El Jefe de Atelier Tan Despistado
Vol. 1 Capítulo 2. La Invitación de Jefe de Atelier y el Tratamiento Mágico Parte 1
Lo que la Señorita Bandana me contó fue que ella también había sido despedida de «Colmillo de Dragón de Fuego» y había venido a esta ciudad.
A partir de ahora ya no iría a mazmorras ni lucharía contra grandes monstruos, así que quería tener en su grupo a alguien que hiciera de muro de contención.
Jamás habría imaginado que incluso la Señorita Bandana, que era una guardabosques de primera clase, terminaría despedida… Con eso, que yo pudiera regresar a «Colmillo de Dragón de Fuego», siendo alguien que solo había servido para tareas menores, se había convertido en un sueño aún más lejano.
—¿Y ahora qué estás haciendo, Kurt? Parece que estabas intentando entrar en Hello Work , ¿acaso ya renunciaste a ser aventurero?
—Ah, no, este… No puedo renunciar del todo a ser aventurero, pero no quiero unirme a ningún otro grupo que no sea «Colmillo de Dragón de Fuego».
—¿Y por qué?
—Porque, después de todo, para mí el Señor Golnova es un benefactor y alguien a quien admiro.
—…¿Por admiración, eh?
La Señorita Bandana entornó los ojos y se quedó con la mirada perdida, como si pensara en algo.
—¿Le ocurre algo?
—No, no es nada. Ya veo… Entonces, de momento no tienes intención de ser aventurero. Eso en realidad nos viene bien por varias razones.
—¿Eh?
No alcancé a oír bien la última parte y, sin querer, le pedí que repitiera.
—Ah, hablaba para mí. Ah, cierto, ahora mismo no deberías hacerte la prueba de aptitudes en Hello Work .
—¿Eh? ¿Por qué?
—Porque la guerra en el reino del norte terminó. Muchos mercenarios están perdiendo el trabajo, y por eso se están agolpando en Hello Work en busca de empleo. La prueba de aptitudes toma tiempo, ¿verdad? Si en un momento como este les dijeran que se pongan con un trámite engorroso como la prueba, sería una molestia para ellos.
—Dicho así, es cierto…
Los funcionarios de Hello Work estaban ocupados, y hacerlos perder tiempo por alguien como yo me parecía una falta de consideración.
En ese caso, quizá lo mejor sería esperar a que la Señorita Yulishia regresara y, mientras tanto, leer algún libro. En esta ciudad había una biblioteca, así que venía perfecto.
Mientras pensaba eso, la Srta. Bandana levantó la voz diciendo:
—¡Ah, ya sé! Oye, Kuru. La verdad es que un atelier de unos conocidos míos anda un poco corto de mano de obra y lo están pasando mal. Si quieres, ¿te animas a echarles una mano?
—¿Un Atelier? ¿Se refiere a ese tipo de taller?
—Exacto, a ese tipo de taller. No es clandestino, ¿eh? Es un Atelier profesional, con Jefe de Atelier.
Un taller, también llamado atelier, era un lugar donde principalmente se fabricaban y vendían pócimas, espadas mágicas, artefactos mágicos y demás.
El sistema era de licencias, y permitía que se llevara a cabo el desarrollo, la producción, la venta y la distribución de manera independiente. Además, lo que se desarrollaba allí podía permanecer como producto exclusivo del atelier durante cincuenta años.
Por ejemplo, los cristales de teletransporte.
Estos habían sido desarrollados treinta años atrás y, aún en la actualidad, eran vendidos en exclusiva por un Atelier de la capital. Por eso, aunque el costo de los materiales apenas ascendía a unas cuantas decenas de monedas de cobre, los cristales de teletransporte terminados se comerciaban por cerca de cien monedas de oro. Era porque restringían deliberadamente la circulación para elevar el precio.
El dueño de un atelier era llamado Jefe de Atelier, y como privilegio se le otorgaba una posición equivalente a la de un vizconde, además de permitirle poseer sus propias fuerzas de combate.
Por supuesto, no era algo a lo que cualquiera pudiera acceder con facilidad.
Para obtener la licencia, había que conseguir la recomendación de un noble con rango de conde o superior y aprobar un examen en la capital. En todo el reino solo existían quince personas con ese título.
Que yo pudiera ayudar a alguien tan increíble…
—¡Haré mi mejor esfuerzo!
—Ya veo, ya veo. Entonces esta es la carta con el mapa de ese atelier, esfuérzate mucho, ¿sí? Yo ahora tengo trabajo con otro grupo, —dijo la Señorita Bandana. Me entregó un pergamino en el que estaba dibujada la ubicación del atelier y, agitando la mano, se marchó.
Yo seguí inclinando la cabeza ante su figura que se alejaba. Incluso después de que ya no fuéramos del mismo grupo, la Señorita Bandana había seguido tratándome con amabilidad hasta el final. Precisamente por eso debía devolverle esa bondad y cumplir con este encargo con todas mis fuerzas.
Apoyándome en el mapa que había recibido de la Señorita Bandana, caminé por la ciudad.
En el trayecto, decidí comprar como obsequio unas frutas en miel. Había escuchado que los jefes de atelier, que debían usar mucho la cabeza, solían tener predilección por lo dulce.
De todos modos, no sabía que en esta ciudad existiera un atelier legítimo. Los atelieres, según se decía, se encontraban en la capital o en las ciudades de señores de territorio, pues allí había más gente y era más fácil conseguir materiales.
Si se trataba de alguien excéntrico, podía que construyera una ermita en un bosque de aguas cristalinas o en lo profundo de una montaña y llevara una vida casi como la de un ermitaño.
Me adentré por un camino lateral y llegué a una zona residencial.
En esta ciudad, el distrito este era donde vivían los acaudalados, el distrito oeste era donde se encontraba la gente de bajos recursos, y el resto de la población residía en la zona central.
Cabe mencionar que en esta ciudad no existía un barrio marginal. La ley establecía que quienes no pagaran impuestos no podían tener residencia dentro de las murallas, ni tampoco acampar en las calles.
Por lo mismo, aquellos que no podían pagar impuestos construían sus casas fuera de la muralla de la ciudad. Claro que en esos lugares existía el riesgo de ser atacados por monstruos, y si estallaba una guerra, eran los primeros en convertirse en víctimas. Aun así, al parecer lo consideraban más seguro que vivir en un poblado rural, pues al menos había guardias vigilando.
El atelier se encontraba no en el distrito este, sino al norte de la zona central.
Me fui internando por los callejones de una zona residencial en la que se alineaban pequeñas casas unifamiliares.
En un lugar en el que uno pensaría: «¿De verdad es aquí?», se levantaba un edificio con un destartalado cartel de madera. En él estaba grabado el nombre: «Atelier Ophelia».
La casa era bastante antigua, pero parecía bien cuidada: en varias partes de las paredes de ladrillo marrón se había aplicado cemento blanco.
Respiré hondo una vez y, cargado de determinación, golpeé la puerta.
—……
No hubo respuesta. ¿Será que no lo habían oído?
Justo cuando pensaba en volver a llamar, del otro lado se escuchó un estrépito, como si hubieran volcado un balde lleno de chatarra sobre un montón de basura.
Al cabo de un rato, el ruido cesó y la cerradura se abrió.
—Bi-bienvenido.
Quien me abrió la puerta fue una chica de piel clara y cabellos dorados que aparentaba ser más joven que yo.
¿Acaso ella era la jefa de atelier?
¿Tan pequeña y aun así…?
—Ah, ¿de verdad los elfos son raros… para usted? —preguntó la muchacha con voz temblorosa.
—¿Eh? ¿Elfa?
Fue entonces cuando me di cuenta: las orejas de la muchacha terminaban en punta.
Claro, ella era del pueblo feérico: una elfa.
Se decía que los elfos habían sido la primera raza humana creada por los dioses a su propia imagen. Poseían una larga vida, y algunos llegaban a superar los dos mil años de edad.
Desde su nacimiento tenían un alto rango de afinidad con la magia de agua, viento y luz, y muchos eran hábiles con el arco.
Sin embargo, rara vez se veían elfos en las ciudades; la mayoría vivía en aldeas ocultas cerca del Árbol del Mundo, en lo profundo del Gran Bosque.
Por eso, para mí, era la primera vez que veía a uno.
—Si no se había dado cuenta de que era elfa, e-entonces, ¿por qué se quedó pensando tanto cuando me vio…?
—Ah, disculpe. ¿Usted es la jefa del atelier?
Al preguntarle con cautela, ella asintió con expresión de comprensión.
—Ah, ya veo, ya veo. Pensó algo como: «¿Una niña tan pequeña…?» ¿cierto? No se preocupe, yo soy Michelle Lalacotta, asistente de Lady Ophelia, Jefa del Atelier. Además, aunque tenga esta apariencia, ya pasé los ochenta años.
—¿¡Ochenta!? ¡Eso significa que tiene ochenta años, ¿verdad!?
—Eeek, sí-sí, así es. Aunque dentro de los elfos, todavía se me considera una niña… —La Señorita Michelle explicó eso mientras temblaba nerviosa.
Al mirarla, seguía pareciendo más una niña acorde a su apariencia que alguien de ochenta años.
—Disculpe, levanté demasiado la voz.
—No-no, no se preocupe. Lo que pasa es que, con respecto al trabajo, ahora mismo no estamos en condiciones de aceptar encargos.
—No vengo por un encargo. Vengo recomendado por la Señorita Bandana, para ayudar aquí…
—¿La Señorita Bandana? ¿Entonces usted es la persona que nos iba a ayudar? Menos mal… Con mi maestra en ese estado yo ya no sabía qué hacer. De-de todos modos, ¡pase por favor!
Michelle me tiró de la manga y entré en el edificio.
Al mismo tiempo, un hedor desagradable me golpeó en la nariz.
Este olor… no es a químicos, ¿verdad?
No se trataba del característico aroma penetrante de los reactivos, sino de algo más cercano al olor de la descomposición.
Pronto entendí la causa.
—Disculpe… este…
—Ah, perdone, soy Kurt. Kurt Rockhans. Ah, traje esto como obsequio.
—Muchísimas gracias… Entonces, Sr. Kurt, lo primero que quisiera pedirle es que se encargue de ordenar esto.
—Entendido.
Lo que tenía frente a mí era un fregadero repleto de platos, cucharas y restos podridos de comida apilados.
Además, estaban dispuestos como si fueran una especie de escultura: bastaba con alterar un poco el equilibrio para que todo se viniera abajo.
Solo con mirarlo me parecía oír la onomatopeya «plof-plof», y si afinaba el oído, casi podía escuchar el «ras-ras» de aquellos insectos marrones tan odiados que reptaban por ahí.
Ah, ya lo entiendo. Me llamaron aquí como ayudante doméstico después de todo.
En el fondo de mi corazón había estado esperando poder hacer un trabajo propio de un atelier, pero al final, las cosas nunca resultaban tan fáciles en este mundo.
—Perdón… Hasta ahora, era mi maestra quien se encargaba de lavar los platos, pero lleva ya unas tres semanas sin poder hacerlo… Yo soy buena cocinando, pero el orden y la limpieza después de comer no lo llevo de la mejor manera. Qué vergüenza, ¿verdad?, que una mujer no pueda ni recoger los platos,—dijo la joven con aire apenado.
Yo negué con la cabeza.
—No es para tanto. Todos tenemos una o dos cosas que se nos dan mal. Yo mismo sueño con ser aventurero, pero en todas las pruebas de aptitud para el combate me han puesto en el rango más bajo.
—¿Todas en el rango más bajo? Eso ya es un defecto mortal para cualquiera que quiera ser aventurero, ¿no cree?
—Bueno, jajajá… sí… —suspiré.
—Ah, lo siento, lo siento, —se disculpó Michelle, inclinando la cabeza una y otra vez.
Esa muchacha… se me hacía parecida a mí. Sentía cierta afinidad con ella.
Mientras pensaba eso, desde la habitación del fondo se oyó la voz de una mujer diciendo «Michelle, ven a ayudarme».
—¡Sí, ya voy! Sr. Kurt, disculpe, me está llamando mi maestra. El pozo está en la parte trasera; y la basura orgánica, por favor, entiérrela en un hoyo en el patio trasero.
—¡Entendido! Déjemelo a mí.
Golpeé mi pecho con fuerza para mostrar hombría, pero…
—Cof, cof… —Me había golpeado tan fuerte que terminé tosiendo.
—¿E-está bien?
—Sí, no se preocupe.
Uff, qué vergüenza.
Como la Señorita Michelle se había ido a la habitación del fondo, yo empecé con la limpieza.
Y entonces…
—Bien, terminado.
Ya había lavado todos los platos y los había dejado secando; la olla que tenía un agujero lo reparé con remaches, martillo en mano; el cuchillo, completamente oxidado, lo afilé hasta quitarle el óxido y luego le apliqué un tratamiento antioxidante.
La basura orgánica la enterré en el patio trasero tal como me indicaron; esterilicé el moho negro desde la raíz y eliminé las plagas junto con sus nidos.
En fin, terminé con lo básico.
Eso sí, me tomó más tiempo del esperado: ya habían pasado treinta minutos.
Bien, ¿qué más podría hacer ahora?
Decidí ir a pedirle indicaciones a la Señorita Michelle y me dirigí al fondo.
Allí solo había una puerta, así que la golpeé suavemente.
—Sí, adelante.
¿Eh?
No era la voz de la Señorita Michelle, ni tampoco la de su maestra que había escuchado antes.
¿Había más gente aquí dentro?
Pensando en eso, abrí la puerta.
—¿Eh?
—¿Eh?
En el mismo instante en que abrí, mi voz y la de la persona dentro se superpusieron.
Pero, el sorprendido era yo.
Porque, justo frente a mí, había una hermosa chica de mi misma edad aproximadamente… con el torso desnudo.
—¿Eh? ¿Por qué?
Mientras mi circuito de pensamiento quedaba completamente congelado, la chica me habló.
—Amm… ¿usted es?
—Eh, eeh… me llamo Kurt. Desde hoy empiezo a trabajar aquí.
—¿Es así? Lady Ophelia se ha dirigido a la cámara subterránea del fondo.
—Ah, ¿en serio? …¿eh?
¿Por qué esta chica podía hablar con tanta naturalidad estando desnuda?
¿Acaso era en realidad un hombre que solo tenía un rostro increíblemente lindo?
Pensar semejante tontería me hizo desviar la mirada hacia abajo.
Allí, aunque pequeños, se notaban claramente los pechos… ¿eh?
—Eso… ¿acaso?
Sobre la parte superior del ombligo había un patrón azulado.
Parecía una mancha, pero…
—Sí… es una maldición.
—Ya me lo parecía.
Yo también, cuando era niño y recogía hierbas medicinales en la montaña, me encontré varias veces con goblins chamanes que me lanzaron maldiciones mientras intentaba huir.
Por eso reconocí enseguida que era una maldición, y que los síntomas eran graves.
—¿Puedo verlo un poco más de cerca?
—Sí, no hay problema.
Con su permiso, observé la parte superior del abdomen de la muchacha.
—¿Puedo tocar?
—Está bien.
Toqué la zona afectada.
Al parecer, aunque la tocaba, no sentía dolor.
Eso no significaba que los síntomas fueran leves, sino que la maldición ya había invadido hasta la parte nerviosa, impidiéndole incluso sentir dolor. Sus órganos internos también estaban bastante dañados. En ese estado, seguramente hasta una comida normal le resultaría difícil.
¿Sentiría hambre?
Le estimulé suavemente uno de sus puntos de presión.
…Kyururururu.
Se escuchó un sonido como si un pajarillo hubiera cantado.
Ese sonido era…
—Lo-lo siento mucho… —se disculpó la muchacha. Era, en efecto, el sonido de su estómago.
Qué alivio, aún conservaba el apetito.
—Le prepararé una comida ligera.
—…Se lo agradecería mucho. —Su rostro se tiñó de un rojo intenso al pronunciar esas palabras, como si de verdad estuviera muy avergonzada.
Y aun así, qué extraña chica: no le importaba que vieran su desnudez, pero le daba vergüenza que escucharan el sonido de su estómago.
Me parecía descortés usar los ingredientes ajenos sin permiso, así que decidí emplear los que tenía a la mano.
Justo después de pensar eso, me percaté de algo.
—Ah…
Me había atrevido a tocar tanto a una mujer desnuda…
Lo siento mucho.
No sabía qué hacer con aquel sentimiento, así que, por lo pronto, decidí disculparme con Dios.
Cuando terminé de cocinar, alguien llegó desde el fondo.
¿Sería aquella muchacha que no pudo esperar más?
—Justo está terminado… ah.
No, no era ella.
Quien apareció era una mujer de cabellos plateados, de unos veintitantos años, de aspecto seductor.
—¿Es usted Lady Ophelia?
—Así es… Ah, ¿tú eres el ayudante del que hablaba Michelle?
—Sí, he estado trabajando aquí.
Cuando respondí, Lady Ophelia recorrió la cocina con la mirada, con cierto aire de desgano.
Enseguida, sin embargo, su expresión se tornó de sospecha.
Caray, la había fastidiado, ¿verdad?
—Perdón, usé la cocina sin permiso.
Había escuchado que muchas mujeres no querían que los hombres entrasen en la cocina.
Parecía que ese tipo de personas pensaban que era inconcebible que un hombre cocinara.
¿Quizás la propia Lady Ophelia también fuera de esas personas que consideraban que limpiar todavía podía tolerarse, pero cocinar era absolutamente inadmisible?
Ahora que lo pensaba, Michelle también había dicho que era buena cocinando. Seguramente, con eso me había dado a entender de forma indirecta que ella se encargaría de la cocina y que yo no debía meterme.
Ah, qué necio era yo. Realmente carecía de toda sensibilidad para leer entre líneas.
—No… no me molesta que uses la cocina, pero… ¿esa papilla?
—Sí, la chica del cuarto del fondo dijo que tenía hambre.
—¿La viste?
—Sí, ¿acaso hubo algún problema?
—…Ya veo. Sobre esa chica… no debes decirle nada a nadie. ¿Puedes prometerlo?
—¿……? Sí, lo entiendo.
No sabía de qué se trataba, pero en este tipo de trabajos había un deber de confidencialidad.
Asentí e hice la promesa.
—Qué buen aroma.
—¡Ah, también prepararé una porción para usted, Lady Ophelia!
—No es necesario.
—¿En serio? …Entonces, ¿qué más podría hacer?
—Nada, hoy ya es suficiente. ¿Podrías venir mañana a la misma hora? —Lady Ophelia dijo aquello y me entregó nada menos que tres monedas de plata.
—¿Eh? Esto…
¿De verdad estaba bien aceptar tanto?
Recordaba que el pago por ayudar con las tareas del hogar era de unas cincuenta monedas de cobre por día… media moneda de plata, más o menos.
—No lo rechaces. Has hecho un trabajo que merece esta paga.
—……¡Oh! ¡Muchísimas gracias! —Incliné la cabeza en señal de gratitud y salí de la habitación.
Con esto había logrado no manchar la reputación de la Señorita Bandana.
Además, mi trabajo había sido reconocido como correspondía.
En la reparación de la muralla me habían despedido en solo tres días, y con el encargo de la Señorita Yulishia había terminado ideando un método para que ella no tuviera que pagar impuestos por sí misma, así que no había podido serle de verdadera ayuda.
Pero Lady Ophelia sí había reconocido mi labor.
Eran palabras que me hicieron pensar: Mañana también debo dar lo mejor de mí.
◇◆◇◆◇
El muchacho que recibió la moneda de plata salió con una sonrisa.
Un niño extraño… Así lo pensaba yo, Ophelia.
En este cuarto, que parecía la materialización de mis propias tinieblas interiores, había logrado dejar todo tan limpio.
Además, esa olla que contenía el arroz con agua. Estaba segura de que tenía un agujero antes.
¿Acaso, en tan poco tiempo, no solo había recogido limpiado todo, sino también arreglado el agujero de la olla?
Cerrar un agujero en una olla no era imposible, pero apenas había pasado un tiempo desde que escuché hablar de él a través de Michelle.
Si lo había hecho él solo…
—¿Acaso su aptitud para el procesamiento sería SSS, lo mismo que su aptitud para la reparación?
De ser así, su nivel era tal que más que para ayuda doméstica, sería digno de contratarlo como asistente de atelier.
Cuando Michelle me dijo que lo había presentado una mujer sospechosa con una bandana en la cabeza que se encontró en la calle, me preguntaba qué clase de persona sería. Pero si era tan capaz, bien podía tratarse de un espía de otro atelier o incluso de la familia real…
—Haa, no, imposible. No es que las personas con aptitud de rango SSS aparezcan por ahí tan fácilmente. Pensar demasiado es como no pensar nada… aunque tampoco me queda ya mucho tiempo para perder. Debo terminar con todo hoy mismo. —Tomé la olla con el arroz y la cuchara de madera, y me dirigí a la habitación del fondo.
Allí me esperaba ella.
—Eso no es bueno, Liese. Debes vestirte bien. Te está un poco desarreglada la ropa.
—Perdóneme, no suelo estar en estas situaciones.
—Es natural. Has pasado trece años sin dar un solo paso fuera del castillo. —Diciendo esto, coloqué la olla de arroz sobre la mesa.
Bueno, yo tampoco había esperado que el chico de los recados entrara en esta habitación.
Como me confié al saber que era un niño, decidí que debía andar con más cuidado.
Después de todo, Liese era la princesa de este reino.
Ella, Lieselotte, ocupaba la posición de tercera princesa del Reino de Homuros.
Era la única hija nacida entre la princesa, desposada desde el vecino Imperio Gurmak del este, y el rey. Su existencia misma se había convertido en el símbolo de la paz entre este reino y el Imperio Gurmak.
Hacía apenas unos días había terminado la guerra contra el país de los bárbaros del norte, y con ello concluyeron todos los conflictos que este reino arrastraba. En otras palabras, el camino debía encaminarse hacia la paz.
Sin embargo, había quienes no lo aceptaban: en pocas palabras, los hombres del ejército. Una vez terminada la guerra, las fuerzas armadas serían reducidas, lo que les impediría entrometerse en la política con la misma fuerza de antes y los llevaría a perder poder.
Por ello, los militares se pusieron en contacto en secreto con aquellos dentro del Imperio que compartían la misma visión —es decir, quienes se veían perjudicados por la ausencia de guerra—, y decidieron crear la oportunidad de quebrar la alianza y provocar un conflicto entre ambos países.
Ese plan consistía en asesinar a Liese mediante artes prohibidas. Al morir ella, símbolo de la paz, dentro del reino, podrían acusar a este de despreciar la sangre imperial y así dar al Imperio el pretexto para iniciar la guerra.
Advertida por sus subordinados de que era el blanco de un complot, Liese comprendió que no podía quedarse de brazos cruzados. Abandonó la capital y, tras huir, consiguió llegar hasta mí, quien en otro tiempo había ejercido como su tutora.
Pero parecía que el enemigo había jugado una carta más astuta. El cuerpo de ella ya estaba siendo consumido por la maldición.
Busqué desesperadamente la manera de romper el hechizo, pero al final lo único que logré fue retrasar su avance. Al menos, si pudiera averiguar el tipo de hechizo… pensé, aunque en una situación en la que era imposible saber quién era enemigo y quién aliado dentro de la capital —no, dentro mismo del ejército—, encontrar a un hechicero que pudiera ayudar resultaba una tarea casi imposible.
Y, además, el tiempo ya se nos agotaba. En la capital, el mayordomo que había quedado atrás trataba como podía de ganar algo de tiempo, pero de seguir así, el hecho de que Liese se hallaba desaparecida acabaría siendo anunciado de manera pública.
Si eso se llegaba a conocer en el Imperio —no, era seguro que lo conocerían primero—, sin duda se convertiría en el pretexto para iniciar la guerra.
—Espera, Liese. Tu maldición la curaré yo, cueste lo que cueste.
—Maestra, estoy bien. Más bien… bueno, me ha entrado el hambre.
—Ya veo… está bien. Espera un momento mientras pruebo si hay veneno.
—No hace falta. Si es comida hecha por ese chico, no hay manera de que tenga veneno.
—¿Ese chico…? Pero no sabemos quién es realmente, ¿verdad?
—Lo sé por intuición. Además, mi cuerpo ya está destrozado por la maldición. A estas alturas, no hace falta que alguien intente matarme con veneno.
—……
Ciertamente, si el enemigo fuera a actuar directamente, no habría recurrido a un método tan enrevesado como una maldición. Con un solo cabello, podrían matarla desde la distancia; aunque tardara más que un asesinato convencional, el gran poder de la hechicería residía en que resultaba casi imposible identificar al culpable.
Por supuesto, en el castillo había talismanes protectores contra maldiciones por todas partes, lo que hacía imposible usar la magia sobre alguien allí. Sin embargo, en esta ocasión, los talismanes de la habitación de Liese habían sido retirados, permitiendo que la maldición la afectara.
Un enemigo tan meticuloso tenía pocas probabilidades de usar a un niño para ejecutar un asesinato que dejara evidencia. Aunque no se podía descartar por completo la posibilidad…
—Le ruego, maestra. Hasta hoy he vivido dudando de todos porque no sé quién me lanzó esta maldición. Pero al menos hoy quiero confiar en alguien hasta el final.
—Está bien. Pero a cambio, Liese, prométeme algo: confía en mí. Yo protegeré la vida de mi alumna sin falta.
—Sí, confío en usted.
Aunque su cuerpo aún estaba siendo consumido y debía sufrir los efectos secundarios de los medicamentos, Liese sonrió, y yo ya no pude decir nada más.
Serví el arroz en un cuenco y lo puse frente a ella.
—Qué buen aroma… También lleva hierbas, ¿cierto?
Liese probó un sorbo de la comida y dijo:
—Ah… pero está muy rico… reconforta mi corazón.
—Me alegra que te guste. Entonces yo…
—Ugh… ¡Ahhhhhhh!
—¿¡Liese!?
De repente, Liese se agarró el pecho y empezó a mostrar signos de dolor intenso.
¿Acaso había veneno en la comida, después de todo? ¿O había progresado la maldición?
—Espera, te daré un antídoto enseguida…
—E-está bien, maestra.
—¿Está bien? ¡Liese, estás sudando tanto!
Su respiración era agitada y su aspecto indicaba que algo no estaba normal.
Si no era veneno… entonces, ¿qué era?
—¡Liese! —Observando su rostro, levanté con cuidado su ropa. Allí estaba únicamente su piel blanca, y las manchas azules habían desaparecido por completo—. ¿La maldición… desapareció?
¿Qué había pasado? Entonces la reacción de Liese no parecía ser por veneno, ¿sino por la desactivación de la maldición?
Al igual que cuando se tiene fiebre por la respuesta inmunológica a un resfriado, es conocido que el proceso de deshacer una maldición puede generar síntomas como dolor en el pecho.
Si la maldición era lo suficientemente grave como para amenazar la vida, era de sentido común que la reacción de desactivación podía ser intensa.
Pero… ¿cómo es posible? La curación fue demasiado rápida para ser solo una reacción a la maldición rompiéndose. No entendía lo que había ocurrido.
—Liese, déjame probar un poco —dije, y tomé un bocado del arroz.
Con un solo sorbo, el dulzor del arroz se expandió en mi boca. La ligera amargura de las hierbas, en lugar de estropearlo, reforzaba aún más el sabor del arroz.
La cantidad de sal estaba justa, y me animé a tomar otra cucharada, aunque contuve el impulso.
Entonces me di cuenta de algo: la fatiga y el sueño habían desaparecido.
No solo la maldición se había revertido, sino que también había desaparecido el cansancio.
Solo conocía un remedio capaz de provocar ese efecto.
Elixir: un brebaje legendario llamado la «poción universal».
¿Acaso este arroz era ese elixir?
—Maestra, lo pensaremos después. Sería una pena que el agradecimiento hacia Sir Kurt también tenga que esperar.
—Sí, tienes razón, Liese. Debemos ir de inmediato al castillo.
No podíamos permitir que se desatara la guerra con el Imperio. Por eso decidimos partir hacia la capital.
◇◆◇◆◇
—Buenas, Mimiko.
—Ah, Yulishia, bienvenida.
Después de regresar a la ciudad y despedirme de Kurt, llevé el mineral de mitrilo en un carro hasta la capital.
Durante el trayecto, había estado negociando con el gremio de comerciantes itinerantes sobre el uso del túnel, por lo que ya era hora de cierre cuando llegué a la tienda de objetos mágicos, el Mimiko Café.
Mimiko, cuyo día libre había sido interrumpido, me recibió con una expresión aterradora, muy diferente a su habitual rostro infantil y sonriente; sin embargo, al explicarle la situación, dejó de parecer un demonio.
Aun así, no parecía completamente convencida.
—Cuando me informaste sobre setenta kilos de mitrilo y el oricalco… casi no lo podía creer…
—Yo también dudé cuando lo vi por primera vez.
El mitrilo se había llevado al Mimiko Café, y el oricalco estaba actualmente en la caja fuerte.
Con el precio actual, un kilo de mitrilo valía aproximadamente quinientas monedas de oro. Setenta kilos equivalían, en cálculo simple, a treinta y cinco mil monedas de oro.
Aunque, con tanto mitrilo en circulación, el precio seguramente caería, así que la cantidad real de la transacción sería menor.
Según la tasación de Mimiko, el oricalco valía cincuenta mil monedas de oro.
—Si lo compramos todo de una vez, el precio se desplomaría, así que calculo unas ochenta mil monedas de oro. No tengo tanto dinero en efectivo, así que se hará en pagos.
—Ochenta mil monedas… eso es suficiente para cubrir los gastos de cualquier ciudad importante. Y si recordamos que el salario anual de un mago de la corte es de doscientas monedas… eso equivale a cuatrocientos años.
Mimiko asintió ante mis palabras.
—Con esa cantidad podríamos comprar unas treinta montañas de las que dices que son valiosas, Yulishia.
—…Impresionante.
—…Realmente impresionante.
Ambas coincidimos en la valoración de Kurt.
Pero también era un asunto preocupante.
—¿Qué crees que pasaría si se supiera de su existencia?
—Con suerte lo secuestrarían; con mala suerte, lo asesinarían.
—Y con razón.
El mitrilo era un metal extremadamente valioso.
Por eso, no era raro que comerciantes de alto nivel, nobles e incluso miembros de la realeza guardaran mitrilo como un activo oculto.
Sin embargo, si se revelara que un solo muchacho podía garantizar un suministro estable, el precio del mitrilo se desplomaría sin duda.
Alguien podría intentar secuestrarlo para monopolizar el metal y acumular una fortuna, mientras que otros, deseosos de proteger sus riquezas, podrían usar su poder para asesinarlo.
En consecuencia, colocar a Kurt como director del Instituto Real de Investigación de Magia se volvió prácticamente imposible.
Tener ese puesto significaría que su información se haría pública, lo que equivaldría a invitar a asesinos.
—¿Por qué un chico con semejantes habilidades estaba oculto fuera del radar?
—He oído que estaba en «Colmillo de Dragón de Fuego», ¿no?
—Ah, ese grupo decadente. El líder, Golnova, parece que está en la lista de buscados.
—¿Qué? ¿De verdad?
—Al parecer, atacó a los guardias que iban a arrestarlo por daños a la propiedad y escapó. Por suerte, no les pasó nada grave.
—Eso… es un golpe mortal para cualquier aventurero.
Me sorprendía que un grupo pudiera mantenerse unido teniendo a un personaje así como líder.
Era evidente que la causa de la disolución había sido la salida de Kurt.
Ya lo había pensado antes, pero no lograba comprender por qué lo habían expulsado de ese grupo.
—¿Y qué piensas hacer?
—Mmm… estoy considerando ponerlo como jefe de atelier.
—¿Jefe de atelier? Si haces eso, su identidad saldrá a la luz, —dijo Mimiko, abriendo los ojos sorprendida.
Yo negué con la cabeza.
—Si anda de aquí para allá sin rumbo, llamará mucho más la atención. Conviene restringir un poco sus movimientos. Además, yo también pienso trabajar allí.
—Eso… ciertamente como guardiana es perfecto.
—¿Ves? El problema es cómo convencer a Kurt de aceptarlo.
Antes que nada, tenía que lograr que él mismo fuera consciente de sus habilidades.
Lo ideal sería que hiciera una prueba de aptitud en Hello Work , pero eso significaría que el local descubriría sus capacidades.
Al menos quería establecerlo como jefe de atelier antes de que eso ocurriera.
Con ese objetivo empecé a discutir un plan con Mimiko.
Entre idas y venidas sobre cómo nombrar a Kurt jefe de atelier, la noche se nos había ido por completo.
En conclusión, entendimos que convertirlo en jefe de atelier sería sumamente difícil.
No porque careciera de talento, sino porque lo tenía en exceso.
Si se presentaba al examen para jefe de atelier, sus capacidades se darían a conocer en todo el reino.
Y ocultarlas durante el examen era imposible para alguien tan poco hábil como Kurt en ese aspecto.
—¡Ahh, ya no sé qué hacer!
—Yulishia, tranquila. Dicen que la falta de sueño es enemiga de la belleza, así que mejor vamos a dormir.
—No, no puedo. Le prometí a Kurt que mañana lo acompañaría de regreso, así que tengo que encontrar una solución hoy mismo.
—¿Y si lo dejas estar? Al fin y al cabo, Yulishia, tú no eres del tipo que se desvive por un chico al que apenas conoces.
—Eso… es cierto, pero…
Sí, lo era.
Pero, viéndolo de cerca, no podía simplemente ignorarlo. No sabía cómo explicarlo.
A pesar de tener un poder monstruoso, había algo en él de adorable, como un pequeño animalito.
…¿Qué estaba pensando yo?
—Ahh, ya entendí, ya entendí, así que de eso se trata.
—¿¡De eso se trata el qué!?
—Que eres muy tierna, Yulishia. Bueno, me gustaría apoyar el primer amor de mi amiga, pero ya sabes… ¿por qué no te casas con él y lo proteges toda tu vida?
—Qué…
Me quedé sin palabras, y Mimiko se rio al decirlo.
—Vamos, si solo es una broma.
—¿Una broma…? Sí, claro, es una broma, ¿no? Si apenas han pasado unos días desde que conocí a Kurt, y aunque llegáramos a salir, primero sería por correspondencia.
—¡Pareces doncella de novela romántica!
Mimiko me golpeó la cabeza con una pantufla.
¡¿Y qué si lo era!? Nunca había salido con un hombre, así que no tenía idea de cómo debía comportarme.
Además, él ya me había visto desnuda la primera vez.
Ay… ¿por qué hice algo así?
Siempre había podido reírme al día siguiente aunque un hombre me hubiese visto desnuda… pero esta vez… ay.
En ese momento, alguien golpeó la puerta de la tienda.
—Yulishia, sé que estás haciendo mil muecas sola, pero parece que ha venido un cliente, ¿podrías atenderlo?
—Tú eres la dueña, Mimiko, así que deberías ir tú.
—¿Y si es alguien sospechoso a estas horas? —Mimiko dijo eso con los ojos alzados de forma extraña.
Con lo poderosa que era como maga de la corte, un simple ladrón nocturno no sería más que cenizas en un instante.
Bueno… también era cierto que si usaba magia en pleno centro de la capital real, luego el papeleo sería un desastre, así que al final tuve que salir yo.
—Sí, sí. ¿Quién es? —Cuando abrí la puerta, vi a una mujer de veintitantos años, envuelta en una capa negra.
—¿Está Mimiko aquí?
—Esa voz… ¿eres tú, Ophelia? —Mimiko llamó desde atrás.
Al parecer, se conocían.
—Sí, ¿puedo pasar?
—Sí, claro, adelante. Es más, ¿por qué no le consultamos también a Ophelia?
Diciendo eso, Mimiko la invitó a entrar.
—¿Consultarle? ¿Sobre Ku… aquello?
—Sí. Ophelia es de fiar, y además es jefa de atelier, ¿sabes? Seguro que no es mala persona.
¿Eh? ¿Ella era uno de los quince jefes de atelier que existían en el reino?
Si de verdad lo era, entonces resultaba la persona perfecta para pedirle consejo, pero…
—Un momento, Mimiko. Yo también tengo prisa. Quiero que primero me escuches a mí.
Al decir eso, Ophelia me miró directamente.
¿Significaba eso que yo sobraba?
Entonces lo mejor sería que hoy…
—No te preocupes, Ophelia. Yulishia será tonta, pero es alguien absolutamente confiable. Si se trata de un caso, puedes involucrarla sin problema.
—Oye, no me metas en tus cosas así como así… bueno, está bien, si es un trabajo, lo aceptaré.
—¿Yulishia? ¿Esa Yulishia? ¿La exaventurera al servicio directo de la realeza? Ya veo… entonces sí que puedo confiar en ella. Pasa.
En mitad de esas palabras, Ophelia se volvió hacia afuera y dejó entrar a otra mujer que llevaba la misma capa.
Y en el instante en que la recién llegada se quitó el manto…
—¡……!
Mimiko y yo nos arrodillamos.
¿¡Por qué, por qué, por qué, por qué, por qué!?
¡¿Por qué estaba aquí la tercera princesa, Lady Lieselotte!?
¿No se suponía que la Princesa Lieselotte estaba de viaje diplomático y fuera del reino?
—Princesa, tenía entendido que se hallaba en reposo por enfermedad… ¿ya se encuentra mejor?
—Sí, Srta. Mimiko. Siento haberla preocupado.
Al parecer, como era de esperarse de una maga de la corte, Mimiko y la Princesa Lieselotte ya se conocían.
Yo, en cambio, lo único que había hecho era verla de reojo en la corte, el día que recibí mi rango como aventurera al servicio directo de la familia real.
Así que el viaje diplomático era una mentira, y en realidad se encontraba luchando contra una enfermedad.
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