El Jefe de Atelier Tan Despistado
Vol. 1 Capítulo 2. La Invitación de Jefe de Atelier y el Tratamiento Mágico Parte 2
Bueno… en una familia real con disputas de poder, no era tan raro, supongo.
—Sobre ese asunto, hablaré yo.
Con esas palabras, la Srta. Ophelia comenzó a relatar una historia terrible: la vida de la Princesa Lieselotte estaba siendo amenazada.
Querían asesinarla para provocar una guerra.
—Me alegra que haya salido con vida.
Mimiko dijo aquello y abrazó a la Princesa Lieselotte.
—Y bien, ha venido a mí para identificar al hechicero que le lanzó la maldición, ¿verdad?
—Sí… pensé que podría ayudarme con ello. Le estoy causando molestias, ¿no?
Ante las palabras de Mimiko, la Princesa Lieselotte bajó la mirada con expresión apenada.
—De ninguna manera. Mi lealtad pertenece a Su Majestad el Rey, a la difunta Lady Françoise, y a su hija, la Princesa Lieselotte. Por favor, use mi poder cuanto lo desee. —Eso declaró Mimiko, mientras aún abrazaba a la princesa.
No conocía con detalle la relación entre la difunta Lady Françoise y Mimiko, pero hasta yo sabía que no era algo común.
Aunque, ¿qué debía hacer yo? Buscar a un hechicero no era algo en lo que pudiera participar.
Por ahora, lo mejor sería ir a ver a Kurt, pero el ambiente en ese momento hacía difícil sacar el tema.
—Pero, Princesa, tenía entendido que la maldición era muy poderosa. ¿Cómo lograron romperla?
—Así es. Y todo se lo debo a Sir Kurt.
Ya veo, ¿entonces Kurt fue quien la salvó?
Bueno, eso no tenía nada que ver conmigo…
—¡¿Kuuurt?! —Mimiko y yo alzamos la voz al unísono.
¿Eh? ¡¿Qué estaba haciendo ese chico?!
¡¿Cómo era posible que, después de apenas medio día de habernos separado, ya hubiera salvado a una princesa?! Le dije claramente que no hiciera cosas innecesarias, ¿o no?
Aunque bueno… salvar a la Princesa Lieselotte ciertamente no podía llamarse innecesario.
Resumiendo la historia de la Srta. Ophelia: Kurt, que había llegado a su atelier como chico de los recados, terminó cocinando unas simples gachas para la Princesa Lieselotte, que estaba hambrienta.
Ya con solo oír eso, la primera reacción que surgía era: «¿Qué hace ese niño cocinándole gachas a una princesa?». Pero el verdadero problema vino justo después.
En el instante en que la Princesa Lieselotte probó las gachas, la maldición que sufría se rompió de golpe.
La Srta. Ophelia sospechaba que aquello era un elixir, aunque…
¿Eh? Había oído hablar de los elixires por mi abuela, pero, si no mal recordaba, se suponía que eran una medicina que no existía.
La extracción de mitrilo u oricalco todavía podía aceptarse a duras penas, porque ambos eran metales cuya existencia estaba comprobada.
Pero un elixir solo aparecía en los mitos, y jamás nadie había confirmado su existencia.
¿Era posible que alguien realmente pudiera elaborar algo así?
Con ese pensamiento, Mimiko y yo explicamos a las dos lo que Kurt había hecho.
—Que haya excavado mitrilo y oricalco ya sería suficiente para sorprender, ¡pero además alcanzó una zona subterránea inexplorada en un solo día, y encima usando un pico de hierro!
Al parecer, la Srta. Ophelia también encontraba todo aquello increíble.
La única que, sin conocer del todo la magnitud de lo ocurrido, reaccionó de otra forma fue la Princesa Lieselotte, quien, inexplicablemente, se sonrojó y dijo:
—Como era de esperarse de Sir Kurt.
…Qué irritante.
¿Eh? ¿Por qué me había molestado de repente? ¿Porque la princesa soltaba esas palabras tan ingenuas y fuera de la realidad?
Claro que más de una vez había pensado que, si pudiera alabar a Kurt con la misma despreocupación que Lady Lieselotte, la vida sería más fácil.
Pero, ¿qué era aquello? Cuando Kurt decía disparates también me irritaba, pero nunca me había puesto tan de mal humor como ahora.
¡Ay, basta! ¿Qué más daba ahora?
Lo importante en ese momento era el asunto del atentado contra la Princesa Lieselotte.
Hasta hacía un rato me creía ajena a la situación, pero ya no era así.
—De momento, si buscamos a alguien con contactos entre hechiceros y capaz de arrancar los amuletos protectores del palacio… sospechosos solo hay tres.
Pasaron unos diez minutos desde que Mimiko se había metido en la trastienda.
Cuando al fin volvió, le mostró a la Srta. Ophelia tres documentos.
Era una lista con anotaciones añadidas por la propia Mimiko. Al verla, casi se me escapó un gemido.
● Sannova Listkatz
General en jefe de la primera división expedicionaria del reino.
A pesar de haber nacido plebeyo, era un maestro de rango S tanto en equitación como en el manejo de la lanza. Había sido designado sucesor por el general anterior, y así ocupaba el cargo actual. Por eso, era considerado una espina clavada entre los nobles. Sin embargo, sus logros en tiempos de guerra eran tan sobresalientes que, de haber sido noble, habría recibido tierras con total seguridad, lo que impedía a los aristócratas enfrentarse a él con firmeza. Su origen plebeyo le daba gran popularidad entre los ciudadanos, aunque en secreto circulaban oscuros rumores: que consumía drogas ilegales, que tenía lazos con el gremio de ladrones… Aun así, para el pueblo llano tales habladurías no eran más que calumnias inventadas por los nobles, y nadie les prestaba atención.
Cuando la guerra terminó, existía una alta probabilidad de que fuera destituido por los nobles al considerarlo ya innecesario, y no sería extraño que hiciera algo con el fin de provocar otra guerra.
● Tristán Menolf
Obispo de la Iglesia de Polan.
Era un obispo enviado por el Sacro Imperio de Polan y, en la práctica, la máxima autoridad de la fe de polan en el reino. Sin embargo, en realidad no era más que un codicioso en grado extremo, del que nunca cesaban los rumores de que usaba el nombre de Dios en vano con tal de obtener dinero. Las plegarias a los dioses tendían a expandirse más en tiempos de guerra que en épocas de paz, por lo que Tristán era un hombre al que le convenía que los conflictos continuaran.
Además, el emperador del Imperio Grumak buscaba autoproclamarse divinidad, algo que resultaba inaceptable para la Iglesia de Polan, que consideraba al dios Polan como único. Por ello, crecían las voces que temían una guerra entre el Imperio Grumak y el Sacro Imperio de Polan.
En caso de que esa guerra llegara a estallar, Tristán bien podría maniobrar antes para destruir el tratado de paz vigente entre el Reino de Homuros y el Imperio Grumak. De ocurrir, en el peor de los casos, un diez por ciento de la población del reino —unos tres millones de fieles de polan— podrían convertirse en enemigos.
● Isadora Arcmama
La tercera esposa de Su Majestad el Rey.
Madrastra de la Princesa Lieselotte. El año anterior había dado a luz a la cuarta princesa, Isabella.
En el parlamento de este reino existían tres cámaras: la cámara real, la de nobles y la de ciudadanos. No todos los miembros de la familia real tenían derecho a voz en la cámara real. Con el fin de disminuir la influencia femenina, se permitía a todos los príncipes hablar, pero solo hasta la tercera princesa podían gozar de ese privilegio. (En caso de que príncipes o princesas fueran menores de edad, se permitía a un tutor ejercer ese derecho en su nombre). Por eso existía una gran diferencia de estatus entre la tercera y la cuarta princesa.
De acuerdo con el sistema, si la Princesa Lieselotte moría, Isabella se convertiría en la tercera princesa. Si el atentado no tenía fines bélicos y en realidad apuntaba directamente contra Lieselotte, entonces Isadora también era una sospechosa.
Se decía además que, al nacer Isabella, al enterarse de que era una hija, Isadora había abofeteado la mejilla de la niña recién nacida, todavía llorando por primera vez. Su apego al poder era notorio.
—Si se tratara de Tristán, bien podría haber usado a fanáticos para manipular los amuletos en la habitación de Liese… Los fieles de polan deben de estar entre los sirvientes que trabajan en palacio.
—Mi madrastra Isadora también puede caminar libremente por el interior del palacio, así que igualmente tiene la posibilidad de alterar los amuletos. Pero… ¿no resultaría imposible para Sannova?
—No, no debemos subestimar a la gente del gremio de ladrones. Ellos son expertos en infiltración; es muy probable que algunos ya estén dentro del palacio. Arrancar un amuleto no es algo fácil, pero tampoco tan difícil para ellos.
Mientras observábamos los documentos que Mimiko había puesto sobre la mesa, la Srta. Ophelia, la Princesa Lieselotte y yo dimos cada una nuestra opinión.
En resumen, los tres parecían sospechosos.
Y lo peor era que todos eran personajes tan influyentes que resultaba casi imposible siquiera interrogarlos.
—¿Al final, ¿es imposible identificar al culpable…? Entonces habrá que tender una trampa, —dijo la Srta. Ophelia.
Mimiko ladeó la cabeza.
—¿Una trampa?
—Liese cumplió hace poco quince años y acaba de alcanzar la mayoría de edad. Durante el próximo año, deberá llevar a cabo ese ritual.
—¿Ese…? Ah, el entrenamiento. Y justo en esta época.
Existía una norma según la cual los príncipes y princesas, al llegar a la mayoría de edad, debían pasar un año fuera del palacio real en prácticas. La idea era que un miembro de la realeza no podía llegar a ser un verdadero soberano sin haber experimentado con su propio cuerpo la vida del pueblo. Se trataba de una antigua costumbre de cuando este país era completamente agrícola.
En los últimos tiempos, sin embargo, había escuchado que lo más común era pasar ese año en una iglesia como monje o monja… pero si el Obispo Tristán podía ser el instigador del atentado, entonces el entrenamiento en la iglesia tampoco era conveniente.
—No, más bien es precisamente por esta época que nos conviene. Si la culpable es Lady Isadora, incluso dentro del palacio real seguiría habiendo peligro.
—Visto así, tienes razón. Entonces, Ophelia, ¿dónde planeas hacer que Lady Lieselotte lleve a cabo su entrenamiento?
—Hmm, pienso que lo mejor sería en un atelier.
—¿Un atelier? ¿El tuyo, Ophelia?
—No, de ese modo no funcionaría la trampa. Tengo pensado crear un nuevo atelier, pero poniendo a un personaje ficticio como jefe.
Al escuchar esas palabras, Mimiko se llevó la mano al mentón y reflexionó.
—O sea, levantar un atelier sin jefe real. Seguramente el culpable se vería obligado a investigar a ese supuesto jefe de atelier. Si fuera una persona de carne y hueso, la información circularía rápido; pero como no existe, no hay manera de encontrar nada. Y cuanto más se moviera el enemigo, más clara quedaría su identidad. ¿Es eso?
Ophelia asintió con fuerza.
—Exacto. Con la recomendación de Mimiko, como maga de la corte, y la mía, como actual jefa de atelier, bastaría con preparar un historial adecuado para dar vida a ese jefe ficticio.
—Sí, pero… ¿historial adecuado? Ophelia, tú sabes bien que el examen para convertirse en jefe de atelier se vuelve más difícil cada año. Además, en tu caso obtuviste el título gracias a tus habilidades prácticas en magia, así que no puedes fabricar logros en nombre de otro, ¿verdad?
—Ejem… —intervine levantando la mano con cierta timidez.
Me dirigí a la Srta. Ophelia.
—¿Y si usamos esto como historial?
Al decirlo, saqué aquello de mi bolso. Se trataba del cristal mágico de topacio que pensaba cambiar por dinero más tarde con Mimiko.
—¿¡E-eso es un cristal mágico de tierra!? Con esa pureza y ese tamaño, incluso un jefe de atelier reconocido en el ámbito de los artefactos mágicos tendría dificultades para crearlo. Con una carta de recomendación y ese cristal, sin duda obtendrías la posición de jefe de atelier. Pero un objeto así… no creo que se pueda fabricar tan fácilmente. Es un cristal de nivel que mueve a todo un reino. ¿Dónde lo conseguiste?
—Más que conseguirlo… Kurt lo convirtió en cristal mágico mientras caminaba, en menos de un minuto.
El topacio que yo había extraído, Kurt lo transformó en cristal mágico durante el camino de regreso.
Cuando escuchó que no había tardado ni un minuto, la boca de Ophelia quedó abierta y ya no pudo cerrarla.
Después de todo, incluso para alguien como ella, que era jefa de atelier, la habilidad de Kurt resultaba anómala.
Mientras pensaba en eso, la noche terminó por desvanecerse y, desde el exterior, comenzaron a oírse los trinos de los pajarillos.
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