso de perfeccionamiento, tuvo algunas dificultades. Sin embargo, al final, ambos terminaron abrazándose bajo el amanecer, celebrando mutuamente su esfuerzo y valentía. Aunque Zell recibió un pequeño mordisco, lo aceptó como algo inevitable, pues su oponente era una mantis y había sido un adversario formidable. Finalmente, saciaba su sed con el elegante rocío matutino, dando por concluido su entrenamiento de la mañana.

—Por fin regresaste. Vamos, empieza de una vez con el entrenamiento. Vaya hada que dice estar motivada y luego se la pasa revoloteando por ahí sin volver…

—¿De qué hablas? ¡He estado entrenando como se debe! —protestó Zell.

Porque sí, Zell estaba realmente motivada.

—Deja de hacer cosas inútiles. Tu magia es suficiente. Solo tienes que aprender la invocación.

—¡Nada en la vida es inútil! ¡La Zell de hoy crea a la Zell de mañana! —declaró con convicción.

—Tch… Estas hadas… Ten, aquí tienes la parte de hoy, —resopló la bruja, pero aun así le entregó a Zell los textos que había preparado.

«Nut» era originalmente un hechizo único de los dragones, que no requería círculos mágicos ni invocaciones. Sin embargo, después de años de investigación, la bruja y Caspar habían logrado recrearlo utilizando ambos elementos. Aun así, el hechizo era largo y el círculo mágico extremadamente complicado.

—Esto eeees… largo… ¿Es necesario memorizar todo esto? Si lo pudieras resumir un poco, me harían muy feliz. Ya sabes, todo es mejor cuando es simple, ¿no?

—¡No digas tonterías! Si pudiera hacerlo más corto, ya lo habría hecho. ¡Apréndelo y punto! —gruñó la bruja.

—Uheeah… bueeno, a ver… «El gran árbol es…»

Mientras Zell entrenaba, Bash la observaba con los brazos cruzados, con una expresión que podría describirse como la de un «novio protector».

—Mmm…

No tenía nada que hacer. Para quienes conocían a Bash, quien siempre había actuado por iniciativa propia, podía resultar sorprendente verlo en esta situación. Pero, en realidad, Bash era un tipo que prefería recibir órdenes. Como todos los orcos subordinados, tenía prohibido actuar por cuenta propia, ya que eso usualmente terminaba en peleas o en mujeres secuestradas. Esa regla, aunque estricta, era necesaria. Sin embargo, Bash, al ser más disciplinado, sabía esperar pacientemente, aunque esa misma cualidad lo había mantenido como un virgen.

—Tch… —chistó la bruja, molesta. Para ella, el hombre corpulento que estaba ahí de pie, inmóvil, no era más que un estorbo a la vista—. No te quedes ahí parado como un pasmarote. Ve a buscar algo de comida.

—Hm. Entendido.

—¿Oh? Qué obediente eres. Si todos los orcos fueran así de dóciles, todo sería más fácil. Pero no, esos idiotas no pueden evitar babear y actuar como tontos felices en cuanto ven la cara de una. ¿Es que les gustan tanto las caras de las mujeres, eh?

—Sí. A todos los orcos les gustan las caras de los humanos.

—¡Oh, qué maravilla! Es un placer escuchar eso. Seguro que todos los humanos estarán encantados de ser elogiados… siempre y cuando el orco que lo diga no intente violarlos.

—Entonces, debería elogiar más las caras… lo tendré en cuenta.

—¡Vaya, qué habilidad para el sarcasmo! Eres todo un caso, ¡como se espera del «Héroe Orco»! Ahora, ¡muévete de una vez!

Bash sintió que la bruja lo estaba elogiando sinceramente, lo cual mejoró un poco su humor mientras salía de la casa.

—Comida, eh… Espero encontrar algún animal.

Mientras murmuraba para sí mismo, Bash se internó en el bosque, buscando animales que pudieran servir como alimento. De reojo, notó a algunas hadas revoloteando, pero no se acercaron, lo que significaba que no tenían nada que decirle. Bash, acostumbrado a tratar con hadas, sabía que, si no se acercaban, era porque no había nada importante que tratar.

Por cierto, las hadas solían hablar, tuvieran o no algo que decir, mentir sin razón y hacer travesuras sin motivo. Así era su naturaleza.

Sin embargo, las hadas no molestaban a Bash porque su heroína, Zell, siempre estaba cerca de él. Según las reglas de las hadas, era de mala educación intervenir con el favorito de otra hada. Zell, conocida como la «Instructora de Modales», respetaba estrictamente esas normas, ya que romperlas significaba ser inmediatamente aislado por el grupo.

Pero ahora, Zell no estaba con Bash. Y cuando eso pasaba, las hadas podían simplemente alegar que «no lo sabían» y salirse con la suya.

—Es un orco.

—Ejejé, Zell no está cerca.

—No, no está cerca.

Las hadas comenzaron a acercarse lentamente, como si fueran una amenaza acechante. Sin embargo, al notar que alguien más se acercaba, se dispersaron rápidamente. Se trataba de un humano.

—Vaya, hola, «Héroe Orco». ¿Ya terminaste con tus asuntos con la bruja?

—Eres el comerciante de ayer. No, Zell aún está aprendiendo el hechizo.

—¿Un hechizo? Vaya, es sorprendente que esa bruja tan peculiar le esté enseñando magia a un hada… ¿Qué tipo de hechizo es?

—Un hechizo llamado «Nut». Parece que permite a un hada convertirse en humano.

—¡Caramba! ¿Un hada transformándose en humano? ¡Eso es increíble!

El comerciante, que de repente tenía un montón de papeles en la mano, empezó a anotar cada palabra que Bash decía.

—Entonces, «Héroe Orco», ¿qué haces tú mientras tanto?

—No tengo nada que hacer, así que estoy cazando.

—¡Ya veo! Vi un grupo de ciervos por aquella zona hace un momento. Tal vez te sean útiles.

—Gracias.

—No hay de qué.

El comerciante sonrió amablemente y se alejó de Bash. Aunque lo que acababa de suceder claramente no cumplía con ninguna regla de confidencialidad, a Bash no le preocupaba. No era un asunto problemático ni algo que necesitara ocultar. Para él, lo único que realmente quería mantener en secreto era su inexperiencia con las mujeres.

Cuando Bash regresó con un ciervo, la historia se acercaba a su clímax.

—¡Uoooh, estruja al gran bobo mágico de la tierra, que la roca de la mandíbula se saque en el baño!

—No, no. Es «que ruja el gran lobo mágico de la tierra, la mandíbula que se enrosca en el próximo año». Inténtalo de nuevo.

—¿Qué significa «la mandíbula que se enrosca en el próximo año»?

—No lo sé. Es un hechizo de dragón que hemos adaptado a un conjuro humano, así que salen palabras sin sentido. Los elfos también hacen cosas así con sus hechizos de invocación.

—¡Pero los hechizos elfos solo confunden a los espíritus! ¡Esto es tan confuso que hasta los espíritus dirían que no entienden nada!

—¡No importa! ¡Este no es un hechizo para pedirle algo a un espíritu, es para confundir al mundo! ¡Deja de quejarte y hazlo como te dije!

—¡Ugh…!

Zell, recibiendo constantes correcciones, continuaba recitando el conjuro. Bash no entendía mucho sobre magia, pero sentía que estaban progresando. Solo era una sensación, ya que, en realidad, no estaban avanzando en absoluto.

Bash dejó la carne del ciervo desangrada sobre la mesa de la cocina, cortó su porción y comenzó a comer. Frente a él, Zell y la bruja luchaban con el entrenamiento mágico. Para un orco, el aprendizaje de magia era algo secreto. Los magos orcos solían aprender sus hechizos lejos de los guerreros, así que ver esta escena era algo nuevo para Bash, lo que despertó cierta curiosidad en él.

—……

Se quedó en silencio, simplemente observando y esperando. Para Bash, no era inusual permanecer quieto, pero ¿había experimentado antes una tranquilidad tan apacible? Hace apenas unas semanas, su vida con el druida Druidor también había sido pacífica, pero en ese entonces tenía algo que hacer: aprender a conquistar a una mujer humana. Ahora, ni siquiera eso ocupaba su tiempo. Solo veía a Zell esforzarse por convertirse en su esposa.

Aunque Bash solo veía a Zell como una compañera confiable y una aliada leal, la idea de que se convirtiera en humana y fuera su esposa lo llenaba de una extraña emoción. Claro, no sentía atracción sexual por Zell en ese momento, pero se preguntaba si eso cambiaría cuando se transformara en humana. De todos modos, no le preocupaba demasiado.

Tener tiempo libre dejaba espacio para imaginar. Bash se encontró soñando despierto sobre cómo sería su vida si Zell se convirtiera en su esposa: seguirían conversando como siempre, ayudándose mutuamente en ocasiones, y por la noche tendrían hijos juntos. En ese momento, seguramente Zell se daría cuenta de que Bash era virgen, pero estaba seguro de que eso no sería un problema para ella. Esa confianza, aunque vaga y poco fundamentada, era suficiente para él.

—El desolado cojo, hace una partida en la gran guerra.

—¡No! Es «El desolado rojo yace como una herida en la gran tierra ».

—¡Guaaaah!

—Deja de quejarte solo porque tienes que decir algo raro. ¡Ustedes, las hadas, siempre están mintiendo con cosas absurdas de todos modos!

—¡Pero cuando le pedimos algo a un espíritu, lo hacemos correctamente! ¡Bueno… a veces lo enfadamos un poco!

Ese día, como siempre, los lamentos de Zell resonaron en la habitación. Mientras escuchaba, Bash cruzó los brazos, se sentó en un rincón de la sala y cerró los ojos en silencio.


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