Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 8 Finales de Otoño del Decimosexto Año Parte 6

Un chillido agudo marcó el inicio de la batalla.

Gattie había lanzado su hacha en un ataque preventivo, pero esta fue derribada en el aire por el martillo de guerra de Jonas, que emitió un grito ensordecedor al chocar. A pesar de estar encantada, la fuerza del arma de Gattie palidecía frente a la cabeza de aquel mazo, tan ancho que podía cubrir con su sombra a un mensch adulto.

Y así, la hoja del hacha de Gattie cedió.

—¡Grah!

—¡Niño insensato! ¿Sin opciones, aventurero?

El hacha se sentía distinta en la mano de Gattie al regresar. Gotas de sudor brotaban por todo su cuerpo. Su querida arma, bendecida por los maledictores de su tierra natal, era un objeto de gran poder. Y, sin embargo, ahora estaba torcida y quebrada. Gattie había usado esta arma durante años; solo con sentir su peso en la mano ya comprendía todo lo necesario.

Así como este villano no era un simple bandido, tampoco su arma era un instrumento cualquiera de asesinato. Su nombre, desconocido para todos salvo los subordinados de Jonas, era el Ultraje.

Tiempo atrás, el Barón Jotzheim había gastado una fortuna en trasladar consigo el mausoleo de su familia cuando fue destinado; dentro de él había un epitafio de acero imperecedero que veneraba a los ancestros de la casa Jotzheim. Tras asesinar al barón, Jonas se coló en el mausoleo, arrancó el epitafio y lo fundió para forjar con él su monstruoso garrote.

El epitafio poseía un considerable potencial mágico por derecho propio, y así fue como esta arma, forjada en la más fría traición, se convirtió en una herramienta cruel y letal. Tal como lo implicaba su nombre, estaba impregnada con la ira de la familia Jotzheim: no solo de aquellos a quienes Jonas había asesinado, sino también de cada uno de sus ancestros, desde los orígenes mismos del Imperio, a quienes el acto repugnante de Jonas había deshonrado.

Ultraje era la vergüenza hecha carne.

La ira del arma hacia su propio portador se manifestaba como un peso terrible; incluso en las manos de un ogro, amenazaba con matar a su amo en el simple intento de levantarla. Irónicamente, esto se había convertido en una gran bendición para el caballero inhumano.

No había forma de que un simple hacha mágica pudiera compararse con la rabia y el odio de cuarenta y ocho generaciones y cinco siglos contenidos dentro del martillo de Jonas.

Rechazando el ataque repentino, Jonas cargó hacia adelante, impulsado por pura furia. Su cólera era contagiosa y rápidamente se transformó en miedo: su caballo, apenas capaz de soportar su peso, intuyó la intención de su amo y se lanzó hacia adelante como un cohete. Jonas blandió su martillo —una carga que hasta una cuadrilla de mulas rehusaría arrastrar— y lo barrió en un amplio arco de izquierda a derecha, pasando grácilmente por sobre su montura.

Jonas estaba jugando con Gattie. El nemea no tenía idea hacia qué dirección esquivar. El martillo se movía con tal ritmo que era imposible predecir dónde caería el próximo golpe, y el avance del gigantesco caballo ya era aterrador por sí solo.

Gattie no podía retroceder. Había roto a un mankwa cargando a toda velocidad; ¿cómo podría retirarse ahora ante un mensch sobredimensionado? Sin embargo, sabía que si el caballo de guerra mantenía ese ritmo, sería reducido a pulpa bajo sus cascos.

—¡Ancestros, denme fuerzas!

Aunque sus plegarias no alcanzarían a los espíritus de su estirpe ni al dios león de los nemea del continente sur, el gran León Progenitor, Gattie eligió mantenerse firme.

Por el agarre de Jonas, parecía que su mano dominante era la derecha. Gattie razonó que una finta hacia la izquierda lo haría un blanco más difícil y le permitiría evitar ser pisoteado.

Solo le quedaba atacar las patas del caballo con la fuerza suficiente como para deformar aún más su hacha.

¡Perdóname, mi amada! ¡No puedo retirarme, sin importar el precio!

Sin embargo, su determinación fue repelida con una facilidad casi decepcionante.

—¿¡Qué!?

—¡Gah, ja, ja!

Jonas cambió a su mano izquierda con una facilidad aterradora para asegurarse de atrapar a Gattie con un barrido brutal. No estaba haciendo nada particularmente complejo; después de todo, era ambidiestro por naturaleza… no le importaba con qué mano liderar.

Gattie cambió de postura; movió su hacha para recibir la embestida de Jonas. Una vez más, aquel horrible chillido resonó, más dolido que antes. La cabeza del hacha de batalla del nemea se partió en dos. El primer golpe ya la había dañado bastante, pero la carga de Jonas llevaba el impulso suficiente como para destrozarla por completo.

El duelo estaba prácticamente decidido. Un grito de victoria estalló del lado de Jonas, mientras que del lado de los aventureros se escucharon lamentos de desesperación.

—¡Toma eso! ¡Veamos cuánto más puedes resistir!

—Grr… ¡GROAAAR!

Jonas hizo girar su caballo en seco y cargó contra Gattie una vez más.

Hacha y martillo chocaron por tercera vez. El hacha de Gattie reunió sus últimas fuerzas al servicio de su dueño, pero esta vez la hoja fue cortada limpiamente del mango. El grito de guerra de Gattie ante la muerte inminente no inmutó en lo más mínimo al Caballero Infernal, quien había dejado atrás todo atisbo de miedo desde el vientre; no hizo nada para frenar la carga que se aproximaba.

Gattie no tenía forma de bloquear ese ataque. Incluso si intentaba esquivarlo, ya estaba todo perdido.

—Ngh… ¡bien entonces, VEN CON TODO!

—¡Hasta aquí llegaste, bola de pelos pretenciosa!

Gattie arrojó a un lado el asta astillada y doblada, y apostó todo en lo que parecía ser el choque final mientras Jonas se acercaba, arrastrando su martillo por el suelo. Era una apuesta… no, una resistencia desesperada, una provocación suicida.

…Y sin embargo, el golpe nunca llegó.

El martillo había golpeado en cambio una lanza que había surcado el aire a una velocidad increíble.

—¿¡Quién anda ahí!?

—¡Perdón por interrumpir el duelo!

Una sola figura emergió de entre las fuerzas de la caravana —que estaban al borde de la desesperación, aferrándose a los últimos restos de su espíritu de lucha— impulsando su lanza con toda la fuerza de la carrera de su caballo.

—¡Estúpido mocoso! ¿¡Cómo te atreves a interrumpirme!? Muy bien… ¡di tu nombre!

Gattie, al borde de una muerte segura, quedó aturdido. Jonas, por el contrario, fue consumido por la rabia —una furia que elevó su fuerza al límite absoluto— por haber sido interrumpido justo en el momento de asestar su golpe mortal.

Una respuesta resonó en el campo de batalla mientras el muchacho desenvainaba su espada.

—¡Mi nombre es Erich, cuarto hijo de Johannes de Konigstuhl! ¡Acepto todo el peso de mi acción… ahora, a las armas!

—¡Ja, muy bien! ¡A ver si puedes conmigo! ¡Te arrancaré la cabeza de un tajo y se la llevaré a tu familia en bandeja!

Fue una interrupción descarada, y sin embargo nadie protestó.

Los subordinados del Caballero Infernal simplemente rieron, pensando que el niño no era más que un cadáver más que se sumaría a la pila, mientras que los guardaespaldas se sumieron en un miedo aún más profundo al ver a un novato lanzarse directamente a las fauces del infierno.

Los dos caballos trazaron círculos superpuestos en la tierra. Nadie había anticipado que esto se convertiría en un duelo a caballo.

Entonces, para sorpresa de todos, aquel llamado Erich se quitó el yelmo y dejó caer su característica melena —había comprendido que el casco no le serviría de nada si uno de los golpes de Jonas lo alcanzaba— y preparó su espada para cargar, una mera franja de acero en comparación con el hacha de Gattie.

Se produjo un cuarto choque de metal contra metal, totalmente distinto a los tres anteriores. Fue un sonido limpio, como dos jarras de cerveza chocando entre sí.

—¿¡Qué-qué es esto!?

—¡Sí!

El martillo de guerra cuadrado debería haber pulverizado al pequeño aventurero y su espada ridícula junto con él, pero ahora un trozo del mismo se había desprendido limpiamente, quedando el lado de impacto reducido a un triángulo.

Erich había logrado cortarlo por completo; un único golpe a toda potencia que cortó tanto el acero como la vergüenza aplastante que habitaba en el alma del arma.

Incapaz de controlar el martillo a mitad del golpe debido a su peso reducido, Jonas cayó de su caballo.

La lectura de la situación por parte de Erich había sido acertada. Su enemigo lo subestimó por su pequeña complexión y eligió un ataque vertical, con la intención de aplastarlo como a un insecto. Así que el espadachín apostó por el momento y el lugar donde contraatacar.

La Perspicacia de Erich le permitió anticipar el inicio del ataque de Jonas, sus Reflejos Relámpago ralentizaron el tiempo hasta un ritmo casi insoportable, y, a partir de ahí, sus Artes de la Espada Híbridas potenciadas por su Destreza de nivel IX le permitieron golpear no al caballero, sino a su martillo. Para rematar, había lanzado Manos Invisibles para formar una barrera protectora entre los fragmentos y su amado caballo.

Ricitos de Oro no había entrado a la batalla con la intención de darlo todo y matar a Jonas; no, eligió la autopreservación. La inercia era la clave de su estrategia: su enemigo estaba montado a caballo y no podía hacer esquivas precisas. El camino a la victoria dependía de la fuerza combinada de ambas cargas. Ricitos de Oro había angulado su espada con una precisión casi imposible y encontró el punto justo.

En ese momento, se levantó la venganza de generaciones de Jotzheim.

El Caballero Infernal impactó contra el suelo con una fuerza brutal, y aunque el golpe no lo mató, Erich alzó su espada.

—¡La victoria es mía! —galopó hacia sus aliados y alzó su maravillosa espada, trazando un arco en el aire para reavivar los ánimos de todos—. ¡Aún es muy pronto para rendirse! ¡La batalla apenas comienza! ¡Piensen en sus familias allá en casa! ¡Nuestra victoria de hoy los protegerá a ellos y a otros como ellos de futuras fechorías de estos demonios! ¡De las catástrofes que podrían caer sobre sus esposas, sus hijos! ¡Así que levántense, camaradas en armas! ¡Todos los que puedan luchar, sigan a mi espada!

—¡Sí-sí! ¡¡Todos, al ataaaaque!!

—¡¡RAAAAH!! ¡¡Sangre por sangre!!

—¡Sigan el destello de su espada!

Las palabras de Erich inflamaron los corazones de sus compañeros, que se abalanzaron sobre los bandidos como una marea creciente.

—¿Ngh… estoy… vivo?

Gattie por fin volvió en sí. Vio a sus concubinas —quienes se habían mantenido al margen del duelo— corriendo hacia él. Lo primero que sintió fue vergüenza.

Con tanta palabrería… y acabé hecho trizas . Y para rematar, superado por un novato. ¿Tengo aunque sea una sola cosa de la que sentirme orgulloso?

—Mi amor, estás a sa…

—¡¡Un arma!! ¡¡Denme un arma, lo que sea!!

Gattie prácticamente le arrebató el hacha a una de sus concubinas y se lanzó de nuevo a la carga.

Ya no era el héroe que levantaba a sus camaradas; ese papel ahora le pertenecía a Erich. Su brillante espada los había convertido de nuevo en guerreros fervorosos. ¿Cómo podría calmar su vergüenza si no era así? Solo un bautismo en la sangre de cada secuaz que pudiera alcanzar satisfaría a Gattie; él abriría el camino para que el héroe del día pudiera dar el golpe final. De lo contrario, su orgullo como guerrero no le permitiría volver a empuñar un arma. Se clavaría un puñal en la garganta; una ruta que protegería su honor, pero lo apartaría del orgullo de sus ancestros.

Solo un necio envidiaría a quien le salvó la vida.

Si ganaban, si lograban extraer la victoria de este choque, entonces sin duda se escribiría una historia sobre aquel día. Tras derrotar al Caballero Infernal, los valientes aventureros regresaron a casa magullados, pero no marcados, y resplandecientes en su honor ganado con esfuerzo. No había enemigo al que Gattie no desafiara, ni herida que no soportara, si eso significaba que la historia terminaría con esa línea. Los hombres Nemea no lanzaban su grito de guerra para infundir miedo en el enemigo, sino para desviar la atención de las esposas y los hijos que juraron proteger.

Si ganaban esta batalla, si lograban darle la vuelta a la situación, entonces a Gattie no le importaría ser solo un personaje secundario en la historia de Erich.

—¡Puto mocoso malparido! ¡Te crees mucho para la mierda que llevas encima!

—Basta ya. Tu mera existencia me resulta repulsiva.

Jonas se puso de pie mientras arrojaba a un lado su yelmo, abollado por la caída. La sangre le manaba de donde su cabeza había golpeado el suelo.

Se incorporó con dificultad. Pero antes de que pudiera siquiera desenvainar la espada empapada en sangre con la que había asesinado a su amo, Erich se lanzó al frente desde la vanguardia, saltó desde su caballo y, con un tajo descendente, separó al rey de los traidores de su mano asesina.

—¡GRAAAAAAAGH!

—Vaya, qué curioso. No esperaba que la sangre de un hombre tan despreciable fuera roja. Bueno, igual se pondrá negra pronto, como la de cualquiera. Deberías saberlo bien. ¿Qué te parece si acelero el proceso?

—¡Maldito… MOCOOOSO! ¡¿Cómo te atreves?! ¡Mi… mi mano! ¿Qué puede hacer una brigada insignificante como la tuya? ¡Todavía tengo una legión entera de hombres!

—¿Te refieres a esos bandidos que están allá, peleando por sus vidas? —Ricitos de Oro ni siquiera se molestó en levantar la mano; simplemente señaló con el mentón hacia el caos que se desplegaba a la distancia. La batalla apenas comenzaba, y los hombres de Jonas ya estaban siendo masacrados—. No se ven muy motivados, ¿no crees?

—¡¿Qué-qué está pasando?!

—Su jefe fue derrotado por mí. Y eso que soy solo un novatillo. ¿Quién no entraría en pánico? Además, mira… tu abanderado se está escapando.

El ondeante estandarte del sangriento reinado de Jonas Baltlinden nunca debía moverse sin una orden suya. Y sin embargo, ahí estaba, alejándose del campo de batalla, perdiéndose en la distancia.


[Consejos] Destruir un arma o desarmar a tu enemigo es una táctica clásica en la primera línea. Una vez separado de su arma, el orgullo de un guerrero en su habilidad queda reducido a nada.


—Escucha, Sieg. ¿Quieres ser el protagonista de un romance heroico en vez de un simple figurante sin nombre?

Ricitos de Oro, el más bastardo de los bastardos, acababa de ofrecerle el veneno más embriagador que Siegfried había conocido.

La propuesta le hizo contemplar seriamente la idea de renunciar al privilegio de presenciar cómo un héroe derrotaba a un villano de primer nivel. No, no podía engañarse. Apretar la mano de Gattie había sido como echar aceite al fuego. Siegfried había pensado que le bastaría con ser un actor secundario en la historia que surgiría de estos hechos… pero su corazón de aventurero latía con fuerza ante la proposición de Ricitos de Oro.

Y sin embargo, ahora se maldecía una vez más por tener la lengua más rápida que el cerebro.

En los romances bélicos con algo de licencia artística, la mejor oportunidad para que un héroe secundario brillara era apoyar al protagonista con un ataque sorpresa por la retaguardia del enemigo. A veces, el héroe era salvado en el último segundo; otras, el actor de reparto prestaba su ayuda durante el enfrentamiento final. Eran escenas que los fans disfrutaban por su gloria moderada. Pero Siegfried solo escuchaba esas partes con un interés tenue; entendía por qué un protagonista poderoso querría alcanzar la fama, pero ¿qué podía esperar lograr un humilde personaje secundario?

Quería golpearse a sí mismo con su lanza, como lo había hecho con el bandido antes.

La vista desde el otro extremo del campamento enemigo era como una ventana al mismo infierno. Siegfried había presenciado incontables veces la inhumana habilidad de Margit para ocultar su presencia, pero incluso mientras lo guiaba con relativa seguridad, se arrepentía de haber aceptado. La tarea no consistía simplemente en alzar la voz para desviar la atención de todos, no ; se trataba de una maniobra arteramente planeada para convertir el revés momentáneo de la derrota de Jonas en una victoria segura para el grupo de la caravana. ¡Vamos, viejo! , pensó, ¡no hagas que suene tan fácil!

Y por si fuera poco, Ricitos de Oro había dicho que Margit sabría reconocer la señal, ¡pero la escena que se desplegaba ante sus ojos no era lo que habían discutido!

—¡Serpiente rubia! Dijiste que…

—¡Lo sé! ¡Baja la voz y sigue adelante!

Habían pasado inadvertidos entre los esbirros de Jonas y acababan de deslizarse por un punto ciego bajo un destacamento acampado en la colina —completamente distraído por el combate singular de su jefe— cuando vieron cómo se desarrollaba la batalla.

Siegfried no tenía la menor idea de qué pudo haber ocurrido para que Gattie Colmillo Pesado perdiera, pero ¿le estaban engañando los ojos, o era ese Erich «Ricitos de Oro» invadiendo el espacio sagrado de un duelo uno a uno?

Con la cabeza aturdida por el caos que había tomado el campo de batalla, se vio obligado a concentrarse en la misión mientras Margit empujaba a Pólux a galope tendido.

En ese momento, Siegfried estaba completamente desarmado. No había traído la lanza que le había quitado a su enemigo, y había dejado su espada, ya que sabía que no sabría usarla bien a caballo. Más importante aún, el idiota suicida que en ese momento luchaba contra el mismísimo Jonas Baltlinden le había dicho que no necesitaría un arma de corto alcance.

Margit se adelantó a toda prisa (no podía montar, ya que sus piernas no lograban sujetarse bien al caballo), mientras Siegfried conducía a Pólux tras ella.

¿Su objetivo? Robar el estandarte de guerra del Caballero Infernal.

La bandera de un ejército era el corazón físico y simbólico de sus fuerzas. El cargo de abanderado solo se confiaba a una élite entre élites, ya que robar esta preciada figura significaba nada menos que el colapso moral de las tropas. Siegfried ignoraba la defensa experta que lo esperaba; él solo se alegraba de poder contribuir.

—¡Graaaagh!

—¿¡Quién es ese imbécil!?

A pesar del miedo, su mano con el arco estaba firme: había disparado una flecha justo a los pies del abanderado y su séquito. Y, en el instante siguiente, la botella de humo atada a la punta de la flecha se rompió. Su contenido reaccionó tan pronto como tocó el aire libre, explotando en una nube de humo blanco.

—¡¿Qué… koff … es esto?!

—Yo… ¡Graaaagh!

—¡Mi-mis ojos! ¡Mi nariz!

Los objetivos de Siegfried se arañaban la cara con desesperación. No podían dejar de toser, estornudar, ni evitar que las lágrimas les corrieran por el rostro. El dolor era suficiente como para hacer colapsar a una persona normal. Esta era una de las «pociones misericordiosas» recién desarrolladas por Kaya, una variación del mismo gas lacrimógeno que el Clan Baldur había usado una vez contra Erich (aunque con resultados considerablemente menores).

Erich le había contado aquella historia a Kaya, explicándole que, al final, era una poción «misericordiosa» en el sentido de que no mataba a nadie ni causaba daños permanentes. Naturalmente, su forma enrevesada pero intencionadamente crítica de relatar el suceso hizo que Kaya creara su propia versión original.

Si no se aplicaba una pomada con los catalizadores adecuados (el jugo de limón era una opción fiable) en el rostro, el humo causaba un dolor incapacitante.

Claro que tenía que enseñarle a Kaya cómo hacer cosas así de malvadas , pensó Siegfried, pero no había ninguna razón para frenar el avance del caballo. En el pasado, una vez había tirado bruscamente de las riendas de Pólux, lo cual terminó con él dándose un doloroso golpe contra el suelo; sabía que ahora solo había un camino posible: seguir adelante.

Fuera como fuese, ya había llegado tan lejos… iba a ver esto hasta el final.

Siegfried no se detuvo, ni siquiera cuando escuchó un extraño ruido resonar desde el campo de batalla. Todos los relatos le habían enseñado que un héroe no pierde la compostura cuando realmente importa. Todo su miedo se convirtió en cenizas en el fuego de su deseo por un nombre grande e ilustre.

—¡RAAAAH!

La bandera aún se divisaba entre el humo. Probablemente el abanderado había sido amenazado con la muerte inmediata si abandonaba su puesto, y por eso se aferraba a él con firmeza, a pesar de las lágrimas y los mocos que le surcaban el rostro dolorido.

Su valor no recibiría ni reconocimiento ni recompensa. Era un lacayo del Caballero Infernal. Lo único que le aguardaba era una muerte anónima: justo lo que Siegfried más temía. Lo único que quedaría de él sería el simple hecho de que un joven aventurero había robado su estandarte y con ello había decidido el desenlace de la batalla.

—¡Buen trabajo, ahora sigue! ¡Tenemos que alcanzar esa colina! ¡Los arqueros nos han visto!

—¡Gyaaaah! ¡Ayuudaa! ¡La-la poción de Kaya funciona , ¿cierto?!

Con el sonido sordo de flechas clavándose en la tierra a sus espaldas, el valor del joven aventurero llegó a sus últimas reservas. La barrera anti-flechas de Kaya estaba diseñada para ataques a larga distancia, pero a corta distancia su eficacia era dudosa. Si Siegfried no hubiera pasado por el infierno recientemente, estaba seguro de que se habría ensuciado tanto los pantalones como la silla de montar. Todo lo que podía hacer era cabalgar como si el mismísimo infierno lo persiguiera y seguir a la exploradora para no cruzarse con ningún bandido en fuga.

Cuando el segundo MVP [1] de la aventura se reunió nuevamente con sus aliados, la batalla ya había terminado. Claro que, siendo sinceros, aquello difícilmente podía llamarse batalla; una vez más, la palabra más adecuada era matanza .

Y no era de extrañar. Con Baltlinden y su estandarte fuera de juego, la determinación de los bandidos se había hecho añicos. No quedaba héroe ni alma valiente lo bastante fuerte como para seguir luchando con el espíritu tan completamente destrozado: cualquier guerrero con ese temple había preferido morir antes que unirse al ejército infernal de Jonas.

Y así, el ejército del gran mal conocido como el Perdido fue abatido por Gattie —cuya vergüenza fue borrada por sus heridas—, por sus valientes concubinas, y por un joven héroe cuyo nombre aún no aparecía en las leyendas.

—¡Erich, puto tarado ! ¡Esto no era lo que dijiste que iba a pasar!

—¡Oye, Sieg, relájate! ¡Es más o menos lo que dije! Ganamos. Tú cumpliste tu misión. ¡Todos felices!

Erich no tenía intención de mentir a estas alturas. No le habría molestado que Gattie derrotara a Jonas. Le habría pedido disculpas en su monólogo interno por subestimar a su aliado y se habría unido a la batalla como uno más, feliz de aplaudir el esfuerzo del héroe y de Siegfried desde un segundo plano.

Verás, incluso si el jefe final hubiese sido derrotado en combate singular, sus subordinados habrían cargado al combate, impulsados por el deseo de evitar la horca que les esperaba si eran capturados. Ricitos de Oro sabía que haría falta ese empujón adicional para llegar a la segunda fase de la batalla.

Ricitos de Oro simplemente se había quedado en el campo de batalla mientras sus aliados de confianza iniciaban su misión. Que se le ofreciera la oportunidad de reclamar la gloria para sí mismo, sin duda, fue un pequeño regalo del Dios de las Pruebas, quien quería ver al chico retorcerse.

Erich no ansiaba el centro de atención excluyendo a los demás. Después de todo, había asumido felizmente el rol de soporte, o incluso el que apoyaba al soporte, en muchas de sus viejas campañas.

—¡Pensé que iba a morir! ¡Casi me cago encima! ¡Pude haber sido apuñalado! ¡¡Esa bandera pesaba una barbaridad!! ¡¡Tenía caballería persiguiéndome!!

—Bueno, yo me encargué de ellos por ti, —intervino Margit.

—¡Y no puedo creer que hicieras que Kaya preparara algo tan peligroso!

Siegfried había clavado la bandera en el suelo cercano y tomado a Erich por las solapas mientras le gritaba. Todo le daba vueltas; el terror y la confusión del combate habían aplastado por completo cualquier sensación de haber cumplido su deber. Era demasiado para el cerebro de un mensch común.

—¡De-Dee, él no me obligó! Le pregunté qué podía hacer para ayudarte cuando saliste a pelear…

Parecía que Siegfried no podía oír la voz conciliadora de su amiga, que atendía a los heridos a unos metros; Erich no pudo más que sonreír ante su furioso aliado.

En el fondo, Erich había anhelado la compañía de alguien como Siegfried, que emanaba esa maravillosa energía de protagonista.

Las manos del joven aventurero fueron apartadas de la armadura de Erich… pero no para detener el ataque unilateral de Siegfried. Gattie cayó de rodillas entre los dos jóvenes héroes y los alzó, uno en cada hombro.

—¡Muy bien!

—¡¿Qué-qué está pasando?!

—¡Préstenme oído, amigos! ¡¡El día es nuestro!! ¡¡Les hemos dado su merecido a los bandidos por los inocentes que masacraron!! ¡Hemos capturado al Caballero Infernal con vida y destruido su ejército! ¡Yo podré haber perdido, pero ustedes… todos ustedes… han vencido !

El escuadrón de ataque, que acababa de regresar tras limpiar a los rezagados, y los guardaespaldas que se habían quedado hasta que acabara la lucha, fijaron sus miradas en Gattie y los dos jóvenes sobre sus hombros.

—¡Alaben sus nombres! ¡Cuando regresen a casa, cuenten a todos lo que presenciaron hoy! ¡De la batalla que todos ustedes ayudaron a terminar! ¡Graben estos nombres en sus corazones! ¡Ricitos de Oro Erich, quien salvó mi vida! ¡Y Siegfried, quien arrancó la bandera de manos del enemigo y nos salvó a todos! ¡¡No los olviden!!

Y así, el héroe nemea, derrotado pero con vida, rugió sus nombres una y otra vez sobre el camino entre colinas.

Esta fue la primera página de sus romances heroicos; los relatos que contarían al mundo la valentía de Ricitos de Oro Erich y de Siegfried el Afortunado y Desventurado.


[Consejos] Una historia solo es historia si alguien vive para contarla.



[1] En contexto de los juegos, dícese del jugador que más aportó al equipo durante una partida, ya se matando o cumpliendo un gran porcentaje o la totalidad del objetivo.


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