Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Primavera del Décimo Sexto Año Parte 2

Lo desvié con facilidad usando la ramita y le rocé la punta de la nariz cuando pasó de largo, su espada hundiéndose en la tierra. En un movimiento fluido, rocé sus muñecas.

—¡¿Qué dem…?!

—Si esto fuera una pelea real, te habría cortado los tendones. No volverías a sostener una espada.

—¡Maldito engreído pedazo de…!

Negándose a aceptar la derrota, arrancó la espada del suelo y volvió a blandirla. Me agaché para esquivarla y le di un rápido golpe en la espinilla. Se dobló de dolor, así que decidí encontrarme con su mandíbula usando la ramita.

—¡Gurgh!

—Te habría destrozado la mandíbula. Habría sido adiós lengua y adiós comidas sólidas por el resto de tu vida.

—¡GRAAAAH!

Lleno de rabia, vino contra mí una vez más con ataque tras ataque, que yo desviaba con facilidad antes de devolverle un golpe, explicándole en cada uno qué había fallado.

Había adquirido malos hábitos. Se había apoyado en su tamaño y no había trabajado casi nada la técnica.

La mayoría de aventureros que eran el doble de grandes que un mensch medio y con una envergadura acorde podrían haber aprovechado ese alcance extra para ganar. Apoyarse en eso no habría colado en las sesiones de entrenamiento de la Guardia de Konigstuhl.

Si el Señor Lambert estuviera aquí diría que ese aventurero necesitaba aprenderlo todo desde cero antes de someterlo al infierno de cien golpes de práctica —te lo haría repetir mil veces si hiciera falta—, pero yo era más benévolo.

—Blandes demasiado abierto y no das un paso hacia adentro. ¿ Quieres que alguien te corte el codo interior cuando el brazo esté tan estirado?

Algunas razas nacen más fuertes que otras, pero los realmente fuertes superan esa ventaja natural. Cualquiera con suficiente agilidad podía acercarse y convertir su gran cuerpo en un blanco enorme.

—Deja de exponer el cuello así. Dudo que duela mucho , pero con una simple estocada podrías dejar de existir.

Además, daba la sensación de que dejaba que el peso de la espada lo impulsara hacia adelante. Se concentraba en su arma y solo en su arma.

—Bien… cuando te desarmen, recógela de inmediato. Nadie te esperará en una batalla de verdad.

El arma de un espadachín era todo su cuerpo, incluida la espada. Y aun así ese audhumbla dejaba su brazo izquierdo colgando, sin agarrarme ni intentar nada. Ni siquiera intentó dar una patada. Estaba obsesionado con golpearme con la espada. Sinceramente, era una lástima que fuera tan poco refinado. En un forcejeo de empujes con las hojas cruzadas, podría usar su peso para dominar a un oponente. ¿Por qué no aprovechaba nada de eso?

Para alguien como yo, que siempre deseó tener un cuerpo más grande y fornido, aquello era una ofensa de primera. Tenía un arma increíble al alcance de la mano y la desaprovechaba por completo.

—¡Ey, Erich! ¡Deja de jugar! ¡He visto que no has movido la pierna izquierda en todo este tiempo!

—¡No lo arruines, Siegfried! ¡Quería que notara por sí mismo que no había movido mi pie pivote!

—Ay, chico tonto, —dijo Margit—. ¿No lo sabes? Erich lo hacía a propósito.

No muestres tus cartas tan pronto, Sieg. ¡Yo todavía estaba calentando!

Como Sieg había señalado de forma tan poco cortés, no había dado ni un paso desde mi posición inicial: mi pie izquierdo había estado plantado con firmeza todo el tiempo. Podía girar hacia la izquierda o la derecha, pero había elegido el pie izquierdo por ser diestro. Pelear así no era solo por diversión ni para provocar al rival.

—¡Maldita sea todo!

Habiendo caído en la trampa, el audhumbla se lanzó contra mí con el golpe de querer acabarme más grande hasta la fecha. Se lanzó abiertamente en un ataque que fue menos placaje y más carga furiosa. No podía decir si me golpearía primero con la espada o con el cuerpo. Lo que sí vi fue que por fin empezaba a considerar la espada como algo con filo, no solo una barra de metal.

—Muy bien.

Por fin tuve que mover ambos pies. No fue un salto; fue un desliz fino como papel para salir del golpe. Me agaché bajo su ataque ostentoso y, al pasar, le alcancé el torso con un golpe. Admiré ese movimiento valiente: un ataque que me habría alcanzado si no tuviera un arma decente, sin equipo y sin posibilidad de recolocarme.

—¡Urgh!

Sabía poco de él aparte de su juventud inmadura, pero bajo la piel no había mucha diferencia entre él y cualquier mensch. Mi ataque habría partido a alguien de un costado, pero al ser solo un trozo de madera impactó en su estómago desprotegido.

El aventurero atolondrado había dejado tantas aberturas durante todo ese tiempo que decidí devolverle su primer ataque decente con uno propio y a la altura.

—Sí, con este golpe, si no llevases una armadura decente, tus entrañas habrían quedado esparcidas por el suelo.

Éramos aventureros, no soldados que se sacrificaban como abono, así que no podíamos fiarnos de la aritmética simple de «un soldado, un enemigo, dos bajas». Los aventureros eran luchadores curtidos capaces de eliminar al oponente en su propio terreno con un grupo reducido. Un buen guerrero de avanzada debía poder romper el juego de suma cero de la guerra tradicional bajo su rodilla.

—Pero con un golpe como el que acabas de dar, tu rival también se volverá desesperado. Si no tienes forma de contraatacar o esquivar, serás carne picada. Las aventuras están llenas del dar y recibir.

Me agaché frente al audhumbla, que yacía jadeando con el brazo rodeando su estómago. Le tendí la mano.

—No voy a rebajar lo que hiciste diciendo que tienes «talento». Lo que me mostraste fue determinación e intención. Cuando te comprometes de verdad con algo, es entonces cuando se pone a prueba tu resolución.

No importaba cuál fuera el móvil. Aquello había empezado porque la persona a la que había provocado le había devuelto la burla y le había dado una buena paliza después. Pero si tu cuerpo podía seguir el ritmo de tus emociones, entonces quizá estabas hecho para esto.

—Tienes lo necesario.

—¿Lo… tengo?

—Sí. Aunque tienes que empezar por cómo sostener y usar tu cuerpo. Dependes demasiado de tus músculos y de tu fuerza natural. Para eso mejor vas por ahí blandiendo un palo.

Aturdido, el audhumbla tomó mi mano —la suya era muchísimo más grande, pero por mi salud mental omitiré cuántas pulgadas— y usé su centro de gravedad y el mío para ayudarlo a ponerse en pie.

No diría que estaba en la senda de la espada ni nada tan pomposo, pero quería que supiera que, si se esforzaba, podría hacer lo que yo hacía con los ojos cerrados.

—Bien, toca presentarse, ¿no? Soy Erich de Konigstuhl, cuarto hijo de Johannes. ¿Y tú?

—Etan… hijo más joven de Evrard de Bertrix.

—Bien. No lo olvidaré, Etan de Bertrix.

Ahí vamos, lección terminada. Tenía un recuerdo vago de que la fórmula que había usado era para dirigirse a los superiores, pero bueno.

—Bueno. Volvamos a la comida. ¿Estás satisfecho, Siegfried?

Sonreí a Siegfried, que sostenía una escoba de largo parecido a su lanza. Supuse que me había seguido afuera con la intención propia de poner en su sitio a este novato una vez yo terminara. No se lo impediría, pero sentía que nuestro hombre ya había aprendido la lección.

—Tch… Ugh, está bien, lo que sea. No es correcto patear a alguien que ya está en el suelo.

Muy bien. Bertrix era una ciudad bastante al norte de aquí. Perderías un día entero si te molestaras con cada aventurero atolondrado que llegara desde el campo. Últimamente habíamos estado en misiones con nuestras armas, pero la gente a menudo asumía que solo eran para aparentar.

—Ugh, pero la comida ya se ha enfriado. Nada es peor que una wurst fría.

—De acuerdo. Vamos a pedirle al Señor John que recaliente un poco de nuestra comida.

Abracé a Siegfried por el hombro y me disponía a regresar adentro, cuando de repente mi mano libre fue tomada. Había sentido que se acercaba, pero Margit no lo detuvo, así que debía no haber tenido intención de pelear de nuevo.

—Sí, ¿Etan?

—Erich… no, Señor Erich… ¡No! ¡Maestro!

—¿Dis… culpa?

Al girarme, lo vi mirándome con una expresión que nunca había recibido en mi vida. Había visto de todo: amor paternal, desinterés, odio, miedo, sed de sangre. Pero esto… lo más cercano que podía recordar era la mirada de admiración con un toque de asombro que veía en los niños de Konigstuhl cuando hacía mis pequeños trucos de magia.

—¡Por favor…! ¡Por favor, tómame como tu aprendiz!

¿Qué demonios estaba diciendo? ¿Maestro? ¿Aprendiz? ¡Yo apenas era aventurero naranja-ámbar, así que por qué pedírmelo a mí! ¡Todavía ni siquiera podía ocuparme bien de mis propios asuntos!

El agarre de Etan era firme, y podía sentir que no soltaría hasta que asintiera con la cabeza.

¿En serio? ¿Por qué? ¿Qué está pasando? ¡¿Por qué yo?!

Miré a Margit y a Siegfried en busca de ayuda, pero ella se encogió de hombros, y él solo suspiró con exasperación.

¡No, espera! ¡No me dejen colgado así! ¡No vi que esto fuera a pasar, lo juro! 

 

[Consejos] La primavera trae un aumento de aventureros novatos. Los aspirantes a aventureros en solitario se dirigen a ciudades más grandes para valerse por sí mismos y buscar miembros de grupo o maestros que los tomen bajo su ala. No todos tienen la suerte de partir de su ciudad natal con amigos cercanos o compañeros.

 

El Señor Fidelio me había dicho que me llevara bien con mis pares. Tenía toda la razón. Incluso yo sabía que algunas conexiones laterales podían dar frutos a largo plazo. Aun así, sentía que los cuatro éramos un grupo lo bastante eficiente. Además, estaba bastante seguro de que si empezábamos a arrastrar un montón de novatos, eso dañaría nuestro prestigio con los clientes potenciales. Realmente quería limitar todo esto de la red de contactos a hacer conocidos .

—No balanceen los brazos, balanceen los torsos. Necesitan ese empuje para cortar correctamente.

No quería ser como la Señorita Laurentius, con su séquito de seguidores cómodamente escondidos a la sombra de sus habilidades titánicas con la espada.

—¡Sí, señor! —respondió un coro.

Y aun así, me encontraba cuidando de algunos jóvenes aventureros. Poco después de que Etan mostrara un extraño interés por mí, el número de novatos con ojos brillantes pegados a mis faldones había subido a cuatro. Ni siquiera había pasado tanto tiempo desde que nos mudamos al Lobo de Plata Nevado…

Todavía no lo entendía; no es como si yo los estuviera equipando o manejando sus finanzas. Ellos habían elegido esta posada porque el Señor John tenía fama de mentor de novatos, así que, ¿por qué estaba yo aquí enseñándoles lo básico?

Toda la situación se me fue de las manos antes de que pudiera decir una palabra.

Después del incidente en el patio, invité a Etan a disfrutar un poco de nuestro almuerzo tardío. Pensé que una vez que volviera a su casa y se calmara, entraría en razón y se olvidaría de todo ese asunto del «maestro». Estaba completamente equivocado. Con el paso de los días, su entusiasmo ardía con la misma intensidad que siempre, y en cualquier día en que no estuviera ocupado con sus propios trabajos, lo encontraba esperando en la sala principal del Lobo de Plata Nevado hasta que regresáramos. Constantemente fastidiaba al Señor John preguntando cuándo volveríamos, lo que terminó explotándome en la cara. Según palabras del dueño de la casa, podría volver a dormir bajo su techo tan pronto como resolviera la situación de mi nuevo acólito.

Pensar en usar mis habilidades sociales para sacarlo por la fuerza me dio un pequeño mareo. Resultó que solo tenía doce años, a pesar de su físico de camión; supuse que eso era normal para un audhumbla. De todos modos, decidí, por mi conciencia, seguir el ejemplo del Señor John y mostrarle al chico los fundamentos.

La esencia de lo que me había dicho el Señor John era que si entrenabas a alguien en lo básico, también mejorarías tus propios fundamentos. Tenía razón, por supuesto, y así me encontré sintiendo como si el Señor John hubiera «hecho un chequeo de habilidad» para que yo aceptara a Etan. Ni siquiera estaba cerca de ser el tipo de aventurero que soñaba ser, y sin embargo, ahí estaba yo con un discípulo.

Y luego, una cosa llevó a la otra…

Mientras guiaba a Etan en su forma de espada, un goblin llamado Karsten apareció y me pidió que lo enseñara también. Había visto mi pelea con Etan y, al ver que el audhumbla estaba bajo mi tutela, quiso unirse.

Karsten había llegado a Marsheim el invierno pasado, pero algo había ocurrido desde entonces que había afectado seriamente su autoestima. La conclusión que sacó de aquel incidente fue que alguien de una raza pequeña como él nunca alcanzaría la gloria blandiendo una espada. Pero ver a un mensch enseñarle a un audhumbla en el patio trasero hizo que algo hiciera «clic» en su mente.

«¡Sería totalmente cobarde rendirme solo por mi raza! » me había dicho. ¿Cómo podía decirle que no? No podría dormir por las noches.

Dos rápidamente se convirtieron en tres. El hombre lobo Mathieu se me acercó de manera muy similar a Etan. Él también vino a evaluarme después de que otro montón de relatos sobre mis hazañas llegaran a sus oídos, para mi vergüenza; se echó a reír apenas me vio. Etan estaba presente esta vez. Supuse que ver un reflejo andante de su yo pasado lo molestó. Él y Mathieu terminaron enfrentándose a golpes.

Al verlos pelear allí mismo en la taberna, pude sentir la mirada furiosa del Señor John quemando un agujero en la parte posterior de mi cuello. Intervine y terminé la pelea con un solo golpe rápido. A Mathieu no le agradó demasiado recibir un golpe sorpresa que lo dejó inconsciente, así que desafió a Etan a un segundo combate apenas se recuperó. Volvió en el patio después de que le lanzáramos un balde de agua fría. La forma en que se reincorporó de inmediato, con la pasión encendida, me impresionó.

Los audhumbla y los hombres lobo se contaban entre las especies de gente más grandes. Era todo un espectáculo verlos intercambiar golpes. Les habíamos despojado de sus armas. Novatos testarudos como ellos podían resolver sus asuntos a puñetazos hasta demostrar que no eran una amenaza para sí mismos con algo más letal. Mientras los observaba pelear, la parte de mi cerebro orientada a la economía casi consideró montar un ring de lucha libre; habría sido un gran atractivo.

El resto apenas necesita explicación: el hecho de que Etan y Mathieu practicaran sus movimientos uno al lado del otro lo dice todo.

El cuarto recién llegado a mi pequeña comitiva era un mensch llamado Martyn. Venía de una familia campesina en un cantón cercano, y sentí un pequeño vínculo con él. Al parecer, había sido expulsado del hogar familiar cuando el hijo mayor asumió la jefatura de la casa. En lugar de buscar otro trabajo en su cantón, decidió probar suerte en grande en Marsheim. Su situación no era muy distinta de la de Siegfried, así que mi camarada se encariñó con él y sugirió que yo también lo entrenara.

Martyn era un tipo grande, pero de temperamento tímido. Había logrado llegar a la ciudad y registrarse, pero le costaba encontrar aliados. Debió haber tenido bastante valor para llamarnos la atención al vernos a todos juntos practicando en el patio.

Parecía que me había contagiado su pasión y, a pesar de mí mismo, me encontré cuidando de estos cuatro. Era completamente distinto a cuando daba consejos a Dietrich —ella ya dominaba lo básico y tenía una anatomía fundamentalmente diferente— y me hallé luchando un poco.

—Etan, todavía dependes demasiado de tu fuerza bruta. Si quieres blandir la espada como un martillo, te sugiero que la dejes a un lado.

—¡Lo siento!

Todavía era temprano, así que estaba enseñándoles el manejo básico de la espada: golpes a media altura, tajos diagonales y estocadas. Podríamos cubrir las técnicas más técnicas una vez que absorbieran los fundamentos. Todos tenían que empezar desde cero. Si no, perderían todos los elementos importantes de las técnicas más complicadas o vistosas que uno podría aprender de un profesional.

No pude evitar pensar en un amigo mayor de mi antiguo mundo — espero que le vaya bien en la Tierra — que daba consejos a algunos jóvenes sobre un juego que nunca habían jugado antes, sobre cómo trivializar casi todos los enemigos publicados oficialmente. Puede que se haya pasado un poco, porque aunque terminamos esa campaña, perdió algo de su esencia en el camino.

Aprendiendo de esa experiencia, intenté enseñar a estos novatos lo básico sin ensuciar demasiado las cosas todavía. Quería hacer las cosas bien, pero una pequeña parte de mí se sentía tentada por los recuerdos de aplastar cada encuentro sin esfuerzo…

Los cuatro novatos habían perdido la oportunidad de unirse a sus Guardias locales por una u otra razón, y por eso habían pasado sus días desarrollando sus propios estilos únicos. Esto, a su vez, significaba que habían adquirido algunos malos hábitos. Eso era lo que hacía todo mucho más difícil.

—¡Mathieu! Tu paso adelante va dos tiempos detrás del golpe de tu espada. Los hombres lobo tienen una fuerza increíble en la parte inferior del cuerpo, ¿verdad? Todo eso no sirve de nada si no lo aprovechas bien.

—¡Perdón!

Yo había usado mi bendición para mejorar la velocidad a la que la práctica perfeccionaba mis habilidades, así que mucho de lo que hacía se basaba principalmente en el instinto. En otras palabras, era difícil convertir mi método real en instrucciones prácticas. Aquí tienes un experimento mental: intenta explicar cómo montar una bicicleta solo con palabras.

Desde mis primeros días entrenando con la Guardia, blandir una espada se había vuelto tan natural como respirar. Ahora, al ponerlo en perspectiva, me encontraba atrapado en un bucle de pensamientos del tipo: «¡Pero un tajo vertical es un tajo vertical!». Era extremadamente desconcertante, como descubrir que estás lidiando con la inmensidad del espacio mientras yaces en la cama a las tres de la mañana.

—Karsten, quiero más de tus pasos hacia adelante. Eres un luchador pequeño como yo, así que si no cierras la distancia, no podrás golpear a tu enemigo. Eres ágil, así que úsalo para moverte rápido.

—¡’Siento mucho!

Querido lector, ¿acaso no has tenido una experiencia similar? Esas noches en las que de repente te preguntas cómo es que respiramos. Intentando dormir de lado y sintiendo cada movimiento de tu brazo, aunque hayas dormido normalmente durante mil noches. Tomando conciencia súbita de dónde está tu lengua. Movemos nuestro cuerpo sin pensar y sin entender mucho cómo está constituido; cuando lo analizamos, se siente realmente extraño.

Era una sensación extraña no poder verbalizar algo tan fundamental para mi forma de vida. Supongo que era una especie de filosofía. La filosofía de la hoja: «la acción sancionada de este mundo es cortar », «no existe tal cosa como una espada», «llega al cielo mediante la violencia», bla, bla, bla…

—¡Martyn! ¡Quiero que sientas que estás lanzando tu cuerpo hacia adelante cuando golpeas! ¡Estás sosteniendo tu espada lo más lejos posible de tu cuerpo, pero eso no sirve! Si tienes miedo de tu enemigo, entonces no podrás imprimirle toda tu fuerza.

He tenido momentos en combate en los que mi habilidad con la espada había dejado tan impactado a un enemigo —casi como hacerle perder un chequeo de cordura— que me daba ventaja. Siempre que se trataba de una situación de vida o muerte, utilizaba todos los métodos a mi alcance para asegurarme de que mi posición fuera superior a la del enemigo.

En otras palabras: haz cosas con orgullo que tu enemigo odie.

Al diseccionar mis habilidades y destrezas aquí, pude comprender algunas de mis propias debilidades y darme cuenta de cómo evitar ciertas trampas en el camino. Fue un alivio extremadamente satisfactorio finalmente entender la teoría detrás de todas esas cosas que había hecho instintivamente. Gracias a eso, mi camino tras alcanzar finalmente el Carisma Absoluto se había vuelto claro.

Enseñar era una manera de conocerse a uno mismo; el consejo del Señor John me había parecido casual en su momento, pero resultó ser increíblemente valioso. Perdón por pensar que esto sería un fastidio al principio, mundo.

Una variedad de experiencias podía estimular mis propias ideas y pensamientos; cualquier cosa podía enlazarse con el objetivo final de mejorar el proceso de salir de aventuras. Y no solo eso, era un gran paso hacia la promesa que le hice a la hermanita más adorable del mundo, Elisa: que me convertiría en un aventurero genial.

¡Había estado tan ensimismado! Quería arrodillarme y disculparme con el Señor John, pero sabía que solo se sorprendería, así que me mordí la lengua. Aun así, siempre le agradecía internamente cada vez que lo veía.

Los pensamientos de uno son la base del propio ego. Como dijo Aristóteles, la razón toma forma cuando uno pone sus pensamientos en palabras. Todo este episodio había sido una lección tan grande que me hizo sentir más cercano a él que a Descartes.

Aparte de todo eso, también estaba emocionado porque finalmente había comenzado a seguir el consejo del Señor Fidelio.

Desafortunadamente, no estaba avanzando mucho en la construcción de vínculos con nadie fuera de estos cuatro. A pesar de haber trasladado nuestra base al Lobo de Plata Nevado, todavía sentía que otras personas mantenían su distancia conmigo. Siegfried y Kaya seguían siendo las únicas personas a las que podía considerar amigos. Me resultaba desconcertante. Por más que diera vueltas a estos pensamientos, no surgía una respuesta clara.

Lo que sí tenía era la espada, y lo que la filosofía de la espada decía al respecto era simple y predecible: el problema podía resolverse con un movimiento de corte continuo.

 

[Consejos] Demasiados PNJ pueden hacer que un escenario se vuelva innecesariamente complejo. La mayoría de los Maestros del Juego competentes limitarán el número de personajes para que la historia no se vuelva demasiado abultada, pero en el mundo real, la gente se acercará a ti por propia voluntad. Por lo tanto, hay muy pocos casos en los que un grupo pequeño logrará hazañas realmente impresionantes a nivel mundial.

 

Etan era un auténtico y limpio Luchador de Nivel 1.

Aun así, siempre había tenido confianza en su habilidad. Sin embargo, la vida en su ciudad natal, Bertrix, no había sido siempre fácil. Era hijo de un agricultor, y su destreza en los campos significaba que se le había privado de ver el mundo hasta los doce años; dos años después de alcanzar la mayoría de edad. Estaba bendecido con una fuerza rara, incluso para un audhumbla. Esto no era simplemente un deseo ilusorio por parte de sus padres; donde el buey o caballo más fuerte se esforzaba bajo el peso del arado, Etan empujaba ligero y sin inmutarse. Esta destreza física hacía que el propietario fuera reacio a dejar ir un talento tan increíble.

Se le valoraba por su increíble labor en los campos, pero esto no parecía otorgarle ninguna confianza especial como persona. Se le trataba como poco más que un equipo agrícola especialmente dócil y eficiente. No hacía falta ser un genio para entender por qué este joven querría dejar su cantón, al menos en términos generales.

No había nadie que lo retuviera en casa. Sus padres habían fallecido por enfermedad mucho antes de que él alcanzara la mayoría de edad. No tenía amigos. Los niños mensch lo habían mantenido a distancia desde que accidentalmente rompió el brazo de uno de sus compañeros mientras jugaban, simplemente sin ser consciente de su propia fuerza.

Nadie dudaba en imponerle todo tipo de tareas al joven Etan. Si bien se podría decir que el propietario se ocupaba de él, la realidad era que desde los siete años, Etan trabajaba hasta el agotamiento sin prácticamente un solo día de descanso, y se le pagaba solo con comida.

No fue difícil para Etan ver el atractivo de una vida independiente, con solo una espada a la cintura como aliado. Simplemente le parecía genial . El joven, sin educación formal, se había dejado llevar tan fácilmente por la historia de un poeta que decidió mudarse a Marsheim para convertirse en aventurero.

Sin embargo, la vida no resulta tan fácil como uno quisiera. Los únicos trabajos donde podía aplicar la fuerza de la que se enorgullecía eran aburridas tareas diarias de transporte de mercancías. Estaba muy lejos de sus sueños de heroísmo.

Otra realidad que tuvo que enfrentar fue el dolor de pagar el alquiler. Con la mayor parte de sus ingresos consumidos por la necesidad de un lugar donde descansar, el hambre se presentaba a su puerta apenas unos días después de su llegada a Marsheim. Los precios eran simplemente muy distintos en la ciudad. En casa, cocinaba por sí mismo y la comida le resultaba fácil de conseguir, como pocas otras cosas en su vida.

Aquí en Marsheim, un buen día de trabajo apenas alcanzaba los cincuenta assariis. Si eso hubiera sido suficiente para saciar el estómago de un audhumbla, entonces nunca habría existido un campamento de refugiados en toda Ende Erde.

A medida que pasaban los días, Etan empezó a pensar que quizá los héroes de los que se cantaba en las canciones, de hecho, no existían y no podían existir. Con la cabeza llena de esos pensamientos, Etan estaba sentado en un banco cerca de la Asociación, junto a la Plaza Imperial Adrian, cuando escuchó a un poeta cercano entonando cierta historia.

El acompañamiento era algo deficiente, sonando como si hubiera sido copiado apresuradamente de alguien más, pero los detalles de un joven aventurero alcanzando la gloria golpearon el estómago insatisfecho y la mente cansada de Etan. Impulsado únicamente por su hambre punzante, Etan decidió ver a este héroe en persona.

Al llegar al Lobo de Plata Nevado, Etan se sorprendió al ver a Ricitos de Oro en carne y hueso. Era fácil de distinguir: en una mesa de cuatro, vio a alguien que parecía diferente . Parecía fuera de lugar; había demasiado glamur en él en comparación con el carácter humilde de la taberna. Su ropa eran cosas viejas remendadas, pero poseía un aura grave más propia de un recaudador de impuestos de paso por el cantón que de un aventurero.

Ricitos de Oro se sentaba con la espalda perfectamente recta, pero aún así parecía no dejar ninguna apertura. Sostenía el cuchillo y el tenedor con gracia y en silencio. Su cabello, por el que había ganado su nombre, le llegaba a la zona baja de la espalda. Estaba bien cuidado, su brillo avergonzaba incluso a las damas nobles. Junto con sus ojos azules relucientes, de algún modo parecía casi femenino.

Aun así, su sonrisa fácil y su postura no denotaban debilidad en lo más mínimo.

Etan pudo percibir el entrecejo fruncido de esos ojos azul bebé y la ferocidad que había tras ellos en cuanto se acercó a Ricitos de Oro. Era un aura proyectada por Oozing Gravitas; algo que impedía que casi cualquier persona se le acercara. Pero el sentido de juicio de Etan estaba suficientemente erosionado por el hambre como para ignorar esa aura abrasadora.

Erich se quejaba de que aventureros de su edad casi nunca hablaban con él, pero eso era gracias a su propia elección de habilidades pasivas; todavía no comprendía completamente las consecuencias de su build .

Etan cruzó esa línea y confrontó a Ricitos de Oro.

Lo que ocurrió a continuación no merece repetirse. Etan se convirtió en otro hombre. No había posibilidad de que no se viera afectado por este individuo que había tomado tiempo de su descanso no solo para saciar su sed de combate, sino también para compartir su almuerzo con él. Etan dedujo que simplemente no entendía cómo funcionaban los aventureros normales ; tal como un perro nunca podría entender a un lobo. Después de todo, antes de Etan, Siegfried también había sido antagonista con Erich.

Ricitos de Oro poseía un aura intensa que contrastaba tanto con su apariencia que desalentaba visceralmente a Etan. Luego estaba su habla medido y palaciega, apenas familiar para un ratón de campo promedio. Por si fuera poco, estaba la fama que había ganado al derrotar a un nombre que todos en Marsheim conocían: Jonas Baltlinden. Si hubieras ido a ver al Caballero Infernal, con solo una mirada habrías sentido miedo; aunque sus tendones estuvieran cortados y colgados en un carro, Baltlinden todavía tenía un aura aterradora. No era difícil imaginar lo increíble que debía ser Ricitos de Oro para haberlo vencido.

Aun así, Ricitos de Oro parecía no registrar siquiera esta hazaña —aunque, en verdad, Erich había olvidado gran parte del clamor que rodeaba el evento, ya que no se había molestado en ir a la ejecución pública— y sus discípulos eran lo suficientemente amables como para no señalar la incongruencia de este aspecto de su maestro. Si alguien lo mencionara tan descaradamente, su ignorancia se percibiría como burla.

—Ahora que terminamos de cenar, vayamos a los baños.

Erich había ofrecido a sus nuevos alumnos una comida de tamaño intimidante .

—¿Eh? ¿En serio? —dijo Karsten, confundido.

Para aquellos pobres aventureros, los baños eran un lujo. ¿Desde cuándo es necesario verse bien para hacer este trabajo? , pensaron.

—¿Pero no ya nos echamos agua del pozo encima? —preguntó Etan.

—Escuchen, chicos, —dijo Erich con infinita paciencia y amabilidad—. La apariencia es importante. ¡Recuerden las historias! ¿Pueden nombrar a algún héroe famoso por estar sucio y vestir harapos?

Los cuatro novatos, tiznados de hollín, se miraron entre sí con una expresión que decía: «Ahora que lo mencionas…».

Las historias heroicas que conocían a veces destacaban la pulcritud de su protagonista, pero rara vez lo describían como alguien andrajoso. A lo sumo, un héroe errante podía presentarse con un aspecto desgastado, pero la mala higiene solía reservarse para los villanos.

—Los baños imperiales cuestan solo cinco assariis. Sería un desperdicio intentar ahorrar cinco hoy y perder cincuenta mañana.

Erich usó un ejemplo práctico para enseñar a sus nuevos discípulos la importancia de la higiene. No les pedía que olieran a rosas, pero sí les aconsejó ir a los baños al menos cada tres días y asegurarse de usar ropa limpia. Incluso un cambio tan pequeño haría maravillas en sus negociaciones con los clientes. Claro que juzgar a alguien solo por su apariencia estaba mal, pero en un trabajo de cara al público como el de los aventureros, la limpieza básica era absolutamente esencial.

Entre una mala personalidad y un olor desagradable, lo segundo era mucho más fácil de controlar y tenía repercusiones más directas en los negocios; así que, ¿por qué no asearse lo mejor posible? Las promociones no llegaban a quienes tenían mala reputación.

—No les estoy diciendo que quemen incienso ni nada por el estilo, pero asegúrense de no oler a sudor, de que su cabello no esté grasoso y de tener la barba afeitada o bien recortada. Solo con eso puede cambiar por completo la forma en que la gente los ve y los trata. Quién sabe, si mantienen esos hábitos, puede que pronto reciban peticiones personales.

Ahora que Ricitos de Oro había decidido hacerse cargo de esos extraviados, quería hacerlo correctamente. Por eso, no solo les enseñaba las bases del combate con espada, sino también consejos para acelerar su camino hacia la fama. Era importante enseñarles cómo actuar durante una misión y cómo protegerse, pero tratar con las personas era igual de esencial en ese oficio.

—Por desgracia, diría que la mayoría de la gente basa la mayor parte de su primera impresión en la apariencia —¿ochenta por ciento, quizá?—, y el resto en la personalidad. Si quieren que los demás se den la oportunidad de ver lo grandiosos que son, primero deben lidiar con la forma en que los perciben.

Se necesitaba un genio absoluto y un talento inimitable para ascender sin tener eso en cuenta. Erich tampoco quiso imponerlo a la fuerza: si se presionaban demasiado sus valores, ya no sería enseñanza.

—Mantenerme presentable me ha conseguido comidas gratis, pequeños obsequios cotidianos —nunca hay que subestimar el impulso anímico que da un dulce de parte de un cliente—; demonios, hasta me ha hecho ganar algún bono de vez en cuando. No hay nada que perder.

—¡¿En serio?!

—En serio. Si saludas a tu cliente de forma elegante, te mirará con buenos ojos desde el principio. La próxima vez les enseñaré un poco de habla palaciega básica. No cuesta ni una sola libra aprender a ser educado, pero puede abrirte muchas puertas. Digo, ¿no se sienten respetados cuando alguien les habla con cortesía?

Los cuatro novatos solo pudieron asentir, mientras la semilla de aquella idea echaba raíces en sus mentes. Sería contraproducente mostrarse demasiado altivo, así que Erich había suavizado su tono palaciego para hacerlo más cercano. Con las palabras adecuadas, había logrado crear un sentimiento de camaradería entre ellos.

—El decoro es como una cota de malla, —continuó Erich—. Te cubres con él, y absorbe gran parte de los golpes que te lancen sin que siquiera lo notes. Nadie quiere que un noble lo abofetee solo por haberlo ofendido sin querer, ¿verdad?

Los cuatro novatos tomaban nota mental de aquellas lecciones cruciales y completamente nuevas para ellos. Sin embargo, ninguno confiaba en poder alcanzar el nivel de Ricitos de Oro: cortar su comida y comerla sin hacer ruido ni mancharse la camisa parecía una hazaña imposible. El simple hecho de que pudiera apartar la silla y levantarse sin emitir un solo sonido hablaba del mundo en que había crecido. Ninguno de ellos podía creer que Erich fuera solo el cuarto hijo de un granjero y que jamás hubiese asistido a una escuela privada.

—Y eso no es todo. Dicen que también ayuda a hablar con las damas… —añadió Erich, esbozando una sonrisa pícara hacia los novatos. Pero de pronto sus manos se detuvieron y la sonrisa se desvaneció de su rostro. Un estremecimiento de espíritu combativo recorrió su cuchillo. Los cuatro novatos se quedaron helados, comprendiendo que Ricitos de Oro podría atravesarles el pecho tan fácilmente como cortaba la carne frente a él.

—¡Eek!

Un chillido resonó cerca de la puerta: la visitante también debía haber sentido la sed de sangre de Ricitos de Oro. Su capucha ocultaba el rostro, inmóvil aunque temblorosa en el umbral. Ricitos de Oro había percibido algo que los novatos no: ondas de maná.

—Ricitos de Oro, por favor.

—Mis disculpas. Un mal hábito.

La tensión se había propagado más allá de la mesa de Ricitos de Oro. Algunos otros en el local, sensibles a esas vibraciones, se levantaron de golpe o derramaron sus bebidas por accidente. John le gritó a Erich desde la barra, reprendiéndolo. Pero el problema era que Erich simplemente no podía relajarse cuando sentía los vestigios de magia de alguien bendecido con el poder de la orniturgia.

Conocía demasiado bien aquel tipo de maná: era la mismísima Uzu del Clan Baldur quien había venido a verle. El hecho de que estuviera sola significaba que debía de traer un asunto de extrema urgencia.

Uzu se acercó a la mesa con pasos vacilantes, aún traumatizada por su primer encuentro con Erich; aunque había sido Margit quien le había dado el golpe doloroso. Ricitos de Oro sacó una servilleta de la nada y se limpió la boca mientras enderezaba su postura. Era un movimiento tan natural que no parecía tener significado alguno, y sin embargo, era como una espada metafórica sobre el cuello: Más te vale que lo que me muestres valga la pena.

—Supongo que se trata de un asunto urgente, ¿verdad?

—Sí-sí… Si-si es posible, por favor, responde de inmediato, —dijo Uzu, sacando de su bolsillo una carta sellada con cera.

Desde su asiento junto a Erich, Etan alcanzó a ver el emblema grabado en el sello: un cuervo con un ojo entre el pico. Incluso un novato que hubiera llegado a Marsheim apenas esa primavera reconocería el símbolo de uno de los clanes más infames de la ciudad.

Ignorando la sorpresa de sus discípulos ante aquella conexión inesperada, Erich rompió el sello y comenzó a leer la carta, un documento de tono judicial, con una caligrafía medida y refinada.

—Estaré allí en unas dos horas, más o menos.

—Gra-gracias.

Erich observó cómo la maga se retiraba apresuradamente del lugar, casi huyendo, y luego hizo una bola con la carta antes de guardársela en el bolsillo. Visiblemente molesto, se puso de pie.

—Mis disculpas, todos. Surgió un asunto. Usen esto para pagar la cuenta.

Con un movimiento fluido y silencioso, Erich sacó cinco monedas de plata con tal destreza que nadie alcanzó a ver de dónde las había sacado. El mensaje era claro: no digan a nadie lo que vieron. Diríjanse a los baños después de cenar como si nada hubiese ocurrido .

Un sudor frío corrió por las frentes de los cuatro novatos, que solo pudieron asentir con nerviosismo.

 

[Consejos] En una monarquía, la excusa más fácil que los superiores pueden usar con sus subordinados es decirles que sus modales fueron inadecuados. No existe un parámetro coherente para medir la etiqueta, y ni siquiera un tercero tiene cómo refutar tal afirmación. Por eso, es una justificación tan común como conveniente. 

 

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