La Historia del Héroe Orco

Capítulo 106. La Técnica Para Matar a un Monstruo Inmortal

 

Frizcop: ¡Gente! ¡Finalizamos este arco! Con el auspicio apoyo Carteluo-sama y Elmen, libero los tres últimos capítulos 

 

Para decirlo desde el final: el libro que buscaban apareció enseguida. No era el relacionado con la marca. Sorprendentemente, lo que encontraron fue un volumen que describía un método para hacerle frente a Gediguz. Justo aquello que habían pensado que probablemente no existiría apareció con una facilidad pasmosa. Todos los textos relacionados estaban reunidos en un mismo lugar. Resultaba hasta cierto punto incomprensible que no hubieran guardado incluso esos…

Y al encontrarlo, Thunder Sonia se preguntó en serio por qué Gediguz no había ordenado su destrucción. Llegó a pensar que podría tratarse de una trampa. Si se creía a Carrot, era más fácil aceptar que Poplática era una mujer descuidada que había olvidado quemarlo a pesar de las órdenes. O quizá alguien hubiera desobedecido la orden de «dejarlos» y los habría quemado por su cuenta. ¿Por qué no lo habían hecho? Pero cuando Thunder Sonia terminó de leer el libro, se le ocurrió otra idea.

¿Gediguz… acaso también sentía miedo?

El título del libro era «El monstruo que no pudo morir cuando le tocaba». Se hablaba de sucesos tan antiguos que no se podía precisar la fecha con exactitud.

En tiempos remotos hubo alguien que, como Gediguz, había resucitado mediante magias antiguas. No se sabía si era hombre o mujer, ni siquiera a qué raza pertenecía, pero se decía que era colosalmente poderoso. Probablemente lo habían resucitado para afrontar una guerra o una amenaza concreta; aquel ser había cumplido su objetivo y con un poder descomunal, había eliminado la amenaza.

Era excesivamente fuerte. Los gobernantes de la época le temieron y trataron de matarlo. No lo consiguieron, porque además de su fuerza abrumadora, había adquirido un cuerpo inmortal. Ese ser unificó el reino y se proclamó rey. Aquello marcó el inicio de un largo imperio gobernado por un rey inmortal y todopoderoso.

Otras razas intentaron cooperar para derrotarlo, pero nadie pudo vencerle. El rey conquistó el continente y sometió a todas las demás razas como esclavas. Sin embargo, fue finalmente detenido por cierta raza: un pueblo que, antes de que el rey alcanzara su trono, ya había vivido en una posición similar a la de esclavos de la futura estirpe real. Ese pueblo, tras años de prepararse y guardar rencor, empleó una magia especial que anuló la inmortalidad y asesinó al rey. Seguramente habían pasado años afilando sus colmillos para aquel momento.

No se sabía qué clase de sufrimientos había sufrido aquel rey ni cómo había sido su gobierno; si fue una era benévola o un régimen de opresión permanecía incierto. Pero se contaba que, al recibir aquella magia, el rey no opuso resistencia a la hoja dirigida contra él. Murmuró que por fin podría morir y así lo dejó dicho.

Gediguz fue resucitado. No se le permitió morir. Y cuando revivió, se convirtió en un monstruo inmortal. Aunque parecía no ser plenamente consciente, quizá Gediguz había intuido vagamente que se había transformado en un ser imperecedero. Probablemente nunca llegó a probarlo deliberadamente, pero la posibilidad habría estado siempre en su mente. Al menos, hasta el instante en que recibió el golpe de Thunder Sonia.

Gediguz había sido un hombre sabio. No habría sido extraño que sintiera miedo ante la idea de seguir viviendo sin que su propia voluntad interviniera en ello.

Incluso Thunder Sonia podría haber acabado en esa misma situación. Ella también había prolongado su vida gracias a las artes secretas de los elfos. 1200 años… No era inmortal, pero podía decirse sin exagerar que era inmune al paso del tiempo.

A lo largo de una vida tan larga, había experimentado de todo. Hubo cosas buenas, sí, pero muchas más que fueron dolorosas. No habían sido una ni dos las veces que había deseado morir. Si se hubiera desviado un poco de su camino, probablemente lo habría elegido. No haber sido inmortal fue, de hecho, lo que le permitió seguir adelante con desesperación. Pero en más de una ocasión había sentido que su turno ya había llegado. Estaba cansada de sobrevivir a costa de los jóvenes, y lo pensaba sinceramente.

Ahora mismo, aún creía que no podía morir, pero sabía que algún día ese pensamiento se transformaría en un «ya quiero acabar con esto». No sería raro. Thunder Sonia podía morir en cualquier momento: era inmortal al tiempo, pero no a la muerte. Por eso comprendía que no tener un medio para hacerlo cuando llegara ese momento debía de ser algo verdaderamente aterrador.

Imagino que Poplática también debió de sentir miedo…

Por otro lado, el motivo por el que Poplática no desobedeció las órdenes de Gediguz podía deducirse de otro texto. En aquel libro se relataba la historia de alguien que también había intentado resucitar a otro ser, pero había fracasado. El intento de controlar una magia demasiado poderosa había provocado la aparición de una criatura desconocida y monstruosa. Y aquel relato no parecía una simple fábula o una advertencia escrita por los antiguos; daba la impresión de haber sido redactado por los supervivientes de un reino que estaba siendo destruido por esa bestia, impulsados por el remordimiento.

Tal vez Poplática temía que algo similar ocurriera si moría a mitad de su tarea. Si Gediguz resucitaba, pero convertido en un ser incontrolable… O si, después de su muerte, alguien más intentaba resucitarlo y fracasaba del mismo modo. Ese miedo debió de nacer en lo más profundo de su corazón. No era una fantasía absurda; después de todo, la magia a la que se enfrentaba superaba por completo todo lo que conocía.

Aun así, en ambos casos —el del rey inmortal y el del monstruo que mató a decenas de miles—, las personas del pasado habían encontrado la manera de enfrentarse a ellos. Ambos fueron finalmente destruidos. Por eso, en el presente, ya no quedaban seres inmortales en el continente. Existía, sin duda, un arte capaz de matar a los inmortales.

Sin embargo, no se había hallado descripción alguna de dicho arte. Tal vez nunca la hubo, o tal vez la habían destruido por miedo a que alguien dentro de su propio linaje se rebelara… Thunder Sonia había revisado montones de libros antiguos, buscando entre los de épocas similares o aquellos que hablaban de las mismas razas, pero no logró encontrar nada.

Aun así, la posibilidad de que el mismo arte se hubiera empleado tanto contra el «rey» como contra el «monstruo» era muy alta. Había indicios: la raza que había derrotado al rey, la que había derrotado al monstruo, el nombre del hechizo, sus fundamentos, las circunstancias en que se utilizó… Todo coincidía casi por completo, pese a pertenecer a épocas distintas. Aunque los detalles exactos se hubieran perdido, era muy posible que aquel conocimiento se hubiese transmitido dentro de esas razas a lo largo de los siglos.

Por ello, Thunder Sonia, al quinto día, cambió de enfoque. Decidió que lo mejor sería preguntar directamente a «aquella raza» sobre los detalles del hechizo, y dedicó los días restantes a buscar información sobre la marca de los orcos. En cuanto a ese tema, no existían registros relacionados en los libros que Poplática había dejado, así que tuvo que proceder a tientas.

Durante los diez días siguientes, se dedicó únicamente a devorar libros sin descanso.

Para cuando pasó el decimoquinto día, Thunder Sonia ya estaba bastante agotada. No había encontrado nada. Empezaba a resignarse a la idea de que quizá no existiera ningún texto que tratara sobre la marca. Después de todo, buscar sin una pista concreta requería mucho más tiempo del que tenía. La desmoralización comenzó a apoderarse de ella, aunque en aquel remoto rincón del norte no había mucho más que pudiera hacer. Su ansiedad se disipaba cuando miraba a Bash, que se sentaba en un rincón de la habitación, observándola con la mirada vacía. No podía dejar las cosas así como estaban.

Para colmo, Carrot también había comenzado a debilitarse. Las súcubos podían mantenerse activas mucho más tiempo que los humanos o los elfos después de absorber energía vital, pero ya había pasado demasiado desde la última vez que se había alimentado. Debía de tener hambre.

Al llegar el decimoséptimo día, Carrot cedió ante el apetito y se encerró en otra habitación para no atacar a Bash. Desde entonces, no volvió a salir. En realidad, Thunder Sonia tuvo la impresión de que ya había perdido las ganas de vivir.

Y fue al decimoctavo día cuando Thunder Sonia encontró aquel libro.

—…Bueno, supongo que esto es lo más que puedo lograr.

El libro parecía datar de unos 3000 años atrás. Entre esa montaña de textos, podía decirse que era relativamente reciente.

Thunder Sonia lo consideró una «historia común». Un mito, o quizá una obra de ficción. Algo similar a las religiones que los humanos solían profesar.

Este tipo de libros solían ser escritos por los poderosos de su tiempo. Y los poderosos, pensó Thunder Sonia, siempre embellecían los hechos que les concernían y ocultaban lo inconveniente. A lo largo del último milenio ella había visto a toda clase de reyes y nobles, y ninguno de ellos había dejado por escrito sus vergüenzas. Cuando había algo vergonzoso que no podían omitir, lo disimulaban con elegancia y adornaban la historia. Por eso, si aquel libro hubiera estado en una biblioteca élfica, Thunder Sonia probablemente lo habría tomado a risa.

Incluso en ese libro que había encontrado se vislumbraban tales adornos. A pesar de la belleza con que estaba escrito, dejaba entrever un rastro de codicia. La gente siempre trataba de ocultar sus deseos, igual que una súcubo —que, pese a su escaso apetito carnal— prefería disimular su hambre.

Aun así, había demasiadas descripciones que llamaban su atención.

Milagros divinos, héroes, plegarias… expresiones que, unos pocos años atrás, Thunder Sonia habría descartado sin pensarlo. Pero ahora, eran demasiadas las coincidencias.

—Si esto fuera verdad, muchas cosas se pondrían patas arriba… La historia es asombrosa. Ahora entiendo por qué me tratan con tanta consideración. ¿Será que todos los elfos se sienten así?

Suspiró, murmurando para sí misma. Si lo que estaba escrito allí era cierto, muchos quedarían profundamente conmovidos. Pero, en el fondo, a Thunder Sonia ya no le importaba demasiado si era verdad o no.

Sí, la esencia no estaba allí. Que algo fuera verdad o no, no tenía ya influencia alguna en el presente. Para Thunder Sonia, que era una mera espectadora, podía resultar algo digno de admiración, algo asombroso que merecía ser contado… pero que la otra parte se alegrara o no, era un asunto distinto. Aunque Thunder Sonia solía ser una mujer que no leía el ambiente, entendía bien eso. Para Bash, a esas alturas, una verdad así no debía de importar en lo más mínimo. Bash es virgen, algo vergonzoso para un orco en la actualidad. Esa era su realidad.

Y, paradójicamente, si aquella verdad resultaba cierta, la situación se tornaba muy peligrosa. Si lo que estaba escrito en aquel libro era real…

—…¿Cómo debería decírselo?

No tenía la opción de callarlo. Todo lo que había hecho hasta ahora había sido precisamente para eso. Además, dependiendo de cómo lo dijera, tal vez Bash lograra recuperar su espíritu.

—Hmm…

Sin embargo, no tenía idea de cómo decirlo. Desde siempre, Thunder Sonia había sido mala eligiendo las palabras adecuadas en esos momentos. Pensaba que, cuando algo era difícil de decir, lo mejor era soltarlo directamente. Mejor eso que andarse con rodeos o decirlo de manera confusa, que no se entendiera nada.

Por supuesto, eso no significaba que lo difícil dejara de serlo. Por ejemplo, cuando alguien moría. Especialmente si alguien moría protegiéndola. En innumerables ocasiones, Thunder Sonia había tenido que dar la noticia de la muerte de quienes habían dado la vida por ella a sus familias. Nunca lo hizo sin pensarlo; siempre lo meditó profundamente y lo transmitió con amargura.

Y todos, sin excepción, la perdonaron sin dudar. O más bien, la perdonaban con orgullo, como si aquel sacrificio fuera un honor. Thunder Sonia siempre prometía cargar con esas muertes, pero no por eso dejaba de sentirse llena de remordimientos.

Esta vez, nadie había muerto. Pero aun así debía hacer un informe… uno que, según cómo lo comunicara, podía significar una despedida eterna entre ella y Bash.

—……

En momentos como ese, siempre solía pedir consejo a alguien. Últimamente, a Acónito.

Ese chico siempre sabía cómo señalarme mis defectos en el momento justo.

Qué nostalgia. Recordó que ahora él estaba casado, y que vivía yendo y viniendo entre el país elfo y el de la gente bestia. Era un mediador entre ambas razas; sin duda trabajaría sin descanso hasta su muerte. Después de todo, tras la derrota de la gente bestia ante los démones, debía de estar más ocupado que nunca. Ya no había nadie que le hiciera observaciones ni bromas a Thunder Sonia.

Con el pecho oprimido por aquella neblina de pensamientos, Thunder Sonia salió de la biblioteca.

—Oh, ¿vas a tomarte un descanso?

Frente a ella, en el centro de la habitación, estaba la antigua hada, sentada en cuclillas ante una fogata encendida sin pudor alguno. Asaba algo parecido a un lagarto ensartado en un palo. Aquellos lagartos, al parecer, abundaban en ciertas zonas de las ruinas. Aunque no parecían tener mucho alimento disponible, al no tener depredadores se habían vuelto gordos y nutritivos. Durante aquellos veinte días, Zell había estado trayéndole lagartos a Thunder Sonia casi a diario, asándolos y dándole de comer con un «aah».

—No, acabo de terminar de investigar.

—Oh, ¿por fin? Vaya, sí que fue largo, ¿eh? Ojalá hubiera podido ayudarte más.

—Ya me ayudaste bastante. Cocinar también es un trabajo importante.

De hecho, Carrot la había estado ayudando al principio, pero ahora ya no servía para mucho. Bash seguía siendo poco más que un despojo. Alguien tenía que encargarse de conseguir comida, y Zell había hecho muy bien su parte. Cuando era un hada, era difícil saber siquiera para qué existía, pero ahora se había vuelto indispensable. Tal vez, pensó Thunder Sonia, las hadas siempre habían sido criaturas tan trabajadoras… simplemente se distraían con tonterías.

—Puuuf… ay, qué cansancio… —exhaló Thunder Sonia con un largo suspiro mientras se dejaba caer al suelo y tomaba uno de los lagartos asados.

—Ah, ese todavía no está bien cocido.

—No necesito un carbón mágico, no hace falta que esté negro. Además, medio crudo es cuando mejor sabe.

Para Thunder Sonia, mientras algo pudiera comerse, bastaba; esa era su filosofía. Hacía siglos que no sufría diarrea por lo que comía. Tal vez había desarrollado cierta resistencia. A esas alturas, Thunder Sonia podía comerse hasta una araña venenosa cruda.

—Aun así, tienes una cara bastante seria, ¿eh?

—Sí, bueno… Encontré algo de información relevante, pero no exactamente lo que buscaba. No es que esté mal, de hecho, podría decirse que es algo bueno desde mi punto de vista, pero… no sé cómo lo tomará el implicado. Y ahí estoy, dándole vueltas a cómo decírselo.

—Ah, ya, ya entiendo~. Esas cosas~… pasan, ¿no~? —respondió Zell con un asentimiento impreciso, sin dejar de vigilar la fogata.

No quedaba claro si realmente la escuchaba o si solo la acompañaba con sus ruidos. Pero el lagarto se estaba cocinando perfectamente: nada de zonas quemadas. Zell había mejorado mucho en esos últimos 10 días.

—Bueno, pero de todos modos no puedes simplemente no decirlo. Después de todo, estamos aquí gracias a tu propuesta, sobreviviendo veinte días en este lugar perdido.

—Sí, pero… Zell… hmm… por ejemplo, si pudieras, ¿te gustaría volver a ser un hada?

—Bueno, más o menos, sí me gustaría regresar, pero tampoco me molesta estar así como ahora. Aunque, si pudiera pedir algo, querría un poquititito más de poder mágico. Ya sabes, soy superamiga del espíritu del viento, pero con este cuerpo no logro oír su voz. Al menos me gustaría recuperarla hasta ese punto.

—Eso no es un «poquititito» de magia, eso es una cantidad descomunal, —suspiró Thunder Sonia.

Poder oír la voz de los espíritus, y más aún comunicarse con ellos, era algo que apenas unos pocos elfos podían lograr. En mil años, se podían contar con los dedos de una mano. Las hadas contenían en su interior una cantidad de magia desproporcionada para su tamaño, y las más destacadas entre ellas estaban prácticamente en la cima del mundo en términos de poder mágico.

—¿Y si te dijera que existe un método para hacerlo?

—¿Eh? ¿En serio? ¡Qué suerte! ¡Sería súper mega increíble! …Espera, ¿entonces puedo volver?

—Encontré un escrito sobre la magia de los dragones. Yo tampoco lo sabía, pero parece que los elfos usamos un hechizo similar. Si consigo el canto del hechizo de Nut, puedo desarrollar una fórmula para devolverte a tu forma original. Tomará tiempo, eso sí.

—Ohhh~.

Los elfos poseían una técnica secreta. En pocas palabras, esa técnica servía para «transformar el feto en el vientre materno en un ser de la misma raza que la madre». Era un hechizo antiquísimo, desarrollado para evitar nacimientos no deseados durante las guerras contra los orcos. Probablemente había sido creado hace mucho tiempo, imitando la magia de los dragones. Aunque solo afectaba a la madre, su estructura era casi idéntica al Nut original. Si lograba analizar la versión humana de Nut y combinarla con esa técnica élfica que podía aplicarse a otros, completaría un Nut capaz de ser lanzado sobre terceros.

Bueno, seguramente terminaría siendo considerado un hechizo prohibido, así que no podría hacerlo público.

Y en aquella biblioteca, abundaban precisamente ese tipo de artes prohibidas. Ninguna estaba detallada con sus fórmulas exactas, pero por las descripciones, todas eran magias que nadie querría ver difundidas.

—Ya veo… así que sí puedo volver. En ese caso, supongo que volveré a mi antigua yo.

—¿Eh? Pero hace un momento dijiste que no te molestaba seguir como estás. ¿No lo piensas mejor?

—Claro que no. La próxima vez solo tengo que convertirme en un humano con suficiente poder mágico para volver a ser hada, —respondió Zell con aire orgulloso, sacando pecho.

Pero Thunder Sonia negó con la cabeza.

—No es una magia tan conveniente. Nut solo te transforma en lo que crees que eres. Así que, aunque vuelvas a ser humana, acabarás igual que ahora.

Todo ser tenía una imagen preconcebida de las demás razas. Zell se había convertido en este tipo de humano porque, para ella, así eran los humanos. Si llegaba a aprender más sobre ellos y a comprenderlos mejor, podría cambiar, pero no era un hechizo que pudiera ajustarse tan fácilmente.

—¿Eh? ¿En serio era así? Bueno, tal vez lo pensaría un poco, pero en cualquier caso, volvería después de tener al hijo del Jefe Bash. Al fin y al cabo, como esposa de un orco, eso es algo obligatorio.

—Así que tú… realmente crees que Bash se recuperará, ¿eh?

—Estamos hablando del Jefe, ¿no? Si solo es esa marca, ¿no?

Él no había perdido su capacidad de luchar ni sus funciones reproductivas. Solo tenía una marca, y por eso estaba desanimado. Al menos, eso era lo que Zell creía.

—Bueno… supongo que tienes razón.

Después de hablar con Zell, Thunder Sonia se sintió más aliviada.

—Entonces, no me ha quedado muy claro, ¿qué fue exactamente lo que encontraste?

—Eso… te lo contaré ahora.

Fuera como fuese, ya era el decimonoveno día. El límite se acercaba. Si no abandonaban pronto las ruinas, Sequence los encontraría. Y después de todo lo que había dicho, él no dudaría en matarlos de verdad.

Además, Carrot ya no servía de nada. Incluso para Thunder Sonia, las probabilidades de sobrevivir eran escasas. Si llegaba el peor escenario, al menos intentaría rogar por la vida de Zell.

—Bien.

De cualquier modo, el límite había llegado. No sabía cómo acabaría todo, pero Thunder Sonia decidió que debía hablar. Decir la verdad. Y expresar sus sentimientos.

—Zell, trae a Carrot con Bash. Lo hablaremos allí.

—A la orden~.

Mientras Zell masticaba un gran bocado de lagarto, Thunder Sonia se levantó y se dirigió hacia donde estaba Bash.

En una esquina de la biblioteca, el héroe se encontraba sentado, con la mirada perdida en el vacío. Si alguien que lo hubiera visto en el campo de batalla presenciara aquella escena, no podría creer lo que veía. Nadie imaginaría que aquel Héroe Orco terminaría en semejante estado. Nadie quería creerlo. Ni siquiera Thunder Sonia quería verlo así.

—Bash. —En su mano sostenía un libro. Un libro que contenía la verdad—. Bash, ahora te voy a contar lo que estaba escrito en este libro.

Los ojos del orco se dirigieron lentamente hacia ella. Por el rabillo del ojo, Thunder Sonia notó cómo Zell llegaba cargando a Carrot sobre su espalda. Al menos, aún seguía viva. Sus ojos estaban vacíos, pero no estaba muerta.

Aunque en ese estado, nadie diría que aquella era la misma súcubo famosa que antaño había causado estragos en el campo de batalla.

—Carrot, esto también te concierne.

—……

—Primero te diré lo que descubrí. Pero eso no es la conclusión, ¿de acuerdo? Así que escucha hasta el final, ¿quieres? No saques conclusiones apresuradas, ¿entendido?

Mientras pensaba cómo expresarlo, comprendió que debía empezar con los hechos. Y lo dijo con firmeza:

—Bash, tu marca… no desaparecerá.

Los ojos vacíos de ambos se tiñeron de una desesperación aún más profunda.

 

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