Remake Our Life!
Vol. 11 Capítulo 3. Lo Que Yo Quiero Hacer Parte 1
Empezaba a vivir por primera vez en lo que llamaban una torre de departamentos, y sentí que por fin entendía por qué todos querían vivir en un lugar así.
El alto nivel de aislamiento acústico, la seguridad impecable, la relación mínima e indispensable con los vecinos, la posibilidad de sacar la basura a cualquier hora del día, el hecho de tener una tienda de conveniencia literalmente a cero minutos a pie para comer algo, y además un servicio de entregas de lo más completo. El costo de vida se mantenía increíblemente bajo. Estaba completamente apartado del calor humano, pero si uno pensaba principalmente en el trabajo, no había un lugar mejor.
Cuando se decidió que me mudaría, dudé en qué tipo de vivienda elegir, pero al final haber alquilado un lugar aparte como oficina había sido un acierto. Podía concentrarme en trabajar y no tenía que prestar atención a nada más.
—Dices esas cosas para hacerte el interesante, pero en realidad eres bastante solitario, ¿no?
Mi pareja me lo repetía una y otra vez, pero la verdad era que, para escribir, el tiempo a solas era muy importante. Eso no cambiaba.
Desde que convertí en trabajo el acto de escribir, hubo algo que me prometí a mí mismo: como profesional, debía ganarme una confianza absoluta.
Escribir historias no podía convertirse en una rutina. Había quienes intentaban acercarse lo más posible a eso mediante una estructura de producción en masa, pero aun así seguían existiendo elementos impredecibles. Escribir una novela no era algo que terminara solo con mover las manos.
Por eso, en este trabajo, los intercambios relacionados con las fechas de entrega casi siempre terminaban volviéndose sangrientos. Los editores exigían borradores interesantes, seguros y lo más pronto posible, mientras que los escritores, atormentados por el «no puedo escribir, no puedo escribir», entregaban el manuscrito escupiendo sangre en el último segundo.
Por supuesto, también había casos en los que las cosas no salían bien; entonces la publicación se retrasaba, surgían disputas o, en el peor de los casos, se hablaba incluso de cambiar de editorial o de demandas legales.
Yo no quería llegar a eso. Dirigí todo mi esfuerzo a entregar siempre el manuscrito.
Si me daban un mes, dedicaba la primera semana a recopilar información y llenar de ideas mi libreta, la segunda a reforzar la trama y pulir los detalles, y las dos últimas semanas a escribir sin apartar la vista del trabajo. Me impuse no alterar jamás ese flujo por conveniencia propia.
Como resultado, nunca había entregado tarde en una fecha límite. Por supuesto, tampoco había disminuido la calidad. La evaluación de mi editor y del departamento editorial debía de ser, probablemente, alta.
¿Que por qué me empeñaba tanto en esa relación de confianza?
Era para poder aceptar, sin contratiempos, el gran trabajo que algún día llegaría.
La editorial no imponía restricciones para realizar trabajos distintos a la novela en curso. Si se trataba de otra novela, podía haber casos de contratos de exclusividad o cosas por el estilo, pero si no era así, el resto dependía del escritor.
Sin embargo, si ese escritor no cumplía los plazos y era un reincidente de las entregas tardías, el día que dijera que quería aceptar otro trabajo, era muy probable que la relación se resquebrajara. Incluso podían negarse de inmediato y decirle que lo rechazara.
Por eso me prometí hacer un trabajo confiable. Así, cuando decidiera aceptar un nuevo proyecto en paralelo, podría afirmar con seguridad: «Puedo manejar ambos». Sentía una profunda deuda con mi editor actual. No traicionarlo era el mínimo indispensable.
Con esa decisión, había construido todo mi entorno. Mudarse a la torre de departamentos también formaba parte de ello.
Cinco días a la semana, de lunes a viernes, me encerraba allí y me concentraba en escribir. Desde que adopté ese estilo, por fin pude estabilizar mi ritmo.
—Por fin llegamos hasta aquí.
Incluso mi editor empezó al fin a darme su visto bueno.
Siempre estaba listo.
Solo faltaba esperar a que llegara el mensaje del otro lado.
—¿Seis años, eh?
Había sido un tiempo largo, aunque parecía corto. Tan largo que podía generar la inquietud de que quizá todo terminaría sin que nada ocurriera. En el pasado, incluso hubo momentos en los que me irritaba pensando: «¿Hasta cuándo me hará esperar?».
—Aun así, seguiré esperando.
Desde el piso 23, la ciudad bajo mis pies parecía una maqueta.
En algún lugar de ella tenía que estar el futuro que yo esperaba.
Con esa convicción, seguía creando historias cada día. Historias para que alguien las leyera.
◆
Aquel día era miércoles. No tenía reuniones ni negociaciones, y había pasado el día haciendo trámites internos con calma hasta que llegó la hora de salida.
—Bueno, yo me retiro por hoy. Buen trabajo.
Cuando confirmé en la alarma del celular que eran las seis de la tarde, levanté rápidamente la mano para avisar a todos que me marchaba. Mientras recibía los «buen trabajo~» de vuelta, metí los documentos en mi mochila con prisa y me levanté del asiento cuando…
—Presidente.
Como si lo hubiera planeado, Mineyama-san me llamó.
—¿Qué-qué-qué-qué ocurre, Mineyama-san?
—¿Por qué habla tan formal de repente? Eh… no he recibido todavía su revisión del informe mensual. Antes de que se vaya, solo necesito eso.
Ahora que lo decía, cuando había pasado por mi escritorio hace un rato, yo lo había dejado para después y lo había dejado pasar.
—Perdón, perdón, lo reviso de inmediato. Tengo que verlo hasta el final, ¿cierto?
Mientras lo hojeaba y preguntaba, Mineyama-san respondió con un breve «sí» y adoptó una postura de espera al lado del escritorio.
Parecía que planeaba recibirlo allí mismo, porque pensaba que terminaría rápido. Si ese era el caso, yo también comencé a revisar con prisa.
Para no cometer errores, fui siguiendo los números con el dedo cuando…
—Presidente, ¿le pasó algo bueno últimamente? —Me soltó esa pregunta de repente.
—¿Eh? ¿Por qué lo dices?
—Porque en comparación con la semana pasada, su expresión está muchísimo más animada; además, he escuchado que tararea en la sala de descanso, ya no llega tambaleándose por las mañanas con resaca, y últimamente sonríe mucho mirando la pantalla de la computadora. Y también…
—E-e-espera, eh… no, no especialmente, nada en particular.
No sabía que me había observado tanto. Pero, al escuchar la lista así de seguida, incluso yo pensaba que ciertamente parecía que me había pasado algo bueno.
—Bueno, desde mi lado, me parece obvio que es mejor cuando usted está con energía, así que por mí está perfecto.
—Sí-sí, dejémoslo así. Bien, toma, te lo dejo. —Le entregué de golpe el montón de documentos y volví a preparar mis cosas para irme—. ¡Entonces, con tu permiso~! —Dejé un saludo con un tono extrañamente animado y salí casi corriendo.
Mineyama-san, con un gesto desconcertado, se quedó mirando mi espalda mientras ladeaba la cabeza.
◇
La reunión de planificación con Kawasegawa se llevaría a cabo en un café de Higashi-Nakano, a dos estaciones de Shinjuku. Al parecer era un lugar que ella frecuentaba.
—En este café nunca he visto a gente de la compañía ni del sector, y también tengo el visto bueno del dueño.
Eso era lo que me había dicho. El dueño era, por lo visto, alguien que antes había estado involucrado en la industria, y aunque no era muy afable, tampoco se metía jamás en las conversaciones.
Y ese día era la primera reunión oficial. La vez anterior solo habíamos confirmado el lugar y la situación; las reuniones de verdad empezarían a partir de ahora.
—Perdón por la demora…
Al abrir la puerta del local y mirar hacia la mesa para cuatro personas que me habían indicado…
—Buenas noches.
—Ah, eh… perdón por interrumpir.
Además de Kawasegawa, había dos mujeres que ya estaban sentadas esperándonos.
Cuando apenas incliné la cabeza a modo de saludo, preguntándome qué estaba pasando…
—Llegaste. Entonces voy a presentarte a estas dos. Son Sakurai-san, planificadora, y Kojima-san, programadora, ambas del equipo de desarrollo de Succeed. Son dos de los pocos que todavía mantienen bien la motivación, así que decidí hacerlas participar. —Kawasegawa las presentó a ambas.
La mujer de rostro aniñado y pequeña estatura que estaba sentada con las manos juntas era Sakurai-san; la mujer con unas gafas largas y el cabello recogido hacia atrás era Kojima-san.
—Mucho gusto. Soy Hashiba, un viejo conocido de Kawasegawa-san.
Pensé que seis años no eran tantos como para decir «viejo conocido», pero también era cierto que había un largo intervalo desde la última vez, así que decidí presentarme así.
—Así que… usted es K.H.-san. —Kojima-san me observó fijamente con una mirada sorprendentemente aguda.
—Ah, eh, sí… supongo que sí. —Como era una pregunta difícil de responder, terminé dando una afirmación bastante tibia.
Al ver mi reacción, Kojima-san sonrió ampliamente y dijo:
—La jefa siempre nos decía que eras alguien realmente confiable.
—¡O-oye, Kojima-san…! Bueno, sí, lo dije, pero…
Al parecer Kawasegawa no esperaba que lo mencionara, porque se puso roja y empezó a agitarse.
…¿Así es como habla de mí?
Pensé que era una sobrevaloración, pero quizá para involucrar a un externo en un asunto tan delicado como la supervivencia del departamento, decir algo así era justo lo necesario.
—¡Siempre te veía en los créditos finales, así que me alegra conocerte! ¡Espero que trabajemos bien juntos esta vez~!
Sakurai-san también me saludó con un entusiasmo que parecía marcar un inicio con muy buena impresión.
—I–igualmente.
Pensé que si no mostraba algo bueno desde el principio, podría desilusionarlas enseguida. Decidí mentalizarme y entrar con determinación.
—Bien, entonces empecemos revisando la situación actual.
Al decir eso, Kawasegawa comenzó a explicar en qué estado se encontraba el departamento de desarrollo.
La empresa Succeed había renovado su equipo directivo cuatro años atrás gracias al apoyo de la compañía extranjera Classtic. En ese momento, también había cambiado su nombre de Succeed Soft a Succeed, dando inicio a un nuevo rumbo como una empresa de contenidos integral, no limitada únicamente al desarrollo de software.
—En esa época yo llevaba tres años en la empresa. Y, bueno, no es por hablar mal, pero había superiores muy cerrados de mente, y sentía que la compañía se estaba volviendo un poco asfixiante para mí.
—Por eso esperabas que la adquisición mejorara las cosas…
Cuando lo dije para hilar su explicación, Kawasegawa asintió.
—Sí, eso pensaba… al menos entonces.
Como Matsuhira Koh-san, quien siempre había buscado reformar el departamento de desarrollo, había asumido la presidencia, los empleados que habían trabajado con él desde hacía años recibieron el cambio con entusiasmo.
Y de hecho, durante los cuatro años posteriores, Matsuhira-san mejoró enormemente las condiciones laborales. Clarificó los flujos de trabajo, eliminó tareas innecesarias y reinvirtió las ganancias resultantes en salarios y bonificaciones. Fue un avance tan ideal que dentro de la empresa prácticamente llegó a ser divinizado.
Excepto por un punto: su trato hacia el departamento de desarrollo.
—Lo primero fue que redujo el personal de todo el departamento. Aquellos considerados innecesarios fueron presionados para transferirse a otras áreas; quienes solo habían trabajado en videojuegos dijeron que no podían aceptarlo y renunciaron. De ese modo, redujeron el tamaño del departamento a la mitad.
Con una reducción tan drástica, desarrollar un título de gran escala se volvió imposible. Además, los proyectos con tiempos de desarrollo largos dejaron de obtener aprobación. Solo pasaban los proyectos con plazos cortos, bajo costo de producción y sin elementos que pudieran provocar retrasos.
—Y como resultado, los juegos para PS o PC desaparecieron por completo. Lo único que quedó fueron títulos para celulares, smartphones y para la Jintendo 3TS, y aun así dejamos de hacer cosas grandes como RPGs. —Kojima-san dijo eso con una sonrisa amarga, como admitiendo la derrota.
—Y de aquí en adelante, es tal como tú ya sabes, Hashiba.
Poco a poco, la gente fue dejando el departamento de desarrollo, y el tamaño de los proyectos tuvo que reducirse. Era evidente que la empresa quería deshacerse del departamento.
Por eso, incluso la competencia de proyectos que supuestamente les habían dado como «última oportunidad» no logró levantar los ánimos; los empujaron hasta el borde del precipicio y terminaron en el estado actual.
—Aun así, la jefa intentó crear un proyecto atractivo. Cumplía con las condiciones que la empresa pedía —presupuesto y tiempo de desarrollo— y parecía que iba a ser un juego divertido, pero…
Sakurai-san alzó la mirada al techo.
—Y aun así, fue rechazado, ¿no?
A mis palabras, las tres asintieron al mismo tiempo y luego suspiraron.
—Para aclararlo, la junta directiva —específicamente el subdirector Horii, quien revisa los proyectos— no es alguien que haga abuso de poder, ¿de acuerdo? Siempre explica con muchísimo detalle y de manera muy educada por qué no puede aceptarse cada proyecto.
—Pero cuando preguntamos qué tipo de proyecto sí aprobaría, nunca nos responde. Es un señor que parece tan tranquilo, redondito y bonachón como un vendedor de takoyaki, pero en ese aspecto es increíblemente estricto.
—Lo único que dice siempre es que «no ve la necesidad de que se siga haciendo más»… y solo eso.
Las tres insistieron en que la empresa no era malvada. De hecho, justo por eso parecía más difícil enfrentarse a la situación.
Las personas toscas y rudas son, sorprendentemente, más fáciles de manejar. Si uno las elogia, no discute y sigue la corriente, muchas veces terminan tratándote bien.
Pero cuando el enemigo es alguien apacible, educado y sencillo, no hay nada más agotador. Es mucho más difícil encontrar un punto por dónde romper. Y si además es estratégico y meticuloso, esperar un error para avanzar se vuelve casi imposible.
Y, lamentablemente, tanto Matsuhira-san como el subdirector Horii eran de ese tipo.
Kawasegawa, con un tono que transmitía que ya no quedaban opciones, resumió la situación:
—Nosotras no dejamos de ser personal interno. Nuestro rango para pensar en nuevos proyectos tiene un límite, y por más que repitiéramos sesiones de brainstorming [1] , no podíamos avanzar desde ahí.
Así que ese debía ser el motivo por el que recurrieron a mí, alguien externo, pese a que hacía mucho que había dejado de estar en el campo.
Puedo entenderlo… pero tampoco es que este camino ofrezca garantías.
Un externo traído a un territorio ajeno que de repente propone la solución perfecta y todos celebran. En las historias pasa todo el tiempo, pero lamentablemente esto no era otro mundo ni el interior de un videojuego.
Por ahora, decidí buscar a partir de lo que pudiéramos hacer.
En casos estancados como este, lo primero que uno hacía era reunir todos los materiales y analizarlos uno por uno.
—Revisemos el último proyecto que presentaron y las razones de su rechazo, y a partir de eso pensemos en cómo responder. Es un trabajo poco vistoso, pero si investigamos, analizamos y ponemos en práctica cada cosa como corresponde, debe darnos alguna pista.
Ante mis palabras, las tres asintieron.
—Bien, entonces hagámoslo.
Aunque mi participación era limitada por mi trabajo principal, así fue como, después de seis años, terminé regresando al campo del entretenimiento.
No tenía idea de si esta situación sin salida mejoraría aunque fuera un poco, pero aun así, sentía claramente que dentro de mí empezaba a encenderse una llama.
◇
—Entonces, ¿este era el proyecto?
No estábamos en el restaurante tailandés de siempre, sino en un local con salones privados estilo tatami. Allí, frente a Kuroda, yo había extendido una gran cantidad de documentos.
—Sí. Como es obvio, es información confidencial, así que manéjalo con cuidado.
«De acuerdo», respondió él, mientras leía el documento del proyecto con atención.
Para esta colaboración, lo que yo le había propuesto a Kawasegawa era que contactáramos a Kuroda.
Pero Kawasegawa puso mala cara ante la idea. Cuando le pregunté por qué:
—Kuroda es un empleado fijo. Succeed y la empresa donde trabaja mantienen buenas relaciones, pero justamente por eso, involucrarlo en temas confidenciales no sería bueno para ninguna de las dos partes.
Su razón era completamente lógica.
Aun así, yo consideraba indispensable el aporte de Kuroda en este asunto. Era alguien capaz de evaluar números y contenido con más rigurosidad que incluso Kawasegawa. Además, en estos seis años, no solo se había vuelto más estricto, sino que también podía juzgar contemplando múltiples relaciones y factores.
Por eso, me moví en el límite más extremo para involucrarlo.
Nuestras reuniones serían únicamente entre él y yo. No usaríamos correo; solo hablaríamos en persona fuera de la empresa. No habría actas: yo memorizaría todo y, ya en la oficina, resumiría sus aportes como «opiniones de un experto».
Terminó siendo un sistema bastante rígido, pero aun así, sus comentarios eran un elemento esencial.
—Ya lo leí. —Kuroda dejó el documento sobre la mesa y dejó escapar un largo suspiro.
—Para empezar, ¿puedo escuchar tu impresión?
Ante mis palabras, él se mesó la cabeza y dijo:
—Qué manera de atarse las manos. ¿Kawasegawa es masoquista o qué? Si yo estuviera en su lugar, antes de llegar a este proyecto habría tenido dos opciones: golpear a mi jefe o largarme de la empresa. —Escupió la frase, y luego continuó—: El proyecto en sí es sincero y está bien hecho. Si lo presentáramos en mi empresa, pasaría sin problemas, y en otras compañías… bueno, quizá nos dirían que lo hiciéramos para smartphones o que agregáramos microtransacciones, pero no creo que generara reacciones negativas.
Por lo que él veía, tampoco entendía por qué aquello no había pasado la revisión.
—Entonces, ¿la razón por la que este proyecto estaba siendo rechazado era, al final, que le estaban buscando un pretexto para que ni siquiera pudiera pasar desde el principio?
Era el patrón clásico en el que, desde el inicio, ni siquiera había una selección justa.
Si esa resultaba ser la respuesta correcta, por desgracia, con métodos legítimos no habría nada que pudiéramos hacer.
Ojalá pudiéramos encontrar aunque fuera una pista que nos llevara a la solución.
—No puedo afirmarlo del todo, pero parecía haber alguna voluntad fuerte o algún tipo de emoción detrás de esto.
—Ya veo…
Sentía cómo la posibilidad de resolverlo por la vía convencional se iba desvaneciendo poco a poco.
Pero entonces, ¿qué era lo que estaba en el fondo de todo esto?
Cuando algo no podía explicarse lógicamente, lo más común era que hubiera sentimientos personales mezclados. Nunca había escuchado que existiera algún resentimiento personal entre la directiva y Kawasegawa, así que, si tenía que señalar un posible origen…
—¿Estaban intentando excluirla porque es solo que odian los juegos en sí…?
…Esa era la conclusión.
Nunca lo había considerado hasta ahora, pero sí existían puntos que podían sostener esa posibilidad.
Matsuhira-san había sido expulsado de la empresa por las diferencias en su visión sobre el desarrollo de videojuegos. Y Horii-san, quien lo había apoyado, había sufrido repetidas amarguras en el mismo campo del desarrollo.
Con esas experiencias, no era imposible que hubieran terminado detestando los videojuegos en sí. Era el típico caso donde un fan apasionado se convertía en un detractor igual de apasionado.
Sin embargo, ante esa teoría, Kuroda dijo:
—No… —y negó con la cabeza de inmediato—. Viendo el contenido del rechazo, a mí no me lo parece.
—¿El contenido? ¿En qué sentido?
Kuroda abrió los documentos correspondientes.
—Si realmente los detestaran y quisieran excluirlos, simplemente no les hubieran dado una oportunidad desde el inicio. El hecho de que estén dejando que elaboren proyectos implica, lógicamente, que hay algún tipo de expectativa.
—Pero… ¿no podría ser que precisamente esa estructura formara parte del acoso?
Ante mi suposición, Kuroda negó en seguida.
—Por lo que me contaste, ni el actual presidente ni la directiva parecen tener ese tipo de mezquindad infantil. Yo diría que están mirando algo más adelante, algo distinto.
Cuando lo dijo, me di cuenta de que tenía razón.
Aunque hubiera habido un cambio de opinión, no creía que esas dos personas fueran capaces de hacer algo como acosar a sus empleados. De hecho, tampoco había escuchado de Kawasegawa ni de las otras dos ninguna palabra que criticara la personalidad de la directiva.
—Entonces, ¿qué…?
¿A qué se refería Kuroda con algo distinto?
Él señaló una parte del documento.
«No sentimos ninguna razón que justifique producir esto.»
Eso era lo que estaba escrito.
—Solo como posibilidad, pero creo que el punto está aquí.
—Una razón para producirlo a propósito… —Lo dije en voz alta, pero no lograba captar a qué se refería exactamente.
—En primer lugar, ¿para qué existen los videojuegos? Bueno, según la persona o la época, habrá quienes los consideren arte o cultura, pero en esencia son entretenimiento. Existen y se hacen para divertir a la gente, para llenar su tiempo libre.
Kuroda expuso su visión sobre la razón de ser de los videojuegos. Había en ello algo que me recordaba a las palabras de la profesora Kano. Y, personalmente, también me parecía una interpretación válida.
—Ahora, si lo vemos desde el lado de quien los produce… Lo que crea un individuo puede venir del deseo de expresarse, de querer reconocimiento, de muchas cosas. Pero si asumimos que la empresa hace juegos para mantener a sus empleados, entonces hay una sola cosa que importa por encima de todo, ¿no? —Kuroda dirigió el rostro hacia mí.
—Que venda, ¿verdad?
—Exacto. Mientras una empresa sea un grupo que busca beneficios, si no vende, no sirve de nada. Y si lo llevamos más lejos: da igual cuánto venda si termina en números rojos. En otras palabras, lo que se aprueba son proyectos de bajo costo y con posibilidades razonables de ganar dinero, convenientes para quien controla el presupuesto. —Después de decir eso, Kuroda tomó el documento del proyecto de Kawasegawa—. En ese sentido, este proyecto estaba pensado con una atención admirable hacia todos los frentes: bajo costo de desarrollo, un género apto para todas las edades, contenido que podía gustar tanto a hombres como a mujeres, facilidad para promocionarlo… En cualquiera de esos aspectos, podría aparecer en un manual de buenas prácticas para proyectos.
—Y aun así, lo rechazaron. ¿Por qué?
Kuroda interrumpió sus palabras y contuvo el aliento.
—Quizá sea demasiado perfecto. Es como si intentara hacer algo normal de la forma más normal posible.
Sentí un chispazo, como si una corriente eléctrica hubiera recorrido el aire.
Por un instante, los recuerdos de hace seis años regresaron frente a mis ojos. La época de Succeed en Osaka. Y la persona que se había plantado frente a mí entonces había sido justamente Horii-san. La razón por la que él me había rechazado de lleno aquel proyecto coincidía exactamente con la hipótesis que Kuroda acababa de plantear.
Por supuesto, él no tenía forma de saber las palabras que Horii-san me había dicho entonces. Así que, aunque era pura coincidencia…
—…Ya veo. Puede que tengas razón.
A mí sí me golpeó. Pesó en mi interior como si me lo hubieran dicho a mí directamente.
—En el mundo del entretenimiento, si solo chapoteas en un lugar donde no te salpica ni agua ni chispas, tarde o temprano te acabarás quedando sin nada. Por eso las compañías que saben lo que hacen se arriesgan: crean algo distinto a lo de siempre, aunque sepan que podría no vender, y lo lanzan al mercado. —Kuroda dejó el documento del proyecto sobre la mesa con suavidad—. …Este rechazo podría estar diciendo exactamente eso.
No pude decir nada. En parte porque no sabía si Kuroda tenía razón o no. Pero, sobre todo, porque aquellas palabras se sentían como si me las hubieran clavado a mí.
Seis años atrás. Cuando perdí frente a Kuroda y decidí cambiar de rumbo.
Ese recuerdo, imposible de olvidar, volvió una vez más con total claridad.
[1] Técnica creativa grupal o individual para generar la mayor cantidad de ideas posibles sobre un tema o problema, sin juzgarlas inicialmente, fomentando la creatividad, la innovación y encontrando soluciones originales a través de la libre asociación y la colaboración, usando reglas clave como la prohibición de críticas y la búsqueda de ideas «locas» para expandir el pensamiento.
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