Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 8 Invierno del Decimosexto Año Parte 6

Tuve que agradecer la ingeniosidad de Kaya y Siegfried en el invernadero, porque las cosas progresaron mucho más fluidamente y con mayor rapidez una vez que descubrimos las pistas que indicaban por dónde avanzar. A medida que nos adentrábamos más, los ataques cada vez más feroces de las hordas me decían que íbamos en la dirección correcta. El laberinto había subido la apuesta al arrojarnos finalmente osos asimilados, jabalíes gigantes y soldados que aún conservaban un tenue recuerdo del combate en formación. Estaban un nivel por encima de lo que habíamos enfrentado antes, sin duda alguna.

La mayoría de las personas que han ido a Tokio han experimentado la desesperación de intentar cruzar de un lado al otro de la estación de Shinjuku. Nuestra aventura, hasta ahora, había sido una tarea infinitamente más difícil por la falta de un mapa, una brújula o un guía. Sin embargo, el hecho de que la herborista hubiera estado criando hongos prácticamente nos dio la respuesta: el núcleo del laberinto estaría donde el crecimiento fúngico fuese más denso. Cualquier cruce de cuatro o cinco bifurcaciones podía pasarse de largo sin necesidad de soltar nuestras armas. La sensación de que estábamos cerca del final de esta misión nos impulsaba hacia adelante.

Nuestra resistencia hacía mucho que había tocado fondo. No habíamos tenido una noche decente de sueño en dos meses. Estábamos privados de cualquier medio para asearnos. Nuestras raciones habían sido devoradas hasta la última miga y nada de lo que comíamos podía describirse como más que mera subsistencia ; no recordaba la última vez que en verdad me había sentido saciado. Nuestras bolsas de té habían sido reutilizadas tantas veces que solo nos dejaban un agua apenas teñida de marrón.

Nuestra fuerza estaba muy lejos de ser suficiente para sacarnos de allí con vida. Y aun así, nuestro ardiente deseo de volver a casa empujaba nuestros límites físicos a un lado, aunque fuera solo de manera temporal.

Nuestros pensamientos estaban claros; nuestros cuerpos obedecían.

Fue al llegar a un tramo donde el suelo bajo nuestros pies era más raíz que tierra, y todo estaba cubierto por una extensa red de micelio, que supe que estábamos cerca.

—Muy bien, equipo, un último esfuerzo.

El camino se abrió ante nosotros. Donde habíamos estado caminando en fila india por un buen rato, de pronto podíamos avanzar hombro con hombro. El aire estaba cargado de esporas; me habría preocupado por el estado de nuestros pulmones de no ser por el antídoto de Kaya.

—¿Todos listos para esto?

—Sí.

Siegfried desenvainó su lanza y guardó la funda en su mochila. A pesar de ser de reciente adquisición, un sinfín de batallas que superaban cualquier entrenamiento normal había borrado rápidamente el brillo de la punta. Su equipo saqueado estaba tan maltrecho como el mío —necesitaríamos repararlo cuando volviéramos a casa—, pero aquel desgaste era la prueba de que habíamos cumplido con nuestro deber de proteger la retaguardia.

—Dejemos las mochilas. Queremos priorizar la libertad de movimiento.

El laberinto estaba siendo extrañamente benévolo al darnos tiempo para prepararnos justo frente a su núcleo… o tal vez ya se había quedado sin tropas que enviarnos. Fuera lo que fuera, era una situación favorable. Todos nos hidratamos y nos desprendimos de todo lo que no fuera útil para la batalla.

Saqué a la Lobo Custodio —su hoja un tanto desgastada por el uso constante y sin herreros que la cuidaran— y me puse en la primera línea del grupo.

—Nos movemos como acordamos. Prepárense para improvisar, ¿de acuerdo?

—Si las cosas no salen bien otra vez , tú pagas la primera comida de regreso.

—Claro que sí, Sieg. Pero si las cosas que salen como lo imaginé, entonces vamos a mejorar la apuesta: el baño más lujoso de Marsheim. Tú vas a pagarme el masaje, y pienso darme un lujo . Tengo tu palabra, ¿no?

—¿Ah, sí? ¡Pues voy a vaciar tu maldita billetera con el mejor licor que pueda conseguir!

No estábamos hablando de cursilerías sobre lo felices que éramos de habernos conocido —al diablo con eso—, hablábamos de todos los sucios placeres materiales que nos esperaban de vuelta en casa. ¿Qué mejor manera de llenarnos de moral para asegurar la victoria?

Siegfried y yo cruzamos nuestras armas —con la suavidad suficiente para no dañarlas— en señal de alianza. Al fin y al cabo, lo más probable era que no tuviéramos tiempo de hablar una vez metidos en la refriega.

—Vamos a mostrarles de qué estamos hechos, ¿sí? Ten cuidado ahí afuera, Kaya; quizá no pueda cubrirte todo el tiempo.

—Lamento decir que ya casi no me quedan pociones, así que eso también va por ti, Margit. Por favor, cuídate.

Solo el tiempo diría si podíamos ganar esto, pero nos habíamos preparado lo mejor posible. Lo único que quedaba era creer en ellos.

—¡Hagámoslo!

A mi señal, irrumpimos en la sala. Era una cámara espaciosa, probablemente del tamaño de un gimnasio. Era circular y descendía hacia el centro; la forma me recordaba a un mortero. Justo en el centro del espacio hundido había una raíz gigantesca y una masa de hongos que parecía palpitar lentamente; una espantosa amalgama del experimento que había sido forzado a abortar. Entre nosotros y el corazón palpitante del laberinto se interponían dos osos-planta y una mujer traslúcida.

Era un geist; no del todo un espectro, pero casi.

La insaciable necesidad de venganza de la herborista había galvanizado su espíritu allí donde su cuerpo había fallado, atándola para siempre al núcleo del laberinto. Su forma azulada y nebulosa conservaba la silueta general de una persona, pero el límite entre ella y el aire era difuso. No podía distinguir rasgos faciales, pero sí dos vacíos abiertos donde debían estar sus ojos, de los que manaba un constante flujo de sangre espectral. Era prueba suficiente de lo atroz que había sido su muerte.

Tal como lo esperaba: ¡un jefe y dos secuaces!

Al vernos cargar hacia ella, dejó escapar un alarido desgarrador. Sus palabras cayeron en oídos vacíos. Aun si hubiéramos entendido su lengua arcaica, era imposible distinguir palabra alguna a través de la distorsión de la no-muerte, su dolor y siglos de aislamiento; su voz era como un par de cuchillas oxidadas raspando entre sí.

La pesadilla del geist jamás terminaría mientras permaneciera atada aquí. Nosotros la liberaríamos de su sufrimiento.

¡Muy bien, hora del clímax, nena! No he olvidado el infierno al que nos sometiste; ¡no importa qué tragedia hayas vivido, esto termina aquí y ahora! Sin preguntas, sin simpatía… ¡te vamos a reventar!

Me adelanté a mis tres compañeros, pero dos proyectiles silbaron a mi lado. El primero fue una flecha disparada por Margit. El segundo, un virote lanzado desde una ballesta que Kaya le había pedido prestada. No importaba que Kaya no fuera tan precisa como Margit: la poción que había fijado a su proyectil haría su trabajo incluso sin dar en el blanco.

La flecha de Margit se incrustó en uno de los osos y el virote de Kaya erró su blanco, estrellándose contra el suelo. Eso fue más que suficiente. La botella se rompió en una nube blanca impregnada con un toque de plata capaz de desterrar el mal. Era el propio campo antimaná de Kaya.

Esto era algo que realmente, realmente no quería admitir, pero había limado unas cuantas virutas del adorno plateado para el cabello que Cecilia me dio cuando dejé Berylin y se las había entregado a Kaya para crear este catalizador purificador del mal. Verás, tenía la corazonada de qué clase de jefe nos estaba esperando; me costaba creer que la herborista no anduviera por ahí como un geist o un espectro, dadas las circunstancias. Una suposición así exigía una contramedida; sin importar lo despiadada que fuera la decisión.

Vamos, ¿de verdad esperabas que yo, de entre todos, no tuviera guardadas un par de medidas contra los no-muertos? Durante todas esas angustiosas sesiones de cosplay, en cada momento que tenía para siquiera recuperar el aliento, me rompía la cabeza pensando en cómo destruir de la mejor manera a la vil glorificadora de la vitalidad que me había atrapado en sus estúpidos juegos. No debería sorprender que hubiera pasado horas en la biblioteca del Colegio investigando cómo matar algo que ya estaba muerto. Tristemente, la solución más rápida que encontré fue darle suficiente alegría como para permitirle descansar en paz; traté con todas mis fuerzas de reprimir las imágenes de Mika y yo montando un espectáculo de canto y baile para ella, con decenas de cambios de vestuario humillantes. Aun así, aprendí mucho sobre estas criaturas.

Los geists y los espectros nacían de un intenso y persistente arrepentimiento ligado a este mundo. Todo el maná que habrían gastado durante el resto de sus vidas se cristalizaba de golpe para dar forma a su cuerpo incorpóreo. No solo los ataques físicos comunes atravesaban su ser sin efecto, sino que además estaban bendecidos con talentos mágicos muy superiores a los que habían tenido en vida. No se podía subestimar cuánta potencia podía estar oculta esperando a que la no-muerte la catalizara; recordaba el caso de la hija de un noble, sin fama alguna de aptitud mágica, que tras ser asesinada logró canalizar la pena persistente de su muerte en una furia que dejó toda la propiedad familiar convertida en cenizas humeantes.

Los geists, a diferencia de los espectros, no podían interactuar con el mundo físico, quedaban atrapados en el estado emocional del momento de su muerte y poco a poco «perdían fidelidad», desgastándose sus facultades mentales hasta quedar reducidas a nada. Lo que unía a ambos era que eran endemoniadamente difíciles de matar.

Aunque risibles en comparación con una figura única como Lady Leizniz, los geists eran una pesadilla para cualquier aventurero principiante. Era la historia de siempre: un grupo novato enfrentaba a uno con armas físicas —cuando solo las armas mágicas podían afectarlos—, perdían a sus apoyos traseros bajo un asalto mágico y, en cuestión de momentos, quedaban reducidos a una fina neblina roja.

Nuestro éxito dependía por completo de nuestra capacidad para luchar con inteligencia . El campo antimaná del laberinto de icor era tan potente que me impedía incluso acceder a la Hoja Ansiosa. Por suerte, con tiempo, recursos e ingenio, podíamos recurrir al increíble talento de Kaya para elaborar la contramedida ideal.

Los dos osos del geist respondieron a su incomprensible orden y se lanzaron sobre nosotros, pero teníamos la ventaja numérica. No tardamos en neutralizarlos: una estocada en la mandíbula abierta del primero permitió a Siegfried seccionarle la columna, y yo pude abatir al otro en un instante mientras aún estaba aturdido por el fuego de apoyo de Margit.

Mientras estaba distraído, un ataque vino desde abajo; una andanada de raíces afiladas envueltas en hielo. Reaccioné a tiempo para cortar algunas y desviar las demás con mi armadura.

Bien ; si eso era todo lo que el geist tenía preparado, no estábamos ante el peor escenario posible. Sus ataques eran gélidos, pero no me detendría frente a una magia insípida que mi espada podía atravesar sin problemas. Además, la tipa no tenía ni una pizca de puntería. Sus golpes necesitaban impactar de lleno para hacerme daño, así que ni siquiera requería contramedidas mágicas: bastaba con mis reflejos.

Tsk, tsk, tsk. Si quieres matar a una vanguardia que está tanqueando por todo el grupo él solo, entonces tienes que incendiar toda la tienda, o al menos lanzarme algo que no pueda esquivar o bloquear. Yo era tan bueno como un caballero no-muerto; decidido a plantarle cara a sus ataques por el bien de mantener a mis aliados ilesos. A estas alturas del juego, ya no tenía ninguna posibilidad de matarme.

—¡Seguro que ya estás harta de este sueño interminable! ¡Es hora de despertar!

No tenía magia mayor reservada. Sus raíces agitadas y el frío glacial que las envolvía eran las últimas medidas del geist. Todo lo que debía hacer era ganar tiempo. Solo un poco sería suficiente; lo necesario para que Siegfried pudiera escabullirse más allá del bloqueo y destruir el núcleo mientras ella estaba ocupada conmigo.

—¡Gyaaaaah! ¡Al diablo con estoooo!

Mientras chocaba contra su asalto torpe, mi camarada pasó corriendo a mi lado. Mientras yo estuviera allí, ella no tendría margen ni para intentar detener a Siegfried.

Estaba seguro de que podía sentir cómo mi embestida la empujaba hacia atrás y cómo su alma era atraída al más allá, tal como dictaban las reglas del mundo.

¿Lo recuerdas ya? ¿Lo que te arrebató esos últimos instantes de tu vida? ¿Recuerdas ahora lo aterradora que puede ser una espada?

Sus dedos extendidos no me estaban rechazando a mí; estaban empujando a su asesino en los momentos previos a su trágica muerte.

No te preocupes… solo dolerá un poco más.

—¡Waaaagh! ¡Algo está trepándome por la pierna!

—¡Ignóralo! ¡Estarás bien mientras no te entre por la boca! ¡Creo!

—¡¿Cómo que «creo»?!

Por los lamentos de Siegfried, supuse que estaba lidiando con el micelio que había notado antes. Había empezado a subirle por la pierna y envolverle la ropa. En ese punto solo era molesto, pero ni siquiera yo sabía qué pasaría si tocaba la piel desnuda.

Era un truco de escenario; uno de esos de «derrota al enemigo en X turnos o es game over». Pero habíamos tomado la iniciativa. Este enemigo intentaba reducir nuestros puntos de vida lo más rápido posible, así que dudaba que fuera una de esas tácticas de «ganar tiempo para soltar su movimiento definitivo».

—Muy bien… ¡Hora de cerrar el telón!

Una flecha pasó silbando por debajo de mi axila y halló con precisión su blanco en la frente del geist. La punta no había sido consagrada, ni Margit usaba un arma mágica, pero dio en el clavo. La mezcla antimaná de Kaya había hecho su trabajo, perturbando la delicada dinámica de maná que mantenía intacto e inmaterial a un espíritu sin cuerpo.

Siegfried acababa de alcanzar su objetivo y el ataque de Margit debilitó por un instante el muro de raíces que protegía el núcleo fúngico. Él se deslizó a través para enfrentarse al corazón del laberinto.

—¡Ngh… GRAAAAH!

Estábamos siendo asaltados por constantes ataques de raíces a quemarropa, pero las heridas eran un precio necesario para acercarnos lo suficiente y cumplir la misión; siempre y cuando no muriéramos.

—¡Muérete de una vez, pedazo de basura!

Siegfried avanzaba con fiereza, abriéndose paso a lanzazos contra las raíces que intentaban proteger el núcleo de él. En cuanto vio una apertura, hundió un pedazo de metal en el amasijo fúngico.

Pero no se trataba de un simple trozo de hierro; era una revisión de mi termita mística. Aunque mi propia habilidad hacía que no pudiera usar mis herramientas sin que todo el maná se dispersara de inmediato, nuestra talentosa herbolaria había logrado rehacerla en una forma muy especial.

En términos de juegos de rol de mesa, mi teoría era que este laberinto reducía el nivel de magia utilizable, lo que significaba que mi método barato y sencillo de hechicería no servía para nada. Pero, en manos de nuestra maga —seamos sinceros, nuestra alquimista — mis materiales podían rehacerse en magia funcional siempre que tuviéramos suficiente tiempo de preparación. Por supuesto, lo mejor de todo era que incluso alguien que no hubiera despertado a la magia podía usarlos.

—¡Yauch, eso quema!

La poción-catalizador estaba diseñada para explotar tan pronto como prendiera la mecha; comenzó a emitir un calor y una luz increíbles en cuanto Siegfried la colocó. Era una creación que eclipsaba por completo el arreglo improvisado que yo había ideado; nanotermita con una eficiencia muchísimo mayor de lo que jamás habría imaginado. Al reaccionar, ardió con el calor de múltiples soles, incinerando el hongo por completo.

¡Siegfried, idiota, te dije que salieras corriendo en cuanto terminaras!

El grito de Siegfried (parecía que había salido con solo una quemadura; de haber tardado más habría perdido la mano) quedó ahogado por un par de chillidos ensordecedores. Las raíces alrededor del núcleo se retorcían de dolor, y el geist temblaba como si también estuviera en llamas.

¡Sí… tal como lo planeé! ¡Ella y el núcleo del laberinto se completan mutuamente!

No era, evidentemente, uno de esos casos horribles en los que había que derrotar tanto el núcleo como al huésped al mismo tiempo; compartían la misma barra de vida. Incluso si atacabas solo a uno, el otro recibía el daño también, y por eso estaba sumamente agradecido.

Le había entregado a Sieg otra nanotermita, así que recé para que mi camarada redujera todo a cenizas.

Yo me concentré en mi propia tarea.

Crucé el muro de hielo y raíces que el geist había erigido. Me planté frente a ella y di una respiración profunda. Mi cuerpo estaba cubierto de heridas; reuní todo mi ser. En este único momento, alejé toda mi energía de mis reflejos y de mis habilidades menores, y lo vertí todo en mi habilidad mayor; todo se lo estaba apostando a mi próximo ataque.

Estaba canalizando todas las alabanzas, la admiración, la buena voluntad y cada gota de odio que Erich de Konigstuhl había ganado y que Fama Resplandeciente había reunido. Toda la experiencia que eso me había brindado; era hora de ver la cima a la que me había llevado. A pesar de invertirlo todo, apenas había logrado alcanzar II: Novato en una técnica que algún día podría derribar a un dios, y necesitaba concentrar mi ser absoluto en desatarla.

Su nombre era Cisma.

Habilidades como esta no eran tan poco comunes —de esas que reducen tu movilidad a cero y te obligan a renunciar a cualquier EVA o DEF a cambio de un ataque demoledor. Un ataque más débil quizá habría bastado, pero mi corazón seguía empeñado en alcanzar ese estado ideal y absoluto en el que pudiera destruir todo lo que quedara al alcance de mi espada. No iba a dejar que, en el último momento, me arruinaran con una sacada de la nada de «uso mi magia y milagros para evadirlo todo».

Por eso no podía ceder. Si alcanzaba alturas mayores que esta, podría evadir mientras atacaba; no, en teoría podría seguir encadenando mis ataques normales con Cisma , y no necesitaría ni mi amada espada ni mi asquerosa hoja mística. Un simple cuchillo de mantequilla sin filo bastaría.

Concéntrate, Erich. Ignora el dolor, el frío… todo lo innecesario para este único tajo.

Sostuve mi espada a la altura de la cintura, con la hoja apuntando hacia atrás. En el instante en que bajé la guardia, la escarcha cayó sobre mí y raíces se clavaron en mi carne, pero todo era incidental. Mi camarada había conseguido empujar el catalizador hasta las fauces de la muerte a pesar de la presión implacable y de sus manos ardiendo.

Jamás podría volver a mostrarle la cara si fallaba aquí.

—¡YAAAAAAGH!

Al soltar el grito de guerra más poderoso que pude exprimir de mi cuerpo y blandir mi espada, no sentí resistencia alguna.

Y no fue porque hubiera fallado.

Era una de esas contadas veces en mi vida en que el golpe se hundía exactamente como lo había deseado, cuando sentía ese escalofrío de júbilo por un impacto certero: un golpe crítico.

Ante mí se desplegaba una visión imposible: la cabeza del geist volaba por los aires, envuelta en un aura espectral.

La poción inicial de Kaya no había sido más que un seguro. Si no hubiera encontrado la oportunidad de desatar Cisma, entonces los efectos de la poción me habrían permitido mandarla directamente al más allá con solo la Lobo Custodio. Demonios, incluso había anulado cualquier esperanza de que recurriera a medidas más letales o atacara directamente a alguno de mis compañeros.

Pero, viejo , qué hermoso es cuando los dados caen perfectamente a tu favor en el momento decisivo.

—Ah… ¡¡Gyaaaagh!!

Cuando el geist se desvaneció de la existencia, su rostro —antes borroso e indistinto— se reveló nítido por un instante fugaz. Era el rostro de una mujer demacrada de mediana edad, y desapareció con la ola de calor que emanó de la segunda explosión a lo lejos, en dirección a Siegfried.

No fue la despedida más pacífica, pero esperaba que la liberación de su pesadilla fuese justicia suficiente. Cuando el sueño se consumió en cenizas, los vestigios persistentes de sus víctimas rencorosas —almas desafortunadas, bajas del subterfugio político, que jamás llenarían una página en la historia— se desvanecieron.

La sensación de que el laberinto de icor se deformaba era realmente extraña. Viejos recuerdos de cuando limpié aquel hediondo laberinto con Mika atravesaron mi mente: esa misma sensación de que el mundo se desplomaba sobre sí mismo mientras el laberinto perdía todo poder para sostener su existencia.

—Vaya, sí que aprieta.

—¡Ay, ay, AY! ¡Erich! ¡Mueve tu maldita pierna! ¡Me estás aplastando las pelotas!

—¡De-Dee, tu mano! ¡Está…!

—¡Pe-perdón, Kaya! ¡U-uoooh!

El desenlace de nuestra batalla no fue ni dramático ni conmovedor.

Nos encontramos aplastados unos contra otros dentro de un hueco de árbol. Costaba creer que el vasto laberinto en el que habíamos pasado semanas se hubiera reducido al tamaño de un tronco podrido.

Cuando me asomé al revoltijo de cuerpos, vi que, aparentemente, Siegfried el Afortunado había caído en una posición digna de su título: su mano había acabado justo sobre el pecho de Kaya. En cambio, mi propia buena suerte se había agotado por completo; recibí un codazo en la mandíbula cuando Siegfried retorció su cuerpo para salvar a Kaya de la incómoda situación. Me alegraba de que Margit hubiera logrado evitar el aplastamiento, pero cielos, lo último que necesitaba mi viejo cuerpo maltrecho era una dosis final de traumatismo contundente.

—Por los dioses, Sieg, probablemente ese fue el golpe más doloroso que recibí en todo el día.

—Perdona, viejo… Daños colaterales…

Mientras nos arrastrábamos fuera del hueco, entre gemidos y quejas, lo que nos aguardaba era una escena solitaria: una montaña rodeada de árboles muertos; o, pensándolo bien, simples ramas desnudas, todas originándose de aquel único retoño enterrado en lo profundo.

Era una pequeña bendición que, a pesar de la pelea de último minuto contra un demonio-hongo, nos hubiéramos librado de tener que quemar todo el micelio de la montaña.

Al mirar alrededor, vi que junto con nuestro grupo, también estaban esparcidos el equipo que habíamos dejado frente a la cámara y varios objetos. Supuse que era tan buen momento como cualquier otro para sacar las tablas de botín.

—Oye, Kaya, ¿te importaría echar un vistazo a esas cosas a ver si hay algo de valor? No sé, ¿como una rama valiosa o algo así…?

—¡I-Increíble! —chilló Kaya casi al instante—. ¡Tenías razón, hay una rama de cedro sagrada! ¡Y-y está sana, hasta en las hojas! ¡Ni siquiera puedo imaginar cuánto valdría esto como báculo! Y… ¡mira, otro registro de investigación! ¡Este no estaba en el invernadero!

—Bueno, bueno; ¿Erich? ¿Siegfried? Están cubiertos de heridas. Deberíamos atenderlas primero.

Margit tenía razón: estábamos hechos un desastre. Como combatientes de primera línea, habíamos hecho todo lo posible por encajar golpe tras golpe para proteger a los de atrás, al tiempo que cumplíamos con nuestras misiones respectivas. Yo estaba cubierto de cortes, empapando mi ropa de sangre. Estaba vivo y nada era irreparable, pero mis próximas visitas al baño iban a picar .

Me preocupaba más la limpieza que aquella montaña necesitaría. El silencio era horrendo: parecía como si incluso todos los insectos a kilómetros a la redonda hubieran muerto también. No sabía si llorar porque el laberinto había extinguido el ecosistema entero de una montaña o alegrarme porque no se había extendido más allá.

No veía ejércitos ni grupos de aventureros aproximándose o acampando cerca, así que era seguro asumir que habíamos cumplido la misión a tiempo. Zeufar, a lo lejos, también parecía estar bien, así que probablemente la tormenta de polen se había calmado antes de que pasara demasiado tiempo. Qué alivio… Nadie merecía ser dañado; como aventureros imprudentes, era todo nuestro trabajo cargar con el costo físico de nuestra labor en su nombre.

—Uf, bueno, al menos me voy a quitar la armadura.

Mientras peleaba con las correas, algo cayó de mi bolsa de cintura. Se había abierto un desgarrón durante la batalla y, al mirar hacia abajo, noté que la bellota del encargo que nos había dado el señor gato hacía tanto tiempo se había deslizado fuera.

La había estado cargando como un amuleto, porque parecía que podía servirme de protección, pero no pude hacer nada más que observar cómo rodaba hasta caer en un agujero en el suelo, como si hubiese estado predestinado. Y, en el instante siguiente, pese al frío en el aire, un brote salió de la tierra.

—¿Eh, qué? Esto no es algún tipo de presagio, ¿verdad? Oh, viejo…

Quise levantar el dedo medio al cielo y a todos los dioses en las alturas y gritar que no tenía ni la más remota idea de cómo interpretar lo que acababa de suceder. Me sujeté la cabeza con ambas manos mientras mis compañeros me observaban desconcertados.

Fuera como fuese, habíamos sobrevivido, y parecía que esta montaña también encontraría nueva vida en un futuro no muy lejano.

Y así comenzamos el largo viaje de regreso a casa.


[Consejos] Nada está escrito en piedra. A veces, a un aventurero simplemente le ocurre un evento por pura casualidad. Sin embargo, no se puede borrar la posibilidad de que haya sido algo puesto en marcha por el mero capricho del Maestro del Juego tras hojear varias hojas de personaje…


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