La Historia del Héroe Orco

Capítulo 94. ¿Quién es esa mujer?

Aquel día, cerca del bosque de las hadas, veinte personas fueron asesinadas. La mayoría eran humanos que intentaban secuestrar hadas, aunque también habían elfos que, por razones desconocidas, se encontraban en el bosque. La masacre ocurrió en completo silencio. Para no dejar testigos, los atacantes actuaron con rapidez y frialdad.

Los perpetradores fueron solo tres. Una de ellas era una seductora súcubo. La segunda, una delgada demonio de ojos vacíos. Pero fue al ver al tercero cuando los presentes quedaron paralizados por el miedo. Creyeron que había regresado.

Aunque pocos lo habían visto en persona, las historias sobre su figura eran suficientes para reconocerlo. Sin embargo, nadie tuvo la oportunidad de contarlo. Casi todos los testigos fueron asesinados.

Solo una persona logró sobrevivir, escondiéndose con desesperación. Había utilizado todas sus habilidades de sigilo, cultivadas a lo largo de los años, para permanecer oculto en el bosque, convencido de que no lo encontrarían. Aunque estaba aterrado, con la sensación de que quizás lo estaban dejando vivir a propósito, pero no huyó. Permaneció en su posición, decidido a cumplir con su rol de espía. Podría parecer insensato arriesgar tanto, pero quienes sobrevivieron a aquella guerra sabían que, en momentos críticos, nadie abandonaba su deber.

A pesar de su compromiso, lo más sensato habría sido escapar y alertar cuanto antes y así reportar del regreso de Gediguz. No obstante, sabía que cualquier intento de huir lo delataría. Mientras permaneciera en silencio y oculto, tal vez tendría una oportunidad de sobrevivir. Pero el bosque estaba saturado de magia démona, y cualquier intento de escape sería detectado. Si eso ocurría, terminaría como los demás: muerto. Por ello, decidió quedarse y observar desde las sombras, vigilando los movimientos de Gediguz, el Rey Demonio. El espía Domino, un subordinado de Bly, arriesgaba su vida en cada momento.

Gediguz había descendido al País de las Hadas acompañado por Poplática y Carrot.

—¡Kyajajá! ¡Gediguz, cuánto tiempo!

El hombre, seguido por las dos figuras que constituían el núcleo de las fuerzas rebeldes, caminaba con paso firme entre las hadas que volaban a su alrededor. Ni los intentos de engaño ni los gestos juguetones de las hadas lograban distraerlo o irritarlo.

—Sí, ha pasado mucho tiempo. ¿Ulva, Lisa…? A las otras no las reconozco. ¿Son nuevas?

—¡Esa es Misa! Vamos, Misa, no seas tímida. ¡Es Gediguz! ¡Es increíblemente fuerte!

—Sabes, sabes, yo soy Misa…

Incluso las jóvenes hadas, al estar frente a Gediguz, no podían evitar sonrojarse y bajar la cabeza tímidamente. Mientras tanto, las demás revoloteaban a su alrededor, murmurando emocionadas su nombre.

Observando cómo Gediguz parecía ganarse la adoración de las hadas con facilidad, Poplática murmuró en voz baja, intrigada por aquella inusual escena.

—…Ahora entiendo por qué las hadas decidieron unirse a la Federación de las Siete Razas.

En ocasiones, aparecían personas que, por razones desconocidas, eran especialmente queridas por las hadas. Durante un tiempo, algunos démones estudiaron este fenómeno y plantearon la hipótesis de que era una cuestión innata, como si ciertos individuos tuvieran un «don» que atraía a las hadas. Sin embargo, esta teoría fue descartada. Gediguz no poseía ninguna clase de «don» natural que lo hiciera querido por las hadas. Tal característica no existía.

Aun así, había personas que, de manera inexplicable, lograban ganarse el favor de las hadas. Como ocurría con Bash, ciertas personas simplemente atraían a las hadas, y estas tendían a acercarse a ellas. Pero este fenómeno tenía una explicación. En épocas remotas, alguien ya había estudiado este tema y encontrado la respuesta. Ese alguien fue Gediguz.

En antiguos textos olvidados, Gediguz había descubierto las claves para ganarse a las hadas: pequeños gestos, la forma de hablar, el tono de voz y la actitud. Había técnicas específicas para agradarles. Y aunque no era algo que se lograra de manera espontánea, Gediguz lo había perfeccionado a través del entrenamiento. Si bien no podía garantizar que todas las hadas lo aceptaran, había aprendido lo suficiente como para evitar que la mayoría no rechazara hablar con él.

Por eso solo llevaba consigo a dos acompañantes, Poplática y Carrot. No era una decisión arbitraria, sino una estrategia para facilitar la conversación con las hadas. Sabía que si llegaba con un grupo numeroso, estas se sentirían amenazadas y habría un alboroto, como si alguien hubiera golpeado un avispero. Mientras tanto, los demás aliados de Gediguz se estaban preparando para la siguiente fase de su plan, que comenzaría una vez que aseguraran el apoyo de las hadas.

—¿Gediguz, qué te trae por aquí hoy?

—¿Viniste a jugar?

—¡Vamos a jugar!

Así, las hadas escucharon las palabras de Gediguz. Gracias a su habilidad para comunicarse con ellas, pudo convencerlas de unirse a la Federación de las Siete Razas. Incluso mantenía una relación cercana con el líder de las hadas.

—Hoy he venido a hablar con el líder.

—¡El líder! ¡Qué popular eres, líder! ¡Bien por ti, líder!

—Bueno, ya saben cómo soy.

En ese momento, un hada diferente apareció frente a Gediguz.

—Ha pasado tiempo, líder de las hadas, Gale.

—Sí, así es, Gediguz, ha pasado mucho tiempo. Me alegra verte.

A simple vista, Gale no parecía diferente de las demás hadas. Sin embargo, quien supiera observar podría notar la inmensa cantidad de magia que fluía a través de su pequeño cuerpo. Además, era evidente que el bosque mismo —los árboles, el cielo, el viento— mostraba una afinidad especial hacia él.

Para ser querido por las hadas, había trucos que se podían aprender. Pero para ser amado por ellas, hacía falta un don innato, una cualidad especial. Esa era la razón por la que Gale se había convertido en su líder.

—¿A qué has venido esta vez? Habla. Tú y yo tenemos confianza, así que escucharé. Aunque, para ser sincero, no quiero hacerlo. Pero tú eres un buen tipo, Gediguz.

—Necesito que me prestes tu fuerza una vez más.

—¿Otra vez? —Gale frunció el ceño, claramente molesto.

Las hadas que lo rodeaban comenzaron a quejarse.

—¡La última vez también dijiste eso y aun así perdiste!

—Es cierto, ¿no? —dijeron varias más, mientras algunas se rascaban la cabeza, como si no recordaran del todo bien lo ocurrido.

La memoria de las hadas, al parecer, era bastante vaga y desorganizada.

—Muchos de nosotros murieron. Aquí, allá, acullá, en todas partes. Murieron solo porque te prestaron su fuerza.

—Si no me hubieran ayudado, habrían muerto muchos más.

—¿De verdad?

—Sí. Y si no me prestan su fuerza de nuevo, esta vez las hadas desaparecerán por completo.

—¿Así que todas morirán?

—Así es.

Gale, el líder de las hadas, frunció el ceño y comenzó a flotar boca abajo mientras pensaba. Cuando una hada carece de sangre suficiente en la cabeza, se para de cabeza porque parece ayudarles a pensar mejor.

—Pero tú, Gediguz, también perdiste y moriste, ¿no es así?

—Es cierto. Pero esta vez ganaremos.

—¿Por qué dices que ganarán? También podrían perder otra vez, ¿no?

—Porque esta vez tengo un plan.

—Pero también tenías un plan la vez anterior. Y era un gran plan, súper increíble. Parecía que íbamos a ganar, pero al final perdimos. Ya no quiero prestarte más nuestra fuerza.

Poplática, que escuchaba todo desde un lado, suspiró para sí misma. Es un diálogo sin solución , pensó. En el pasado, las hadas habían depositado su confianza en Gediguz y se habían unido a la Federación, prestando su poder. Sin embargo, aquella derrota había erosionado gravemente la confianza que alguna vez le tuvieron.

—¿Cómo podría ganarme su confianza?

—Demuestra que esta vez no perderás, ¡pruébalo!

—Entonces mostraré mi fuerza. ¿Qué debo hacer?

—¿Qué deberías hacer? Hmm, ¿qué te podríamos mandar hacer? ¿Alguien tiene alguna idea?

De inmediato, las pequeñas criaturas comenzaron a lanzar ideas caóticas.

—¡Que derrote a un oso que está durmiendo! —propuso una.

—No, los osos son demasiado débiles, eso no vale.

—En el sur hay una serpiente gigante, ¿y si lo enfrentamos a ella?

—¡Las serpientes son aún más débiles que los osos!

—¡Déjenmelo a mí! ¡Vamos, enfréntame a mí, Rey Demonio! —dijo una hada con valentía exagerada.

—¡Tú cállate y siéntate! —le respondió otra.

—¿Y si lo hacemos luchar contra algo que rompa todas las injusticias del mundo?

—¿Qué es la injusticia?

—No sé, pero al menos debería ser algo mucho más grande y fuerte que un oso, ¿verdad? Como un dragón.

—No hay dragones por aquí.

—Bueno, pero…

En medio del alboroto, Gale levantó la voz con entusiasmo.

—¡Ya lo tengo! ¡Se me ocurrió algo increíble!

Poplática sintió un mal presentimiento apoderarse de su pecho. Cada vez que una hada decía algo así, era casi seguro que se trataba de una idea desastrosa, ya sea una broma monumental o una tarea imposible de cumplir.

—En este bosque está Bash. Pelea contra él uno a uno y demuéstranos que puedes ganar.

El desafío que Gale lanzó era monumental. Para alguien como Poplática, sería imposible. Pero Gediguz… él podría lograrlo. Era un demon excepcional. Entre los suyos, era un maestro de la magia de nivel insuperable y poseía una fuerza física impresionante.

Sin embargo, Gediguz no era un guerrero invencible. Los eventos pasados lo demostraban: su asesinato, llevado a cabo por el esfuerzo combinado de cuatro guerreros de la Alianza de las Cuatro Razas, fue prueba de ello. La verdadera fortaleza de Gediguz radicaba en su capacidad política, su estrategia y su habilidad para combinar todo esto. En términos de puro combate, estaba lejos de alcanzar el nivel de alguien como el «Héroe Orco» Bash.

Aunque enfrentarse al Héroe Orco Bash sería menos complicado que enfrentarse a los cuatro campeones de la Alianza de las Cuatro Razas, aun así, combatir contra él no era una tarea menor. Este guerrero había matado al Dragón, derrotado al héroe Letto, rechazado a la gran archimaga elfa Thunder Sonia, y vencido al Sabio Caspar. Ahora, en el apogeo de su poder, Bash era considerado el guerrero más fuerte del continente. Decir que enfrentarlo era una tarea titánica era quedarse corto.

El resucitado Gediguz apenas acababa de regresar. Nadie sabía qué efectos había tenido aquella técnica secreta en su cuerpo. Ni siquiera estaba claro si podía pelear como lo hacía antes. El Gediguz que permanecía en los recuerdos de Poplática era ciertamente poderoso, pero aun así… no estaba segura de si podría tener alguna posibilidad de victoria.

—Entendido. Lucharé. —respondió Gediguz sin vacilar.

—¡Lord Gediguz! Sir Bash no es un oponente cualquiera.

—Lo he escuchado. Parece que hubo un orco que estuvo bastante activo tras mi muerte.

—Es posible que él sea el guerrero más fuerte de este continente en este momento. Incluso para usted, Lord Gediguz…

Gediguz esbozó una leve sonrisa.

—Tengo posibilidades de ganar.

«Tengo posibilidades de ganar»… Era como si estuviera diciendo que, si se enfrentaba de frente y sin estrategia, no habría esperanza alguna. También sonaba como una declaración de que, incluso con tácticas ingeniosas, el enfrentamiento sería sumamente difícil.

—Será una lucha dura.

—¿Eso… estará bien?

—No hay garantías. Pero si todo marcha según lo planeado, incluso con semejantes dificultades, sería un precio bajo que pagar.

Los labios de Poplática se apretaron con fuerza. Si le hubieran dicho que debía enfrentarse al «Héroe Orco» y ganar, habría negado con la cabeza, considerándolo imposible. Sin embargo, si no hubiera más remedio que intentarlo, habría asumido la posibilidad de perder la vida. Quizás Gediguz estaba en una situación similar.

—Yo…

La que rompió el silencio fue Carrot.

—Yo puedo lanzar un hechizo de Encanto sobre el «Héroe Orco».

Ciertamente, si Carrot lo hiciera, Bash sería completamente derrotado. Los orcos no tenían forma de resistir el Encanto de una súcubo. Sin embargo, Bash era un benefactor, no solo para Carrot, sino para toda la raza de las súcubos. Y las súcubos nunca olvidaban un favor. Usar el Encanto en alguien como Bash significaría que Carrot traicionaría su orgullo como súcubo.

Aun así, esa propuesta también mostraba cuánto confiaba Carrot en Gediguz. Estaba dispuesta a sacrificar su honor si eso garantizaba la victoria del Rey Demonio.

Pero Gediguz negó con la cabeza. Con una mirada de reproche, como si la estuviera reprendiendo, la observó desde arriba y habló con calma.

—¿Por qué luchas tú? Si es por la supervivencia de los súcubos, perder su orgullo significaría que no podrías pelear.

—¡Incluso si perdiera mi orgullo, mientras tuviera una causa noble, yo…!

—No pierdas de vista tu objetivo. Además, con ese tipo de victoria, ellos no lo aceptarían. Me han pedido que someta al «Héroe Orco» con mi propia fuerza.

—…Entendido. —Carrot cedió, aunque en sus labios se dibujó una sonrisa. «Ah, fue la decisión correcta traerlo de vuelta. Él me muestra el camino correcto y me llevará a la victoria. Este hombre seguramente también salvará a los súcubos.»

—Entonces, ¿dónde está ese Bash?

—¡Te llevaré hasta él!

Con la guía de un hada, Gediguz se dirigió hacia lo profundo del bosque.

Poplática seguía a Gediguz desde unos diez pasos de distancia mientras este se dirigía al lugar donde estaba Bash. Para ser honesta, quería detenerlo. El oponente era Bash, el «Héroe Orco». Probablemente uno de los guerreros más fuertes de este continente. Con solo enumerar sus hazañas, la mayoría de las personas evitarían enfrentarlo. Era un orco único, imposible de imaginar siendo derrotado. Incluso por alguien como Gediguz.

Aun así, Gediguz no era un insensato. Si había decidido luchar contra Bash, debía tener algún tipo de plan. Eso era lo que Poplática quería creer, aunque no podía deshacerse de sus preocupaciones.

—Carrot, ¿qué opinas?

—¿Sobre qué?

—¿Crees que el Lord Gediguz puede vencer a Sir Bash?

—Honestamente, lo veo difícil. Por muy fuerte que sea Lord Gediguz, no podría vencer a un dragón, ¿verdad? Y Sir Bash puede hacerlo. Con eso ya está claro, ¿no?

—…Ya veo.

Poplática se rascó la parte trasera de la cabeza con frustración. Gediguz no podía derrotar a un dragón, por eso, en la batalla decisiva en las Tierras Altas de Lemium, habían tendido una gran trampa para acabar con el dragón. Pero Bash había derrotado a ese mismo dragón. Incluso circulaban rumores de que él había abatido al dragón que custodiaba un tesoro sagrado.

—Carrot, si llega el momento, tendrás que abandonar tu orgullo.

—…Lo sé.

Aun así, un orco es un hombre, y no había forma de que pudiera resistirse al Encanto de una súcubo. Si Carrot intervenía y arruinaba el duelo, perderían el apoyo de las hadas. Pero, aun así, sería mejor que perder a Gediguz, quien tanto esfuerzo había costado revivir. Si moría aquí, no tendría sentido todo el sacrificio que habían hecho. Después de todo, muchos compañeros habían dado su vida para traer a Gediguz de vuelta.

—Lo siento.

—Está bien. Aunque yo pierda mi orgullo, eso no significa que el orgullo de los súcubos desaparecerá por completo.

Para Carrot, usar el Encanto en un benefactor como Bash era un acto imperdonable y barbárico según los principios de los súcubos. Sin embargo, estaba dispuesta a hacerlo, porque también creía que no podían permitirse perder a Gediguz.

—Ojalá Sir Bash se pasara a nuestro lado…

—Sí. Si Lord Gediguz gana, tal vez él decida unirse a nosotros.

Había oído rumores de que entre los orcos, el perdedor de un duelo debía obedecer al ganador. Siendo una raza que valoraba la fuerza, no resultaba extraño que algo así existiera.

—No creo que termine siendo un enfrentamiento a muerte entre ellos, —afirmó Carrot con seguridad, habiendo luchado antes contra Bash incluso con las manos desnudas.

Ambos eran guerreros excepcionales, no combatientes mediocres. Si dos fuerzas tan colosales se enfrentaban, la muerte de uno parecía inevitable. Para Bash, solo existían dos opciones: ser encantado o morir. Sin embargo, si durante el duelo alguien intervenía para encantarlo… aquello sería un acto que mancillaría incluso el orgullo de los orcos.

—Lo siento.

—Te dije que está bien, ¿no? Si te disculpas tanto, cuando ganemos esta guerra espero que nos trates con un poco de favoritismo. Concretamente, ¿tal vez con un hombre demon? Siempre quise probar uno. ¿Conoces a alguien que parezca… comestible?

—¿Te parezco alguien que conozca a ese tipo de hombres?

—En absoluto. Tú siempre has cuidado mucho a todos los que te siguen.

Carrot desvió las disculpas de Poplática con una broma ligera. Pero Poplática, que había pasado mucho tiempo a su lado, entendía la verdad detrás de sus palabras. Carrot podía bromear, pero su resolución era clara. Había tomado su decisión, y además trataba de evitar que esa carga recayera sobre Poplática. Ese gesto caló en lo más profundo de su corazón. Aunque la súcubo no llevaba mucho tiempo en su compañía, ya la consideraba una camarada de batalla.

Justo mientras pensaba eso, ocurrió algo inesperado…

—…¿Quién es esa mujer?

Una voz gélida y cortante escapó de los labios de Carrot, haciendo que Poplática la mirara dos veces. Su expresión despreocupada se había desmoronado, reemplazada por una oscuridad helada que parecía emanar desde lo más profundo.

—…¿¡Sir Bash está con una mujer!?

Siguiendo la mirada de Carrot, Poplática pudo verlo. Allí estaba Bash, acompañado de lo que parecía ser una mujer humana. En principio, aquello no debería ser nada extraño. Durante la guerra, habían visto muchas veces a orcos acompañados de mujeres humanas. Pero la escena frente a ellos no era algo que hubieran presenciado antes. Normalmente, un orco con una mujer implicaba una escena de apareamiento, pero esta vez no era así.

—Zell, abre la boca.

—Aaaahn…

En pocas palabras, podría describirse como una escena de cercanía y armonía. Bash se comportaba como siempre, pero la mujer humana le dirigía una sonrisa cálida y tranquila. Estaban sentados juntos junto al lago, comiendo. Bash incluso estaba alimentando a la mujer con sus propias manos.

—¿Está bueno?

—Delicioso.

La mujer, lejos de parecer molesta, sonreía con satisfacción mientras masticaba despreocupadamente.

¿Qué demonios pasaba con esa mujer? ¿Por qué Bash la estaba alimentando? ¿No podía comer sola? Seguro que era capaz de hacerlo. ¿No le parecía descarado? Pero más importante aún…

—¿Será posible que Sir Bash… haya encontrado una esposa?

—…¡Imposible! ¡Esa humana de origen desconocido no puede ser la esposa de Sir Bash!

Era una mujer humana a la que no reconocían. Si ninguna de las dos la recordaba, probablemente durante la guerra habría sido una soldado raso. Según lo que podía percibir Poplática, tampoco parecía poseer una gran cantidad de poder mágico. Se veía débil. Quizás su apariencia juvenil, de unos veinte años, era engañosa, y en realidad era aún más joven, alguien que nunca había pisado un campo de batalla. Al menos, no parecía ser ni una guerrera destacada ni alguien con fama. Tampoco daba la impresión de ser la princesa de algún reino humano. Por supuesto, no se parecía en nada a la mujer vendada, compañera que trabajaba en otra misión en ese momento. Además, Poplática estaba más que familiarizada con los rostros de la realeza humana; los había memorizado hasta el cansancio. Si fuera una princesa, lo sabría.

No era una princesa, ni tenía méritos en el campo de batalla, ni poseía fama alguna. Como pareja de Bash, era una elección completamente inadecuada. Si ese era el caso, incluso la mujer vendada habría sido mejor opción. Aunque estuviera marcada y no tuviera el mejor carácter, al menos había sido una princesa y acumuló grandes logros militares. Si alguien debía estar al lado del Héroe Orco, al menos debía tener esas cualidades.

—…Aun así, ¿no están demasiado juntos?

—Dicen que las parejas humanas suelen ser así de cariñosas.

—¿Ah, sí? ¿Es normal? ¿Sir Bash estará de acuerdo con algo así?

—Es extraño…

Un orco y una mujer humana… Aunque, suponiendo que ambos se atrajeran mutuamente, no parecía natural que las cosas llegaran a ese punto. Más bien, era la primera vez que Poplática veía a un orco y una humana intercambiar sonrisas despreocupadas. ¿Cómo había logrado esa mujer ganarse a Bash? ¿O acaso Bash había seducido a esa mujer? No, eso era imposible. Los orcos no eran de ese tipo de raza amable. Normalmente, al ver a una mujer, un orco la atacaría inmediatamente. Entonces, ¿cómo había logrado esa mujer mantener a raya la naturaleza salvaje de Bash? Era un completo misterio.

—Yo… quiero ser tu esposa, Jefe.

—¡Zell…!

—Ser humana me provoca mucha inseguridad. Incluso tengo un fuerte deseo de volver a ser un hada. Pero… me gustas, Jefe. Siempre me has gustado, desde que era un hada y ahora como humana. Si pudiera, me gustaría ser tu esposa como hada, pero como eso no parece posible, me esforzaré por serlo como humana.

—¡Zell…!

—Tal vez no sea suficiente para ser la esposa de un hombre como tú, pero haré mi mejor esfuerzo para no quedarme atrás.

—…Entonces, ¿estás segura?

Sin embargo, parecía que la mujer no tenía intención de seguir reprimida por mucho más tiempo. Bash y la mujer humana, en cuestión de momentos, habían llegado a un acuerdo y se acercaban el uno al otro. De repente, Bash parecía más débil. Eso no era lo que uno esperaría de un Héroe Orco. ¿Estaría ella usando algún tipo de magia de encanto? Un sentimiento de confusión comenzó a recorrer entre Poplática y los demás. Carrot dejó de intentar ocultar su mal humor y Poplática cubrió su rostro con las manos, mirando a escondidas a Bash y la mujer desde las rendijas entre sus dedos.

—…Ah.

A través de las rendijas de los dedos de Poplática, pudo ver cómo Gediguz avanzaba sin dudar hacia Bash. No mostraba ninguna vacilación. Probablemente ni siquiera pensó por un segundo en que estaría interrumpiéndoles. Sin embargo, por un momento, parecía haber detenido sus pasos y se pudo escuchar un susurro: «Imposible, eso no puede ser». Tal vez Gediguz también estaba sorprendido de ver a un orco tan cercano a una humana.

De todos modos, la realidad era que no podía esperar por mucho más el largo cortejo del orco. Interrumpir a Bash mientras se apareaba podría ser una locura, pero tenía su propia causa justa para estar allí.

—«Héroe Orco» Bash.

En cuanto se mencionó ese título, Bash se levantó rápidamente, como para proteger a la mujer, y sacó su espada. Su reacción fue rápida. No obstante, cuando vio el rostro de Gediguz, parecía sorprendido. También se alcanzó a escuchar un susurro: «Imposible, debería estar muerto». Los orcos no suelen ser una raza muy reflexiva, pero ver a un humano que debería estar muerto causaría confusión.

—¿Qué quieres?

—Te desafío a un duelo.

Fue una propuesta inesperada. Si el oponente hubiera sido humano o elfo, probablemente habría habido un breve intercambio de palabras. Lo mismo si se tratara de démones u ogros. Cuando alguien pedía razones para luchar, debían explicarse. Sin embargo, la raza frente a él era diferente.

—Acepto.

La respuesta fue inmediata, como se esperaba.


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