Remake Our Life!

Vol. 10. Capítulo 2. Lo Dejamos Para Después Parte 2

La firma de autógrafos había concluido sin problemas, en medio de una gran concurrencia.

Nos reunimos después de que Tsurayuki terminara con sus asuntos y, tras celebrar con una pequeña fiesta, regresamos a la casa compartida.

—Tsurayuki-kun estuvo muy seguro de sí mismo, se veía genial.

Luego, Shinoaki y yo nos encerramos en su habitación para hablar sobre el siguiente trabajo.

Ella se puso de inmediato frente al PC para colorear una ilustración, mientras yo, a sus espaldas, observaba el cronograma.

—Sí, ya es todo un escritor de verdad.

La imagen de él saludando con firmeza frente a sus lectores, usando sus propias palabras, se superponía con la del Kawagoe «Kyoichi» al que yo tanto admiraba.

Aunque sus rutas habían sido ligeramente distintas, ya no había dudas de que él seguiría adelante como escritor.

—Hizo lo que quería hacer, trabajó muchísimo, y lo consiguió. Debió de sentirse muy feliz.

Sus palabras, probablemente, también se relacionaban con su propia experiencia.

Tsurayuki y Nanako subían las escaleras con una energía imparable. Shinoaki, que también vivía esta época como creadora, seguramente no podía evitar compararse.

—Kyoya-kun, —me llamó de repente mientras yo pensaba en todo eso.

—¿Qué pasa, Shinoaki? —respondí.

Ella giró la silla hacia mí y dijo:

—Creo que ya va siendo hora de que me lo cuentes.

—¿De qué estás ha…? —pregunté, pero contuve el aliento.

Había comprendido de inmediato a qué se refería.

—Te refieres a lo que quiero crear… ¿verdad?

Shinoaki asintió con una sonrisa.

Primer año de universidad. Un día en que los pétalos de cerezo se disolvían en la oscuridad de la noche, y se veían hermosos. Aquel día en que caminamos juntos hacia la casa compartida, hablando de muchas cosas.

Shinoaki aún no tenía confianza en su habilidad para dibujar. Yo, con todas las palabras que tenía entonces, le transmití mis sentimientos. Desde aquel día, Akishima Shino empezó, poco a poco, a mostrarme su verdadero ser.

Y fue entonces cuando ella me hizo aquella pregunta:

«Kyoya-kun, ¿qué es lo que quieres crear?»

Una pregunta sencilla, pero muy difícil de responder.

En aquel entonces, yo ya tenía la respuesta. Pero aun así, no fui capaz de decirla. Era demasiado fantasiosa, un sueño demasiado lejano como para considerarlo realizable.

Y desde entonces, habían pasado tres años. Nos habíamos convertido en los alumnos de último año, y la graduación ya se encontraba al alcance de la vista.

Ahora, si lo decía, ya no sonaría como un cuento de hadas. Ya no tendría que bromear sobre ello mientras lo decía. Podía hablar de ello como una meta visible, real.

Pero aun así, yo…

—Lo siento, todavía no puedo decirlo, —una vez más, no pude responder a la pregunta de Shinoaki.

Precisamente porque empezaba a verlo con claridad, no pude darle una respuesta.

—Ya casi está. Aquello que en el primer año era solo una idea vaga… ahora por fin ha empezado a tomar forma.

Había estudiado lo que significaba planificar un proyecto, conocía las fortalezas de cada uno, y aunque fuese en obras estudiantiles o doujin , ya tenía experiencia creando cosas en equipo.

—Pero todavía no es algo seguro. Hay muchas partes que siguen siendo inestables. Cuando por fin logre reunirlo todo de forma correcta, entonces… —La miré a los ojos y le dije—: Entonces, seré yo quien lo diga.

Sentí ganas de burlarme de mí mismo por seguir hablando así después de tanto tiempo. De preguntarme cuándo demonios iba a llegar ese «momento» del que hablaba.

Y aun así, incluso ante mis palabras tan egoístas, Shinoaki seguía siendo igual de amable.

—Sí, te esperaré.

Me pregunté cuánto tiempo más estaría ella dispuesta a esperarme. Cuando llegara el momento en que ella decidiera actuar como ilustradora profesional y valerse por sí sola… Antes de que eso ocurriera, yo también tendría que crecer lo suficiente para no desentonar como profesional.

Pensé en Tsurayuki, saludando con seguridad frente a sus fans. En Nanako, cantando con una sonrisa. En ambos, que aunque seguían cerca, cada vez se alejaban más, buscando ir más lejos.

¿Dónde estaba yo ahora?

Y cuando llegara el momento, ¿sería capaz de alcanzarlos?

Terminaron las vacaciones largas, y comenzaron las clases de mayo. Para nosotros, los estudiantes de cuarto año que ya habíamos obtenido casi todos los créditos tanto en asignaturas generales como de especialidad, el único obstáculo que quedaba era el proyecto de graduación.

Ese día era la jornada de presentación de los informes intermedios. Sin embargo, nuestro equipo —el equipo Kitayama— aún no había podido presentar una propuesta concreta ni siquiera en esta etapa.

Antes de que comenzaran las clases, Kawasegawa y yo nos reunimos como siempre en la cafetería para hablar del proyecto. Pero la situación no parecía haber cambiado: seguíamos sin llegar a una decisión clara.

—Ya va siendo hora de que demos una respuesta, o la profesora empezará a insistir, —dijo Kawasegawa con rostro sereno.

Ante su comentario, yo no pude evitar sentirme inquieto por dentro.

—Sí, es verdad. A este ritmo, probablemente sí nos llamen un poco la atención.

—¿Te da miedo? No pasa nada. La profesora jamás alza la voz ni grita insultos ni nada por el estilo, así que con que asientas y le digas «sí, sí», ya está.

—Lo dices como si fuera lo más fácil del mundo…

Había muchas razones para ello, pero en mi caso, estar frente a la profesora Kanou se había convertido en una fuente casi segura de nervios.

Esa expresión como si lo supiera todo, su manera de actuar siempre tan segura… parecía despreocupado, pero en el fondo era una persona apasionada. No sabría cómo explicarlo con precisión, pero irradiaba una presencia tan abrumadora que me hacía sentir que nunca podría estar a su nivel.

¿Será que Kawasegawa no le tiene miedo? La miré de reojo.

A pesar de ser parte del mismo equipo, ella no mostraba ninguna señal de estar inquieta como yo. Si le preguntaba directamente, probablemente me respondería con algo como «aunque no lo parezca, también estoy nerviosa», y lo diría con toda la calma del mundo… Pero desde fuera, no parecía más que una persona completamente tranquila y confiada.

—Oye… como que, se parecen, ¿no?

—¿Quiénes?

—La profesora Kanou y tú, Kawase… Eh…

A mitad de la frase, noté cómo la expresión de Kawasegawa se tornaba súbitamente aterradora.

—¿Con qué fundamento? ¿Por qué razón dices que nos parecemos…? —Cada palabra que pronunció salió con un tono oscuro y espeso, como si hubiese sido hervido en el fondo de una olla.

—¡Lo-lo siento! ¡Lo dije sin pensar! ¡No se parecen en nada! —Negué apresuradamente lo que había dicho hace un instante.

—Ya veo. Entonces está bien. —Kawasegawa volvió a su expresión habitual en un abrir y cerrar de ojos, lo que me alivió bastante… pero jamás se me habría ocurrido que hubiera una mina oculta en un comentario tan inocente.

Quizás ya estaba harta de que otros también se lo dijeran…

Bueno, con lo inteligente, seria y atractiva que era, no sería raro que más de alguno las hubiera agrupado en la misma categoría. Y tenía la sensación de que ese tipo de juicios superficiales no eran del agrado de Kawasegawa.

Decidí dejar de lado los temas arriesgados y pasar al asunto principal.

—Eh… y entonces, ¿de qué se trataba lo que querías decirme?

Nos habíamos encontrado antes de clase no solo para hablar sobre la producción final de graduación, sino también porque Kawasegawa me había citado.

Su mensaje, tan seco y formal como siempre, decía simplemente «hay algo de lo que quiero hablar contigo», y aunque no estaba acostumbrado a ese tono, vine pensando en mil posibles temas… pero lo que me dijo fue directo y claro.

—Te lo diré sin rodeos: renuncié a mi trabajo de medio tiempo. —Tal como lo había anunciado, me lo soltó sin preámbulos.

—¿A la empresa de producción audiovisual… cierto?

—Sí. Apenas di mi opinión, me empezaron a ver con malos ojos. —Parecía que ya lo había superado, pues no mostraba ningún tipo de emoción especial al contarlo.

Cuando Kawasegawa había empezado a trabajar en esa empresa, al principio daba la impresión de estar construyendo su carrera sin problemas.

Incluso, aunque fuera en proyectos pequeños, había comenzado a recibir encargos como directora, y llegué a pensar que quizás terminaría por abrirse camino en el mundo audiovisual, pero…

—Al final, no pude adaptarme a su mentalidad anticuada, supongo.

Me explicó que al enfrentarse repetidamente con los altos mandos, que estaban demasiado aferrados a las viejas costumbres, la relación se deterioró al punto de volverse insostenible.

—No es que quiera cambiar absolutamente todo, —me dijo—. Hay cosas buenas del pasado que vale la pena preservar y transmitir. En lo técnico también, no creo que haya que forzar el uso de lo digital. Cada quien puede avanzar dentro de lo que pueda manejar.

Lo que ella intentaba cambiar era la forma en que se transmitían los conocimientos a los recién llegados. Hasta entonces, todo se hacía con notas sueltas o de boca en boca, pero ella propuso organizar esa información en datos digitales para facilitar la formación.

—Dependiendo de quién te enseñara, a veces las instrucciones eran distintas. Así que pensé que si unificábamos eso y lo sistematizábamos, el trabajo del asistente se volvería mucho más eficiente.

Por lo que contaba, no parecía una mala idea en absoluto. Más bien, era una mejora urgente que debía implementarse cuanto antes. Sin embargo, fue justamente eso lo que provocó el rechazo del personal más veterano.

—Me dijeron que cada equipo ya tiene sus propias reglas, y que basta con aprenderlas sobre la marcha en el terreno, que no tiene sentido unificarlas ni convertirlas en datos. Cuando respondí que podríamos separar lo que era común de lo específico de cada equipo, me dijeron que no querían hacer algo tan complicado.

—O sea, que no querían hacer nada más allá de lo que ya estaban haciendo.

—Exacto. Cambiar una costumbre siempre implica trabajo extra, y creo que simplemente no querían complicarse la vida. Pero más que eso, tengo la impresión de que no soportaban que una mocosa como yo se atreviera a meter las narices.

Por muy triste que fuera, también yo pensaba que probablemente ese había sido el verdadero motivo.

La vez que fui a echar una mano en esa empresa de producción audiovisual, vi con mis propios ojos que ese lugar estaba lleno de prácticas obsoletas. Había rumores de que algunos intentaban cambiar las cosas, pero al final, todo se decidía según la opinión de quienes tenían el poder, lo cual dejaba frustrado al personal más joven.

No se trataba de que todo debiera renovarse por completo, pero aun así, un lugar donde ya no se escuchaban opiniones nuevas comenzaba a envejecer rápidamente. Incluso los trabajos que ahora estaban en su apogeo, con el tiempo mostrarían claramente ese deterioro.

Cuando llegué a esa conclusión, me sobresalté.

Matsuhira-san está librando precisamente esa batalla. Fue en un momento completamente inesperado que comprendí lo dura que debía de ser su lucha.

—Entonces, como me sacaron del área de dirección y me pusieron a encargarme de mantenimiento y limpieza, aproveché para cambiar las etiquetas viejas, organizar todo y archivar documentos. Me encargué de todo eso antes de renunciar.

Pensé que era muy propio de Kawasegawa tomarse el trabajo en serio incluso en situaciones como esa.

—Bueno, de todos modos, buen trabajo.

—Gracias. Ahora tengo que volver a replantearme qué es lo que quiero hacer.

Antes, incluso si le ocurría algo como esto, habría creído que Kawasegawa encontraría rápidamente algo nuevo que hacer.

Pero la verdad era que ella llevaba mucho más tiempo del que yo pensaba cuestionándose su lugar en el mundo. Precisamente porque era capaz de hacer cualquier cosa, se había empezado a preguntar qué era aquello donde más podía aportar, y qué deseaba hacer realmente.

No soy quién para decirlo, claro.

Porque al final, todo eso también aplicaba para mí.

—¿Y tú, cómo vas? —Después de hablar un rato, Kawasegawa me devolvió la pregunta. Justo como si el espejo me reflejara de vuelta.

Seguramente se refería a lo que había cambiado en mí desde aquella vez que me preguntó: «¿Estás dudando?». Si algo había cambiado en mis sentimientos desde entonces.

—Sigo dudando… creo.

—…Ya veo. —Kawasegawa simplemente asintió en silencio. Tal vez pensaba que, como era algo que solo yo podía decidir, no había necesidad de decir nada más.

Tsurayuki ya se había establecido por completo como profesional, y Nanako también estaba tratando de seguir sus pasos. En cuanto a Shinoaki, parecía que aún le tomaría algo más de tiempo, pero eso no significaba que fueran a quedarse así para siempre.

Y aun así, yo, que aspiraba a convertirme en productor, intentaba mantener a flote un equipo sin un propósito definido. No lo hacía pensando en el bien de todos, sino más bien arrastrado por mis propias dudas.

Así como están las cosas, no puede salir nada bueno.

En muchos sentidos, el límite se acercaba. Pero eso no me empujaba a tomar una decisión, sino que solo aumentaba mi ansiedad.

Todos se reunieron en el salón de siempre, la clase comenzó de inmediato y terminó igual de rápido.

Los representantes de cada equipo expusieron el progreso alcanzado, y para aquellos equipos o personas que no tenían nada que reportar, se programarían entrevistas individuales en otra fecha.

Por eso, después de clase, me dirigí a la profesora Kanou para fijar una hora para mi entrevista. Pero apenas me vio, dijo:

—Ah, Hashiba. Tú, en una hora en el laboratorio. —Sin dejarme tiempo para discutir ni consultar nada, me asignó la hora sin más y me despachó en seguida.

Esto huele a sermón.

Si me había llamado justo después de clase, no podía ser por nada. Seguramente tenía algo importante que decirme.

Así que, tras asentir con un simple «de acuerdo», decidí matar el tiempo hasta que llegara la hora, y luego me dirigí al laboratorio de audiovisuales.

Me detuve frente a la puerta del laboratorio, ya más que familiar para mí. Toqué suavemente y, como siempre, me respondieron desde dentro.

—Soy Hashiba. Con permiso, —me presenté mientras giraba la perilla, pero en cuanto abrí la puerta…—, ¡¿Pero qué…?! —solté, sorprendido por la escena que tenía ante mí.

Era un auténtico desastre: videocasetes, libros, y software de videojuegos apilados como montañas por todo el lugar. Aunque ya lo había visto así antes, esta vez la situación era aún peor. Recordaba que la última vez que vine no estaba tan desbordado, así que seguramente se había acumulado aún más material recientemente.

—Ah, llegaste. Por ahora, siéntate en el sofá, —me habló la profesora desde algún lugar detrás de la muralla de papeles.

—Sí-sí… —Con cuidado de no derribar ninguna pila, avancé lentamente por el «fortín» que se había vuelto el laboratorio, hasta sentarme en el sofá.

Eché un vistazo casual a los papeles amontonados y me llamaron la atención títulos como «Concurso tal» o «Evaluación de tal cosa».

—Profesora, esto… ¿son cosas de jurado o algo así?

—Sí. Empecé a involucrarme también en evaluaciones de juegos y videos. Cuando me di cuenta, ya estaba participando en un montón de ellas a la vez.

Tal como imaginaba, esa era la razón del caos.

No había muchas personas, como la profesora, que, teniendo una posición establecida, también tuvieran conocimientos y perspectivas sólidas sobre los nuevos medios. Por eso, cuando se trataba de elegir jueces para concursos y similares, su nombre era uno de los primeros en surgir… o al menos, eso fue lo que me dijo ella misma.

Pero bueno, incluso si yo fuera parte del lado de los medios, también querría contar con alguien así. Sin duda, si existía una definición de «persona que nunca se queda sin trabajo», ella encajaba perfectamente.

—Perdón por la espera. Me dijeron que respondiera ese correo de inmediato, y hasta que no lo hiciera, no podía hablar contigo, —dijo mientras agitaba en el aire una especie de vara encorvada, como una versión rara de un rascador de espalda, aunque no sabía su nombre. Entonces se sentó frente a mí con energía.

Luego tomó dos latas de café que tenía al lado y me lanzó una.

—Toma.

—Gracias. Y sobre eso… lo siento. Todavía no he podido decidir qué hacer con el equipo.

Como supuse que la conversación iría en esa dirección, me adelanté a disculparme.

—Kukú, claro, ya sabía que de eso se trataba. Justo eso. —Abrió la lata de café y bebió un poco—. Quisieras tener lista la propuesta pronto y empezar de inmediato, pero los miembros del equipo ya no miran hacia la misma dirección, quieren seguir distintos caminos y no logran ponerse de acuerdo… ¿me equivoco?

¿Acaso esta profesora tenía un chip instalado en mi cerebro? Eso pensé, al ver lo precisamente que describía lo que me venía carcomiendo por dentro.

—…… —me quedé sin palabras.

—Di en el clavo, ¿eh? Bueno, tiene sentido. A estas alturas, los que aún no tienen nada decidido suelen estar en esa situación —dijo, asintiendo como si lo hubiera previsto desde el inicio—. Como ya lo dije en clase, el proyecto de graduación no es necesariamente para crear una obra maestra. Pero sí puede ser una buena oportunidad para aquellos que quieren dejar algo detrás.

—Sí…

—En resumen, para ustedes, que ya llevan moviéndose desde primer o segundo año, esto es casi como un trámite: mientras hagan algo, estará bien. En casos más extremos, hay quienes incluso se retiran de la universidad, aunque como profesora no puedo recomendar algo así.

—O sea que… es una opción válida.

—Ya dije que no puedo decirlo directamente. Pero bueno, elegirlo es libre decisión de cada uno. —Aunque afirmaba que no podía decirlo por su posición, en el fondo parecía verlo con buenos ojos.

Esa forma de hablar… es muy propia de la profesora.

Sin embargo, yo no estaba dispuesto a tomar ese camino a menos que tuviera una razón de peso. Por el bien de todos, quería elegir una vía que nos llevara hacia la graduación.

—Pero sí que voy a presentar una propuesta. —Por eso, lo declaré con firmeza.

—Ya veo. Entonces, haz tu mejor esfuerzo. —La profesora no comentó nada más sobre el asunto.

Seguramente, con eso quería decir que el contenido de la propuesta y la forma de llevarla a cabo debíamos decidirla por nuestra cuenta.

Yo ya había pasado por momentos difíciles antes. Pero en todos esos casos, el desafío consistía en cómo actuar dentro de un marco ya establecido, sobre rieles que otros habían dispuesto.

Lo que venía ahora era distinto: nadie más iba a decidir por nosotros. Teníamos que dar forma a lo que habíamos visto y hecho en estos tres años.

Y eso no se trataba solo del proyecto de graduación. Era sobre cómo queríamos construir nuestro futuro.

Jugaba con la lata de café, aún sin abrir, entre mis manos. Mientras no la abriera, no sabría ni su contenido ni su sabor. Pero una vez abierta, todo quedaría determinado.

Quizás lo que me faltaba era el valor para abrirla.

—Hashiba… ¿Todavía quieres convertirte en productor?

Fue de pronto.

La profesora me lanzó esa pregunta.

—A-así es… —Vacilé un instante al responder.

Ya había pasado algo de tiempo desde que le había dicho, delante de ella, que quería serlo. Desde entonces, había aprendido no solo lo interesante que podía ser el trabajo de productor, sino también su naturaleza particular y sus muchas dificultades.

No era que hubiera perdido las ganas. Pero, al comprender que no era algo que se pudiera lograr fácilmente, ya no me sentía capaz de decir a la ligera «sí, quiero ser productor».

Por eso vacilé. Aún me faltaban tiempo y experiencia en grandes cantidades para poder declararlo con fuerza.

—Creo que… es algo difícil. —Resumí todo lo que venía pensando en esas palabras—. Escuchar las opiniones de todos, organizarlas, guiarlos hacia la finalización del proyecto… creo que he aprendido más o menos cómo se hace eso. Pero…

Ser coordinador de producción no era lo mismo que ser productor. Para este último, se necesitaban aún más cosas.

—Imaginar la propuesta misma, desarrollar el concepto, y guiar al equipo desde una perspectiva más amplia… eso era algo que yo nunca había hecho. Pero si no soy capaz de hacer eso, entonces no podría guiar al grupo que tanto esfuerzo ha puesto en esto…

Ahora que todos comenzaban a moverse por su cuenta, yo pensaba más que nada en cuál sería el mejor movimiento que podía hacer.

Sin embargo, todavía no lograba moverme de forma concreta. A lo sumo, lo único que hacía era alentar a los demás a independizarse, procurando no estorbarles.

—¿Sientes que se ha generado una diferencia entre tú y tus amigos?

Me quedé sin palabras.

Sí, era cierto que había una parte de mí que lo pensaba.

La profesora, al ver que no respondía, soltó un leve suspiro y dijo:

—Ser productor… es una tarea solitaria. Se levantó en silencio de su asiento, me dio la espalda y empezó a hablar—. Comparado con los creadores, al productor se lo suele ver como alguien que se dedica a un «negocio vacío». No crea cosas con sus propias manos, sino que llama a la gente, los organiza y los pone a trabajar. Y aunque se trata de un rol necesario, es fácil que lo conviertan en blanco de críticas.

Yo también lo creía así. De hecho, antes solía tener una imagen negativa de ese trabajo.

—Pero no hay otro trabajo en el que uno tenga que aparentar ser más grande de lo que realmente es que el de productor. Si quieres poner en marcha algo de gran escala, tienes que construirte a ti mismo como alguien imponente, aunque sea solo una ilusión. Como resultado, muchos presumen de logros en los que apenas participaron, alardean de sus conexiones con personas influyentes, y se inclinan ante los poderosos para poder escalar posiciones. —La profesora giró el rostro hacia mí—. ¿Sabes por qué recurren a ese tipo de actos? Claro que lo hacen porque necesitan aparentar grandeza, pero hay también una razón psicológica detrás. ¿Lo comprendes, Hashiba?

Sentía que sí, que podía entenderlo.

Porque yo también había empezado a sentir algo parecido.

—¿Es… por la soledad?

La profesora asintió.

—Porque solo actuando así pueden expresar lo que son. Si uno se dedica a algo creativo, inevitablemente surge el deseo de reconocimiento. Y ellos, para satisfacer ese deseo, recurren a actos ostentosos, esperando que alguien los elogie. —Entonces la profesora sonrió con malicia—. Bueno, ya hemos hablado de esto antes. Seguro que tú, Hashiba, lo entiendes perfectamente.

—Sí, lo entiendo.

Cuando había declarado, frente a ella, que quería ser productor, incluso llegué a decir que no me importaría convertirme en alguien parecido a un estafador oportunista.

—Pero, cuando ves con tus propios ojos lo brillantes que se han vuelto tus amigos, tu determinación empieza a flaquear, ¿no? Te preguntas si realmente estás bien así, y empiezas a dudar. Ya no sabes hacia dónde deberías ir. ¿No es eso lo que te está pasando?

—…Sí.

Ella lo había visto todo con claridad.

Por supuesto que me alegraba el éxito de mis compañeros. Me alegraba profundamente. Pero al mismo tiempo, no podía evitar sentir inquietud. Me preguntaba si yo estaba avanzando al mismo nivel que ellos. Aunque nuestros caminos fueran distintos, quería al menos una prueba de que también yo estaba avanzando con paso firme.

Pero ese también había sido el comienzo de la oscuridad que rodeaba la profesión de productor, el borde del abismo al que no debía caer. La profesora, probablemente, quiso mostrarme justamente eso.

Se sentó nuevamente en el sofá y dijo:

—Decide qué es lo más importante para ti, Hashiba. —Me miró fijamente y habló con un tono firme—. Piensa qué fue lo que te formó, qué fue lo que te trajo hasta aquí. Identifica eso que se encuentra en el núcleo de todo y sitúalo como lo más importante. Si lo haces, te será mucho más difícil dudar a la hora de tomar decisiones en el futuro.

¿Lo más importante, eh?

Para mí… ¿qué sería?

¿Por qué estaba creando cosas?

¿Qué fue lo que me llevó a este mundo?

Tal vez había algo que había perdido de vista, algo que había olvidado. No, considerando lo perdido que me sentía, seguramente así era.

Aunque ya me quedaba poco tiempo como estudiante, si lograba encontrarlo, tal vez podría descubrir también aquello a lo que debía llegar al final.

—Aún no lo he encontrado, pero… —Miré a la profesora. Su rostro era severo, pero a la vez cálido—. Voy a intentar encontrarlo. No sé qué es, pero lo intentaré.

Apreté el gesto con determinación. La profesora esbozó una sonrisa ladeada y dijo:

—No te reprocharé ninguna decisión que tomes de aquí en adelante. Haz lo que desees, sin reservas. —Se bebió de un trago lo que quedaba de su café—. Cuando lo encuentres, será tu graduación.

En mis manos permanecía, aún sin abrir, la lata de café que nunca llegué a beber.

Había una gran avenida llamada Midosuji que cruzaba de norte a sur el centro de Osaka. Unos días después de la charla con la profesora, yo caminaba por esa calle, yendo hacia el sur desde Umeda.

Poco a poco, mientras ya podía sentirse el ambiente de principios de verano, yo seguía sumido en mis pensamientos. El tema, por supuesto, era lo que había hablado con la profesora.

—Para mí, lo más importante…

Cuando entré en la universidad, todavía no tenía el lujo de pensar en algo así. Siendo alguien carente de todo, me aferré con desesperación al deseo de ser útil para todos y, como resultado, estuve a punto de arrebatarle el futuro a un amigo muy querido.

Luego, tras obtener la oportunidad de mirarme a mí mismo, empecé a decidir mi posición y mis acciones mientras observaba el crecimiento de todos.

Sin embargo, creo que había perdido de vista el por qué hacía aquello. Aunque tuviera una meta, si no podía explicar la razón, tampoco podría convencer a los demás.

Aún parecía que me llevaría tiempo encontrar la respuesta.

—Aquí, creo.

Había llegado a mi destino.

Ese día había ido porque tenía una cita con cierta persona. Entré en un edificio de oficinas modestas y subí las escaleras hasta el tercer piso. No era, ni de lejos, un lugar que pudiera describirse como elegante.

No le pega nada, a ese hombre…

Aunque sentía cierta extrañeza por aquella inesperada combinación, abrí la puerta de vidrio del local y entré.

El interior, aunque no demasiado espacioso, estaba renovado con buen gusto en comparación con su fachada. Mientras el agradable aroma del té negro me cosquilleaba la nariz, una voz se alzó desde una mesa del fondo.

—Perdona, y gracias por tomarte el tiempo de venir.

Matsuhira-san estaba allí sentado, con su habitual expresión apacible.

Había pasado un tiempo desde que me dijera que quería hablar conmigo. Desde entonces, su aspecto no parecía haber cambiado mucho.

—Siéntate. No es nada de lo que tengamos que hablar con tanta formalidad.

Tal como me indicó, tomé asiento frente a él.

Recorrí el local con la mirada. Era lo que se llamaba un café de juegos de mesa. En el mundo futuro, se había vuelto algo bastante común, pero hacia el año 2009, apenas existían.

Matsuhira-san mostraba una expresión afable. Aquellas arrugas en el entrecejo y la dureza en la mirada que tantas veces le había visto antes parecían ausentes ese día.

¿Será que por fin se ha cerrado un capítulo?

Últimamente, él también pasaba más tiempo en la sala de desarrollo. Si mis esperanzas eran acertadas, deseaba que volvieran los días tranquilos.

—En realidad, no te llamé porque tuviera algo específico que decirte.

—Ah… ¿no es así?

—No. Simplemente pensé que quería hablar contigo, de verdad.

—¿Hablar…?

Matsuhira-san asintió.

—¿Recuerdas que hablamos antes sobre el trabajo?

—Sí… y lo siento por aquella vez.

—No tienes por qué disculparte. Solo es que tú y yo pensamos de manera distinta, nada más. —Por lo que podía ver, no parecía estar especialmente preocupado por aquello. Claro que, quizá, simplemente lo ocultaba bien—. Pero, antes de hablar de eso, pensé que debería haberte preguntado muchas más cosas. Quería saber qué era lo que te había formado, dónde había nacido esta forma de pensar tuya… creí que debía conocerlo.

Ya veo, así que de eso se trataba.

—Yo siempre había sido un gran amante de los juegos, —continuó—. Encontré este café cuando buscaba un lugar donde pudiera reflexionar con calma.

—Es raro, ¿verdad? Que haya juegos de mesa aquí.

—Sí. Pero creo que esto se volverá mucho más popular. La gente que se canse de lo digital acabará viniendo, y también se animarán las partidas en línea.

Incluso el hecho de que se hubiera fijado en aquello desde esa época bastaba para que Matsuhira-san me pareciera impresionante.

Hablar de lo que le gusta… sí, ciertamente me interesa.

Mi respeto hacia Matsuhira-san no había cambiado respecto al pasado. Y él, por lo general, no hablaba mucho de sí mismo.

Por eso, el que me hablara así, aunque fuera de un tema personal como sus aficiones, me resultaba tanto una alegría como una oportunidad valiosa.

Asentí con fuerza.

—Entendido, puede que me alargue un poco, ¿te parece bien?

—Gracias. Pero creo que yo también me extenderé bastante si empiezo a hablar.

Hacía tiempo que no nos reíamos juntos de aquella manera.

Hablamos sin descanso sobre las cosas con las que Matsuhira-san había tenido contacto en el pasado.

El primer juego al que jugó, las obras que le habían impactado, y aquellas creaciones con las que había reído o llorado.

Lo que me sorprendió fue que Matsuhira-san había experimentado una enorme cantidad de obras. Por la universidad en la que estudiaba, yo había pensado que debía de llevar una vida sumida en los libros, pero…

—Quería jugar a jueguitos, así que me aseguraba de que mis notas nunca fueran motivo de queja.

Al principio, aquello surgió de una razón sencilla. Sin embargo, a medida que estudiaba, se dio cuenta de que podía aprovecharlo para la creación de videojuegos en el futuro; y, desde entonces, comenzó a profundizar en sus estudios de forma más eficaz.

Si se trataba de inglés, buscaba expresiones que pudiera usar en los diálogos de un juego; si era matemáticas, fórmulas que pudiera aplicar en 3D; y, en lengua o historia, material que pudiera servirle de referencia para la creación de historias. Su forma de estudiar había superado hacía tiempo el simple objetivo de aprobar exámenes.

Por eso, nunca había dejado de ocupar el primer puesto de su clase.

No puedo ni imaginármelo… increíble.

El hecho de que hubiera estudiado tanto y obtenido resultados ya era impresionante, pero que la fuerza motriz de todo ello fuera su amor por los videojuegos me parecía algo extraordinario.

En su forma de no ceder en sus convicciones, comprendía que seguramente era alguien que podía entregarse por completo a aquello que le gustaba. Y, para mí, que seguía dudando aun teniendo delante lo que me apasionaba, él me parecía una presencia cegadora.

Eventualmente, la conversación derivó hacia el tema de nuestros respectivos puntos de partida.

—Hashiba-kun, ¿qué fue lo que te llevó a interesarte en este mundo?

Fui a responder de inmediato, pero titubeé por un instante.

Por supuesto, mi motivo fue la ilustración de portada de Girasol dibujada por Shinoaki. Cuando pasaba por un momento difícil, aquella única imagen me reconfortó, y eso fue lo que despertó en mí la admiración por este mundo.

Pero aquello pertenecía al futuro, no a la historia de ese momento.

—Fue que… —Así que lo expresé de una forma un tanto difusa—. Fue… un dibujo. Vi una ilustración y eso fue lo que me motivó.

Si esa obra no hubiera existido, ¿qué habría sido de mí ahora? Cuando la miraba con ojos llenos de admiración, ni siquiera podía imaginar cómo sería la persona que la había dibujado.

Y ahora, habiendo retrocedido en el tiempo, me encontraba acercando esa distancia con la persona que la creó… solo para alejarme de nuevo.

—Qué coincidencia. Para mí, el primer detonante también fue… una sola imagen.

—¿También para ti, Matsuhira-san?

—Sí. Era la ilustración conceptual de un juego. Con un cielo inmenso de fondo, el joven protagonista portaba una espada, con una sensación de dinamismo que hacía pensar que estaba a punto de moverse… Cada vez que lo recuerdo, pienso que quizá nunca vuelva a encontrarme con una imagen tan maravillosa. —Pude notar que la voz de Matsuhira-san adquiría un matiz de fervor.

Pero justo después, dijo en un murmullo:

—Lamentablemente, ya no puedo volver a verla. —Y bajó la mirada.

—¿Por qué…?

Matsuhira-san guardó silencio un momento. Como no era alguien que soliera hacer eso, me sorprendió un poco.

Al cabo de unos instantes, abrió la boca lentamente y dijo:

—La persona que la dibujó… falleció.

—…Ya veo.

Cuando dijo que ya no podía volver a verla, supuse que debía de haber pasado algo importante… pero jamás imaginé que se tratara de su muerte.

—Por exceso de trabajo, seguido de más exceso de trabajo. Y para colmo, el proyecto que debía avanzar basándose en las ilustraciones que había dibujado fue archivado, y los datos también se dispersaron.

Era una situación bastante desesperada.

—¿No existe la posibilidad de que alguien lo haya guardado?

—No lo creo. Si acaso, sólo la propia persona… pero si ya no está en este mundo, pues… —respondió, encogiéndose de hombros con un gesto juguetón. Sin embargo, su expresión se veía muy solitaria.

Hasta donde yo sabía, nunca había escuchado hablar de una obra así. Si ya existía hasta las ilustraciones conceptuales y, aun así, el desarrollo se había cancelado, era de esperar que en algún lugar se la mencionara como un título legendario.

No lo recuerdo… Claro que yo tampoco recordaba todos los juegos, así que quizás simplemente no tenía ese conocimiento.

—Ojalá… algún día se encuentre.

Al igual que el libro de ilustraciones de Akishima Shino siempre me había dado valor, estaba seguro de que Matsuhira-san también deseaba ver ese dibujo más que nunca.

Frizcop: Conociendo el tropo, probablemente hable de la madre de Shinoaki. Lo sabe la autora, lo sabemos nosotros, lo saben todos.

Por supuesto, por lo que había escuchado, encontrarlo parecía bastante difícil. Pero al saber que él compartía conmigo algo tan importante, quise animarlo aunque fuera un poco.

—Gracias. Creo que será difícil… pero ojalá así sea, —dijo Matsuhira-san, sonriendo.

—Muchas gracias por venir hoy. Me divertí mucho.

—Lo mismo digo. Jamás habría soñado con tener una oportunidad así.

Yo también opinaba lo mismo. Desde aquella separación en la sala de reuniones, había creído imposible poder hablar así con Matsuhira-san, así que este día se convirtió en algo muy valioso para mí.

No es que hubiéramos resuelto los asuntos pendientes, pero el hecho de haber podido conversar así, a través de algo como los videojuegos, sentía que cobraría sentido mucho más adelante.

No puedo explicarlo con claridad… pero siento que hay un lazo. En cuanto a nivel ideológico, no habíamos logrado comprendernos, pero en otras cosas quizá llegara un momento en que pudiéramos cooperar en otras cosas. Al menos, sentía que habíamos compartido un respeto mutuo por lo mismo y unos valores comunes.

El sol se acercaba al horizonte, y la ciudad, teñida de naranja, se veía poco a poco devorada por la penumbra.

Me habría gustado seguir conversando así, pero sabía que, si no poníamos un punto final, seguiríamos alargándolo sin fin.

—Bueno, yo me voy por aquí, así que… con tu permiso. —Como nuestros caminos de regreso eran opuestos, me di la vuelta para marcharme, cuando…

—Hashiba-kun. —Me llamó de pronto por mi nombre.

—¿Sí?

Cuando me giré, Matsuhira me dijo:

—Tengo un favor que pedirte.

—¿De qué se trata…?

Por alguna razón, tenía un rostro como si estuviera a punto de llorar.

—Pase lo que pase de ahora en adelante… quiero que sigas amando los videojuegos. —Fue lo que me dijo.

—¿Los videojuegos…?

—…Sí.

Me pregunté por qué se había tomado la molestia de decir algo así.

Me resultó extraño, pero no tuve intención de preguntarle la razón.

Después de todo, habíamos tenido una conversación tan agradable ese día que no había necesidad de traer algo a colación en el último momento. Sin duda, sus palabras eran bastante significativas, pero yo pensaba que seguiría queriendo a los videojuegos sin necesidad de jurarlo.

Por eso decidí considerarlo como una especie de prueba de que habíamos compartido ese día juntos.

—Entendido, lo prometo. Seguiré amando a los videojuegos por siempre.

—Bien… gracias. —Dicho eso, Matsuhira-san se despidió con un ligero ademán y se alejó.

Yo también me disponía a marcharme, pero por alguna razón no pude apartar la vista de su figura.

Su espalda recta y su paso firme, sin irregularidades, me parecieron exactamente iguales a los de siempre.

Sin embargo, lo seguí con la mirada hasta que desapareció de mi vista.


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