Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo
Vol. 7 Principios de Verano del Decimoquinto Año Parte 1
Aventureros PNJ
Los aventureros no son irremplazables ni únicos: el gremio está repleto de competencia. Ya sea que un PJ se haga amigo de quienes lo rodean en busca de mejores trabajos o los antagonice para proteger las misiones que le han sido asignadas, es decisión del jugador.
Del mismo modo, la responsabilidad de lidiar con un amigo sospechoso o convertirse en un paria social también recae en el jugador.
La oscuridad comenzó a asentarse en el camino. Un poco alejados de la carretera principal, estábamos montando el campamento en un área despejada con esmero para comerciantes y viajeros.
Y cuando decía «estábamos», me refería a la caravana con la que habíamos decidido viajar. Pronto comenzaron a alzarse tiendas y columnas de humo mientras nuestra compañía se preparaba para pasar la noche.
—¡Oye, Erich! Trabajando duro, ¿eh?
—Vaya, qué rápido. ¡Gracias por la llama!
—Sigue así, compa.
Después de montar y encender una fogata, un variopinto grupo de mercenarios pasó por allí para prender sus propias antorchas y linternas, antes de dispersarse para patrullar los alrededores.
En cuanto a mí, solo era un viajero que había pagado una pequeña tarifa para unirse a la caravana. La verdadera fortaleza de un convoy residía en su número; dado que cada nuevo miembro aportaba seguridad al resto del grupo, las incorporaciones de última hora solían aceptarse sin problemas.
Si éramos demasiados para que nos eliminaran de un solo golpe, terminaría defendiéndose: ya fueran bandidos o bestias, nadie era tan estúpido como para atacar si el riesgo de represalias era evidente. Además, siempre era útil tener más manos para ayudar en caso de problemas, sin mencionar que las guardias nocturnas se hacían más cortas al poder repartirlas entre más personas. Pero quizás la mayor ventaja era que nuestras cuotas colectivas se usaban para contratar a una banda de mercenarios de renombre sin que los organizadores agotaran todos sus fondos.
La mano de obra realmente solucionaba casi cualquier problema.
La caravana a la que nos habíamos unido contaba con un centenar de personas, entre comerciantes y guardias. Margit había tenido razón: un rápido viaje a la ciudad había bastado para encontrar a intrépidos empresarios que se aventuraban a tierras lejanas, en lugar de los comerciantes tacaños que solo recorrían los cantones. La magnitud de esta corporación internacional quedaba en evidencia al considerar que la caravana doméstica promedio solía estar compuesta por unas treinta personas.
Por supuesto, una compañía de este tamaño atraía a mucha gente en busca de un viaje más seguro. Como resultado, unirse a ella tenía un precio elevado. Aunque teníamos fondos suficientes para pagar la cuota completa, seguíamos siendo plebeyos de corazón: en su lugar, negociamos un trato para realizar tareas varias durante el trayecto a cambio de un descuento. Además, yo sabía demasiado bien que pagar unos cuantos dracmas solo por el privilegio de no hacer nada acabaría poniéndome inquieto en cuestión de días.
Así que, una vez más, me convertí en un sirviente.
Y, como todo sirviente, estaba ocupado. Me encargaba de cuidar los caballos de los exploradores y los burros de carga, encendía fogatas para los cocineros y lavaba la ropa. Había mucho por hacer, pero en secreto realizaba todas mis tareas con magia, lo que me hizo ganarme una buena reputación dentro del grupo por mi rapidez.
Y con razón. Llevaba un mes trabajando con dedicación, y mi esfuerzo era digno de servir a un conde.
Con yesquero en mano, fingí encender la fogata de manera natural. A estas alturas, un mago tendría que estar justo a mi lado para darse cuenta de que estaba usando magia; cualquiera que mirara desde la distancia no tendría la menor idea. Pero, en cuestión de minutos, ya había prendido otra fogata robusta; con lo grande que era la caravana, tenía que encender muchas cada día.
Mientras seguía con mis quehaceres, el aroma de la cena comenzó a impregnar el aire. Los habituales víveres secos y vegetales silvestres que componían la dieta típica de un viajero terminaban convirtiéndose en deliciosos platillos aquí, gracias a la decisión del comerciante principal de traer consigo a un cocinero de verdad.
Pensándolo bien, este último mes había sido la definición de tranquilidad. Sin bandidos, sin ladrones de caballos y, gracias al profesionalismo de los líderes de la caravana, sin peleas absurdas. Los guardaespaldas pertenecían a una banda de mercenarios contratada exclusivamente por el organizador del convoy, y ninguno de ellos causaba problemas; si nada más, al menos no tenía que preocuparme de que quisieran meterse conmigo mientras fuera un pasajero de pago.
En serio, de verdad debería haber hecho esto desde el principio. La aventura era emocionante, sí, pero no era un fanático de la lucha que estuviera buscando pelea todo el tiempo.
—¡Oye, Erich! ¡Dame una mano si estás libre!
—¡Oh, sí, señor! ¡Un momento!
Apenas terminé de encender mi última fogata, el cocinero me hizo señas. Aquel orco corpulento solía contar con la ayuda de los asistentes del comerciante principal para preparar la comida, pero últimamente me había tomado cierto aprecio después de verme cortar carne y verduras una vez.
Según él, la mayoría de la gente no sabía manejar un cuchillo de cocina. El otro día se había quejado de que los ingredientes no se cocinaban bien si tenían tamaños desiguales y de que un corte descuidado arruinaba la textura. Y lo decía mientras removía una olla de estofado que contenía cualquier cosa que hubiéramos conseguido; pero supuse que sabía lo que hacía, considerando que aquel guiso improvisado siempre terminaba sabiendo bien.
—Sabes, chico…
Me miró de reojo mientras yo pelaba unos nabos con soltura. Me di cuenta de que él hacía lo mismo y que, a pesar de no estar mirando sus manos, lograba mantener la cáscara exterior perfectamente delgada. Dado su nivel de habilidad, imaginé que debía haber trabajado en una cocina de renombre antes de conseguir este empleo cocinando para una caravana de este tamaño.
—Eres bastante bueno en esto, —dijo—. ¿Alguna vez fuiste aprendiz de un chef?
—No, pero solía ser un sirviente por contrato en la capital. Si parezco hábil, probablemente sea porque me han obligado a hacer de todo lo que pudiera hacer.
Aunque esta vez no estaba ocultando mi verdadero nombre, sí mantenía en secreto mi conexión con la nobleza. Compartir esa información no me traería ningún beneficio: aquí, la gente había elegido valerse de sus propias habilidades para vivir de manera autosuficiente. En el mejor de los casos, lo único que lograría al contarles que había estado en buenos términos con la aristocracia sería que me chasquearan la lengua con desaprobación.
—¿Un sirviente, eh? Me habrías engaña’o. Con la forma en que manejas el cuchillo, habría pensa’o que también entrenaste para ser cocinero. La mayoría de los novatos terminan llenos de cortes cuando los pones a trabajar en la oscuridad con solo una fogata, pero mírate a ti, pelando eso como un profesional.
—Bueno, la práctica hace al maestro. Y cuando se trata de tareas domésticas… he tenido mucha práctica.
Con Favor Divino en Destreza, podía pelar verduras con los ojos cerrados. Honestamente, era tan fácil que a veces convertía la tarea en un juego, intentando pelarlas de una sola vez o sacando una capa lo más delgada posible; pero eso también significaba que mi habilidad no era tan impresionante como para que mi historia de sirviente levantara sospechas. La caravana nos había dado un gran descuento, así que me alegraba poder devolverles el favor esforzándome al máximo; esto no era nada a cambio de tener un lugar seguro donde dormir.
—Tuve que aprender a cuidarme solo en aquel entonces, y en el proceso aprendí un poco de cocina. Lo justo para hacer una papilla en el camino que la gente no escupa, eso sí.
—Vamos, Erich, no seas tan modesto. Los chicos de tu edad son más adorables cuando tienen un poco de orgullo, ¿no crees?
—Ja, lo tendré en cuenta.
No es que intentara ser modesto: mis habilidades realmente no eran nada del otro mundo comparadas con las suyas; ese tipo hacía comida de primera. Parte de su éxito venía del lujo de contar con varios carruajes dedicados a transportar provisiones, pero la calidad de los ingredientes no era el único factor. Siempre estaba atento a cuán cansada estaba la gente o a cómo estaba el clima para idear el plato perfecto para cada día, y tenía el talento para convertir esas ideas en realidad.
Mi cocina, en cambio, se basaba más en seguir una receta y dejar que mi bendición hiciera el resto. Dietrich le había dado buenas críticas, pero no creía que fuera lo suficientemente bueno como para hacer de esto mi oficio.
—Oye, chico. ¿Quieres ayu’ar a sazonar los platos?
—¿Eh? ¿De verdad puedo?
—Claro. Cuantas más manos tenga en la cocina, menos ollas tengo que manejar yo.
—¡Me encantaría!
La oferta me tomó por sorpresa, pero fue bienvenida. Aprender de otros reducía considerablemente el costo de adquirir habilidades, y jamás rechazaría la oportunidad de aprender a hacer comidas deliciosas en medio de la nada. Estaba seguro de que Margit también apreciaría que aprendiera de un experto en cocina al aire libre.
Sabes, conocer gente nueva y hablar con ellos no estaba tan mal después de todo. No todo eran peleas y derramamiento de sangre: también había oportunidades interesantes que aprovechar.
—Weno, terminemos con esto entonces. No quiero que los guardias vengan a picar algo antes de que po’amos ponernos con el trabajo de verdad.
—Entendido. Aceleraré el ritmo.
Pele, corté y quité las partes malas de las verduras durante otra hora más. Para cuando terminamos, mis dedos estaban tan empapados en sus jugos que empecé a añorar los prácticos guantes de goma que teníamos en la Tierra.
Con la preparación lista, corrí de olla en olla sazonando los platos según las instrucciones del chef. Alguien había cazado un ave hoy, y la cena prometía empaparse muy bien en pan negro.
—Bien, con esto ya está. El sabor cambia dependiendo de qué parte de las entrañas eches al caldo, así que siempre doy un boca’o cru’o antes de—. Ah, espera. Los Mensch se enferman del estómago si comen carne cru’a, ¿verdad?
—Por desgracia, sí. Y eso, en el peor de los casos, sería lo mejor que podría pasar.
Los sistemas digestivos orcos eran incomparablemente más resistentes que los nuestros. Se decía que su ácido estomacal era lo suficientemente potente como para eliminar bacterias y parásitos antes de que pudieran asentarse. Yo no tenía ninguna intención de seguir su ejemplo en este aspecto: los orcos podían beber sangre de murciélago cruda sin preocuparse en lo más mínimo, y copiar sus hábitos alimenticios era prácticamente un suicidio.
—Mi error, compa. Supongo que tendrás que hacer la prue’a de sabor después de que esté listo. Será mucho más ensayo y error, pero ya le cogerás el truco.
—Por mí está bien. Prefiero no destrozarme el estómago, así que dejaré los ajustes previos a los maestros. Ir paso a paso es lo mejor para alguien común y corriente como yo.
—¿Qué te dije sobre ser mo’esto? Bah, da igual, solo haz tu mejor esfuerzo, chico. Vamos, voy a darle los últimos retoques, así que fíjate bien.
—¡Sí, señor!
Dimos la vuelta a cada una de las ollas burbujeantes, y el hombre me enseñó qué hierbas y especias se debían usar para distintos sabores. La divertida experiencia de aprendizaje fue seguida por un período ocupado sirviendo raciones, limpiando y lavando los platos —estos campamentos casi siempre estaban cerca de ríos— hasta que terminé mi trabajo y miré hacia arriba para ver la luna colgada en lo alto del cielo. La Madre Diosa apenas se hacía presente esta noche, Su luz era tenue; mientras tanto, la Falsa Luna se acercaba a su forma más completa, como un pedazo del abismo tallado en el cielo nocturno.
Aparté la mirada del tirón de la oscuridad y me estiré. Mover la espalda se sentía genial después de haber estado agachado lavando platos por tanto tiempo. Hacer un buen trabajo que implicara usar el cuerpo siempre se sentía gratificante.
En mi antiguo mundo, momentos como este los pasaba con una lata de café y un cigarrillo; lamentablemente, el Imperio no tenía granos de café, y mucho menos máquinas expendedoras, así que tendría que conformarme solo con el humo. Con la cantidad de reencarnados que habían dejado su huella en la historia de este mundo, uno pensaría que alguno ya se habría aventurado a descubrir un nuevo continente con café. El té rojo no estaba mal, pero no podía olvidar el amargo golpe de cafeína que venía con un buen café. Ay, igual que aquellos que nunca habían probado el tonkatsu [1] no podían anhelarlo, yo tendría que sobrellevar este sufrimiento en soledad.
Exhalé una bocanada de humo. Revitalizadas por la Falsa Luna, un par de hadas sin nombre revolotearon cerca, pero las espanté con la mano y regresé al campamento. La mayoría estaba montando sus tiendas, pero algunos de los viajeros más pobres habían extendido sus sacos de dormir justo al lado de las fogatas. Pasé junto a ellos y me deslicé dentro del carruaje techado que nos habían asignado, donde encontré un pequeño bulto de mantas en el suelo.
—Margit, despierta.
Ese bulto de mantas era, más precisamente, mi compañera de Konigstuhl.
—Mmn… ¿Mm?
La sacudí suavemente por lo que creí que era su hombro, y alcancé a ver su rostro fruncirse levemente. Dejó escapar un murmullo molesto, como un gatito al que despiertan de una siesta placentera, pero luego abrió sus ojos color avellana y se incorporó.
Frotándose las lágrimas de sueño en las comisuras de los ojos, apartó el velo de mantas y se estiró. A pesar de tener la mitad inferior de una araña, su forma me resultaba sorprendentemente felina: verla inclinarse hacia adelante y luego enderezarse hasta la punta de su trasero me recordó a los gatos callejeros con los que a veces jugaba en Berylin.
—Buenos días, Erich. ¿Ya es la hora?
—Sí. Aquí tienes tu cena. Todavía está caliente, así que tómate tu tiempo.
Sacudiéndose la somnolencia, Margit se enderezó y aceptó el plato de comida, aún tibio gracias a la magia.
No te equivoques: Margit no dormía por falta de tareas, sino porque tenía un trabajo importante en las próximas horas y debía descansar temprano.
Casi todas las aracne tenían algún tipo de visión en la oscuridad. Adaptadas para moverse en bosques sin luz, su vista era lo suficientemente buena como para leer con solo la luz de una luna nueva: eran las vigilantes perfectas de la medianoche.
En particular, la destreza sensorial de Margit como cazadora le había valido el rol de centinela. Además, también cazaba en los bosques cercanos mientras el resto montaba el campamento, lo que ayudaba a reducir el costo total de la comida y le permitía ganarse su lugar en la caravana. Cada quien contribuía según sus habilidades: Margit era demasiado pequeña para cargar mercancía pesada y desperdiciar su talento en tareas menores habría sido un error. Así como yo era apreciado por mi labor como ayudante, ella destacaba como vigía nocturna.
Yo trabajaba al mediodía y al atardecer, y ella me protegía de noche; dormía sobre mi regazo durante el viaje, pero tenía trabajo una vez que aparecían las estrellas. Probablemente seguiríamos así incluso cuando nos convirtiéramos en aventureros.
—Solo espero que esta noche también sea tranquila, —dijo Margit.
—Sí, —asentí—. Rezaré para que nada suceda.
—No te preocupes. Incluso si algo pasa, no dejaré que nadie te moleste mientras estás durmiendo.
Después de terminar su delicioso estofado misterioso, se puso un traje de caza diseñado para camuflarse en la oscuridad y bajó del carruaje sin hacer ruido. Los mercenarios patrullaban los alrededores, pero ella se uniría a otros vigías para asegurarse de que nadie se infiltrara en el campamento.
Una vez que la vi partir, me envolví en la manta aún tibia y me dispuse a dormir. El suelo de la carreta era más duro que la cama de una posada, pero seguía siendo mucho más cómodo que la tierra. Además, esto era un buen entrenamiento para el futuro: todos sabían que los mejores aventureros eran aquellos que podían dormir en cualquier parte.
[Consejos] Sin importar las habilidades o rasgos adquiridos, hay bonificaciones raciales que no pueden replicarse. Por ejemplo, los mensch nunca podrán volar con su propio cuerpo ni permanecer sumergidos en el agua indefinidamente.
El elegante zumbido de una cuerda metálica resonó en el aire antes de desvanecerse en la frescura de la noche.
—Esta noche, les contaré la historia de un héroe… aquel que ha conquistado los corazones de las tierras del oeste.
Una voz grave y melodiosa se elevó sobre el sonido claro de su lira de regazo. Como su nombre indicaba, el instrumento era de cuerdas y se tocaba sobre las piernas. Su superficie era plana y oblonga, con cinco cuerdas de diferente grosor cruzando de un extremo al otro; sobre ellas, un mecanismo permitía al músico presionar las cuerdas mediante una serie de teclas. Muchos juglares solitarios lo consideraban su instrumento predilecto: era compacto, ofrecía variedad de sonidos incluso al tocarlo con una sola mano y requería pocos movimientos, evitando distraer la atención de la canción que acompañaba.
Esa noche, un poeta ofrecía un espectáculo para la gente de la caravana. En parte, servía para mantenernos entretenidos y alejados del aburrimiento; pero para el intérprete, era una forma de afilar sus habilidades durante el largo viaje.
El encanto del entretenimiento había reunido a un buen número de personas alrededor del fuego, y Margit y yo estábamos entre ellos. Ambos teníamos la noche libre, y siempre había querido escuchar una epopeya narrada junto a una hoguera en plena oscuridad.
Aunque mis viajes me habían llevado por todo el mundo, nunca había disfrutado un momento que capturara tan perfectamente la esencia de la vida en la carretera. Lady Agripina jamás se dignaría a escuchar a un juglar de poca monta, y en mis travesías personales casi nunca había contado con compañía.
¡Tres largos años después, por fin estaba en una aventura que realmente se sentía como una aventura! La presentación ni siquiera había comenzado, y ya me sentía emocionado… aunque quizá no tanto como el trovador que pulsó las cuerdas de su lira y comenzó a tejer su relato.
—Hacia el oeste yacen los confines de la tierra, pero la historia comienza aún más allá: en la puerta del olvido, Marsheim. En un solo día se alzó su castillo, sobre los manantiales inagotables de su río madre, el Mauser.
El hombre rasgueó su instrumento y jugó con sus teclas, evocando con el sonido la imagen de un río apacible fluyendo al inicio de la narración.
Curiosamente, la historia transcurría en Marsheim, el mismo lugar hacia el que nos dirigíamos. Sin embargo, había escuchado que los poetas viajeros investigaban los lugares que planeaban visitar y elegían sus repertorios en consecuencia. No hacía falta decir que contar la historia de un héroe local aseguraba una buena reacción, por lo que esta era una elección natural para alguien que buscaba unas monedas de propina.
La composición no era exactamente un negocio lucrativo en este mundo, así que probablemente la obra no era creación del propio juglar. Pero, por otro lado, significaba que la había disfrutado lo suficiente como para integrarla a su repertorio, y eso solo aumentaba mi interés.
—De las gloriosas aguas emergen sus hijas, cada una es la fuente de vida para los humildes pueblos en sus riberas. Es aquí donde encontramos a nuestro joven héroe… ¡Atended! Vedlo cubierto de armadura y asombraos, pues el sagrado emblema del alba adorna su pecho. El héroe Fidelio se alza orgulloso, listo para disipar toda oscuridad como los primeros rayos del amanecer.
La epopeya de esa noche abordaba un tropo tan difícil de ejecutar como bien conocido: la derrota de un dragón maligno. Dado que incluso en el Imperio los dragones malignos eran un tema recurrente, construir la historia de un héroe moderno con semejante hazaña representaba un gran desafío narrativo. Los clásicos ya habían pavimentado el camino de esta trama una y otra vez, y cualquier desliz en los detalles podía hacer que la historia cayera en lo trillado.
Sin embargo, ya fuera por el talento del trovador, del escritor original o por las hazañas reales de quien inspiró el relato, nada sonaba particularmente gastado.
La historia seguía a Fidelio, un sacerdote laico; un devoto del Dios Sol que se negaba a afiliarse a una parroquia específica. Un día, llegó errante a un pequeño cantón, donde los bondadosos aldeanos le dieron cobijo y alimento por una noche. Ansioso por pagar su deuda, aceptó la misión de eliminar al dragón sin extremidades que aterrorizaba la región.
Pero esta no era una historia repetitiva con una simple cacería de dragones ni una fórmula de príncipe encantador al pie de la letra. Indignado por la indiferencia del magistrado ante la situación, Fidelio rompió el molde al marchar primero con furia a la mansión del señor local para exigir respuestas.
—«¡Respóndeme! ¡¿Es acaso la recaudación de impuestos tu único deber como noble?! ¡Elige bien tus palabras, pues mi pacto con Dios me exige corregir toda injusticia evidente!»
Si bien el clero del Imperio solía mantenerse al margen de la política, era conocido por intentar resolver los problemas del pueblo… hasta cierto punto. Nadie osaría jamás derribar la puerta de un magistrado y reprender a un noble en su propia cara. Aunque estaba seguro de que la historia estaba adornada para aumentar el dramatismo, el simple hecho de presentarse ante el magistrado para exigir respuestas ya era un acto de valor impresionante.
Pero el magistrado no quería tener nada que ver con el sacerdote insolente. Así que Fidelio le propuso un trato: él mataría al dragón y, a cambio, el señor no podría interferir en lo que hiciera después para ayudar a la gente del cantón.
Burlándose de la arrogancia del sacerdote, el magistrado le dijo que tenía total libertad de ir a que lo devoraran si así lo deseaba.
Para ser justos, esta era una respuesta razonable.
Los dragones sin extremidades eran uno de los tipos de dragón más débiles y de inteligencia extremadamente limitada. Como su nombre indicaba, no tenían extremidades: habían evolucionado apartándose de sus congéneres, perdiendo las icónicas alas y patas colosales para convertirse en serpientes gigantes que se enterraban en la tierra como gusanos. A pesar de estar clasificados como dragones, eran tan inferiores que los verdaderos dragones ni siquiera parecían reconocerlos como parientes… y, aun así, seguían siendo calamidades vivientes para los humanos.
Diseñados para abrirse paso a través del suelo, sus escamas exteriores eran gruesas y resistentes, con un patrón único semejante a una lima. Sus enormes mandíbulas servían principalmente para devorar tierra mientras cavaban, pero sus bocas estaban llenas de filas de dientes afilados como los de una lamprea. Una vez maduros, alcanzaban al menos tres metros de diámetro; más que suficiente para tragarse a un hombre adulto de un solo bocado.
Peor aún, su longitud era proporcional a su grosor: lo que habían perdido en masa de extremidades, lo compensaban con cuerpos que medían docenas de metros. En los antiguos mitos divinos (entendidos como hechos históricos en gran medida), se decía que existió uno lo bastante grande como para envolver una montaña entera con su cuerpo.
Fuera o no un elegido del Dios Padre, que un solo sacerdote enfrentara a semejante criatura era absurdo. Cualquiera en la posición del magistrado habría soltado una carcajada.
Pero el intrépido Fidelio le devolvió la risa, proclamando que Dios no tolera a los mentirosos. Y de repente, la bendición del Dios Sol descendió desde los cielos: el Santo Padre regía sobre los pactos, y había hecho que su acuerdo fuera absoluto.
El magistrado empezó a temblar. Como burócrata, sabía perfectamente que el Dios Sol solo concedía Su poder de arbitraje a los pastores, como mínimo; es decir, sacerdotes reconocidos como dignos de guiar a otros.
La realidad se impuso: Fidelio no era un insensato diciendo disparates. Era un ejemplo vivo de virtud, en una misión de justicia.
—«¡El draco se retuerce, se agita, se sacude sobre el río! ¡Oh, el horror! ¡Pues cada sacudida de sus escamas fangosas hace que los márgenes del río se derrumben; las cristalinas aguas se tornan oscuras mientras las conchas podridas de los peces devorados surcan el aire en una tormenta de pestilencia! ¡La abominable bestia nada sabe del esfuerzo del hombre: diques forjados durante generaciones, borrados en un instante!»
Narrada con un zumbido grave y ominoso de fondo, la descripción arrancó varios gritos aterrorizados de los niños en la multitud. Los adultos que les apretaban las manos probablemente venían de un pueblo ribereño. Como alguien nacido en una aldea de las llanuras, me costaba imaginar el miedo a una inundación catastrófica, pero para quienes habían vivido ese horror, la escena debía de ser escalofriante.
—«¡Pero un hombre se erige firme contra el amo de este río maldito! ¡Fidelio mira desde su colina; su brillante casco baja y su magnífica lanza se alza mientras ofrece la batalla a su dios! Con oración en la lengua, se lanza, atravesando la superficie del agua; ¡el barro oscuro hierve de inmediato, obligando a la vil criatura a elevarse al aire!»
Pensando racionalmente, uno podría preguntarse cómo demonios todo un río empezó a hervir instantáneamente, o cuestionar por qué el agua hirviendo siquiera podría molestar a un dragón de piel gruesa. Sin embargo, la incredulidad se suspendía fácilmente cuando entraban en juego los milagros divinos.
Para una deidad tan poderosa como el Dios Sol, hervir selectivamente una vasta masa de agua para infligir dolor a los injustos era completamente razonable. Esa era la fuerza de los cielos: el punto de un milagro residía en convertir lo imposible en posible.
Una vez que la serpiente fue forzada a salir del agua, Fidelio se enfrentó a ella en una batalla tan feroz que reconfiguró la tierra. El dragón mordió hacia él, tragándose la tierra con cada bocado; él lo apuñalaba una y otra vez con una lanza ardiente de calor solar.
La bestia sacudía su gigantesco cuerpo en todas direcciones, levantando una tormenta de rocas y golpeando con tal fuerza que sus escamas volaban por los aires. Sin embargo, no importaba cuántas veces lo derribaran, ni cuánta sangre derramara, Fidelio seguía blandiendo su lanza; cada gota roja se convertía en una gota ardiente de la furia del sol, y se levantaba con más firmeza que la primera luz de la mañana.
La trama era absorbente, pero lo que más me había cautivado era el estilo de lucha del hombre, alimentado por bendiciones que ni siquiera había oído mencionar. Por lo que pude entender, esto no era pura exageración para crear una historia emocionante; los detalles estaban demasiado desarrollados para eso. Sonaba más como si alguien hubiera presenciado la batalla de primera mano y luego se la hubiera contado al eventual autor.
Luz solar ardiente que solo quemaba el mal, curación autoinfligida rivalizando con el amanecer cíclico, y la capacidad de convertir la sangre derramada en un arma… Dicho en términos de juegos, era un monje de batalla maxeado con múltiples acciones; el tipo era un fenómeno.
Los monjes de batalla daban miedo, viejo. Podían manejar sus propios buffs y curaciones, todo mientras daban paliza a todo lo que se cruzara en su camino. Ni siquiera valía la pena preguntar qué los hacía fuertes: sus cerebros eran en promedio un 120% músculo de todos modos, así que la respuesta era que simplemente eran fuertes. Con armadura, estos maniáticos robustos podían recibir magia en la cara y deshacerse de ella, solo para arrollar a las primeras líneas enemigas como tanques ambulantes. Como si eso no fuera suficiente, se curaban a sí mismos y a sus aliados frágiles, todo mientras usaban sus acciones menores para limpiar debuffs.
Las builds como estas eran tan difíciles de matar en un combate justo que balancearlas en los juegos hacía que fuera imposible para los combatientes más débiles, pero si se iba demasiado fácil, se dejaba que toda la campaña fuera arrasada por una violencia sagrada indescriptible. Un monje de batalla optimizado al extremoera un terror para los Maestros del Juego por todas partes.
Por lo que pude entender, Fidelio era uno de ellos. Me ponía los pelos de punta solo pensar en lo que podría hacer con una línea de retaguardia fuerte, o incluso con una vanguardia que pudiera cubrir sus puntos ciegos.
El munchkin de datos en mi corazón estaba enamorado, pero, a decir verdad, no era para mí. No había trucos en su build: simplemente era brutalmente fuerte. Personalmente, yo estaba más interesado en construir algo inteligente; aunque no diría que me quejaría de tener un aliado como ese, por supuesto.
—Realmente hay personas asombrosas en el mundo. —Margit me susurró—. Y pensar que alguien podría cazar a un draco por su cuenta.
—Es cierto. —le respondí en voz baja—. Admiro a personas como él, pero ¿y tú? ¿Nunca piensas en ser tan fuerte?
—Tengo la intención de seguir siendo mortal, gracias. No planeo hacer nada tan extravagante.
La melodiosa historia continuó, detallando cómo la lucha de Fidelio duró medio día. Tras horas de combate, su lanza se rompió; desarmado, el héroe saltó a la boca del monstruo y le desgarró la mandíbula con sus manos desnudas para finalizar la batalla. Esta parte parecía una exageración… Esperemos que sí. ¿Alguien podría confirmar que lo fue?
Porque si no, Margit tenía razón: el hombre era categóricamente inhumano. Tan inhumano que apostaría a que podría enfrentarse a Lady Agripina.
Quiero decir, me había jurado a mí mismo que haría llorar a esa sinvergüenza, pero… ¿realmente podría ser tan roto? Podía imaginarme derrotando a un draco con un grupo competente y algo de estrategia inteligente, pero hacerlo yo solo y a puño limpio era demasiado.
—Además, —dijo Margit—, preferiría lograr algo los dos juntos que perfeccionar mis habilidades sola. ¿No es esa la razón por la que comenzamos juntos en primer lugar?
—Sí, tienes razón. Haremos grandes cosas; juntos.
Había un cierto romanticismo en conquistar pruebas por uno mismo, pero la razón por la que estábamos aquí en primer lugar era por la chica que me miraba desde mi regazo. No necesitábamos empujarnos más allá de los límites de la razón.
Lo mejor era dar un paso a la vez. Puede que haya «completado» una parte de mi build, pero todavía solo tenía una Escala IX en cada estadística y habilidad. Dejar que esta historia de un héroe absurdamente fuerte se me subiera a la cabeza seguro que sería una mala idea; me tomé un momento para calmar mis expectativas.
La prisa no crea más que desperdicios; el camino más corto se oculta en los desvíos.
—Pero sabes, —dije—, Yo sí que quiero cazar un verdadero dragón algún día.
—…No te dejaría ir solo si te pusieras a hacerlo, pero incluso yo tengo mis reservas sobre seguirte en una caza de dragones.
¿Tan malo sería? Vamos, quién no sueña alguna vez con matar un dragón, ¿verdad? En mi vida pasada, cazar dragones era tan común que los monstruos legendarios se habían reducido irónicamente a meros trabajos.
Incliné la cabeza, confundido por qué Margit parecía tan poco entusiasta; mientras tanto, el relato del juglar llegaba a su conclusión.
Con el terrible dragón muerto, el astuto Fidelio llevó su valioso cadáver no al magistrado, sino al vizconde a quien el magistrado juraba fidelidad. Allí, explicó el cruel destino que había caído sobre los ciudadanos del cantón y pidió que el vizconde los ayudara a reconstruir.
Las acciones del magistrado fueron una negligencia criminal absoluta, y su pacto divino le prohibía intervenir. Y aunque ir directamente al superior de un aristócrata era un error grave, las heroicidades del sacerdote eran demasiado grandes para ignorarlas.
Conmovido por la valentía de Fidelio, el vizconde aceptó todas las condiciones planteadas: el cantón disfrutaría de diez años de exención fiscal y recibiría ayuda para reconstruir sus diques. En cuanto al magistrado que había estado recolectando el sesenta por ciento de los productos de sus ciudadanos —la tasa más draconiana técnicamente permitida por la ley imperial— mientras estaba sentado sin hacer nada, fue despedido de inmediato.
Fidelio, por su parte, fue reconocido como un santo por sus esfuerzos, y todos vivieron felices para siempre. Mientras la historia llegaba a su fin, metí la mano en mi bolsillo para darle al músico una moneda de cobre con un solo pensamiento en la mente: espero que algún día canten canciones como esta sobre mí.
[1] El tonkatsu es un platillo japonés que consiste en una chuleta de cerdo empanizada y frita, crujiente por fuera y jugosa por dentro. Se sirve con arroz, repollo rallado y salsa tonkatsu, una mezcla agridulce similar a la Worcestershire. Es un clásico de la comida casera y restaurantes especializados.
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