La Historia del Héroe Orco

Capítulo 93. La Propuesta

Bash trataba de contenerse desesperadamente frente a Zell. Ella, vestida con una túnica de bruja, aunque había crecido, seguía siendo pequeña como humana y, de algún modo, adorable.

Zell estaba asustada. No era la misma Zell de antes; ahora estaba temerosa, confundida y aterrorizada. Incluso Bash se sentía desconcertado ante esa actitud. Si hubiera sido el Bash de antaño, no habría sabido cómo actuar. Probablemente, habría inclinado la cabeza, incapaz de entender a un humano temeroso.

Pero el Bash actual era diferente. Durante ese largo viaje, había aprendido. ¡Había aprendido cómo conquistar a una mujer!

Desde su inicio en Krassel hasta las enseñanzas del sabio Druidor, Bash había superado numerosos desafíos. No entendía nada al principio. Ni siquiera sabía que estaba tanteando el terreno, y simplemente se dedicaba a hablar con mujeres. En el bosque Siwanasi comprendió el concepto de los regalos, en el reino de la gente bestia entendió la importancia de vestirse adecuadamente, y el Sabio le enseñó las bases fundamentales de cómo tratar a una mujer.

Bash era un orco. No recordaba todo ni podía llevar todo a cabo a la perfección. Pero poseía la sinceridad y la dedicación necesarias para hacer lo mejor que podía con lo que sabía, con un objetivo claro en mente.

Zell comprendía eso de Bash. Quizás, si todavía fuera una hada, no lo habría entendido, pero ahora que era humana y su inteligencia había aumentado considerablemente, podía darse cuenta: Ah, el jefe está recordando todo lo que aprendió y está haciendo su mayor esfuerzo por mí.

Al mismo tiempo, los recuerdos del viaje y los eventos ocurridos durante la guerra comenzaron a surgir. Lo que antes eran memorias vagas y difusas de cuando era un hada ahora se tornaba nítido. Los recuerdos de la guerra, de cuando estuvo a punto de morir, de cómo fue salvada. Durante mucho tiempo, Bash la había protegido. Bash siempre decía: «Gracias a ti, pude salir adelante». Pero Zell, siendo un hada, había provocado no pocas veces problemas con su actitud despreocupada. Más de una vez los puso en peligro con su forma ligera de guiarlos.

Ahora, como humana, Zell se sentía abrumada por la culpa. Pensaba: Si hubiera sido más responsable, tal vez…

Y aun así, Bash continuaba protegiéndola. Ahora que ya no era un hada, sino una humana débil, Bash la protegía de cualquier amenaza externa. Si Bash hubiera sido el de antes, probablemente habría aprovechado la situación, la habría sometido con solo una mano y haberla violado tanto como quisiera. Pero ahora las cosas eran distintas. Bajo las órdenes del Rey Orco, cualquier acto sexual sin consentimiento estaba prohibido. Aunque ya había un acuerdo entre ambos, Bash, con su sentido del deber, había optado por contenerse, esperando el momento adecuado. Zell, al usar Nut, se había transformado en humana precisamente para este propósito.

Ser humana no era como Zell había imaginado. La confusión y la ansiedad que la invadían no existían cuando era un hada. Las voces del viento y los árboles, que antes escuchaba naturalmente, ya no se entendían. Incluso Almendra, su mejor amigo, ahora no hablaba; solo era algo delicioso de comer. Mientras bebía, pensó si el frasco de sal podría haberle dado algún consejo, pero rápidamente descartó la idea. Ese frasco nunca había sido del tipo que hablara.

Solo estaba Bash. Solo él seguía ahí. Bash, aunque había cambiado en algunos aspectos tras el viaje, seguía siendo el mismo con Zell. Su amabilidad hacia ella no había cambiado. Bash intentaba conquistarla, pero lo hacía tratándola como siempre, tratando a Zell como a Zell.

Por eso, aunque al principio estaba desconcertada y asustada, poco a poco comenzó a calmarse y a recuperar su habitual actitud despreocupada.

—¡Jefe, esta carne está deliciosa! ¡No sabía que la carne podía ser tan buena!

—Dicen que a los humanos les gusta con más sal, tal vez por eso te supo mejor.

—¡Jefe, hiciste todo esto por mí!

Aunque ya no tenían las mismas conversaciones que cuando Zell era una hada, el comportamiento constante de Bash y la sensación de seguridad que transmitía le dieron a Zell algo de tranquilidad.

Así que soy la esposa del Jefe.Entonces, como una doncella humana, Zell comenzó a pensar en el futuro. Si aún fuera un hada, nunca habría llegado a ese punto.¿Seguirá esta vida siendo así…?Zell pensaba vagamente mientras reflexionaba, como humana, sobre lo que vendría después. Y después de eso… ¿vendrán los hijos?Al recordar, le venían a la mente imágenes de humanas que habían sido violadas por orcos. Todas lloraban, gritaban de dolor y desesperación, y al final quedaban como cascarones vacíos, completamente rotas. Sin duda, debía ser doloroso y horrible. Los orcos, por su parte, siempre sonreían con satisfacción cada vez que escuchaban los desgarradores gritos de esas mujeres. Zell, ahora como humana, entendía ese panorama de manera mucho más clara.

Quizás Bash, el «Héroe Orco», sería una excepción y podría evitar causarle dolor… Pero esa era una esperanza frágil, casi inexistente. Después de todo, Bash era el «Héroe Orco», el orco entre orcos, alguien que superaba a todos los demás en todo, y eso probablemente incluiría la intensidad del sufrimiento que podía provocar. Zell nunca había visto a Bash en esa situación, pero al pensar en la mentalidad orca, no había muchas dudas sobre lo que podía esperar.

No quiero que me duela ni sufrir así…Sin embargo, Zell confiaba en su relación con Bash. Si se lo pedía con suficiente delicadeza, tal vez podría convencerlo de que fuera más cuidadoso, al menos en la primera vez. Pero sabía que esa consideración probablemente no se extendería más allá de ese único momento. Pensar en el dolor prolongado la hacía sentir incapaz de enfrentarlo.

—…… —Recordó entonces los dos años que habían pasado juntos en su viaje. Durante todo ese tiempo, Bash había buscado una esposa, empezando en Krassel y llegando hasta derrotar a un dragón en los confines del norte. Habían compartido ideas sobre cómo conquistar a una mujer. En el camino, lucharon juntos contra zombis, intentaron coquetear, enfrentaron súcubos, dragones y hasta criaturas que no sabían si eran dragones o algo parecido. Y finalmente, tras muchas experiencias, encontraron la magia secreta de Nut.

Había sido un viaje largo. Zell había pensado que sería más fácil. Con el carisma y la fuerza de Bash, creyó que encontrar una o dos esposas sería algo rápido. Pero no fue así.

Cuando todavía era un hada, Zell no lo había tomado tan en serio. Pero al final, esta se había convertido en su última opción, su recurso definitivo. De no ser así, Bash habría renunciado a las humanas y las elfas, y nunca habría pensado en transformar a un hada en humana. Era una decisión nacida de múltiples compromisos y sacrificios. Zell sabía que, como el producto de esa elección, no podía permitirse defraudar a Bash.

—…Así es, ¿verdad? Después de todo, soy tu compañera de batalla, ¿verdad, Jefe?

Ella misma había aceptado serlo. Era su decisión, y al menos cuando era un hada, Zell sabía que le gustaba Bash.

Cuando Zell se convirtió en humana, se dio cuenta de que el tipo de «gusto» que sentía por Bash había cambiado ligeramente. El cariño de un compañero de batalla y el afecto hacia alguien con quien formar una familia no eran exactamente iguales, y esa diferencia la confundía un poco… Sin embargo, cuando reflexionaba sobre si realmente le desagradaba la idea de ser su esposa y tener hijos con él…

No, no es algo que me desagrade.Después de pensarlo, llegó a la conclusión de que no lo detestaba. Lo único que temía era el dolor y el sufrimiento físico. Pero si le preguntaban si sería capaz de soportar ese dolor por Bash…

……

Zell miró a Bash. Él tenía su expresión habitual, con su rostro sereno como siempre, observándola. Pero, si uno miraba con atención, se notaba que sus ojos estaban ligeramente inyectados de sangre, y que su mirada vagaba de manera inquieta hacia su pecho o sus caderas. Estaba conteniéndose.

Sin duda, deseaba abalanzarse sobre ella en ese mismo momento y reclamarla como suya, tal como lo habría hecho en el campo de batalla. Pero no lo hacía. Estaba esperando, pacientemente, a que Zell le diera su consentimiento. Cumplía la ley que el Rey Orco había establecido: «Se prohíben las relaciones sexuales sin consentimiento entre diferentes razas». Bash aguardaba, haciendo uso de todo lo que había aprendido durante su viaje, con la esperanza de que Zell aceptara.

Zell lo sabía, lo entendía todo. Habían aprendido juntos, y aunque los orcos solían ser torpes para recordar cosas, Bash estaba haciendo un esfuerzo desesperado por demostrar lo que había aprendido. Ese esfuerzo solo demostraba cuánto deseaba Bash que Zell se convirtiera en su esposa.

Pero no era solo eso. Había algo más en su expresión habitual: un toque de preocupación sincera por Zell. Quizás, pensó ella, Bash también trataba de animarla después de haberla visto tan desanimada al darse cuenta de que ya no podría regresar a ser un hada. Aunque Bash no era el más perceptivo en algunos aspectos, sí tenía un lado compasivo que le permitía preocuparse por sus compañeros heridos. Ahora estaba suprimiendo sus instintos como orco y, aun así, mostraba una genuina preocupación por Zell.

Ya veo… no lo odio, en realidad…Con ese pensamiento, el corazón de Zell latió con fuerza, de una manera que nunca había experimentado como hada. Era como si un órgano que no existía antes comenzara a reaccionar en su interior. Si Bash me vuelve a pedir permiso… Poco a poco, Zell empezaba a prepararse emocionalmente.

—Zell.

En ese momento, cuando Zell comenzó a ser consciente de sus sentimientos, Bash, con expresión resuelta, abrió la boca para hablar. Tal vez sintió que ya era el momento adecuado, o que nada sucedería si no decía algo.

—¿Qué-qué pasa? —respondió Zell, nerviosa, sintiendo que finalmente había llegado el momento. Su corazón latía con fuerza.

—Tú, convertida en humana, eres hermosa.

—¿De… verdad?

—Sí. Y quiero que seas mi esposa.

Al escuchar esas palabras, Zell se sintió feliz en su interior. A pesar de no haber sido capaz de actuar como una humana y, en algunos momentos, incluso de haberlo rechazado, Bash seguía diciéndole eso.

—Pero… parece que ser humana te está resultando difícil.

—Pues… sí, un poco.

Ser humana no era como Zell lo había imaginado. No era tan ligera como cuando era un hada; su cuerpo se sentía pesado y torpe, y sus sentidos eran menos agudos. Aunque su mente parecía más clara que antes, ahora pensaba en exceso, lo que la llenaba de incertidumbre. ¿Qué era lo que hacía que los humanos disfrutaran de la vida? Con un cuerpo tan limitado y una mente que se preocupaba demasiado, ¿cómo lograban vivir? Y, más importante aún, ¿cómo viviría ella misma a partir de ahora…? Cada vez que lo pensaba, solo podía describirlo como algo insoportablemente doloroso.

—Si ser humana te resulta tan difícil, no tienes por qué forzarte.

—…¿Qué quiere decir con eso?

—Tú te convertiste en humana mediante magia. Seguramente también podrías volver a ser un hada con magia.

Aunque la bruja había dicho que no era posible revertir el cambio, Bash no tenía forma de saber si eso era cierto. No entendía nada sobre la magia ni sus principios.

—Es cierto… Puede que sea imposible con la magia humana, pero quizá los démones o los elfos conozcan un hechizo que me permita regresar a mi forma original.

Como humana, Zell había ganado un intelecto más agudo, y su conclusión fue rápida. La bruja era una hechicera excepcional, capaz de convertir la magia de un dragón en algo utilizable por humanos. Si los démones o los elfos, que superaban a los humanos en habilidad mágica, hubieran desarrollado algo similar, no sería sorprendente.

—Pero… —dijo Zell, tragando saliva con nerviosismo mientras continuaba. Intuía que lo que estaba a punto de decir era algo que cambiaría su vida para siempre. Sin embargo, su corazón ya estaba preparado; había tomado una decisión—. Yo… quiero ser tu esposa, Jefe.

—¡Zell…!

—Ser humana me provoca mucha inseguridad. Incluso tengo un fuerte deseo de volver a ser un hada. Pero… me gustas, Jefe. Siempre me has gustado, desde que era un hada y ahora como humana. Si pudiera, me gustaría ser tu esposa como hada, pero como eso no parece posible, me esforzaré por serlo como humana. —Lo dijo todo de un tirón. Quería volver a ser un hada, pero también quería ser la esposa de Bash. No podía tener ambas cosas, así que eligió lo que coincidía con el deseo de Bash. Porque, al final, también era lo que ella deseaba.

—¡Zell…!

—Tal vez no sea suficiente para ser la esposa de un hombre como tú, pero haré mi mejor esfuerzo para no quedarme atrás.

—…Entonces, ¿estás segura?

Ya no había necesidad de preguntar qué era lo correcto. Zell y Bash se miraron fijamente bajo la luz de la luna. Un orco y una humana que había sido un hada. Tal vez un hada no fuera lo suficientemente digna para ser la esposa del «Héroe Orco». Pero a Bash nunca le había importado algo así. Jamás había valorado ese tipo de cosas. Y ahora, un orco y una humana juntos en la noche…

—Zell.

—Jefe.

—«Héroe orco» Bash.

Frizcop: Obviamente, no podía ser de otra manera xD.

De repente, una voz desconocida interrumpió. Bash se levantó de inmediato, espada en mano. Fue un acto instintivo, típico de un orco que, al borde del sexo, temía que alguien pudiera arrebatarle a su mujer. Un reflejo rápido y decidido de defensa.

Sin embargo, cuando Bash vio la cara del hombre que había hablado, detuvo su movimiento.

Era una cara que conocía, pero no debía estar allí.

—¿Gedi… guz…?

El hombre que debería estar muerto estaba allí, frente a él.


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