El Jefe de Atelier Tan Despistado
Vol. 1 Capítulo 3. La Exploración de la Cueva de Kurt y el Nuevo Atelier en la Frontera Parte 1
—¿Eh?
Tal como Lady Ophelia me lo había indicado el día anterior, yo, Kurt, había llegado al «Atelier Ophelia», pero algo extraño había ocurrido.
Había una hoja de papel pegada en la puerta del atelier.
«Cerrado temporalmente: La propietaria».
Al ver aquella nota, sin ninguna explicación ni motivo, me pregunté qué significaría aquello mientras fruncía el ceño con desconfianza… cuando una voz me llamó desde atrás.
—Ah… Sr. Kurt.
Al volverme, vi a la Srta. Michelle, quien parecía venir de hacer unas compras.
—Srta. Michelle, qué sorpresa… Eh, ¿el atelier está cerrado hoy?
Pero parecía que esa era una pregunta que no debía haber hecho.
—Ayer, después de que te fuiste, yo también regresé al atelier… pero la maestra salió corriendo con el rostro desencajado… Nunca había pasado algo así. Um… Sr. Kurt, ¿ocurrió algo?
—¿Eh? No… yo no hice nada… solo limpié y cociné un poco…
Pero al escucharla, empecé a sentirme inquieto.
¿Acaso había hecho algo mal?
¿Habría causado algún problema grave?
—Lo siento, por eso hoy no hay nada en lo que pueda ayudarnos.
—Ah… ya veo…
Cuando respondí aquello, la Srta. Michelle inclinó la cabeza varias veces a modo de disculpa y entró en el atelier.
Yo me quedé solo, sin saber qué hacer.
Si hasta había fallado en ayudar con las tareas domésticas, que era en lo único en lo que tenía absoluta confianza… entonces ya no tenía idea de cómo seguir viviendo.
Por el momento decidí ir a comer algo, así que fui a un restaurante.
Me senté, pedí un plato y pagué la cuenta; entonces, de pronto, noté un ejemplar del periódico del Reino de Homuros pegado en la pared. Había un grupo de personas reunidas leyéndolo, pero desde mi lugar alcanzaba a ver los titulares.
La tercera Princesa Lieselotte aconsejó a Su Majestad el Rey avanzar en nuevas negociaciones de paz con el Imperio Gurmak. Desde esta madrugada comenzará un año de aprendizaje en un atelier.
La tercera Princesa Lieselotte, la Tercera Maga de la Corte Mimiko y la Jefa de Atelier Ophelia lo recomiendan: ¡revelamos el misterio del nuevo jefe de atelier!
Han pasado cinco años desde que un miembro de la realeza realizó su formación fuera de la iglesia real; el Obispo Tristán expresó su pesar.
Al ver el nombre de Lady Ophelia entre los titulares, sentí un gran alivio.
No había sido que ella saliera corriendo por mi culpa, sino que había ido a la capital para recomendar al nuevo jefe de atelier.
Me preguntaba qué clase de contenido tendría ese artículo, pero como había mucha gente frente al mural del periódico, decidí concentrarme en comer para no estorbar.
Como en la posada donde me estaba alojando no podía usar la cocina, estaba comiendo en un restaurante, y… la verdad era que la comida de ese local resultaba bastante buena.
—…Haa. —Aunque la comida me había devuelto un poco de calma, la realidad no había cambiado en absoluto.
Trabajo… ¿qué iba a hacer?
La Señorita Yulishia tampoco había regresado, y de todos modos necesitaba trabajar.
Aún me quedaba el pago por el trabajo de reparación de los muros del castillo, el dinero que había recibido por las piedras mágicas de la Señorita Yulishia y también el que Lady Ophelia me había dado ayer, pero… quien no trabaja, no come.
Cierto… tenía confianza en mis dotes culinarias, tal vez podría pedir que me dejaran trabajar en este restaurante.
Fue entonces cuando vi a un grupo de aventureros que parecían estar discutiendo.
Eran dos hombres y una mujer.
—¡¿Qué vamos a hacer?! Tenemos que cazar la presa en lo profundo de la cueva y entregarla hoy mismo.
—No hay remedio… el médico me dijo que el hombre debía guardar reposo por una semana.
—Mas si no contamos con un transportista, no nos queda más opción que rechazar esta misión.
—¡Por eso te digo que no tenemos cómo pagar la penalización por rechazarla! Si unimos nuestras fuerzas los tres podremos hacerlo.
—Si los tres cargamos el botín quedaremos indefensos… y si nos atacan en ese momento, moriremos todos.
¿Transportista?
¿Acababan de decir transportista?
Entonces…
—Disculpen… si es solo para cargar el equipaje, ¿no podría hacerlo yo? —Sin darme cuenta, me había acercado a ellos y les había hecho esa pregunta.
Fue como si se me hubiera despejado la mente.
Hasta entonces había pensado que no podía trabajar en el grupo de otros aventureros, pero si hasta la Señorita Bandana había sido despedida, seguramente ya no quedaba un lugar para mí en «Colmillo de Dragón de Fuego».
Entonces mejor trabajaría con otros grupos de aventureros.
Al oírme, la chica frunció el ceño.
—¿Haa? ¿Estás subestimando a los aventureros? Un mocoso como tú no podría hacer de transportista… ¡auch!
—Tú tienes casi la misma edad… Perdona, mi hermana ha sido grosera. Pero lo que dice es cierto: ser transportista de un grupo de aventureros no es fácil. Sobre todo en este caso… el gólem de hierro que planeamos cazar tiene solo la mitad del volumen de un humano, pero pesa unos doscientos kilos. Si uno intentara transportarlo usando solo la fuerza humana, necesitaría técnicas especiales. Ser transportista y ser un simple cargador no son lo mismo.
—Así es. Lo lamento, pero será mejor que busques otra cosa…
Mientras reprendían a la chica, los dos hombres me rechazaron con amabilidad.
—¿Unos doscientos kilos? Si puedo levantar a dos personas, entonces será suficiente, ¿cierto? —Dije aquello de inmediato y pasé por detrás de los dos hombres.
—Espera, espera… yo llevo armadura completa salvo el yelmo, peso unos ciento cincuenta kilos. ¡Entre los dos pasamos los doscientos, no podrías…!
Antes de que terminara de hablar, ya los había levantado a ambos.
Sí… ligeros, ligeros, a este nivel no era ningún problema.
—…Imposible…
—¡Asombroso, de veras!
Aún en el aire, los dos hombres dejaron escapar voces de sorpresa, y la chica abrió mucho los ojos.
Como los tres parecían suficientemente sorprendidos, los dejé en el suelo.
—¿Así está bien?
—A-ah… Sí, con esto basta. Mi nombre es Kanth, soy un guerrero pesado. Aunque llevo una espada, casi solo sirve de adorno… lo que se me da bien es esto. —El Señor Kanth se presentó mientras hacía un gesto de golpear con el puño.
Era un hombre de unos veinte años, de cabello rubio, y vestía una armadura completa. Solo los guanteletes parecían capaces de golpear con la fuerza de un martillo.
Luego, el otro hombre también se presentó.
—Mi nombre es Danzo. Soy un samurái. Soy el líder de esta escuadra… o, bueno, de este grupo.
—¿Samurái?
—Sí, algo así como un espadachín del Lejano Oriente.
A diferencia del Señor Kanth, el Señor Danzo iba con un equipo ligero y llevaba una espada al cinto.
Era un hombre de unos treinta años, de cabello negro y con una gran cicatriz en el rostro. Su atuendo totalmente oscuro le daba un aire misterioso.
—Yo soy Sheena. Guardabosques. ¡Vaya, para tener esos bracitos flacos eres increíble! ¡Me has impresionado! —La Señorita Sheena dijo eso dándome una palmada en el hombro.
Sus presentaciones, que parecían una forma de reconocerme como miembro del grupo, me llenaron el pecho de emoción.
—Me llamo Kurt. Soy inexperto, pero espero poder trabajar con ustedes.
Cuando lo dije e incliné la cabeza, los tres rompieron a reír al unísono.
No entendía por qué se reían, pero… ¡iba a dar lo mejor de mí como aventurero!
El grupo de aventureros al que me había unido se llamaba «Sakura». Al parecer, era el nombre de unas flores rosadas muy hermosas que crecían en la tierra natal del Señor Danzo, y cuando la Señorita Sheena escuchó esa historia le gustó tanto que decidió ponerle así al grupo.
En «Sakura» también había otro transportista llamado Bibinokke, pero por lo visto se había contagiado de un fuerte resfriado y tendría que guardar cama por cerca de una semana.
En mi aldea, cualquier resfriado se curaba enseguida con medicinas, pero… parecía que los resfriados de la capital eran más fuertes que los de mi hogar. Tendría que tener cuidado.
Mientras compartíamos historias sobre nuestras vidas, partimos rumbo a una cueva situada a dos horas a pie desde la ciudad.
Gracias al musgo luminoso, la visibilidad estaba asegurada.
Bien…
Me aseguré de que el puñal que llevaba al cinto para defensa personal estuviera en su sitio y me armé de valor, pero…
—¡U-uwaaaah! —Frente a la cueva, había pisado algo por accidente.
—¿Qué pasa…? Ah, pero si es un limo, —dijo la Señorita Sheena, con un tono de resignación.
—E-es un limo… Sí. Por favor, ayúdeme, —dije temblando mientras miraba a la criatura que estaba a mis pies.
—¿Ayudarte? Si hasta un niño puede vencer a uno de esos aplastando el núcleo. Solo basta un pinchazo con un cuchillo.
—¡E-entendido! —Me armé de valor y descargué mi confiable puñal contra el limo, pero su superficie era tan resbaladiza que no logré clavarlo.
Al final, se me resbaló en una dirección extraña y terminé hiriendo mi propio pie.
—Ya no puedo seguir mirando… ¡dámelo! —La Señorita Sheena tomó el puñal de mis manos y, de un solo golpe, atravesó la superficie del limo y destruyó su núcleo—. Lo había oído, pero en verdad eres pésimo para el combate, Kurt.
—…Lo siento.
Haa… lo recordaba bien.
Cada vez que ocurrían cosas así, siempre la Señorita Marlefiss se desesperaba conmigo, y el Señor Golnova y la Señorita Bandana se reían de mí.
—¿Estás bien? ¿Te duele el pie? —La Señorita Sheena revisó la herida de mi pie y me vendó ligeramente.
—No hagas locuras, Kurt. Aunque no puedas combatir, tienes otras funciones importantes.
—Así es. Tu trabajo es transportar el equipaje, Don Kurt, y solo con eso ya nos serás de gran ayuda.
El Señor Kanth y el Señor Danzo me dirigieron palabras amables.
La Señorita Sheena parecía exasperada, y el Señor Kanth y el Señor Danzo se estaban riendo, pero no era para nada como en los tiempos de «Colmillo de Dragón de Fuego».
Todos eran amables.
Las lágrimas comenzaron a escurrirse de mis ojos.
—¿E-estás bien? ¿Te dolía tanto?
—E-estoy bien. —Me limpié las lágrimas y bebí de un trago el remedio que llevaba en la mochila.
El dolor en el pie desapareció de inmediato.
—¿Eso es una poción mágica?
Me preguntó la Señorita Sheena con curiosidad, y yo negué con la cabeza.
—¿Poción mágica? No, solo es un brebaje hecho al hervir hierbas medicinales que crecían en la montaña y disolverlas en agua.
—Ya me lo imaginaba. No es como si tuvieras algo tan caro como una poción mágica. —La Señorita Sheena asintió satisfecha al oírlo.
En «Colmillo de Dragón de Fuego», la Señorita Marlefiss podía usar magia curativa, así que casi nunca había usado este remedio; solo lo tomaba cuando me hería por accidente.
—Entonces, partamos. Don Kurt, ten cuidado con dónde pisas.
—Danzo, ¿no es esa una frase que normalmente se le dice a una chica como yo? Bueno, aunque Kurt parezca una chica de aspecto.
—Sheena, no digas tonterías. Tener cuidado con tus pasos es algo que debería ser obvio para ti, siendo una guardabosques.
—Ah, es verdad, —La Señorita Sheena se echó a reír y avanzó a la cabeza del grupo por la cueva.
La cueva era más angosta que los túneles que yo había excavado en la montaña de la Señorita Yulishia, y resultaba muy difícil caminar por ella. Tenía una estructura tan precaria que no sería raro que colapsara si hubiera un gran terremoto.
Si pudiera, me gustaría reformarla, acabando en medio día, pero trabajar en un lugar con monstruos sería muy difícil para mí.
Mientras pensaba en eso, lo vi entre las grietas de las rocas.
—Señorita Sheena, mire esto.
—¿Qué pasa, Kurt? …Ah, esto es excremento de goblin.
—¿Hay goblins en esta cueva?
—Probablemente. Es común que usen cuevas de este estilo como guarida. Como esta es fresca, es muy probable que aún haya algunos aquí.
—…Goblins, eh…
No tenía más que malos recuerdos con los goblins, así que si podía, prefería no tener que toparme con ellos.
¿Qué haríamos si nos atacaban en grupo?
—Tranquilo, uno o dos goblins no serán problema para nosotros. Si hay más de esos rondando en grupo, huiremos antes de que comience la batalla.
—Sí-sí, claro…
Al oír eso del Señor Kanth, suspiré aliviado.
Y entonces, nosotros avanzamos hacia el fondo de la cueva.
El fondo de la cueva resultó ser unas ruinas, pues el pasadizo estaba hecho de ladrillos.
—¿Eh? Este lugar… —exclamé al notar algo extraño en la pared, pero la Señorita Sheena se volvió hacia mí para advertirme.
—Espera, hay goblins.
En la dirección que ella señalaba había un monstruo verde, como un mono sin pelo, con un taparrabos de piel en la cintura y una porra en la mano: un goblin.
El goblin, al darse cuenta de nuestra presencia, intentó gritar algo, pero el cuchillo que la Señorita Sheena lanzó le rozó la garganta, y acto seguido la espada de Danzo lo partió en dos de un solo tajo.
Increíble… la Señorita Sheena también era asombrosa, pero no logré ver en absoluto los movimientos del Señor Danzo.
¡Además, qué filo tan tremendo tenía esa espada!
Me llamó la atención que, a diferencia de una espada común, el filo solo estuviera en un lado… Quizá algún día intente fabricar una así , pensé, con la tranquilidad suficiente como para divagar en algo que no venía al caso, así de confiado me sentía con ellos.
—Oigan, déjenme alguno para mí también, —dijo el Señor Kanth entre risas.
—No te preocupes. Que intentara llamar a sus compañeros significa que hay más goblins. Tu turno llegará en breve, Don Kanth.
—Ah, entendido.
Qué grupo tan increíble.
Y quizá por eso, lo recordé…
Aquellos días que ya no volverían, cuando hacía de chico de los recados en «Colmillo de Dragón de Fuego».
Incluso mientras me dejaba llevar por esa melancolía, seguimos avanzando hacia el fondo de la cueva para encontrar al gólem de hierro.
Sin embargo…
—Esto es… No podremos seguir más allá, —dijo la Señorita Sheena cuando llegamos a un espacio abierto.
Allí había una horda de más de cincuenta goblins.
Con solo dos espadachines, una guardabosques y un carga equipajes, enfrentarse a uno o dos goblins aún podía ser viable, pero enfrentarse a cincuenta era claramente una desventaja.
Nadie se opuso cuando la Señorita Sheena propuso buscar otro camino.
Y entonces, justo cuando estábamos por retroceder, uno de los goblins lanzó un fuerte grito.
—¡Gugyagyagyagya!
—¡Nos descubrieron, corran!
—¡Apuesto a que fue por el ruido de la armadura de mi hermano! —gritó Sheena.
—¡Lo siento! ¡Pero no podía evitarlo! No te preocupes, aunque lleve esta armadura no dejaré que los goblins me alcancen. ¿Tú estás bien, Kurt?
—Sí, estoy bien.
Asentí y seguí a la Señorita Sheena, que corría a la cabeza, y al Señor Danzo, que iba tras ella.
El Señor Kanth se encargaba de cubrir la retaguardia.
La distancia entre nosotros y los goblins que nos perseguían por detrás se iba haciendo cada vez mayor; con esto, deberíamos poder escapar sin problemas.
O eso pensaba… hasta que el peor de los escenarios nos golpeó.
Más goblins aparecieron por nuestra ruta de escape.
Y eran más de veinte.
—¡Maldición, era una colonia gigante!
—¡Qué hacemos, hermano! ¡Danzo!
—Qué vamos a hacer… solo nos queda pelear.
—Habrá que prepararse para morir con honor.
Pero ante esas palabras, la Señorita Sheena gritó:
—¡No tenemos ninguna posibilidad! ¡Si tan solo hubiera algún otro sitio donde huir…!
¡¿Un lugar donde huir…?!
¡Eso era!
—Aquí hay una puerta oculta, —dije, y tiré de lo que parecía ser una pared… pero que en realidad era una puerta camuflada.
Era poco probable que hubiese una salida más adelante, pero era mejor que quedar atrapados entre dos frentes enemigos.
—¡Un pasadizo oculto! ¡Bien hecho, Kurt!
Los cuatro cruzamos la puerta y la cerramos tras nosotros.
El pasadizo estaba envuelto en oscuridad, pero aún me quedaba algo del musgo luminoso que la Señorita Yulishia me había dado antes, así que lo usé.
Cuando la luz llenó el lugar, la Señorita Sheena aseguró la puerta para que no pudiera abrirse desde fuera.
—¿Así está bien?
—No, con algo así no tardarán en derribarla, así que debemos avanzar. Kurt, ¿aún tienes más musgo luminoso?
—Sí, todavía me queda.
—Bien, entonces busquemos una ruta de escape.
Dicho esto, la Señorita Sheena les lanzó una mirada de entendimiento al Señor Danzo y al Señor Kanth.
Después de eso, los cuatro seguimos avanzando por el pasadizo mientras buscábamos alguna otra puerta oculta como la anterior.
—¡La encontré, aquí hay una puerta oculta! Por su estructura, puede que conduzca a otra salida, —dijo la Señorita Sheena al descubrirla.
Pero en ese momento, desde la dirección por la que habíamos venido, se escuchó un gran estruendo.
Seguramente los goblins habían destruido la puerta que la Señorita Sheena había bloqueado.
—¡Rápido, tenemos que irnos!
—¡Sí!
La Señorita Sheena les lanzó una mirada al Señor Kanth y al Señor Danzo, y ambos asintieron.
Luego me tomó de la mano y me condujo al interior del nuevo pasadizo.
Yo esparcí el musgo luminoso por los alrededores.
Y entonces la Señorita Sheena…
—¿Eh…?
No podía creer lo que veía.
Ella cerró la puerta y, al igual que antes, manipuló el mecanismo para que no pudiera abrirse desde afuera…
Aun cuando el Señor Kanth y el Señor Danzo no habían entrado todavía.
—¡Señorita Sheena, ¿qué está haciendo?!
—¡Calla! Solo tardaré un momento.
—¡Pero el Señor Kanth y el Señor Danzo aún…!
—¡Ya lo sé! —gritó la Señorita Sheena con fuerza.
Desde el otro lado de la puerta se escuchó la voz del Señor Kanth:
—Escucha, Kurt. Es imposible huir de los goblins mientras buscamos una salida que ni siquiera sabemos dónde está… acabaremos acorralados en un callejón sin salida.
Ese intercambio de miradas de antes… Ya habían tomado la decisión en ese momento: Decidieron quedarse frente a la puerta para ganar tiempo.
Pero, si ese era el caso…
—¡Yo también me quedaré, yo también me quedaré a pelear!
—¡Idiota! ¡Eso solo haría que estorbaras a mi hermano y a Danzo! —gritó la Señorita Sheena con fuerza.
Entonces lo comprendí.
Ella también, en el fondo, quería quedarse a luchar junto al Señor Kanth y al Señor Danzo hasta el final…
Pero, sabiendo que sería un estorbo, había decidido venir de este lado.
Desde el otro lado de la puerta aún se escuchaban las voces del Señor Kanth y del Señor Danzo.
—Danzo, son al menos setenta goblins. Treinta y cinco para cada uno… ¿crees que podamos ganar?
—Qué pregunta más tonta. Si no ganamos, moriremos, así de simple.
—Es cierto… Lo siento, por haberte hecho sacar esta carta perdedora. ¿Te arrepientes?
—¿Carta perdedora…? ¿Así lo ves tú, Don Kanth?
—No, en lo absoluto. Morir protegiendo a mi hermana… no podría haber mayor honor para un hermano.
—Yo pienso lo mismo. Morir sin avergonzarse de uno mismo es el mayor orgullo de un samurái.
Tras esas palabras, ambos rieron juntos.
—Además… no hay forma de que uno se arrepienta de luchar para que sus compañeros vivan, —dijeron los dos, como a coro.
Y con el sonido de sus pasos alejándose, sus voces dejaron de oírse.
Compañeros… ni siquiera hacía falta preguntar de quiénes hablaban.
Las lágrimas no dejaban de brotar.
Aunque me habían reconocido como su compañero, no me sentía feliz en absoluto…
Porque, aun pensando tanto en mí, yo no podía hacer nada por ellos.
—Tranquilo. Mi hermano y Danzo no son débiles. Sobrevivirán. Nosotros debemos asegurar una ruta de escape y dejar marcas para guiarlos, —dijo la Señorita Sheena, mirando hacia atrás con determinación.
Pero justo después, su voz se quebró.
No me lo estaba diciendo a mí… se lo estaba diciendo a sí misma.
—¡Vamos, Kurt! —gritó la Señorita Sheena mientras se giraba, y en ese instante, toda expresión de vida desapareció de su rostro.
—…No… no puede ser… ¿por qué en un lugar como este…?
Mientras escuchaba su voz llena de desesperación, yo también me giré.
Allí estaba: una enorme masa de hierro… un gólem de hierro.
Pero no era un simple gólem de hierro… Su silueta era la de un dragón.
De los labios de la Señorita Sheena escapó el nombre de aquel dragón.
—Un Gólem Dragón de Hierro…
Una colosal figura que llenaba por completo nuestro campo de visión bloqueaba nuestro camino de escape.
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