El Jefe de Atelier Tan Despistado

Vol. 1 Capítulo 5. Las Ruinas del Oeste y el Diablo de Alto Rango Parte 1

—¿Se encuentra bien el pueblo, Srta. Yulishia? —preguntó Sheena con una voz algo preocupada.

—Por el momento, sí, —respondí.

A la mañana siguiente, había reunido más información, así que compartimos los datos entre los cinco: yo, los miembros de Sakura y Kurt. Liese descansaba en su habitación.

Los dos mil esqueletos habían desaparecido por completo. Aun así, la situación no había mejorado en absoluto.

Los caminos seguían bloqueados por diablillos y otros diablos de bajo rango, lo que hacía muy difícil abrirse paso por la fuerza.

Según la información de Mimiko, los monstruos estaban apareciendo desde unas ruinas situadas al oeste. Sin duda, algo estaba ocurriendo allí.

Sin embargo, investigar esas ruinas era casi imposible, ya que una enorme cantidad de demonios se encontraba en esa zona, impidiendo que cualquiera se acercara.

—Parece que la orden de caballeros saldrá hacia el este para pedir refuerzos.

Intentar enviar un mensaje mediante palomas mensajeras tampoco servía, ya que los diablillos voladores cazaban a todas las aves que intentaban salir del pueblo.

Y aun si lográramos pedir ayuda, ¿cuánto tardaría el perezoso margrave en reunir su ejército?

No había garantía alguna de que la ciudad pudiera mantenerse a salvo hasta entonces.

—Anoche también rechazaron a los dos mil esqueletos, ¿verdad? Entonces, ¿no es de suponer que podrán seguir defendiendo la ciudad sin problemas?

—En cuanto a eso, parece que la defensa del pueblo solo funcionó en las murallas norte y oeste, y, según dicen, ni siquiera saben bien cómo lo lograron. Si los enemigos se dan cuenta de ello y atacan desde el este o el sur, no podrán resistir.

—¿No saben cómo lo hicieron?

A la pregunta de Danzo, Kanth, con la cabeza ladeada, repitió la duda.

No podía culparlos; realmente no lo sabían.

Todo lo que había podido escuchar eran conjeturas vagas: que tal vez había algún tipo de magia especial incrustada en las murallas, o que los esqueletos se habían purificado al tocarlas.

Jamás había escuchado una historia tan extraña antes…

—¿Los esqueletos se purificaron al tocar la muralla? En mi aldea, eso era algo bastante común.

…No, pensándolo bien, desde que Kurt estaba conmigo, no había dejado de escuchar cosas extrañas.

Atónita por su comentario, logré recobrar un poco la calma.

De verdad, ¿acaso las murallas de la aldea de Kurt estarían hechas de un sello o algo así?

Mientras yo pensaba en eso, Sheena le hizo una pregunta a Kurt.

—Kurt, ¿no podrías fabricar algo? ¿Algo que, ya sabes, derribe a todos los no muertos de golpe?

—Si yo fuera capaz de hacer algo así, seguro que ya lo habría hecho otra persona. Quizá el jefe de atelier lo pudiera crear cuando vuelva, pero… —contestó Kurt, sin darse cuenta de cuáles eran sus propias habilidades.

No había un jefe de atelier así como Kurt decía, claro. Si existiera, sería él mismo.

No podía decir eso en voz alta, así que busqué con la mente alguna alternativa.

Los ataques de atributo de luz eran eficaces contra los no muertos y los demonios, ¿no?

¿Eh?

Cierto, eso existía.

—¡Kurt! Necesito que me ayudes a llevar un paquete un momento.

Yacían en el almacén unas piedras mágicas de cuarzo que Kurt había fabricado: ¡esas eran las que debíamos usar!

Me sentí mal por Mimiko, pero lo hacía para proteger a Kurt.

◇◆◇◆◇

Yo, el general Alreid Cucuso, dirigí en persona la unidad que se preparó para la salida forzada.

No podíamos descuidar la defensa de la ciudad, así que el número de tropas que participaron en esta operación fue limitado.

Probablemente veinte hombres era el máximo.

Y, para asegurarnos de que una persona pudiera escapar con seguridad, diecinueve debían ganar todo el tiempo posible; era una misión peligrosa que con alta probabilidad conducía a la muerte.

Sin embargo, había que tomar la decisión deprisa.

Los no muertos veían reducida a la mitad su capacidad durante el día, cuando había luz.

Debíamos atacar mientras el enemigo seguía siendo débil.

—¡General! Una aventurera exclusiva de un atelier llamada Yulishia solicita audiencia.

—¿En este momento, con todo lo que ocurre…? Espera, ¿dijiste Yulishia?

Yulishia era un nombre que me sonaba.

Había sido una aventurera al servicio directo de la familia real; sabía cómo tratar con caballos, era competente y de fiar.

Si realmente era ella, podría encargarle que llevase el mensaje pidiendo auxilio, ¿no?

Por supuesto, asumiendo que nuestros caballeros lograran ganar tiempo.

—¡Déjenla pasar! La recibiré de inmediato.

Al decir esto, ella, que había esperado en la puerta, entró.

No había duda: era Yulishia.

—Ha pasado tiempo. No hay tiempo que perder; dime lo que tengas que decir.

—Iré al grano. Quiero salvar este pueblo; por ello, quiero que ustedes hagan de cebo.

No podía creer que ella estuviera pensando exactamente lo mismo que nosotros.

Qué golpe de suerte.

—Si vas a entregar una carta pidiendo refuerzos, entonces hazlo de inmediato…

—No, —replicó ella con firmeza—. No llevaremos ninguna carta.

Entonces, ¿a qué había venido?

—He oído que los monstruos están surgiendo desde las ruinas del oeste. Iremos allí y destruiremos la causa que los hace aparecer.

—¡Eso es una locura! ¡Demasiado temerario! ¡Ni siquiera sabemos cuántos enemigos hay!

—Por eso tenemos un arma secreta preparada. Cincuenta cristales mágicos de luz, recién desarrollados en el atelier. Con solo lanzar una, el estallido puede eliminar a todos los no muertos en un radio de quinientos metros.

—¿¡Cincuenta cristales tan poderosos?! ¿¡De verdad dices eso en serio!?

—Sí. Les dejaré la mitad a ustedes, que harán de señuelo. Con eso, podrán ganar tiempo sin problemas, ¿verdad?

Ciertamente, con esa cantidad de piedras mágicas, sería posible aprovechar la distracción para enviar la carta de auxilio.

Y, con las habilidades de Yulishia, una incursión directa en las ruinas también era factible.

Pero…

—Entiendo. Sin embargo, tengo una condición.

—¿Qué? Si se trata del pago por las piedras mágicas, eso podemos arreglarlo… —respondió ella, inclinando la cabeza con curiosidad.

—No, el pago se hará sin falta. No se trata de eso. Quiero que me permitas acompañarte en la incursión a las ruinas.

—¿El general en persona? Con tu fuerza, sería de gran ayuda, pero… ¿hablas en serio?

—Sí. En realidad, mi vida debería haber terminado anoche. Fui salvado por un milagro, y quizás fue la voluntad de los dioses. Tal vez me dejaron vivir para este momento.

Al recordarlo, aquella reparación del muro por parte del muchacho no había sido obra humana.

Quizás, después de todo, aquel chico era un enviado de los dioses.

—Puede que te parezca una historia absurda, pero escúchame, —le dije a Yulishia.

Le conté acerca del joven que había llegado a la ciudad hacía un mes, sobre el milagro ocurrido la noche anterior y mi convicción de que había sido obra de él.

Yulishia escuchó toda mi historia, con el ceño ligeramente fruncido, aunque sin interrumpirme.

Al final, me preguntó:

—General, ese chico… ¿cómo se llama?

—Ah, su nombre es…

Fue entonces cuando la puerta se abrió.


—Disculpen, vengo a entregar un paquete.


El joven entró en la habitación, llevando el envío en sus brazos.

—¡¿Kuuuuurt?! —grité sin poder evitarlo.

¿Por qué demonios estaba ese chico en un lugar como este?

—¡Ah, cuánto tiempo, señor capataz! ¿Por qué lleva hoy una armadura?

Preguntó él, mientras Yulishia se llevaba una mano a la cabeza, y yo, incapaz de articular palabra, solo abría y cerraba la boca.

¿Qué era lo que los dioses pretendían hacer conmigo?

No tenía la menor idea.


—Ya veo… así que Kurt y Yulishia trabajan en el atelier.

Ya había recibido un informe sobre la apertura de un nuevo atelier en la ciudad. Me había preguntado por qué alguien establecería uno en una región tan remota, pero ahora todo encajaba: seguramente aquel atelier se dedicaba a fabricar armas para el campo de batalla.

Los cristales mágicos de luz que Yulishia había traído debían de ser un nuevo tipo de armamento producido allí, y quizá Kurt también había hecho algún tipo de modificación en las murallas.

El nuevo jefe de atelier… podría ser un individuo más peligroso de lo que aparentaba.

—Sí, soy solo un ayudante, pero trabajo todo lo que puedo.

—Bueno, así está la cosa —dijo Yulishia, volviéndose hacia el chico—. Kurt, nosotros iremos ahora a hacer un poco de limpieza en las ruinas del oeste.

—¿Limpieza? Si es limpieza, puedo ayudar también…

—Ah, no, Kurt. Tú te quedarás en el atelier. Los alrededores de la ciudad están llenos de monstruos; no puedo llevarme a alguien sin capacidad de combate. Lo entiendes, ¿verdad?

—…Sí, —respondió Kurt con un tono apesadumbrado.

La decisión de Yulishia era correcta. No podíamos llevar a un niño al campo de batalla.

Además, por la expresión de Kurt, parecía que había interpretado la palabra limpieza de la manera más literal posible.

—Bueno, tranquilo, —añadió Yulishia, dándole una palmada en el hombro—. Yo también sé hacer una buena limpieza.

Y con eso, terminó de reforzar aún más el malentendido del muchacho.

Al parecer, había dicho eso a propósito, solo para no preocupar a Kurt.

Era una buena compañera, sin duda.

—Yulishia, ven conmigo. Debemos concretar los detalles del plan.

Dejamos a Kurt atrás y salimos de la habitación.

—Por fortuna, ya tenemos una unidad preparada para la operación de asalto; podemos encargarles la tarea de servir como señuelo. Pero dime, ¿es realmente fiable el poder de esos cristales mágicos?

—El jefe de nuestro atelier los fabricó personalmente. Su rendimiento ha sido verificado por Mimiko, la Tercera Maga de la Corte, y por la propia Jefa de Atelier, Ophelia.

—¿Mimiko y Ophelia…? ¡No puede ser!

Esos dos nombres, el nuevo atelier y el incidente actual…

Todas las piezas comenzaron a encajar en mi mente.

Yulishia asintió.

—Así es. La Tercera Princesa, Lieselotte, se encuentra en este pueblo.

—¡¿Qué dices?! Entonces, ¿este ataque fue planeado para atentar contra Su Alteza la Princesa Lieselotte? ¡Qué osadía tan temeraria! —exclamé, con el ceño fruncido por la indignación.

Había tenido el honor de verla una vez, cuando fui investido como caballero del reino.

Entre todos los miembros de la familia real, su presencia era comparable a la del propio primer príncipe, por lo que la recordaba bien.

Jamás habría imaginado que aquella princesa se encontrara aquí, en este lugar.

—¿Y su escolta? Si faltan hombres, puedo destinar algunos refuerzos.

—No hay de qué preocuparse. Phantom ya está en movimiento.

—¿El cuerpo de inteligencia? En ese caso, será mejor no intervenir torpemente.

Le pedí a Yulishia que esperara allí y me dirigí a la sala de entrenamiento, donde la unidad estaba apostada.

Al abrir la puerta, veinte soldados me esperaban formados.

—General Alreid, veinte hombres bajo el mando del subcomandante Generic Pirahan, listos para partir en cualquier momento, —informó Generic al frente.

En los ojos de mis hombres no había rastro de miedo. Ni siquiera sabían que la orden de la misión estaba a punto de cambiar, y aun así, lo que brillaba en sus miradas era una resolución inquebrantable, una disposición a morir sin vacilar.

…Yulishia… y tú, jefe de atelier, a quien aún no conozco… les doy las gracias. Gracias por abrir un camino que evitará que pierda a estos excelentes y talentosos subordinados , pensé mientras sonreía al contemplarlos.

—¡El plan ha cambiado! —anuncié con voz firme.

Cuando expliqué los nuevos detalles, Generic levantó la voz:

—¡General! ¡No debería encargarse usted mismo de una misión tan peligrosa! ¡Déjenoslo a nosotros!

—¡Necio! El papel de señuelo también es una tarea crucial y peligrosa. Si tú no diriges esa operación, ¿quién lo hará?

—Kuh… —dijo Generic, apretando los dientes. Luego se dirigió a un rincón de la sala, tomó una botella de alcohol y sirvió su contenido en una copa de cerámica—. Por supuesto, esto es agua.

—Lo sé bien. No eres tan insensato como para beber antes de una misión.

Generic me entregó la copa con agua, y luego repartió otras iguales entre todos los miembros de la unidad.

—Ja, en realidad pensaba romper esta copa, —pronunció Generic, mientras se le humedecían los ojos.

Era la copa del agua. Tras beber, romper esa copa significaba un ritual de despedida: enviar a los compañeros al lugar donde quizá no volverían, sellando que nunca más compartirían juntos otra copa en esta vida.

Sin embargo, Generic y los demás simplemente volvieron la copa boca abajo.

El agua se derramó sobre el suelo.

—No habrá despedidas para esta vida; este es nuestro rito de la copa del agua. ¡General, cuando todo esto termine, pondremos ese brandy del que tanto se enorgullece en esta copa y brindaremos juntos! ¡Todos los que estamos aquí!

—Así será. —Yo también hice volcar mi copa.

Juré en mi interior que volvería con vida.

◇◆◇◆◇

Yo realmente no servía de nada en los momentos que importaban.

Al volver al atelier y acabar las labores de limpieza, pensé eso una vez más.

La limpieza era uno de los pocos trabajos en los que resultaba útil, y aun así, por culpa de los monstruos, no podía ir al sitio.

Suspiré… cuánto desearía tener poder para luchar.

Todos los miembros de Sakura también trabajaban por encargo del gremio de aventureros de la ciudad. Incluso Liese podía usar magia; era un talento que yo no poseía.

Realmente yo no sabía hacer más que tareas menores.

—Quizá debería mirar un poco dentro de mí mismo y reflexionar.

Me levanté con ese pensamiento, fui al patio trasero, cogí agua del jardín y entré en la herrería.

Encendí el fuego en el horno y, usando el fuelle, aumenté la intensidad de las llamas.

—…¿Así estará bien?

Puse ante mí un fragmento que había quedado tras derrotar al gólem dragón de hierro: un trozo de hierro de alrededor de un kilo.

Recordé la espada que el Señor Danzo me había mostrado tiempo atrás: una hoja con filo solo en un lado, algo que él llamaba catana. Decidí intentar fabricar una versión pequeña de aquella arma.

Un señor, en mi pueblo natal, me había enseñado que al golpear el hierro con todo el corazón uno podía reencontrarse consigo mismo.

Mientras imaginaba la catana que el Señor Danzo poseía, golpeé el hierro al rojo vivo una y otra vez, sin detenerme, preguntándome qué era lo que yo realmente podía hacer.

Me pregunté cómo estarían el Señor Golnova, la Señorita Marlefiss y la Señorita Bandana. ¿Seguirían bien? ¿Estarían comiendo como se debe?

También me preocupaba ver que la Señorita Liese no parecía tener mucha energía.

Cuando estaba conmigo aparentaba estar más animada de lo normal, pero nunca salía del terreno del atelier.

Una vez la había invitado a salir conmigo de compras, pero ella me rechazó con una expresión realmente triste.

¿Le daba miedo salir del atelier?

¿Pero por qué?

Ahora que lo pensaba, cuando borré los garabatos de la habitación de la Señorita Liese, la Señorita Yulishia había dicho algo extraño.

—Vaya, Kurt, ¿borraste todos los garabatos…? Haaa…

—Pero, ¿qué eran exactamente esos dibujos? Había muchos alrededor del cuarto de la Señorita Liese en particular.

—Ah… eh, bueno… en realidad, últimamente en esta ciudad hay un… sí, un tipo llamado «Rakuga-Kinki», un vándalo que no hace más que andar garabateando cosas por ahí. Seguro que fue obra suya.

—¿¡«Rakuga-Kinki»!? ¿De verdad hay alguien así?

—Claro, seguramente vio a Liese caminando por la ciudad y quiso sorprenderla dibujando esos garabatos.

Qué revelación más terrible.


La Señorita Liese estaba siendo el blanco de ese Rakuga-Kinki.


Y yo ni siquiera me había dado cuenta.

Qué tonto había sido.

Mientras pensaba en eso y me concentraba en mi labor, la daga quedó terminada en un abrir y cerrar de ojos.

Encajé la hoja recién forjada en su empuñadura, la aseguré con un pasador y la guardé en la vaina.

Luego la desenvainé de nuevo, observando con calma el brillo de la hoja.

—Ah… se nota que estuve vacilando. Es un fracaso.

La Señorita Mimiko me había dicho que tenía aptitud de rango B en herrería, pero viendo esto… quizá solo alcanzaba el rango C, o incluso D.

Mientras me deprimía, una voz me llamó repentinamente desde atrás.

—Sir Kurt, ¿estaba usted aquí? Oh, ¿acaso esa espada fue forjada por sus propias manos?

—¡Se-Señorita Liese!

—¿Puedo verla?

—Sí-sí… claro.

Le mostré el cuchillo, y la Señorita Liese lo contempló con una mirada fascinada, completamente embelesada.

—¿E-esto es acaso una espada mágica?

—Sí. Por error le infundí algo de poder mágico… si la desenvaina y la alza sobre su cabeza, la magia se activará, así que por favor, no la use.

—Es una espada muy hermosa… verdaderamente bella.

—Jajajá, aunque solo sea un cumplido exagerado, me alegra oírlo. Si le parece bien, puede usarla usted, Señorita Liese.

—¿En serio puedo hacerlo? —dijo con una expresión llena de alegría.

Pero yo sabía lo que se ocultaba tras esa sonrisa: el miedo, el dolor de no poder salir al exterior.

¿Estaba bien fingir que no conocía sus verdaderos sentimientos?

No, eso no estaba bien.

Es cierto que, al indagar en el sufrimiento de otro, uno puede terminar hiriéndolo más.

Pero también creía que compartir ese sufrimiento era lo que hacía a un verdadero amigo.

—Señorita Liese, ¿puedo hacerle una pregunta?

—Por supuesto, dígame. ¿Quiere saber qué tipo de persona me gusta? Bueno, eso es fácil, es Si…

—¿Hay alguien que tenga su vida en la mira? —la interrumpí, casi atropellando sus palabras.

En ese instante, la sonrisa desapareció de su rostro.

Tal como lo sospechaba.

La Señorita Liese estaba siendo el objetivo del Rakuga-Kinki.

Le aterraba volver a caminar por la ciudad y que aquel vándalo hiciera garabatos en su camino de nuevo; por eso no podía salir del atelier.

—Así que se ha dado cuenta, Sir Kurt…

—Sí. Solo que… sé que la han estado amenazando.

Al parecer, mi deducción era correcta.

Ante mis palabras, la Señorita Liese mostró un rostro lleno de angustia.

—Me siento realmente culpable. Por mi culpa le he causado molestias tanto a usted como a la Srta. Yuli.

—No diga eso, no lo considero una molestia en absoluto. Además, la Señorita Yulishia también…

—No, de verdad me siento culpable. La Srta. Yuli se arriesgó por mí, atravesando enjambres de monstruos para llegar hasta las ruinas del oeste…

—¿Eh?

La Señorita Yulishia había mencionado que iría a las ruinas del oeste, sí, pero… ¿qué tenía eso que ver con la Señorita Liese?

No podía ser…

—¿La persona que la tiene en la mira se encuentra en las ruinas del oeste?

—Sí. Eso creo.

Tenía razón, después de todo.

En el pasado, cuando el Señor Golnova visitó unas ruinas muy valiosas, intentó hacer un garabato en ellas. Aunque traté de detenerlo, no quiso escucharme; al final fue la Señorita Marlefiss quien lo detuvo, y gracias a eso todo terminó bien. Dibujar en unas ruinas era algo sumamente inapropiado, pero al parecer, para quienes amaban hacer garabatos, era casi una especie de «tradición obligada».

En otras palabras, las palabras que la Señorita Yulishia había dicho de que iría a limpiar eran ciertas, eso no era toda la verdad.

Ella había ido a las ruinas del oeste para atrapar a Rakuga-Kinki y limpiar los garabatos que este había dejado allí.

—Señorita Liese, me siento frustrado.

—¿Por qué razón siente frustración, Sir Kurt?

—Porque si yo fuera más fuerte, podría ir a atrapar al culpable que la está haciendo sufrir… No, incluso si no pudiera hacerlo, al menos podría decir que protegería su vida. Pero yo… yo no puedo protegerla. No puedo proteger a alguien tan importante para mí.

Y pensar que la Señorita Liese me había llamado su amigo…

—¿A-a-alguien importante…? ¿Dijo que yo soy alguien importante para usted, Sir Kurt?

—Sí. Usted es alguien importante para mí, Señorita Liese. Lo mismo que la Señorita Yulishia, el Señor Kanth, el Señor Danzo y la Señorita Sheena. Todos en este atelier son personas valiosas para mí.

—¿A eso se refería…? No, no debo dejarme abatir; que Sir Kurt me considere alguien importante ya es, en sí mismo, una bendición…

—¿Eh? No escuché bien la última parte, pero… supongo que, al final, solo causo problemas con mi presencia, ¿verdad?

Ante mis palabras, la Señorita Liese agitó la cabeza con fuerza.

—Eso no es cierto, Sir Kurt. Si hablamos de sufrimiento, soy yo quien se siente peor. Usted se preocupa por mí, actúa por mi bien, y aun así yo no puedo salir de aquí. Si me fuera posible, atraparía al culpable con mis propias manos…

—Señorita Liese…

Así que ese era el motivo por el que ella había estado tan desanimada. No solo porque Rakuga-Kinki la tenía como objetivo, sino también por la impotencia de no poder hacer nada.

Era igual que yo.

Si al menos pudiera ayudarla a limpiar las ruinas, tal vez ambos encontraríamos un poco de sentido a nuestra existencia.

Pero la ciudad estaba completamente rodeada por enemigos, y…

—Ah… ¡ya sé! ¡Eso es, Señorita Liese!

—¿Eh? ¿Qué es lo que sabe?

—¡Vayamos juntos a limpiar las ruinas del oeste!

—Pe-pero, la ciudad está actualmente rodeada por monstruos…

—No hay problema. Aunque estemos rodeados por los cuatro costados, ¡siempre hay un noveno camino! —dije con determinación, apoyando una mano sobre su hombro y exponiéndole mi idea con entusiasmo.

◇◆◇◆◇

Un escalofrío recorrió mi espalda y me estremecí.

—¿Qué ocurre, Yulishia? ¿Te tiemblan las manos por la emoción?

—No, quizá alguien anda hablando de mí.

—¿No se suponía que cuando te mencionan lo que da es un estornudo, y no un escalofrío? —bromeó el general Alreid con una sonrisa.

Sin embargo, gotas de sudor perlaban su frente.

En aquel momento, nos hallábamos cargando contra una horda de esqueletos y diablillos desde la muralla occidental, enzarzados en combate cuerpo a cuerpo contra los esqueletos.

Aquello era, por así decirlo, el señuelo del señuelo: mientras nosotros resistíamos con fiereza, Generic y los demás escapaban por la puerta oriental, dispersándose y avanzando cada uno hacia el este.

Probablemente el enemigo creía que ellos eran el verdadero objetivo, por lo que la mayoría de sus fuerzas debía haberse dirigido hacia allí.

El feroz asalto que habíamos sufrido hasta hace poco se había debilitado visiblemente.

—¡Guh… haaah! —gruñó Alreid al recibir un tajo por la espalda, al parecer de un esqueleto. Sin embargo, apretó los dientes y contraatacó con una ráfaga cargada de energía.

Aunque el número de enemigos había disminuido, nuestro agotamiento también se encontraba al límite.

Era el momento justo.

—¡Vamos, Alreid! —grité, cerrando los ojos mientras lanzaba un cristal mágico al aire y lo partía en dos con mi espada.

De inmediato, una luz tan intensa que dolía incluso con los ojos cerrados me envolvió por completo.

Cuando los abrí, mi vista nublada apenas logró captar que no quedaba ni un solo esqueleto o diablillo de los que antes nos rodeaban en masa.

Jajá… qué increíble poder.

Realmente, luchar a espada a paso lento se me antojaba absurdo después de ver aquello.

—Alreid, bebe esto.

—¿Es una poción mágica?

—Sí, obra del jefe de nuestro atelier.

Era un brebaje hecho por Kurt, preparado con hierbas que recogía por los alrededores.

—Como era de esperarse de un atelier, la poción mágica ha hecho que el dolor desaparezca al instante.

Por lo visto, el efecto era realmente potente.

Después de eso, corrimos sin descanso hacia el oeste.

Los enemigos que se interponían en nuestro camino eran abatidos de un solo golpe, y si el número era demasiado grande, rompía otro cristal mágico para abrirnos paso.

Lástima que, por culpa de esa luz, no podamos usar caballos…

Era tan deslumbrante que, con solo recibirla una vez, los caballos entraban en pánico y quedaban inutilizables.

Por ello, las unidades señuelo debían abandonar sus monturas después de usar los cristales mágicos y huir a pie.

El número de enemigos comenzó a aumentar nuevamente.

Eso solo podía significar una cosa: estábamos cerca de las ruinas.

—¡Alreid, aumenta el ritmo!

—¡Esa es mi línea, Yulishia! ¡Voy a demostrarte la fuerza de un general de las tropas fronterizas!

Nos dimos ánimos mutuamente y, una vez más, nos lanzamos de frente contra la horda de monstruos.


Se decía que las ruinas situadas al oeste del pueblo fronterizo pertenecían a la antigua civilización Lapital.

Era una de las muchas ruinas que los lapitalianos, poseedores de una avanzada cultura que se había extinguido en una sola noche, habían dejado esparcidas por todo el mundo.

Aquel edificio de piedra, que se asemejaba a un templo, aún no había revelado el propósito para el que fue construido.

Fue en su interior donde nos lanzamos a la carga.

Como era de esperar, el interior de las ruinas también estaba infestado de monstruos, pero nosotros no vacilamos y continuamos nuestro avance.

—¡Vamos, Alreid!

—¡Sí!

Cuando por fin llegamos a una zona un poco más abierta, solo nos quedaban cinco cristales mágicos.

Cerré los ojos y partí uno de ellos con la espada; la deslumbrante luz que emergió engulló a los monstruos, purificándolos por completo.

Hasta ese punto, todo iba según el plan.

—Bien, destruyamos la fuente de donde brotan estos monstruos, —dije.

Fue entonces cuando, desde las escaleras que descendían al subsuelo, apareció una figura.

Existe un dicho que afirma que al hablar de alguien su sombra se proyecta, pero aquella oscuridad era demasiado densa para llamarla sombra.

A simple vista, su silueta podía confundirse con la de un humano alto, pero su cuerpo estaba cubierto por algo semejante a las duras escamas de un dragón negro.

Así que este es…

—Un diablo de alto rango… Parece que este es el jefe, —murmuré, conteniendo el aliento.

Sin perder tiempo, saqué otra piedra mágica y la hice añicos aun cuando el ser que tenía en frente era un diablo.

En un instante, la luz envolvió por completo al diablo de alto rango.

—¡¿Lo logramos?! —exclamó Alreid.

Cuando abrí los ojos nuevamente, el diablo de alto rango había desaparecido, desintegrado sin dejar rastro en medio del resplandor.

¿Había terminado todo?

Eso pensé… hasta que oí una voz detrás de nosotros.

—Impresionante poder… Si no poseyera vida infinita, habría estado en peligro.

Nos giramos, y allí estaba: el diablo, de pie como si nada hubiera ocurrido.

No podía creerlo… ¿Los cristales mágicos de Kurt no surtían efecto? ¡¿Qué se suponía que debíamos hacer ahora?!


¿Quieres discutir de esta novela u otras, o simplemente estar al día? ¡Entra a nuestro Discord!

Gente, si les gusta esta novela y quieren apoyar el tiempo y esfuerzo que hay detrás, consideren apoyarme donando a través de la plataforma Ko-fi o Paypal.

Anterior | Indice | Siguiente