Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo
Vol. 9 Canto 1. Inicios de la Primavera del Decimosexto Año Parte 3
—Oye, viejo. Guau, ¿qué te pasa?
—Podría preguntarte lo mismo, Siegfried.
Al día siguiente, tras pasar un tiempo íntimo, dulce y agotador con Margit, fuimos a casa de Siegfried y Kaya.
El aspirante a héroe, usualmente enérgico, parecía demacrado y completamente derrotado.
—Oh, no… —dije—. ¿No habrás…?
—¡E-escucha! ¡Tienes que oírme!
Con solo un vistazo a la herborista malhumorada, lista frente a su nuevo equipo, supe todo lo que necesitaba saber.
—¡Solo estaba pensando en Kaya!
—Sí, pero me parece un poco extraño que compraras equipo nuevo y seda sin consultarme, Dee.
Tenía todo el sentido que mi compañero no tuviera siquiera la fuerza para oponerse a su negativa de usar su nom de guerre [1] . Realmente la había metido en un lío esta vez. Era completamente natural que Kaya estuviera furiosa.
—No puedo creer que te hayas ido de compras tan a lo grande nada más recibir tu sueldo otra vez…
Por supuesto, no iba a pelear en su favor. Parecía que ya había recibido una buena reprimenda, así que no iba a empeorar la situación, pero tampoco iba a fingir simpatía.
—¡No-no, te equivocaste! ¡Iba a hablar con ella! Pe-pero quería ver primero algunas muestras…
—No puedes pedir que saquen tantas cosas y luego decir que no quieres ninguna, Dee.
Para cualquier otro, Kaya habría parecido completamente normal, pero la forma en que enfatizó el nombre de Sieg demostraba que estaba a punto de explotar. ¿Qué clase de mala suerte era recibir regaños de nuestras parejas casi el mismo día? Dios los cría y el diablo los junta, ¿eh…?
—Oh, Sieg… Eres un tipo único en un millón.
Me encontré cubriéndome la cara con la mano y dejando escapar un gran suspiro.
Era como ese típico papá que quiere ser generoso con sus hijos pero no tiene ni idea de cómo. Podrías enmarcarlo como ejemplo, y generaciones de mujeres se acercarían a asentir y a hacer muecas ante un claro caso de hombre adulto que aún necesitaba ser cuidado por su madre.
Parecía que había aprendido alguna lección. Le había dado a Kaya pleno control sobre los gastos y recibía una asignación de ella; eso era un avance. Pero había cometido un error de novato al comprar regalos directamente del comerciante sin contar con un intermediario.
—¡Va-vamoos! ¡Literalmente solo pedí ver las muestras! ¡De verdad! ¡Pagaré, y si no te gustan, las venderé!
—Fuiste tú quien dijo que intentaban atraer clientes. Si dices que no necesitas sus productos después de hacer que los saquen, su reputación como comerciantes queda afectada. Ya fue bastante que siquiera nos atendieran. Apenas nos hemos sacudido el hollín… —Kaya no levantó la mirada ni una sola vez mientras trituraba unas hierbas. No hizo ningún esfuerzo por ocultar su enojo.
Sieg no sabía nada de tiendas más exclusivas ni comprendía el peso de pedir ver al comerciante personalmente. Saber lo que alguien quería era una información sencilla pero poderosa; ya fuera en ventas o en espionaje.
—La Comercializadora Hufeland y la tienda insignia Acrónimo normalmente no atienden a aventureros. Incluso si fuéramos, están algo por encima de nuestra categoría.
—Uff, no bromeas… esos son nombres importantes…
La Comercializadora Hufeland era una tienda de productos farmacéuticos; comerciaban no solo con materias primas, sino también con equipo de alta gama. Todo el negocio estaba respaldado por el Clan Baldur para tener un proveedor legítimo con el que trabajar, y nuestros lazos con ellos probablemente habían ayudado en las negociaciones de Sieg. Ambos ya comprábamos catalizadores al mayorista de Nanna, así que no era sorpresa que conocieran nuestro nombre.
Sin embargo, Acrónimo era una tienda veterana legítima con sucursales en la capital. No era simplemente una marca de lujo para clientes adinerados; no, era uno de los principales comerciantes de ropa de Marsheim, y por lo general solo trataban con nobles. Eran famosos por comerciar directamente con sedas de la más alta calidad, confeccionadas mediante métodos tradicionales de la Jerarquía.
Quise aplaudir a Siegfried por tener las bolas de entrar directamente. ¡Era obvio para cualquiera que esa tienda solo atendía a nobles! Yo había pasado por ahí una vez antes y me había asombrado de que un negocio con una historia tan prestigiosa también se encontrara en Marsheim.
Ese tipo escogía los momentos más extraños para ponerse en plan decidido.
—¡Ti-tienes que entender! ¡La recepcionista dijo que todo el mundo querría tener esa tela al menos una vez en la vida!
—¡Exactamente! ¡Así de increíble es su stock! ¡Tan caro que solo podrías permitirte uno con los ahorros de toda tu vida! Su tela más barata costaba cinco dracmas, Dee. ¡Eso es más de lo que te costó tu lanza!
Me pregunté si el catalizador en la mano de Kaya debía brillar de manera tan peligrosa… o si estaba reaccionando a su corazón agitado.
Esto no pinta bien.
La alegría se veía fácilmente superada por la ira justa. Tomaría un poco de tiempo para que se calmara el polvo aquí. El hecho de que estuviera ocupándose de sus medicinas para recuperar la compostura decía bastante sobre cuánto la había sacudido esto. No había traído té porque amaba a Siegfried y no quería que sus verdaderos sentimientos se filtraran mientras nos poníamos al día.
Qué giro tan problemático de los acontecimientos. Coloqué mi mano sobre mi frente mientras pensaba cómo avanzar mejor la conversación, cuando Siegfried, igualmente incómodo, me hizo una pregunta con expresión curiosa:
—Por cierto… ¿cómo es que ninguno de los dos se sienta? ¿Y cómo es que estás sosteniendo a Margit en vez de dejar que se cuelgue de ti como normalmente?
—Podría decirte, pero entonces tendría que matarte.
La voz de Margit era mucho más baja y letárgica de lo habitual; dejó a Siegfried completamente en silencio. Estaba colgada de mí como siempre, pero hoy yo sostenía su cuerpo de araña con mis manos. Era culpa mía, realmente; me había dejado llevar un poco. En cualquier caso, Margit ya no tenía energía para colgarse con su propia fuerza como hacía normalmente, y no podía moverse con facilidad. Era una necesidad desafortunada.
Le pregunté si quería tomarse el día libre, o al menos medio día, pero dijo que revisar a Kaya y Siegfried era algo urgente. Había tenido razón al insistir en el asunto. Si hubiéramos tardado más, no se sabía a qué otras entidades corporativas podrían haber irritado nuestros amigos.
—En fin, —dije—, tenemos algo de qué hablar. Pensé que era algo que podía resolver yo solo y no molestarles, pero desafortunadamente se ha extendido un poco más de lo esperado.
—¿Más extendido? ¿A qué te refieres?
Un buen Maestro del Juego podría simplemente omitir lo que todos en la mesa ya sabían; yo deseaba poder hacer lo mismo. Incluso si mis habilidades personales eran sacadas de un manual de juegos de rol de mesa, este era un mundo tan real como cualquier otro.
Erich explica la situación a Siegfried y Kaya, y ellos pasan a decidir su siguiente movimiento. ¡Qué fácil era entonces simplemente saltar adelante! Era nominalmente metajuego, pero solo un jugador realmente molesto se quejaría de este tipo de simplificación. Además, mientras el Maestro del Juego no omitiera nada nuevo, la verdad era nada más y nada menos que lo que habían dicho.
—Entonces, eh… ¿empiezo gritándote por meterme en esta mierda? — respondió Siegfried.
—Oye, todos estuvimos juntos en ese laberinto de icór, así que no es puramente mi culpa. ¿No recuerdas lo que discutimos en el campamento en aquel entonces?
—Agh, sí, cierto… se me había olvidado por completo. Sería totalmente poco heroico de mi parte enfadarme por esto ahora…
El día antes de que encontráramos el laberinto de icór, le dije a Siegfried que cuando un aventurero sensato se encontraba atrapado, o bien evitaba la trampa y le daba una buena paliza al culpable, o luchaba con uñas y dientes para escapar de la trampa y luego le daba una buena paliza al culpable. Siegfried me había reprendido diciendo que eso era bárbaro, pero al final comprendió mi lógica.
Siegfried se rascó la cabeza con un gesto de total desánimo antes de volver a sentarse y estirar las piernas sobre la mesa.
—Está bien, entendido. Ya sea que esquivemos esta cosa o nos zambullamos de lleno en ella, le vamos a dar unos cuantos «puñetazos de compensación» a quien nos haya metido en esto.
—¿Dee?
—¡Ah, lo siento!
El aspirante a héroe retiró rápidamente los pies de la mesa antes de recibir más reprimendas; claramente era un hábito de toda la vida. No estaba ayudando a su relación con Kaya. No se ponen los pies donde se pone la comida, joven.
—Bueno, en el peor de los casos, puedes mover la base hasta que las cosas se calmen. Eres un objetivo tanto como yo. Supongo que Acrónimo fue tan cortés con ustedes porque pretenden involucrarlos.
—Eh… ¿involucrarnos?
—¿Cuál crees que es la mayor debilidad de un aventurero?
—Mujeres y alcohol.
Asentí con aprobación, pero me apresuré a continuar la conversación; había notado que la oreja de Kaya se movía.
—Sí, pero ninguno de nosotros es ese tipo de aventurero. Así que han puesto sus objetivos en otro lado. En mi caso, han estado jugando con mi conservadurismo y mi debilidad perenne ante la autoridad.
—Eh… yo no recibí tan buena educación, pero… ¿qué? ¡No recuerdo que esas palabras significaran lo que tú crees!
Qué grosero… Yo era extremadamente cauteloso con mi imagen pública y quería salir corriendo en cuanto una situación comenzara a tener relevancia política. ¡Si eso no era «conservador», qué lo sería!
—Oh, Erich. No sé si reír o preocuparme por la idea de que alguien que se lanza sobre espadas y lanzas para ganarse la vida sea averso al riesgo, —dijo Margit con una risita—. ¡Ah! Me duele reír…
—No resultas convincente cuando eres tú quien pasa tiempo codeándose con clanes más raros que el carajo, —dijo Siegfried.
—Lo siento, Erich; no se equivocan, —añadió Kaya.
Suspiré ante los tres rechazándome con tanta facilidad, pero si me metía en una pequeña disputa verbal ahora, nunca llegaríamos a nada. Guardé silencio, al menos por el momento. No es que no hubiera considerado que los demás me percibían diferente de cómo me percibía yo mismo; simplemente creía que mis intenciones eran bastante evidentes.
De todos modos, yo era el adulto aquí, así que no me enojaría. ¡Ya había alcanzado la mayoría de edad dos veces! No sería «doblemente adulto» de mi parte guardar rencor.
Solo que, ya saben, no olvidaría este momento mientras viviera. Posiblemente por más tiempo, dependiendo de si toda esta historia de la reencarnación era algo de una sola vez o no.
—Siguiendo, —dije—, creo que todos podemos estar de acuerdo en que a Siegfried le encanta el drama y no sabe presupuestar ni para salvar su vida.
Ser vengativo tampoco sería muy «doblemente adulto» de mi parte. Y por supuesto, eso no era lo que estaba haciendo. Sieg dejó escapar un audible «oof».
Mi querido camarada había sido engañado en esas tiendas. No era precisamente un experto en gustos femeninos, así que podía imaginarlo perfectamente pidiéndole consejo a la amable recepcionista. Al fin y al cabo, no haría falta ni medio día de investigación para descubrir que nuestras conexiones sociales eran bastante escasas. Siegfried no tenía muchos otros amigos a quienes acudir por consejo, y yo sabía que no vendría a mí para algo así. Cualquiera podría descubrir eso de él con un poco de esfuerzo. Bastaría con empujarlo ligeramente en sus puntos débiles para hacer que tomara el camino equivocado.
—Sé que entraste por voluntad propia, pero creo que establecieron medidas para atraerte allí. Y luego te hicieron una oferta que no pudiste rechazar.
—¿O sea que me tendieron una trampa?
—No se me ocurre otra explicación. Sé que ahora eres rango naranja-ámbar, pero de otro modo no te habrían vendido nada. Sin invitación, a un aventurero novato lo rechazarían en la puerta… incluyéndome a mí, naturalmente.
Tanto Siegfried como yo éramos unos mocosos desnutridos, aún lejos de cumplir veinte veranos; una tienda de semejante lujo estaba muy por encima de nuestra posición. A menos que alguien de confianza nos invitara a echar un vistazo, ni siquiera nos habrían dejado llevarnos un retazo diminuto. No era cuestión de poder pagar o no. El mundo de las ventas escapaba a mi comprensión, pero incluso yo sabía que la reputación de una tienda dependía de a quién permitían entrar.
—¿Hm? Espera un segundo…
—Supongo que el siguiente paso sería un joyero, —dije—. Kaya, tú no usas muchos accesorios. Apostaría a que se te acercarán diciendo que tu cuello se ve terriblemente solitario.
—¡He dicho que esperes un segundo! ¿Puedes…?
—O quizás Acrónimo vuelva a acercarse con el atractivo de su nueva temporada de telas.
—¡Grah! ¡He dicho que esperes! ¿¡Acabas de decir que ahora soy naranja-ámbar!?
Siegfried saltó por encima de la mesa y me agarró del cuello de la chaqueta interrumpiéndome. Asentí lentamente, como para hacérselo sentir un poco más. No, espera, no «como para»; en realidad sí estaba molestándolo por completo.
Lo había descubierto cuando vi a la directora ayer. La carta de reconocimiento por haber derrotado a Jonas Baltlinden por fin había sido emitida, y Maxine había mencionado que estaba considerando la promoción de Siegfried, evaluando el ambiente general entre el público. Sospechaba que tanto ella como el margrave estaban detrás de ese plan. Puedo entender que no quisieran crear demasiadas «excepciones» el otoño pasado, pero era extraño que lo mencionara justo ahora, de entre todos los momentos posibles. Sospechaba que la promoción era parte de la trampa que ella le había preparado.
En este caso, si la solicitud de un noble provenía de otro sitio, no habría riesgo de que su propio estatus social se viera afectado. No estaba seguro de si Maxine quería crear una grieta dentro del grupo o acercarnos más, pero sabía que había algún motivo oculto detrás, ya que se había tomado la molestia de mencionármelo directamente.
En toda honestidad, si a un amigo mío le iba bien, yo era más de felicitarlo que de amargarme. No era una persona tan pequeña como para albergar celos o sentimientos de distancia.
Lo cual no quiere decir que no pudiera odiarlo por toda la eternidad si terminaba atrapado en una campaña interminable que no llevaba a ningún lado.
Dejando eso a un lado, quería que Siegfried y Kaya supieran que esta promoción era tanto una recompensa como un castigo.
—Escuchen bien, compañeros. Los van a empujar a gastar más de lo que sus éxitos como aventureros podrán sostener. Es tal y como dijo Kaya. Si hubierais rechazado a ese comerciante, te habrían marcado con una cruz negra y te habrían escrito como un aventurero inculto más.
—¿Y para conseguir el dinero me obligarían a aceptar encargos que no aceptaría de otro modo?
Bingo. Me alegré de que lo entendiera rápido. Era un poco impulsivo, pero demostraba que la falta de educación no te convertía en idiota.
—Exacto. Una vez que haces una compra, ya está. Te plantarás en el regazo del Margrave Marsheim antes de darte cuenta, sin poder rechazar ninguna petición sucia que te haga. Los registros de tu ascenso llegarán a otras Asociaciones, y cuando acumules suficiente deuda, no tendrás a dónde huir.
—¡Graaaah! ¡Maldita sea!
Me pregunté si la tirada de su D100 había salido bastante mal, porque en cuanto reconoció hacia dónde le llevaba la explicación, dejó la cabeza sobre la mesa y se agarró el cuero cabelludo. Sabía que era un tipo tenaz, pero quizá aquello era demasiado. Esperaba que fuera solo un ataque temporal de locura.
—Or… de… heidr…
—¿Perdón?
—El oro de Gnitaheidr… —dijo, con una voz tan cargada de rabia que parecía caer directísima hacia las bóvedas más profundas del infierno.
La frase venía del relato del Siegfried original, el modelo a seguir de Sieg.
Si no recordaba mal, era el nombre de una historia en la que Siegfried, desesperado por cruzar aguas mortales, era timado por el barquero y obligado a entregar todo el botín de su próxima aventura. El episodio terminaba con Siegfried limpiando un laberinto repleto de oro maldito y haciendo pagar al barquero con su propia artimaña.
—Es justo así. No voy a ser usado y luego tirado a un lado. De ninguna manera. Me vengaré de algún modo.
Era uno de esos episodios raros que apenas habían cambiado desde las versiones prototípicas de las historias de Sigurd en las ediciones revisadas para el público. Era una trama querida: ¿a quién no le gusta ver a un estafador recibir su merecido? Creo que había una pequeña diferencia, sin embargo: en la versión tardía, Siegfried le ofrece la mano al barquero, arruinado por el oro maldito, y le da una segunda oportunidad; en la original, Sigurd simplemente se va en la barca del barquero robada. Fue durante ese viaje a casa con la embarcación robada que Sigurd fue tragado por las olas y encontró un final acuático.
Quizá mi camarada había elegido una historia algo infausta sobre la que proyectarse.
—Parte del sentido de meterme en esto de los héroes era mostrar a la gente de mi pueblo de lo que era capaz. Si me hago la maleta y me voy a otro sitio, no puedo hacer eso.
Sieg era tan supersticioso como buen aventurero, así que dudé si mencionar el final desafortunado de la historia de Sigurd. Su voz conservaba todo su vigor habitual, incluso con la cara pegada a la mesa.
—Mi ciudad natal todavía significa mucho para mí. La tumba del abuelo está allí. Haré trabajo extra por Illfurth.
—Tu plan de venganza suena a algo más que trabajo extra.
—Esos bastardos… intentando hacerme quedar como un idiota. Me vengaré, igual que Siegfried. Se arrepentirán del día en que se metieron conmigo.
Fue un poco menos alentador oírlo mientras seguía con la cara pegada a la mesa, pero tenía el espíritu correcto. Parecía que había superado con éxito esta tirada de Cordura.
—En fin, estamos hablando de ti. Apuesto a que ya tienes un plan. Anda, suéltalo. Haré lo que sea con tal de convertirme en un aventurero digno.
—¿Oh? ¿Dijiste que harías lo que sea?
—¿Eh? Sí, lo dije… ¿por?
Siegfried por fin levantó la cabeza, mirándome como si se preguntara si me había quedado sordo. Tosí y traté de cambiar de tema.
Uf, ¿por qué dije eso? Ni siquiera recuerdo de dónde venía la referencia original, pero fue una de esas cosas que se me escapan. ¡No había manera de que él siquiera la entendiera! Seguramente era de algún meme popular, pero no de los que me gustaría admitir que conozco.
—En fin, sí, tengo una idea. Protegerá nuestra dignidad, nos permitirá seguir yendo de aventuras y también protegerá a Marsheim, creando una situación que les mostrará a los matones locales quién manda aquí.
En realidad, me alegraba ver la determinación de Siegfried por ayudarme. El camino que íbamos a recorrer quizá no fuera tan heroico como los de las leyendas, pero vivíamos en una era moderna: tenía que aceptarlo.
Hice mi mejor esfuerzo por sonreír ampliamente y expuse mi idea con toda claridad.
[Consejos] A veces, ciertas palabras o frases se cuelan en nuestro lenguaje cotidiano sin que recordemos que originalmente venían de algún meme de internet. Esto ocurre más fácilmente cuando la expresión original suena como algo común.
El poder que tienen las palabras para alterar intencionalmente la posición —o sea, la existencia— de alguien puede usarse con fines políticos más letales que diez mil espadas.
—Uuufff…
La joven herborista sintió una extraña punzada de jamais vu [2] al ver a su compañera de grupo gimiendo en la cama. Donde Kaya había estado gimiendo de pura vergüenza, Margit parecía estar sufriendo dolor físico.
—¿Estás bien? Te he notado algo decaída desde que llegaste. Todavía soy una herborista novata, pero si me dices tus síntomas puedo prepararte algo.
—Mmf… No, está bien. Me duele, pero no es tan grave. Es más bien una… sensación de letargo. Una pesadez, como si me hubieran cambiado la columna vertebral por plomo.
Las dos estaban en la habitación personal de Kaya, tomándose un pequeño descanso después de que los chicos salieran a ejecutar sus planes. Cuando la noticia sobre el enorme monto de la recompensa que había ganado Kaya la dejó aturdida por el estrés, Margit había sido quien la cuidó. Pero ahora las tornas habían cambiado: la aracne yacía boca abajo, con el pecho pegado al colchón y un cojín apretado entre los brazos. Kaya se sentía más vulnerable de lo que habría esperado.
Normalmente, el grupo habría salido junto. Eran menos vulnerables a los peligros de la ciudad cuando se movían en conjunto, y aunque no hubiera un peligro real, tenía más sentido que el equipo actuara como una unidad durante las negociaciones. Pero su exploradora —la más apta para vigilarlos desde una posición encubierta— no estaba en condiciones de trabajar, ni siquiera de ponerse en pie, así que Erich y Siegfried habían salido solos.
Kaya había notado que algo andaba mal con Margit en el mismo instante en que entró por la puerta. Su educación sobre cómo ser una dama refinada podía haberse limitado a lo que su madre le enseñó, pero Kaya había cultivado sus modales sociales mediante el autoestudio. Actuaba con paciencia y magnanimidad, capaz de desvanecer su presencia como las últimas brasas de un incienso si la situación así lo requería.
Se preguntó qué le habría ocurrido a la cazadora. No podía ser un trabajo: Erich y Margit habían dicho que querían al menos diez días para disfrutar simplemente de estar vivos, y por ello habían jurado no aceptar encargos durante ese tiempo.
Fue justo durante ese periodo cuando Siegfried tuvo su desafortunado encuentro con unos comerciantes excesivamente persuasivos. Kaya había estado realmente contenta de que su amigo más cercana fuera del tipo de persona que hablaba abiertamente sobre lo que le gustaría recibir en lugar de imponer regalos con la expectativa de un agradecimiento, pero aunque había estado presente, las cosas avanzaron demasiado rápido como para detenerlos. Tras ver la cuenta, no había forma posible de que Kaya pudiera conservar la calma.
Durante la reunión con Erich y Margit, Kaya había dejado ver su frustración ante todos, dejándola escapar en pequeños arrebatos para evitar que explotara de golpe. Pero ahora, con Margit frente a ella, viéndola completamente agotada, no pudo evitar volver a su estado de ánimo habitual.
—Pareces realmente agotada. No fue por el trabajo, ¿verdad? ¡Oh! ¿No habrán tenido una pelea, cierto?
—Oh, no, nada de eso. ¿Cómo decirlo…? Nunca me había sentido agotada de esta manera, así que me cuesta ponerlo en palabras.
—¿De… qué manera?
Margit frunció el ceño unos instantes, pero concluyó que no tenía sentido guardar secretos entre amigas. Decidió que le alegraba tener otra charla entre chicas con Kaya. Ya antes habían abierto sus corazones la una a la otra; compartir un poco más de vergüenza no sería más que material para una broma ligera en la taberna más tarde.
—Solo supongo… pero ustedes dos todavía no lo han hecho, ¿verdad?
—¿Hecho qué?
Y no fue solo eso: aunque Margit y Kaya fueran de razas distintas, la cazadora pensó que sus propias experiencias podrían resultarle útiles a su amiga. Incapaz de poner en palabras lo que había hecho sin enredarse en eufemismos, Margit acompañó su explicación con un pequeño gesto de las manos; uno que, en el viejo mundo de Erich, habría sido fuertemente censurado.
Kaya aún era inexperta en los asuntos del mundo, pero llevaba un año viviendo en medio de la comunidad de aventureros de Marsheim; gracias a los groseros transeúntes de las calles, no era del todo ajena al significado del gesto. Le tomó un par de segundos comprender lo que Margit estaba insinuando, pero cuando lo hizo, su rostro se encendió por completo.
—¡O-oh, No-no, na-nada! ¡Yo-yo no… co-con De-Dee, yo…!
—Bueno, bueno, basta ya. Tu inocencia me está provocando acidez, —dijo Margit con una sonrisa divertida al ver a Kaya agitar las manos frente a sí, desesperada por explicarse.
—¡Oh! ¿E-eso significa que…? —preguntó Kaya, con el corazón desbocado y las orejas ardiendo, al captar el significado de la sonrisa perezosa de Margit. En un sentido romántico, aquello quería decir que ahora era «una mujer». Dicho de manera más vulgar y directa, le habían dado y no consejos.
—¡¿Po-por qué justo ahora?!
—¿Por qué, dices? Ya casi tengo diecinueve años. Creo que sería más raro no tener ni el más mínimo interés, ¿no te parece?
Para la joven herbolaria, cuyo corazón puro e inocente interpretaba su relación con Siegfried como una cuestión de «determinación», la verdad detrás de la fatiga de Margit era demasiado. Se cubrió el rostro con ambas manos, incapaz de mirar a su amiga a los ojos. No importaba que Kaya no hubiese visto nada con sus propios ojos: la actitud abierta y relajada de Margit hacía imposible no imaginarlo. Sus pensamientos se agitaron tanto que sentía que el cerebro se le iba a fundir de calor. Por un instante, Kaya casi se arrepintió de ser tan cercana a Margit y Erich; no podía evitar visualizar la escena que su amiga insinuaba con tan poca sutileza.
—También hubo otras razones. Para empezar, ese chico estaba bastante alterado con toda esta situación. Además, me di cuenta de que la vida es algo frágil en nuestro oficio… así que, ¿por qué no lanzarse? Después de todo, ya había estado lista para morir de hambre incontables veces en el laberinto de icór.
Pese a la vergüenza absoluta de Kaya, Margit siguió hablando. La cazadora tenía el rostro tan rojo que podría hervir una tetera, pero aun así Kaya se encontró ajustando los dedos para poder mirarla por entre ellos con un ojo.
—Nadie —ya sea hombre o mujer— quiere irse de este mundo con remordimientos. Por eso pensé en reunir el valor y dar el primer paso. Supuse que lo revitalizaría tanto a él como a mí. No veo nada malo en deshacerme de mis arrepentimientos ahora, antes de que llegue mi hora.
Después de todo eso, Kaya sería una joven realmente única y de otro mundo si cambiaba de tema ahora.
—¿A-así que tú diste el primer paso?
—De hecho, así es. Y este es el resultado.
—¿Te… dolió? Quiero decir… estás bastante mal.
En circunstancias normales, la naturaleza recatada de Kaya jamás le habría permitido preguntar algo tan vergonzoso, pero su curiosidad pudo más. Margit ya no era solo mayor que ella; ahora también le llevaba una ventaja que despertaba el interés científico de la herbolaria.
—Curiosamente, no, en absoluto. Supongo que se debe a que soy una aracne. Incluso entre los semihumanos, nuestra anatomía es… digamos, un poco distinta.
Kaya quedó totalmente desconcertada, para su desgracia. No sería apropiado entrar en los detalles de lo ocurrido entre aquellos dos tortolitos, pero baste decir que, aunque las aracne y los mensch diferían en su constitución femenina, el placer derivado del acto era el mismo.
—El problema, creo yo, fue hacerlo siete veces en una sola noche.
—¿¡Si-siete veces!? —chilló Kaya, incapaz de contenerse.
Aunque aún no estaba al nivel de su madre, Kaya era una sanadora. Sus estudios de anatomía le habían dado un conocimiento aceptable de las fisiologías de la mayoría de las razas del Imperio —la academia rhiniana adoraba una buena disección—, así que comprendía bien el aspecto «pieza A en ranura B» de la reproducción de los mensch. Naturalmente, sabía que los mensch no tenían estaciones de celo y podían aumentar su número prácticamente cuando quisieran. Ese odioso visitante mensual lo dejaba dolorosamente claro.
Esto no significaba que los mensch tuvieran un potencial sexual ilimitado. Según los extensos estudios de cierto médico históricamente famoso —un hombre que, en la Era Antigua, había ganado renombre como el dios de la medicina del Mar del Sur—, el mensch promedio solo podía mantener entre dos y cuatro encuentros consecutivos durante un ciclo normal de actividad. Dejando de lado las críticas públicas que recibió como «pervertido lascivo», los resultados de su investigación indicaban que, a nivel puramente físico, un mensch no podía ir más allá de eso. Y aquello debía aplicarse con mayor razón a dos amantes inexpertos.
—Sinceramente, no tengo idea de cómo terminamos así. La primera vez estuvo bien. Yo tomé la iniciativa… ya sabes, asumiendo el papel de la mujer mayor con experiencia, diciéndole lo afortunado que era de tener una guía como yo.
—Tú-tú tomaste la iniciativa… —murmuró Kaya para sí, aún ruborizada hasta las orejas.
—Logré mantener esa actuación hasta que terminamos la segunda ronda, y para entonces estaba tan inmersa en la sensación posterior que ya no podía controlar mis nervios.
—¿¡Pudiste hacerlo dos veces seguidas así de fácil!? —exclamó Kaya, incapaz ya de ocultar el rostro. Ahora se aferraba a su túnica con fuerza, inclinándose hacia adelante para no perder ni una palabra de lo que decía Margit.
—Pero supongo que Erich ya había perdido todo rastro de nerviosismo para entonces. Se convirtió en un ir y venir que ninguno de los dos pudo detener. Probamos de todo, y para cuando terminamos, sin saber ya cuántas veces había llegado al clímax, estaba completamente agotada.
Como si respondiera al interés creciente de Kaya, la cazadora no se privó de detallar los acontecimientos del día anterior.
Claro que Margit no podía saberlo, pero el estado mental de Erich se había dejado arrastrar por los deseos de su cuerpo joven, que lo impulsaron a realizar una sorprendente cantidad de «movimientos». El placer en el acto provenía del amor y la pasión mutuos, pero también de la familiaridad y la destreza. Sí, incluso aquella actividad podía beneficiarse de una buena tirada de Destreza. Y así, el joven estresado, en pleno apogeo de su segunda juventud, buscó superar el peso del trabajo y cualquier inseguridad sobre su desempeño mediante su propio «gasto energético» particular.
Ricitos de Oro había alcanzado Favor Divino en la cama. Además, sus diversas cualidades le habían permitido realizar muchas más «acciones por turno», por así decirlo… de ahí el estado actual de Margit. Ver a su amante aracne —una especie con sentidos mucho más agudos que los de los mensch— responder con tanto placer debía de haberle tocado las fibras más sensibles del corazón.
—Verás, las aracne somos cazadoras que solemos esperar pacientemente antes de movernos y acabar con la presa de un solo golpe. Eso significa que nuestra resistencia no es precisamente algo de lo que presumir. He pasado cinco días cazando sin comer, todo por atrapar a mi objetivo… pero aun así, jamás había sentido un agotamiento como este.
—Gu-guaaaau…
—Me laten los músculos del abdomen. Tengo estos mareos repentinos, y el estómago me palpita. Todo mi cuerpo se siente pesado, y empiezo a preguntarme si este cansancio se me pasará algún día.
—Guau…
—Qué extraño es que la gente encuentre placer en algo que puede ser tan agonizante. Las sábanas quedaron hechas un desastre después, así que fue difícil lavarlas sin que nadie se diera cuenta.
—Guaaau…
La herbolaria apenas pudo responder con variaciones de las mismas pocas sílabas. El aire pesado de la conversación difícil de antes se había disipado por completo. Cuando Siegfried regresó a casa más tarde ese día, vio en el rostro de su compañera una expresión que jamás había visto antes.
[1] Seudónimo o nombre de guerra que una persona adopta para usar en una actividad específica, principalmente en conflictos o luchas, aunque también se ha aplicado a otros ámbitos como el activismo político.
[2] Significa «nunca visto» en francés, es una sensación inquietante en la que algo familiar de repente se siente completamente nuevo o desconocido.
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