Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 8 Finales de Otoño del Decimosexto Año Parte 5

Siegfried prefería la espada, ya que era el arma predilecta de su heroico tocayo. Tras incontables aventuras y fieles camaradas a su lado, el Siegfried original acabó enfrentándose al devorador de cadáveres, el bebedor de sangre, el asqueroso dragón Fafnir. Para dar muerte a tal bestia, Siegfried obtuvo Azote de Viento, una espada mística y tesoro sagrado. El joven aventurero quedaba completamente maravillado ante cómo esa hoja podía cortar todo el mal que se interponía en el camino del gran héroe.

Sin embargo, últimamente Siegfried había empezado a pensar que la espada no era el arma más adecuada para él.

—¡Hrah!

La punta de lanza ensangrentada que venía hacia él brillaba bajo el sol del mediodía.

—¡Maldición!

El objetivo era su abdomen inferior. La cintura era un punto vulnerable a un ataque frontal bien dirigido; incluso con la protección de una armadura, la más mínima abertura podía ser usada para alcanzar la carne blanda que había debajo.

Esto era algo que había aprendido entrenando con la Guardia: un estocada casi siempre iba dirigida al estómago, así que había que girar el cuerpo para esquivarla. Ese conocimiento, junto con su entrenamiento, le salvó la vida a Siegfried en ese momento.

Golpeó la lanza que se dirigía a él y logró desviarla antes de que lo alcanzara. Su contraataque dio en el blanco, pero el chasquido que resonó y el dolor que recorrió su brazo le dijeron que la lanza no se había roto. El arma del enemigo no tenía un núcleo de hierro sólido, pero Siegfried no había logrado partirla. Estaba tan concentrado en salvar su pellejo que no había podido golpear en el ángulo correcto.

Siegfried se reprendió a sí mismo. Su esgrima no se comparaba en absoluto con el desempeño que Ricitos de Oro había mostrado durante sus entrenamientos.

Quejarse de que la Guardia no obligaba a sus reclutas a realizar combates reales o de que no le enseñaron lo suficiente sobre el manejo de la espada no se le había pasado por la cabeza esa misma mañana, pero en un combate real, quedaba claro que su experiencia con la espada era insuficiente. Por supuesto, la espada no tenía la culpa. Incluso esta hoja común y corriente era mucho mejor que la anterior, un trozo de acero tan mellado y desgastado que habría servido mejor para cortar leña.

¡El que no es lo bastante bueno soy yo!

Siegfried apretó los dientes y obligó a su cuerpo a moverse como le habían entrenado. Siguió con el impulso de su tajo y giró la espada para sujetar la hoja con su mano izquierda enguantada, adoptando una postura de «media espada». Su enemigo se encontraba aturdido tras ver su ataque desviado, así que Siegfried se lanzó directamente contra él.

Esta era la mayor debilidad de las lanzas. Podían estocar, barrer o golpear desde una distancia segura, pero requerían un control preciso de su peso y equilibrio. Si el usuario era tomado por sorpresa y su arma era desviada, recuperarse podía tomar unos preciosos segundos.

Mientras su enemigo se tambaleaba sin poder reaccionar, Siegfried se lanzó sobre él con suficiente fuerza como para que ambos cayeran al suelo rodando.

Esto no lo había aprendido con la Guardia. Esto lo había aprendido de Ricitos de Oro en una sesión de entrenamiento uno a uno.

El bandido enemigo estaba sorprendentemente bien protegido de pies a cabeza. Llevaba una coraza resistente, ropa acolchada, un casco y protectores para las piernas. Aunque ninguna de sus piezas de armadura era especialmente robusta, haría falta un guerrero hábil para cortar hasta alcanzar la carne.

Por eso mismo, Siegfried había optado por el método de la fuerza bruta. El bandido aún necesitaba ver , y su casco, en concesión a esa necesidad fundamental, tenía una abertura bastante amplia justo en el centro. Lanzándose al frente, Siegfried puso toda su fuerza en clavarle la espada en la cara.

—Bweh…

Lo que salió de la boca del pobre infeliz no fue un grito de dolor; más bien, la estocada de Siegfried le había sacado todo el aire de los pulmones. Mientras el bandido soltaba la lanza y se desplomaba en el suelo, el joven aventurero no dudó en hundirle la espada en las partes bajas expuestas.

—¡¿Gweep?!

Esta vez sí soltó un alarido. Y no era para menos: al fin y al cabo, sus joyas de la corona y los muchos vasos sanguíneos que las alimentaban habían sido separados limpiamente.

El espacio entre las piernas era otro punto garantizado de debilidad en una armadura. Mientras el hombre caía al suelo, Siegfried remató con un golpe letal. Las historias de la Conquista del Este, contadas por los veteranos de Illfurth, debieron haberse asentado en su corazón, pues sus ecos estaban presentes en su estilo de lucha.

Vamos, viejo… ¡Esto no es fácil de soportar! ¡Qué difícil equilibrio!

Siegfried, sin estar en posición de descansar en sus laureles, igualmente decidió enfundar a su relativamente nueva compañera y sopesar la larga lanza del hombre muerto. Hizo un rápido y fluido ensayo de estocada… directamente a la parte posterior del cráneo de un bandido que estaba a punto de abatir a un inocente comerciante.

Ese fue un sonido satisfactorio: el pesado crujido del hierro cediendo ante el acero.

Las lanzas eran famosas por su capacidad de perforación, pero había momentos en que el extremo romo era la mejor opción, especialmente cuando la punta no podía golpear con precisión. Un casco hace lo que puede, pero un golpe firme con el extremo contundente de una lanza puede provocar una buena conmoción. Tal vez no tenga el poder para matar, pero sí suficiente fuerza para neutralizar por un instante.

Mientras el bandido caía de rodillas, Siegfried no perdió tiempo y le clavó la lanza en la cintura expuesta.

—¡Urgh…!

El gemido habitual brotó cuando la lanza dio en el blanco. Siegfried sintió el empuje de la cota de malla bajo la armadura de tela, pero aun así la lanza desgarró el interior del hombre antes de que la extrajera.

Su segunda muerte del día.

—¡De… Dee!

—¡Oye, Kaya! ¡Vuelve al carruaje! ¡Escóndete antes de que una flecha perdida te encuentre!

La victoria personal de Siegfried era bastante impresionante, pero lo que lo rodeaba era un desastre absoluto.

Tres andanadas de flechas indiscriminadas habían llegado desde las colinas. Si la magnitud del ataque ya bastaba para sembrar el caos entre los guardaespaldas que pensaban que sería una labor sencilla gracias a la fuerza en números, el asalto que vino después selló el destino de todos.

Nadie alrededor de Siegfried tenía ya ganas de luchar. Estaban siendo arrasados por una muralla de treinta bandidos enemigos. Siegfried no luchaba por estar en una posición estratégica contra sus enemigos, sino porque la pura suerte había hecho que saliera completamente ileso.

Eso, y porque ahora sabía cuán fácil era que alguien muriera.

—¡Rode’nlo! ¡No e’ un completo inútil, mantengan la guardia alta!

—¡Gah, ja, ja! ¡Podí mearte encima e ir corriendo con la mami si querí, mocoso apestoso!

—¡Sí, tu’spalda solo no’ da un blanco más grande!

Los bandidos al principio habían atacado al primer objetivo que tuvieran cerca, pero a medida que se reducía el número de personas en la caravana, todos se fueron acercando a Siegfried.

No eran suficientes para formar una muralla de lanzas, pero tres lanzas contra uno seguían siendo malas probabilidades. Además, estos bastardos asquerosos tenían experiencia trabajando en equipo. Siegfried notó que no atacarían todos al mismo tiempo; coordinarían sus estocadas para asegurar un golpe letal. El primer ataque podía bloquearse o esquivarse, pero las otras dos lanzas se mantendrían listas para atravesarlo en cuanto dejara de moverse.

Había dos formas de salir de ese infierno de lanzas: el método de fuerza bruta, donde se desviaban múltiples ataques de un solo golpe, o el método de pies ligeros, donde se esquivaba bailando entre los ataques.

Siegfried sabía que si se excedía moriría, así que aferró su lanza y se preparó para defenderse. Golpeó la lanza del hombre del centro, haciendo que chocara con la del bandido a su izquierda, y se preparó para recibir la que venía de la derecha. Esta se deslizó por su guantelete; si Kaya no hubiera ajustado el largo de la protección, el golpe habría sido insoportable.

Y así, obtuvo un breve momento para respirar.

Pero sus enemigos aún estaban allí. Había sobrevivido un instante más, pero…

—¡GROAAAAAR!

De repente, un grito de guerra ensordecedor —tan fuerte que Siegfried sintió el impulso de soltar su arma y cubrirse los oídos— retumbó en el campo de batalla. Los bandidos también se congelaron por un instante, preocupados de que se les hubieran reventado los tímpanos… antes de ser reducidos a picadillo en el segundo siguiente.

Un enorme hacha de guerra giró por el aire como un tornado, arrojando por los aires a los lanceros bandidos.

—¡Mantengan la calma y reagrúpense a mi alrededor! ¡Los que no puedan pelear, huyan a un lugar seguro!

Siegfried solo había logrado extender su vida unos segundos, pero eso bastó para salvarla; Gattie y su grupo habían llegado al oír el sonido del combate.

El valeroso nemea había acudido en ayuda del joven aventurero que le había pedido un apretón de manos un rato antes. Mientras soltaba otro grito de guerra, su hacha se liberó del montón de carne fétida que antes fuera un bandido y volvió volando a su mano.

El encantamiento del hacha la vinculaba al brazalete en la muñeca de Gattie, de modo que acudía a su llamada como si fuera parte de él.

Por supuesto, quien la encantó no había logrado convertirla en una máquina de matar a control remoto; simplemente respondía al tirón irresistible del gran poder del nemea. Aun así, volvía con gracia a su enorme mano.

En el siguiente instante, un estruendo como si la tierra misma se rompiera sacudió el cielo. Con enormes garras al descubierto, Gattie cruzó el campo de batalla como un rayo, mostrando una auténtica destreza leonina, y se lanzó directo al fragor.

—¡¿Eep?!

—¡Criatura frágil!

La lanza del bandido, alzada en una débil defensa, se hizo añicos bajo el hachazo del nemea, cuyo impulso siguió hasta golpear el casco del pobre diablo, luego atravesó su hombrera y terminó destrozándole el pecho.

El asalto unilateral de los bandidos se volvió completamente en su contra cuando Gattie y su grupo los destrozaron. El grito de guerra de Gattie había sembrado el miedo en sus corazones y entorpecido sus movimientos.

Las estocadas de lanza, entrenadas hasta alcanzar un nivel letal, se volvieron inútiles: sus puntas eran incapaces de penetrar la carne, y luego venía el golpe de regreso del hacha de batalla, acabando con vida tras vida con total facilidad.

Un solo golpe bastaba para enviar a cada bandido directo a la tumba, sin importar sus armas o compañía —incluso el imponente calistiano que comandaba la retaguardia, empuñando un pesado martillo de guerra, fue abatido en cuestión de segundos. El golpe final no tardó en llegar.

—Diablos… Es increíble.

—¡Tengan agallas, bolsas de carne!

El murmullo de Siegfried y el grito de Gattie no podían ser más distintos. Siegfried estaba en completo shock al ver a una leyenda viva; Gattie, en cambio, se lamentaba por la vergonzosa falta de desafío.

Quizás los aliados de los bandidos habían entendido, por los gritos y lamentos, que sus compañeros habían sido casi aniquilados. Otra andanada de flechas cayó, pero Gattie no se preocupó: simplemente alzó el enorme cadáver del calistiano y lo usó como escudo.

—Entonces… así es como lucha un verdadero héroe… —Siegfried, que había corrido a esconderse bajo un carruaje previendo la lluvia de muerte, sintió cómo su miedo se transformaba en admiración.

Es fuerte. Maldita sea, es muy fuerte.

Una llama se encendió en el corazón de Siegfried. Se sintió alentado: ¡Si él está aquí, voy a sobrevivir! Pero más allá de eso, deseó algún día ser como él. No… más que un deseo, se hizo la promesa de volverse así de fuerte.

Cuando cesó la andanada, Siegfried salió de debajo del carruaje.

Tal vez cinco rondas de flechas habían sido suficientes, o quizá simplemente se habían cansado, porque los arqueros en la colina no volvieron a atacar.

—Les falta algo… Hay algo raro. No son las cifras que uno esperaría para atacar una caravana de este tamaño.

Murmuró Gattie mientras arrojaba al suelo el cadáver del calistiano convertido en colador. Sus cinco concubinas, que ya casi habían terminado de eliminar al resto de los soldados de a pie, asintieron.

Sus números, su equipamiento y su habilidad estaban muy por encima de los bandidos comunes del camino, pero definitivamente no era el nivel que uno esperaría de un grupo que se atreviera a atacar una caravana tan grande.

—Lo que significa que el verdadero objetivo está más adelante, ¿eh…?

Justo cuando Gattie organizaba sus pensamientos, Ricitos de Oro irrumpió en la escena, gritando a todo pulmón:

—¡Detengan la caravana! ¡Hay una trampa al…! ¿frente…?

Quizás fue porque había cabalgado a toda velocidad gritando sin parar, pero su voz se apagó tan pronto como vio los charcos de sangre por todos lados. Casi parecía decepcionado de que la batalla ya hubiese terminado.

—¡Ajá, el chico guardaespaldas del otro convoy! Dime, ¿qué hay más adelante?

—¡Sí, señor! ¡Es una trampa mortal! Hay infantería y caballería escondidas en las colinas, ¡y el camino está bloqueado con abatíes y más soldados a pie!

—Hmm, entonces el mejor curso de acción sería dar la vuelta…

—¡Ya he alertado al caballero a cargo de su escuadrón y está dando la orden!

—Efectivamente. No, espera un segundo, chico. —Gattie alzó una mano para detener a Erich mientras acariciaba su melena con la otra, sumido en sus pensamientos.

Si damos la vuelta ahora , pensó, el enemigo sabrá de inmediato que las fuerzas enviadas para detenernos aquí han sido derrotadas. Después de todo, si no llegamos, asumirán naturalmente que fracasaron. Y no solo eso: probablemente los arqueros en la colina ya estén corriendo para informarle a su jefe que la emboscada falló.

Si intentamos retroceder aquí —ralentizados por nuestras bajas y heridos— nos harán trizas. No pasará más de diez minutos antes de que noten que algo anda mal, o que sus aliados les entreguen el informe.

En ese caso, escapar a salvo con los heridos y los cadáveres será imposible, y aunque abandonáramos a algunos, no cambiaría mucho la situación. Para colmo, espero que su caballería venga a embestirnos. Solo ganarían tiempo para que su infantería acorte distancia mientras nosotros lo perdemos.

Y además, esto no es una épica de guerra. No podemos dejar a un par de docenas de nuestros más valientes atrás para contener a los perseguidores mientras el convoy escapa a la seguridad. No es una opción viable.

Gattie no podía justificar sacrificar a tantos; tres libras por un trabajo hecho no valían esa pérdida. Si se tratara de un grupo mercenario de verdad, contratado específicamente para aplastar a este enemigo, podrían justificar atrincherarse aquí para ganar tiempo, pero todos aquí eran voluntarios que intentaban ganarse la vida.

—Muy bien. Solo tenemos una opción: ¡avanzar y aplastarlos a todos!

—¡Espere, Señor Gattie! ¡Vi su estandarte; lleva un escudo y dos güivernos!

—¿Ojó?

Siegfried solo pudo inclinar la cabeza con confusión ante esa descripción, pero parecía que Gattie entendía perfectamente a qué se refería Ricitos de Oro.

No cabía duda alguna: el blasón del Barón Jotzheim, inmortalizado como símbolo mismo de la traición, era una bandera que nadie se atrevería a usar para sus propios fines. ¿Quién se atrevería a invocar tal infamia? ¿Quién arriesgaría la ira del propio Jonas, quien ya había masacrado a tantos por atreverse a estafar o saquear en su nombre?

Jonas veía a todos los demás como simple presa. Si no fuera así, no habría reunido un ejército de ese tamaño ni tendría el descaro de atacar convoyes cargados con los impuestos territoriales asegurados para el Imperio.

—Así que nuestro enemigo hoy es el Caballero Infernal, ¿eh? Entonces tenemos aún más razón para no huir. Sus hombres ya han matado a demasiados de los nuestros, y sus manos están manchadas con la sangre de incontables otros. Debe rendir cuentas.

—…¿Vamos a formar una unidad de asalto?

—¡Bingo! ¡Reuniremos aquí a todos los que aún puedan moverse! ¿Contra cuántos estamos?

—¡Calculo que unos ciento cincuenta! No será una pelea fácil; tienen ventaja en el terreno, y todavía hay más arqueros escondidos en las colinas.

—Tenemos algunos con escudos, pero dudo que podamos contar con una formación de escudo.

La formación de escudo, también conocida como testudo o formación tortuga, consiste en reunir a muchos soldados para formar un muro literal con sus escudos y así proteger a la unidad de las flechas enemigas. Debido a su menor movilidad y al tiempo que tomaba armarla, el Imperio Trialista de Rhine prefería la formación de lanzas por sobre su contraparte escudada, lo que llevó a que cayera en desuso en el ámbito militar oficial. No obstante, aún era utilizada por pequeños grupos, como los equipos de aventureros que querían proteger sus flancos mientras avanzaban en ofensiva.

Obviamente, un solo escudo no era suficiente para proteger todo el cuerpo, pero crear un entramado de escudos y marchar en sincronía era demasiado difícil para una unidad improvisada. A menos que todos estuvieran perfectamente coordinados, la formación se desarmaría rápidamente. En ese caso, casi era preferible simplemente lanzarse al combate cuerpo a cuerpo.

—¡Di-disculpen! —alzó la voz Siegfried, tembloroso—. Mi-mi amiga Kaya… ella puede usar magia.

—¡O-oh! Sí, tengo magia que puede… bloquear flechas.

—¿Ah, sí?

Kaya era una maga, claro, pero su especialidad no era precisamente alterar la realidad a voluntad. Para compensar eso, había trabajado arduamente en perfeccionar pociones que pudieran replicar y mantener efectos mágicos. Había visto a su amigo —y ahora aventurero— despertar sobresaltado de pesadillas demasiadas veces como para no querer ampliar su repertorio hacia pociones de combate también.

Cuando le confesó sus preocupaciones a Erich, el aventurero rubio le dio algunos consejos; recetas que brillaban en el campo de batalla y cómo utilizarlas mejor. Le dedicó una sonrisa caballerosa mientras le explicaba los detalles de esas tétricas mezclas, y Kaya aceptó su ayuda sin arrepentimientos ni dudas. Habría hecho cualquier cosa por salvar a la única persona en el mundo con la que deseaba estar para siempre.

—Esta poción desvía las flechas. Basta con aplicársela, y cualquier flecha disparada con malas intenciones errará su blanco.

—¿No utiliza viento, eh?

Gattie se sorprendió por el mecanismo de la poción. Había estado en muchos campos de batalla con magos entre sus filas luchando en primera línea; creía haber visto todos los trucos posibles en cuanto a encantar proyectiles aliados o desviar los enemigos. Esos hechizos siempre manipulaban indirectamente la trayectoria a través del control del aire; esto era completamente diferente. Dudaba que siquiera los magos más veteranos hubieran pensado en crear algo así.

—Contiene insectos escamosos, parásitos que viven en las entrañas de ciervos y un poco de óxido, y el proceso de preparación utiliza una gran cantidad de vapor. Al emplear componentes que las flechas «detestan», puede formar una barrera contra ellas.

Había una razón por la que Ricitos de Oro le había dado ese consejo.

En realidad, fue culpa de Kaya. Por la fragancia —bueno, los magus lo llaman ondas de maná— del humectante que Ricitos de Oro se había aplicado para evitar que la fogata le secara la piel, Kaya dedujo que él tenía aptitudes mágicas.

Y así, lo que empezó como una charla trivial para pasar la larga noche terminó llenándola de ideas sobre cómo ayudar a Siegfried. Erich le había hablado en detalle sobre un códice polemúrgico que «pagó caro» por leer (no dio detalles, pero por cómo jugueteaba nerviosamente con su camisa, estaba claro que escondía algún trauma profundo), lleno de conjuros a la vanguardia de la innovación mágica.

Ricitos de Oro mostró una sonrisa enigmática mientras se llevaba un dedo a los labios tras compartir aquella valiosa información. «Sabes lo que pasará si lo cuentas, ¿cierto?» —parecía decir. A Kaya no le importó. Estaba feliz de llevar al límite su destreza con las pociones, algo que siempre había despreciado de sí misma.

Aunque Kaya no podía ejecutar hechizos complejos directamente en medio del caos del combate, con pociones tenía todo el tiempo del mundo para asegurar una ejecución perfecta. El precio eran pagos iniciales de tiempo, catalizadores y un breve «lapso metabólico» entre su aplicación y su efecto, pero con suficiente preparación, funcionaban admirablemente.

Y así, ella preparó. Y preparó, y preparó, y preparó.

—¿Son de verdad?

—Gattie, siento una magia poderosa en ellas. Puedes confiar en ella, —dijo una de las concubinas con afinidad mágica de Gattie, evaluando de cerca el frasco de la joven herborista.

—¿Cuánto duran?

—Treinta minutos.

—¿Qué radio de efecto?

—Todos los que hayan sido rociados.

Gattie soltó un silbido; no sonó en absoluto como el de un ser humano. El mensaje era claro: solo quedaba una cosa por hacer.

—¡Pónganse en marcha! ¡Tenemos poco tiempo! ¡¡Armas en mano!!

Iba a llevar la batalla hasta el enemigo y decidir las cosas allí mismo. Gattie limpió las vísceras de su hacha de guerra justo cuando Erich se le acercaba, viendo al nemea encendido en furor.

—Dudo que el caballero al mando esté muy contento con esto.

—¡Puede hacer lo que quiera! Necesitaremos gente que cuide a los heridos y cargue a los muertos. ¡Si sus tropas no pueden pelear, que al menos se hagan útiles de otra forma!

Puede que aquel caballero fuera un cobarde hecho un manojo de nervios, pero Ricitos de Oro no pudo evitar asombrarse del descaro del nemea. Se apresuró hacia el centro de la caravana para informar a la persona que, al menos sobre el papel, estaba a cargo.

—¡Ahora, todos juntos, pongámonos en marcha! ¡¡Hoy haremos justicia!! ¡¡La sangre será pagada con sangre!!

—¡¡¡Raaah!!!

Ante el discurso de Gattie, toda la caravana estalló en vítores. Aquellos que estaban listos para luchar tomaron las armas de sus compañeros caídos y de los enemigos muertos, y se apostaron tras Gattie.

Por supuesto, Siegfried estaba entre ellos. Quería ser parte de aquella historia. No le importaba no ser nombrado; al menos no en esa. Lo único que deseaba era que su valor lo acompañara hasta el final, y poder presenciar una batalla honorable sin salir corriendo a casa.


[Consejos] La magia para desviar flechas es más popular que la magia ofensiva, y se asemeja a un ritual previo a la batalla. Otorga una ventaja táctica a las tropas terrestres al neutralizar su vulnerabilidad ante ataques a distancia.

La mayoría de las formas de esta magia funcionan manipulando corrientes de aire para formar una barrera protectora, pero las fórmulas creadas por los magus del Colegio Imperial están varios peldaños por encima.


Puede que palidezca un poco en comparación con las escenas de miles de flechas lloviendo que uno ve en la pantalla grande, pero incluso una andanada de unas pocas docenas era un espectáculo digno de ver en pleno vuelo. Y más aún verlas titilar como velas al viento mientras todas se desviaban, al mismo tiempo, hacia direcciones completamente distintas.

—¡Uoooh!

—¡Increíble!

—¡Podemos lograrlo! ¡Sí, podemos LOGRARLO!

Nuestro ejército improvisado estaba formado por valientes aventureros y trabajadores de la caravana que habían tomado cualquier arma y equipo disponible, y nuestro número llegaba a poco más de setenta personas.

Mientras avanzábamos por el angosto paso, no avistamos infantería enemiga. Éramos un grupo heterogéneo, así que nuestra reacción ante este golpe de suerte era más que comprensible.

—Vaya, sí que es impresionante. Puede que un estudiante del Colegio haya escrito la receta, claro, pero dudo que haya muchos capaces de usarla para crear algo tan efectivo.

Desde lo alto de Cástor, no pude evitar murmurar para mí mismo. Kaya tenía talento, sin duda. Tal vez tuviera dificultades para lanzar conjuros ofensivos o de curación usando un báculo, especialmente en el fragor de la batalla, pero si se daban las condiciones adecuadas, era una fuerza capaz de abrirse paso incluso entre un muro de demonios.

Claro, esa poción para desviar flechas requería una inversión considerable de tiempo y recursos, y la barrera conceptual no defendía más que de flechas, pero dudaba que muchos pudieran crear algo tan potente. Era como recibir poder a cambio de un juramento: si era para un blanco específico, podía golpear muy por encima de su categoría. Siegfried tenía una suerte increíble de tener a alguien como Kaya a su lado. Sus talentos alquímicos estaban a la altura de la inigualable capacidad de exploración de mi compañera… esos dos eran verdaderos regalos de los dioses.

Gracias a Kaya, habíamos ganado cinco minutos valiosísimos.

Las fuerzas de Jonas estaban al acecho, confiadas en que ganarían, cuando de repente nuestro grupo emergió ileso de la lluvia de flechas, listo para causar estragos. Su moral, sostenida únicamente por el miedo a su líder, se desplomó en el instante en que se vieron frente a una amenaza real.

En estas circunstancias, la infantería era blanco fácil. Ahora que su preciado apoyo a distancia había sido neutralizado, no podían hacer más que prepararse para lo peor. Solo quedaba que ambos bandos chocaran en una guerra total. A menos que…

—¡Jonas Baltlinden! ¡Sal de tu agujero, gusano !

Al anunciar un combate uno a uno contra su líder, podíamos aplastar su moral de un solo golpe.

Por los estándares rhinianos del derecho militar, desafiar a un general enemigo a un combate singular era un enfoque ridículamente primitivo. Pero nosotros no éramos un ejército: éramos aventureros . Entre los nuestros, aún prevalecía una ética propia de la era de la Guerra Genpei.

Ya fueras un aventurero legítimo o un bandido descarado, tu modo de vida dependía del poder de tu nombre. Una simple victoria o derrota podía cambiarlo todo para tu reputación. Y si eras alguien que gobernaba a sus tropas con miedo, si alguien se burlaba de ti con una frase que no repetirías ni frente a tu madre —ya sabes, esas cosas sobre el tamaño de lo que llevas entre las piernas, burlas a tus ancestros, bla bla bla—, entonces no podías dejar que esa persona se saliera con la suya, ¿verdad?

Por supuesto, siempre estaba la opción de hacerse el digno y castigar más tarde, pero eso no funcionaría. Hablábamos de un hombre que había asesinado a su antiguo señor —el mismo que lo había armado caballero — y luego masacrado a toda su familia, todo por una simple disputa. Jonas era una bomba humana, esperando la más mínima chispa para estallar. No había forma de que soportara los comentarios de Gattie en silencio.

—¿¡Quién te puto crees que eres, gato callejero engreído?! ¿Un basurero sobrealimentado como tú, haciéndose pasar por guerrero? ¡Vuelve a perseguir ratas!

Ahh, caíste redondito. Como pez que muerde el anzuelo sin dudar.

Pero algo andaba mal.

—Erich…

—Sí, lo sé, Margit.

Se decía que no existía ser más volátil en el mundo que un mensch; nadie más oscilaba con tanta facilidad entre la fama y la infamia. Incluso desde lejos podía notar que Jonas —cargando a toda velocidad sobre su caballo castaño sin domar, el doble del tamaño de Cástor— poseía una fuerza descomunal.

Medía más de dos metros, y su cuerpo imponente estaba cubierto por una armadura de placas hecha a medida que lo hacía completamente impenetrable. No tenía adornos, salvo por estar pintada de un negro profundo y rico, cuyos tonos apagados evocaban toda la sangre derramada bajo el poder de su martillo de guerra.

Había dejado la visera abierta; su rostro mostraba una expresión monstruosa. Pómulos prominentes, mejillas hundidas, ojos pequeños y hundidos, una barba salvaje; era el retrato del villano clásico. En Konigstuhl, uno de los pesares recurrentes de Sir Lambert era que su rostro hacía llorar a los niños; y sin embargo, aquí estaba un hombre cuya única buena acción en este mundo era hacer que mi viejo mentor pareciera entrañable en comparación.

Y además, tenía la fuerza física para respaldarlo. No exagero.

A pesar de su estatura colosal y la pesada armadura, se movía con una ligereza casi imposible; incluso en su estado, podía montar su caballo sin ayuda. Y luego estaba su gigantesco martillo de guerra. Era de un tamaño ridículo, y aun así lo llevaba al hombro sin mostrar el más mínimo esfuerzo.

¡Dioses del cielo, ¿por qué le dieron tanto poder a un bastardo tan retorcido?! ¡Eh! ¡Estoy hablando contigo, Dios de las Pruebas! ¿¡Estás dormido!?

Jonas no había llegado a donde estaba solo por tener una mala actitud, por su facilidad para la violencia o por su porte intimidante. No, era un verdadero maestro marcial, convencido de que su fuerza innata le daba el derecho de enfrentarse a todo ser viviente.

Así como yo había intentado cubrir todas mis bases maximizando mi DEZ, este cabeza de músculo había decidido conquistar todo con pura FUE. Si usara mis propias habilidades como referencia, él habría elegido Fuerza Absoluta, lo opuesto a mi Artes Encantadoras, y habría forzado su camino por la vida convirtiendo todos los chequeos físicos en pruebas de fuerza bruta.

Incluso si era un profesional retirado, no había explicación racional para su poder físico que me hiciera decir: «Sí, eso tiene sentido», a menos que contara con algún tipo de favor divino.

En fin, sé que todas eran mis suposiciones tontas, pero dudo haber estado muy lejos de la verdad. Puede que la combinación exacta de habilidades no fuera como la imaginaba, pero fuera cual fuera la build que usaba, estaba rota . Tal vez no tenía la capacidad de elegir y distribuir sus talentos como yo, pero al igual que yo, no se ahogaba en poder; en cambio, había aprovechado cuidadosamente cada una de sus habilidades al máximo en servicio de las otras, de modo que podía hacer lo que quisiera. No tenía la falta total de límites en su fuerza como el Señor Fidelio, y no diría que ya me superaba, pero estaba claro que era el tipo de persona cuyo lado equivocado debías evitar a toda costa. Lástima que no tuviera un lado correcto .

Por supuesto, no había manera de que algo así pasara desapercibido para un combatiente experimentado como Gattie. Desde mi posición, podía ver las gotas de sudor que perlaban su mandíbula mientras permanecía de pie frente a todos nosotros. Por suerte, su melena ocultaba eso de la mayoría, pero yo podía notar que el poder de Jonas lo tenía aterrado. Podía ver que había comparado su fuerza con la de Jonas… y que había descubierto que la suya era inferior. Aun así, sabía que no podía dar un paso atrás.

En este momento, Gattie era el pilar de la moral de toda la caravana. Si perdía los nervios ahora, sería como cortar nuestra voluntad de vivir de raíz. Y cuando ese monstruo llegara cargando sobre su enorme caballo y con su gigantesco martillo, aquello se volvería un caos total, y sus soldados de a pie se encargarían de rematar a los rezagados.

Lo que significaba que tenía que formular un plan.

Debía asegurarme de no romper mi promesa con la madame —realmente tenía que dejar de llamarla así incluso en mis propios pensamientos— y minimizar las posibles bajas de nuestro lado.

Bien. Ya tengo un plan.

Contuve mi presencia, desmonté y me dirigí hacia Siegfried, cuyo corazón palpitaba de emoción ante la posibilidad de ver a un héroe enfrentarse a un villano.


[Consejos] El combate singular entre líderes es la forma más rápida de cambiar las tornas en un enfrentamiento entre fuerzas. Sin embargo, si esta táctica falla, la derrota total es prácticamente segura.

Es una práctica común en las guerras entre casas nobles para reducir las bajas de ambos lados, pero ha caído en desuso en guerras contra naciones extranjeras debido a su alto nivel de riesgo.


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