Remake Our Life!

Vol. 10. Epílogo. ¿¿¿¿¿?????

—Nn…

La luz de la mañana me golpeó los ojos. Me dolía terriblemente la espalda. Debía de ser porque, como siempre, había dormido sobre la silla.

Desde afuera se oían bocinas y el sonido de la gente yendo y viniendo. Tokio seguía siendo una ciudad abarrotada. Si este barrio, que estaba fuera del anillo de la línea Yamanote, era así de bullicioso, el centro debía de ser aún peor. Solo imaginarlo me resultaba agotador.

Abrí las persianas y miré hacia la calle. Vi grupos de estudiantes de secundaria, preparatoria y algunos que parecían universitarios. Todos caminaban juntos, riendo y bromeando entre amigos. Mientras observaba aquella escena, una leve imagen de mi antiguo yo se superpuso a la suya, pero el cansancio en mi cuerpo me recordó que ya no tenía esa edad.

—Fuwaah… Tengo que levantarme.

Quizá por la edad, me resultaba cada vez más difícil dormir en la oficina y luego despertar. Giré la cintura de un lado a otro, estiré los brazos y empecé a hacer algo que apenas podía llamarse ejercicio.

Se oyeron varios crujidos desagradables, goki, goki . El médico del centro quiropráctico al que iba desde hacía tiempo me repetía sin cesar que debía estirarme y ejercitarme a diario. Pero ya se sabía que el mundo —o más bien, la vida de oficina— rara vez permite seguir los planes al pie de la letra. Al final, siempre terminaba con el cuerpo rígido, tumbado en la camilla de tratamiento.

—Esto no puede seguir así… Tengo que moverme en serio.

Siempre lo decía, pero nunca llegaba a hacerlo.

Me pregunté desde cuándo mi cuerpo había empezado a sonar de esa manera.

Antes, aunque no hiciera ejercicio, podía moverme con agilidad, durante horas, sin problema alguno.

Ahora, con solo moverme un poco, me quedaba sin aliento, me agotaba al subir escaleras, y las noches sin dormir se me volvían cada vez más pesadas. Hasta los clientes de cuarenta años se sorprendían y me decían que estaba peor que ellos. Al parecer, mi cuerpo ya no podía soportar tanto esfuerzo.

Sacudí aquellos pensamientos negativos y abrí bien los ojos para mirar alrededor de la habitación.

La escena frente a mí seguía igual que en mis recuerdos de la noche anterior.

Recordaba que Hayakawa había traído unas cinco latas de Strong Giro, con esa sonrisa suya, y que yo había sacado los calamares secos que guardaba en la estantería. Los dos nos habíamos reído a carcajadas.

Y bueno… el desastre que reinaba en la habitación bastaba para contar el resto de la historia.

Aunque mi cuerpo seguía avanzando firme por el camino de la vejez, lo que hacía no difería en nada de las estupideces de un universitario.

—Esto me va a costar una bronca…

Justo en ese instante, la puerta se abrió de golpe.

—¡Buenos dí…! ¡Ugh! ¡Qué peste a alcohol!

La chica que acababa de entrar, sonriente al principio, frunció el ceño en apenas un segundo y me fulminó con la mirada mientras se tapaba la nariz.

—Ah, bu-buenos días… —dije con la mejor sonrisa forzada que podía hacer. Apenas alcancé a saludar cuando…

—¡¡Presidente!! ¡¿Cuántas veces tengo que repetirle lo mismo?!

Me cayó una reprimenda tan fuerte que casi pude oír el sonido de un azote.

—Pe-perdón, Otomi-san, esto tiene una explicación profunda…

—¡No la tiene! Seguro estaba haciendo los informes de cierre, se cansó y pensó: «¡Ah, ya basta!», y justo ahí decidió beber con el vicepresidente, ¿verdad?

—Eh… ¿tenías cámaras de seguridad o algo…? —pregunté, con un escalofrío al sentir que todo había sido descubierto.

—¡Con solo mirar el escritorio es suficiente! Una laptop abierta con hojas de cálculo, montones de carpetas de archivo, y además el calamar seco que escondía en la estantería y las latas de Strong Giro, presidente… ¡con todas esas pruebas, sería raro no saberlo!

—Impresionante, deberías ser detective con esa capacidad de observación.

—¿Dijo algo?

—…Lo siento, tienes razón, Otomi-san…

—¡Y además eso! ¿Podría dejar de decir «Otomi-san» de esa manera? ¡No estamos en una canción de los años sesenta! Tengo un nombre completo, Otomi Mineyama, ¿sabe?*

Frizcop: En la versión original, Kyoya la llama Otomi-san ( おトミさん ), pero se escribe con hiragana, mientras que la chica le pide que la llama Otomi ( 峰山音美 ) pero se escribe en kanjis.

A mí me parecía un buen apodo, Otomi-san. Pero bueno, si a ella le molestaba, podía considerarse acoso laboral…

Tendría que pensar en otra forma de llamarla, pensé, justo cuando…

—¡Buen día~! Ah, Otomi-san, llegaste temprano. Gracias por el esfuerzo.

La puerta volvió a abrirse, y Hayakawa asomó la cabeza.

Él también estaba hecho un desastre: el cabello despeinado, ojeras marcadas bajo los ojos y, para colmo, una sonrisa fresca que, en contraste con su aspecto, resultaba hasta desagradable.

—¡Nada de «Gracias por el esfuerzo», vicepresidente! ¡Ayer estuvo bebiendo como un tonto junto con el presidente!

Hayakawa me lanzó una mirada de horror. Yo le hice señas con las manos: Ya lo sabe todo, mejor discúlpate .

Él me devolvió una mirada de comprensión y asintió, respondiendo con los ojos: Entendido .

—Lamento muchísimo lo ocurrido. Por culpa del trabajo nocturno nos dieron ganas de beber, y tanto el presidente como yo cometimos un error. Lo reconocemos.

Nos inclinamos a la vez para disculparnos, y solo entonces Otomi-san pareció calmarse un poco. Dio un profundo suspiro y dijo:

—Presidente, vicepresidente, ya va siendo hora de que cuiden bien sus cuerpos, ¿de acuerdo? Lo digo en tono de broma, pero si ustedes dos llegaran a faltar, esta empresa de verdad se acabaría…

Ah… eso último lo había dicho en serio.

—De verdad lo siento, no volveré a hacerlo, me comportaré como es debido… —dijimos los dos, inclinándonos profundamente y repitiendo disculpas una y otra vez.

—Ya basta, no necesitan seguir disculpándose. ¡Limpien esto, usen Febreze y dejen todo en orden antes de la reunión del mediodía! ¡Y usted, presidente, vaya a su casa a ducharse!

Nos entregó un set de limpieza y una botella de ambientador a cada uno, y luego se marchó con paso firme hacia la oficina.

Mientras la veíamos irse, Hayakawa comentó:

—Es increíblemente competente. De verdad, es un desperdicio que haya terminado trabajando con nosotros.

—Pero no se te ocurra decirle eso en su cara. Si lo haces, se lo tomará en serio y dirá algo como «¿Entonces no me necesitan?» con el corazón roto.

—Sí, sería terrible, —dijo, mientras rociaba el Febreze por toda la habitación sin piedad.

Yo, por mi parte, devolví la silla a su modo normal y empecé a dejar el escritorio, que había servido de mesa para la bebida, tal como debía estar en una sala de reuniones.

En el portátil se mostraban los registros de ventas de los últimos años. Durante mucho tiempo, una fila de triángulos blancos había indicado pérdidas, pero por fin, el año pasado, aparecía un triángulo negro.

—Aun así, me alegra que al final hayamos logrado números positivos. Si el año pasado hubiéramos vuelto a estar en rojo, ya estaríamos hablando de disolver la empresa. Como era de esperarse del presidente.

—Fue gracias a que tú trabajaste duro en las ventas. Yo no hice nada.

Sí, yo nunca hacía nada. Quienes se esforzaban eran siempre los que me rodeaban.

—Ah, cierto, —dijo de repente Hayakawa, dando una palmada—. Hashiba, ¿qué harás con esa postal que llegó el otro día? Era para una proyección especial, ¿no?

—¿El otro día…? Ah, eso. No pasa nada, puedes ir tú, Hayakawa.

—¿¡De verdad!? ¡Genial! ¡Leí muchísimo esa novela ligera cuando era más joven! ¡Es la primera vez que la adaptan al cine, no sabes cuánto la esperaba!

—Sí… increíble, de verdad, —murmuré, como si hablara de un mundo lejano. Tomé el portátil y añadí—: Bueno, me adelantaré.

Di un paso para irme, pero la voz de Hayakawa me alcanzó desde atrás.

—Oye, Hashiba. Ya es hora, ¿no crees?

Su expresión era amable.

Pero yo solo respondí:

—No… está bien así.

Y, casi huyendo de sus palabras, regresé al interior de la oficina.

—Uuf… —exhalé.

En la oficina ya había cerca de treinta empleados trabajando. Cuando notaron mi presencia, varios de ellos me saludaron con una leve reverencia.

Muchos decían que éramos un ejemplo de éxito entre las empresas emergentes, pero la realidad estaba muy lejos de eso. Si uno no tenía la determinación de usar sus propios ahorros para mantener la compañía a flote, ser presidente era simplemente imposible.

Todos son muy buena gente, en verdad…

Observé a todos los que estaban en el piso de trabajo. A pesar de que la empresa seguía siendo un lugar inestable y lleno de riesgos, ellos continuaban allí, apoyándonos. No podía traicionarlos.

Sí… nunca más.

—Ah, presidente, —me llamó Otomi-san… no, Mineyama-san, mientras se acercaba apresuradamente—. Hace un rato el teléfono estuvo sonando sin parar, ¿sabe? Varias veces, una y otra vez.

—¿Eh? ¿Tantas? No tengo idea de quién podría ser…

No había dado mi número personal a nuestros socios comerciales, y en mi vida privada no conocía a nadie que llamara con tanta insistencia.

—No me diga que anda metiéndose en locales nocturnos o algo así.

—Otomi-san, tú sabes perfectamente que no tengo el más mínimo interés en esas cosas.

—Bueno, sí, tiene razón, —admitió sin más—. De verdad, presidente, usted no tiene ningún pasatiempo. No le interesan los deportes, ni la comida, ni las películas, ni los mangas, ni los animes, ni los videojuegos… ¿qué hace en sus días libres?

—Trabajo.

—Ajá, lo imaginaba. En fin, el teléfono no dejaba de sonar, así que atiéndalo pronto, ¿sí?

Con su tono habitual de resignación, Mineyama-san regresó a su escritorio.

Con una sonrisa cansada, miré la pantalla de notificaciones del teléfono.

Y entonces…

—……¿Eh? —Solté el teléfono de la sorpresa.

Lo que veía era tan increíble que apenas podía creerlo.

—¿Por qué… por qué justo ahora…?

No entendía nada.

Había pasado tanto, tanto tiempo que ni siquiera «hace años» alcanzaba para describirlo; hacía muchísimo que habíamos dejado de tener contacto.

Solo lo había dejado guardado allí, como un simple recuerdo que no me atrevía a borrar.

Y aun así, ¿por qué…?

—No… no puede ser…

Por mucho que dudara, el nombre que aparecía en pantalla no cambiaba.

Y entonces…

—Está… llamando…

El tono de llamada volvió a resonar con fuerza.

En la pantalla del smartphone brillaba un nombre que había visto innumerables veces, pero que llevaba mucho tiempo olvidado.

Kawasegawa…


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