Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo
Vol. 7 Final
Final
Dependiendo de cómo concluya una historia, los lazos que uno forjó —o fue obligado a forjar— pueden cambiar de forma. A veces, los Maestros del Juego borran amistades rotas de las fichas de personaje; en otras, el propio sistema puede codificar ese proceso por escrito. Aunque el amor y la paz se alcen como ideales supremos, la realidad de las relaciones es que algunas son irreparables.
Hoy supe esto: el rostro triunfante de un hombre que ha vencido la adversidad basta, incluso, para abatir a otro hombre.
—He vuelto a casa.
Una tarde de otoño, mientras el campo bullía con la cosecha del año, el Señor Fidelio regresó con un saco colgado del hombro. Su figura mostraba las huellas de una gran lucha: vendas cruzaban su cuerpo en zigzag y una gran gasa cubría su mejilla.
Y, sin embargo, el santo entró con la misma gentileza de siempre. Su sonrisa era la de un sacerdote en el confesionario: amable y llena de perdón.
—¡Querido! —Poco importaban los clientes; la señora dejó su bandeja sobre una mesa —que no se derramara nada hablaba de sus muchos años de experiencia— y, ágil, saltó la media puerta para lanzarse al pecho de su esposo—. ¡Llegas tarde! ¡Dijiste que estarías en casa para la cosecha!
—Lo siento, Shymar. Estábamos demasiado magullados como para hacer el viaje de regreso.
No había escuchado ni una pizca de preocupación en todo este tiempo, pero ahora, lágrimas humedecían los ojos de la señora, y un ronroneo de felicidad brotaba de su garganta. El héroe la abrazó fuerte, con suavidad, como solo puede hacerse con lo que más se ama en este mundo.
—Bienvenido a casa, señor.
—Nos alegra verlo de vuelta sano y salvo.
Margit y yo salimos de la cocina detrás de la señora y ofrecimos nuestros saludos.
—Gracias, —respondió él con una sonrisa despreocupada—. También me alegra verlos a ustedes.
La esposa se restregaba contra el pecho de su esposo con tal pasión que haría sonrojar a una pareja de recién casados; y él, en respuesta, deslizó una mano detrás de su espalda y usó la otra para rascarle la base de las orejas; al parecer, los bubastisianos no eran tan distintos a los gatos. Pero, mientras disfrutaba del abrazo, el hombre nos observaba con mirada inquisitiva.
—¿Ocurrió algo mientras estuve fuera?
Los aventureros legendarios eran otro nivel. No teníamos ni un rasguño, y aun así había notado que algo en nosotros había cambiado.
Sorprendido, bajé la mirada hacia Margit para preguntarle qué debíamos decir. Ella me devolvió la mirada con un encogimiento de hombros: dejaba la decisión en mis manos.
…Bueno, tampoco es que nuestra pequeña aventura fuera a impresionar a un héroe. Algo así ni siquiera merecería ser contado ante alguien como él.
—No, —dije—. Nada digno de mención.
—En efecto, —repitió Margit—. Nada digno de mención.
La nuestra no era una historia lo bastante grande como para quedar inscrita en una épica, ni lo bastante entretenida como para adornar una comedia. No quería arruinar ese regreso tan bonito con un relato tan tonto. Ambos pusimos las manos en la cintura fingiendo ignorancia de a qué se refería; pero nótese que no llegamos al encogimiento de hombros: eso habría sido un exceso sarcástico.
—…¿Ah, sí? Bueno, me alegra que no se hayan topado con nada grave. Por cierto, ¿les importaría encargarse del lugar un rato?
—¡Por supuesto! —respondimos. Podían desaparecer hasta la mañana siguiente si querían. Al fin y al cabo, solo dejábamos de ayudar en la posada cuando tomábamos trabajos que duraban varios días. Yo servía un té rojo perfectamente decente, y Margit era excelente con comidas ligeras; podíamos encargarnos de la taberna sin problema.
Si alguien necesitaba pagar por su estancia, el viejo dueño de la posada —que había bajado a ver cuál era el alboroto— podía encargarse de eso también. Tenía las orejas caídas y una expresión de exasperación que sugería que pensaba lo mismo que nosotros.
Con facilidad, el Señor Fidelio alzó a su esposa en brazos, en un porte de princesa que arrancó chillidos agudos de Margit y de nuestras clientas, y se dirigió a la puerta trasera… solo para detenerse en seco. Casi había olvidado sus planes para un banquete de celebración, y se volvió hacia mí con una petición.
—Ah, antes de que se me olvide. ¿Te importaría salir de compras más tarde? Consigue toda la carne que puedas, y un poco de buen licor. Solo pregunta en el lugar de siempre, ellos se encargarán.
—Sí, señor. ¿Puedo suponer que todos volvieron sanos y salvos?
—Sí. Todos son como pozos sin fondo, pero confío en ti. Honestamente, uno pensaría que tomarían las cosas con calma después de que uno de nosotros se acaba de recuperar de un tajo feo en el estómago, pero…
A pesar de sus quejas sobre sus compañeros, la sonrisa del aventurero delataba un final feliz. Su expresión era contagiosa, como si todo el viaje realmente hubiera valido cada segundo. Dudaba que alguien pudiera sonreír así si hubiese perdido a un amigo por el camino.
—Déjelo todo en nuestras manos. Por favor, tómese un respiro.
La verdad, quería escuchar su historia recién vivida de inmediato… pero no tenía el corazón para arruinar la alegría de la señora. El secreto para una larga vida era evitar muertes estúpidas, como caminar detrás de un caballo, y esta era una de esas situaciones.
Resultó que la señora también había estado preocupada. Le había oído decirle a Margit: «Estará bien. Una buena esposa puede vivir su propia vida con normalidad mientras su marido está fuera», pero claroque estaría preocupada. Aquí teníamos a un héroe que había matado dragones, que había derribado a una red criminal en una sola noche, dedicando todo un verano a una campaña. Por mucha fe que tuviera en él, la ansiedad siempre se colaba.
De hecho, probablemente fuera más aterrador para quienes mejor lo conocían. Podía repetirse que él estaría bien, pero esa pequeña duda siempre crecía en las grietas del corazón. Que pudiera dominarla y dejarlo marchar en primer lugar hablaba mucho de su temple… y de un amor lo bastante profundo como para vencer cualquier miedo.
—Ah… y, Erich.
—¿Sí?
—Planeo tomarme las cosas con calma por un tiempo, así que… ¿qué te parece si programamos un duelo algún día?
Un duelo… ¿¡Un duelo!? Tras un segundo de procesamiento mental, la pura emoción se apoderó de mi cerebro. ¡Voy a enfrentarme a un héroe de verdad! ¡No puedo ver el límite de su poder, ni siquiera con todo el entrenamiento que he hecho hasta ahora, y voy a luchar contra él!
—¡Sí, señor!
—Buena respuesta. Bien, les dejo la posada a ustedes.
La leyenda viviente se alejó en silencio, llevándose consigo los sollozos de «¡Amor mío!» de su querida esposa.
Cuando la pareja desapareció, un coro de suspiros inundó el suelo de la taberna. Todos, clientes y personal por igual, compartíamos la misma profunda gratitud por la ternura que acabábamos de presenciar.
—Magnífico. El regreso al hogar siempre es la escena más hermosa. Esto es lo que hace brillar a una historia.
Uno de nuestros clientes habituales —un hombre prácticamente sepultado en ropa llamativa— tomó un sorbo de té y pontificó para sí mismo. Era un trovador que deambulaba por las tierras cercanas a Ende Erde, y su reputación le precedía, especialmente por aquí. Alquilaba una de las mejores suites del Gatito Dormilón con un contrato anual, y al parecer escribía todo aquí. Virtuoso de la lira de seis cuerdas —básicamente una guitarra— incluso lo habían convocado para actuar en el palacio imperial; pero quizás era más conocido por su saga El Santo Viene .
Frizcop: No puedo evitar recordar a El Sangre de Dragón Viene.
Así es: escribía sobre el señor Fidelio.
El santo titular de la historia solía referirse a él como «el plumilla de feria» o «el poeta de pega» por sus «exageraciones y nociones románticas», pero cualquiera podía notar que esas burlas se hacían con un tono amistoso.
Aunque su relación quizás comenzó por la búsqueda de material del cantor, cualquier aventurero sentiría envidia. Al fin y al cabo, el poeta siempre ha sido el mayor admirador del aventurero. ¿Cómo, si no, podrían cantar con tanto corazón, inspirando a generaciones y generaciones a aprender los mismos cuentos que ellos tanto aman?
—El héroe vuelve a casa, su sonrisa como cualquier otra; sus heridas no son alardeadas, su triunfo no más que faena… Hmm, tal vez demasiado florido. ¿Quizá algo más simple?
—Ja, ya empezó otra vez.
—¡Trata de no pasarte esta vez! No queremos verte recibiendo otro codazo en las costillas.
Suave pero sonora, la voz de barítono del hombre se proyectaba bien por la sala. Sacar su libreta de notas y comenzar a cantar animó a algunos de los otros habituales a participar con alegría. Tal vez era precisamente la presencia de este poeta, y la expectativa de escuchar un nuevo romance en pañales, lo que llevaba a muchos de nuestros huéspedes a pasar las tardes relajándose en una posada de una ciudad donde ya vivían.
Esta era, sin duda, su manera de retribuirle a su protagonista. En vez de publicitar a gritos el nombre del Gatito Dormilón, venía en persona a atraer a un público más pequeño y exigente.
Ojalá algún día los poetas canten sobremí . Puede que desde que llegué no haya logrado nada digno de ser escrito, pero recuerden mis palabras: algún día lo haré.
—Una relación como la suya sería tan hermosa…
Sorprendentemente, el comentario vino de Margit, que soltó un suspiro afectado, con las mejillas apoyadas en las manos. Su mirada encantada apuntaba hacia el fondo, donde la pareja seguramente estaría reafirmando su amor tras el tiempo separados.
—¿Qué pasa? No es de buena educación mirar así, ¿sabes?
—¿Eh? Ah, eh, perdón. Es solo que… siempre pensé que estarías a mi lado, así que…
Por vergonzoso que sea, la verdad es que dejaba que Margit me malcriara. La única razón por la que podía llevarme con tanta confianza era porque siempre estaba seguro de que no habría sorpresas; solo podía avanzar porque sabía que ella me cubría la espalda. Así que jamás me imaginé que la idea de esperar el regreso de alguien le resultara tan conmovedora.
—Debes saber que soy toda una doncella. Exhalar mi último aliento junto a mi elegido suena encantador, pero también lo es remover una olla mientras espero su regreso a casa. —Con tono juguetón, añadió—: Quizás eso sea un poco difícil de entender para un chico.
No supe cómo defenderme en ese momento, así que intenté imaginarlo: yo marchaba al peligro. Margit no iba tras de mí, pero aunque tuviera que retroceder, ella me estaría esperando en casa.
No sonaba mal. Todos necesitaban un lugar al que llamar hogar, un sitio donde realmente pudieran descansar sin miedo. Llegar a tener la certeza de que ese hogar jamás desaparecería era una forma de volverse más fuerte, y no podía negar lo seguro que me haría sentir si Margit fuera quien lo cuidara. Ella era de las que lograban todo lo que se proponían, sin dejar espacio para la preocupación. Aunque su especie de aracne no construía nidos, no me cabía duda de que podría crear uno muy acogedor.
—¿Y bien? ¿Qué opinas de mí en modo hogareño?
Pensé un momento y dije:
—Sería lindo. Lindo, pero…
—¿Pero…? —entonó con una pícara inclinación de cabeza.
Aquí tenía yo otra prueba más de que había nacido sin capacidad de resistirme a ella. Si alguna vez empezaba a disfrutar dejar que hiciera lo que quisiera conmigo, estaría perdido.
—Pero seguro que mi espalda se sentiría muy fría.
Levanté los brazos en rendición y solté la verdad. A cambio, escuché una risita. No se oyó el sonido de una bandeja siendo colocada ni el aleteo de un delantal antes de que sintiera un calor tenue en mi espalda.
Más acogedora que cualquier capa, esta compañera mía era un tesoro más valioso que el hogar más resistente. Su calor bastaba para convertir la hierba en cama y las piedras en almohadas; con ella, podía enfrentar tormentas de flechas y remolinos de espadas.
—Entonces me aseguraré de mantenerte abrigado. Por muy cautivadora que suene la idea, estoy segura de que me aburriría de la cocina en dos días.
—¿No quieres decir medio día?
—¿Oh? Deberías saber que no es sabio llamar impaciente a una cazadora.
Su mano se deslizó hacia adelante para pellizcarme la mejilla, y yo no opuse resistencia.
Ah, esto es tan divertido. Las aventuras eran geniales, pero la tranquilidad del día a día también era maravillosa.
Pero si pudiera tenerlo a mi manera… la próxima vez será una campaña digna de un romance , pensé mientras escuchaba al juglar cantar. Su voz reverberaba en la tarde, y lo único que podía imaginar era qué clase de gran historia habría vivido el Señor Fidelio… pero eso tendría que esperar.
Porque el héroe no regresaría a contárnosla hasta que, al mediodía del día siguiente, él y su esposa bajaran las escaleras, aún algo avergonzados.
[Consejos] Los trovadores son guardianes de historias que difunden
relatos a través del canto y los instrumentos. Sus melodías se
transmiten con orgullo para mantener vivas las gestas antiguas: en
ese sentido, pueden considerarse tanto el primer admirador como el
último compañero de un aventurero.
¿Quieres discutir de esta novela u otras, o simplemente estar al día? ¡Entra a nuestro Discord!
Gente, si les gusta esta novela y quieren apoyar el tiempo y esfuerzo que hay detrás, consideren apoyarme donando a través de la plataforma Ko-fi o Paypal.
0 Comentarios