La Historia del Héroe Orco
Capítulo 15 - Zombi orcoNT: Corrección: En el capítulo anterior traduje la forma de como hablaban sobre Caléndula como mujer, resulta que en realidad es hombre. Me disculpo por eso.
Era un hecho conocido
que, tras la guerra, se produjo un desarme masivo en todos los países de
Vastonia.
Tanto si eran los
vencedores como los perdedores, todos ajustaron su nivel militar a la cantidad
estipulada en el tratado de paz para evitar que se desencadenara otro
conflicto.
Aunque el número de tropas estaba predeterminado, no significaba que estuvieran igualadas. Las naciones de la ex-Federación tenían ahora mucha menos fuerza que las naciones de la ex-Alianza.
De esa reorganización
nació el Ejército del Bosque Siwanasi, creado en previsión de un posible
levantamiento orco o una invasión humana.
Las tropas se
dividieron en dos batallones, uno en el frente orco y otro en el humano.
El primer batallón
estaba formado principalmente por arqueros, y contaba con unos 700 soldados,
mientras que el segundo batallón incluía principalmente soldados mágicos, y
contaba con unos 500 magos.
Los que permanecieron
en las fuerzas armadas tras el desarme eran o bien soldados de carrera, que no
tenían ninguna habilidad comercial salvo su talento en el campo de batalla, o
bien las élites, que se mantenían en el ejército debido a sus habilidades
superiores.
En otras palabras, los
ejércitos permanentes de todas las naciones estaban compuestos por la flor y
nata.
Esto era aún más
cierto en el caso de los elfos, que, debido a su larga vida, no tenían que
gastar tiempo y recursos en entrenar a la siguiente generación y aprovechaban
esa oportunidad para mejorar aún más.
Su ejército casi no
contaba con nuevos reclutas, sólo con veteranos que habían luchado hasta el
final de la guerra.
Y así, 500 élites que
habían vivido las batallas más feroces partieron hacia las profundidades del
bosque Siwanasi.
Era un número
realmente exagerado de botas sobre el terreno para lo que debería ser una
operación de limpieza de zombis relativamente fácil.
Con o sin lich, un
centenar de elfos debería haber sido más que suficiente.
Sin embargo, se
trataba de una elección nacida de la experiencia: el ejército élfico había
aprendido que era mejor prevenir que curar.
Siempre serían
extremadamente cautelosos, nunca subestimarían a su enemigo y atacarían con la
máxima ferocidad cuando se presentara la oportunidad.
Al llegar al lugar del
brote zombi, el teniente general Caléndula, jefe del 2º Batallón, comenzó su
reconocimiento.
Diez pelotones de
exploradores se desplegaron radialmente alrededor de la unidad principal,
grabando círculos mágicos en la tierra blanda cada 100 metros.
Estos círculos mágicos
alertarían al lanzador si detectaba algún movimiento a menos de 50 metros de su
ubicación, aunque perdería eficacia al cabo de unos minutos.
Si no se detectaba
ninguna amenaza, el batallón avanzaba otros 50 metros y llamaba a los
exploradores.
Tras volver a
reabastecerse, los exploradores se desplazaban de nuevo de forma radial y
grababan más círculos mágicos.
Esta maniobra se
realizaba hasta que se establecía el contacto.
“Flecha 3 informando.
Enemigo detectado. Cinco zombis, tres esqueletos.”
“Recibido. Destrúyanlos.”
En el momento en que
un enemigo era visto, el papel del grupo de exploración cambiaba. Se convertían
en una fuerza de ataque, trabajando en tándem con la unidad principal para
rodear, aislar y eliminar el objetivo: divide y vencerás.
Esta secuencia se
llamaba “Flecha Élfica”, una táctica tradicional de los elfos.
“Flecha 6 informando.
Líder enemigo localizado. ¡Un Lich, más de 100 esqueletos!”
“¡Entendido! Reagrúpense
con la unidad principal. Destruiremos al Lich y aniquilaremos a los no muertos.”
La táctica de la Flecha
Élfica tenía muchos puntos débiles, como la falta de flexibilidad.
Sin embargo, era la
estrategia óptima para erradicar a los zombis.
“Gracias por venir,
Lady Thunder Sonia.”
“¡Hmph, déjame a mí!
He matado toneladas de Liches antes. Esto será pan comido.”
La voz segura de
Thunder Sonia resonó en el bosque, sus palabras elevaron la moral del Batallón.
Habían pasado poco más
de tres años desde la última vez que el Ejército de los Elfos libró una batalla
del tamaño de un Batallón.
Pero nadie estaba
preocupado.
Al fin y al cabo, sólo
se enfrentaban a un grupo de muertos vivientes lentos y tontos.
Todos los presentes
eran veteranos curtidos que habían sobrevivido a la guerra.
No sólo eso, sino que
incluso tenían a Thunder Sonia a su lado.
El poder de la Heroína
podía convertir incluso el compromiso más desventajoso en una espléndida
victoria.
El éxito de la misión
estaba asegurado.
La ansiedad inicial de
los elfos había desaparecido por completo, sustituida por el vértigo de
conseguir matar zombis.
Esta operación sería
un paseo por el parque.
“¡Todas las tropas,
comiencen el ataque!”
“¡Oooooh!”
Un grito de guerra
sonó mientras los elfos cargaban al combate.
El Ejército de los Elfos
había estimado que tenían una abrumadora posibilidad de victoria.
Tenían más que
suficiente tanto de tropas como de habilidad.
El oficial al mando
tenía talento en todos los aspectos de la guerra y era a la vez inteligente y
estoico. Su moral era alta, pero nadie era tan tonto como para precipitarse
imprudentemente hacia la victoria. La lentitud y la constancia ganaban la
carrera.
Sus tácticas estaban
perfectamente adaptadas para explotar las debilidades de los muertos.
No había razón para
que perdieran.
Sin embargo, habían
cometido un único error de cálculo.
Habían olvidado de quiénes
eran los cadáveres que yacían muertos bajo la tierra del bosque Siwanasi.
Mientras tanto…
En un rincón lejano y
sin luz del Bosque Siwanasi.
Bajo la tranquila
sombra de un inmenso árbol.
Detrás de las líneas
de exploración.
El suelo se hinchó de
repente, lanzando polvo y tierra al aire.
Algo se levantó desde
abajo.
Cuando se levantó, la
tierra húmeda cayó de su cuerpo en trozos, golpeando el suelo con un ruido
sordo.
Medía casi tres metros
de altura.
Una sombra enorme.
La silueta tenía forma
humanoide, y un brillo rojo oscuro salía de sus ojos.
Era un zombi.
La cabeza del
no-muerto se levantó mientras se giraba para observar su entorno antes de
detenerse, habiendo notado algo en la distancia.
“¡Oh, jo, jo, jo…! ¡Guerreros!
¿Ven eso?”
Su voz resonó por todo
el Bosque Siwanasi: una voz profunda y áspera que parecía provenir del abismo
del mismísimo infierno.
“¡Ya puedo verlos!
¡Todo un ejército de esos miserables elfos! ¡Miren, hombres! ¡Vean la espalda
de los cobardes que acechan en la oscuridad! ¡Vean la escoria que no fuimos
capaces de descubrir aquel fiel día!”
Este zombi debía tener
un cuerpo tremendo antes de su prematura muerte.
Tenía un físico
enorme, de casi tres metros de altura. Sus brazos y piernas eran como troncos,
y sus músculos, aunque podridos y desgarrados, seguían siendo tan duros como el
acero.
Su brazo izquierdo
había desaparecido desde el codo hacia abajo, y su mano derecha sostenía un
enorme martillo de acero, más parecido a un trozo de mineral en bruto que a un
arma propiamente dicha.
El zombi se rio,
haciendo sonar la armadura oxidada que colgaba de su hombro.
“¡Miren, hombres!
¡Contemplen! ¿No les parece una vista maravillosa, chicos?”
Entonces, un estruendo
bajo sacudió la tierra.
Uno a uno, los zombis
se abrieron paso a través de la tierra para colocarse detrás de él.
No uno. Ni dos. Ni
tres.
Cientos y cientos de
zombis se levantaron para responder a la llamada de su líder.
Una verdadera horda de
muertos vivientes.
A muchos de ellos les
faltaba un ojo, y a otros los dos.
Pero el místico brillo
rojo que emanaba de las profundidades de sus cuencas oculares les permitía ver.
Estaban mirando en la
misma dirección. Todos miraban lo mismo.
Lo único que se
reflejaba en su visión mágica era el odiado Ejército de los Elfos.
“¡Alégrense, hombres!
¡Rían, ya que el destino nos ha concedido la oportunidad de redimirnos! ¡Rían,
ya que el destino nos ha permitido vengar nuestra humillación!”
El gigantesco zombi
levantó su martillo mientras gritaba.
En respuesta, los
demás también levantaron sus armas.
Hachas rotas. Espadas
destrozadas. Lanzas podridas.
Reliquias de guerra
que hacía tiempo que habían sido enterradas bajo la tierra.
Sin embargo, en dichas
reliquias habitaba un inquietante brillo carmesí.
“¡Y agradezcamos a
nuestro benefactor! Demos las gracias al astuto Gunda Guza por darnos a todos
una segunda oportunidad.”
No hubo respuesta por
parte de los zombis circundantes.
La mayoría de los
muertos vivientes no hablaban: las cuerdas vocales eran un privilegio de los
vivos.
A lo sumo, podían
gemir o quejarse.
Los que podían
vocalizar su pensamiento eran seres superiores…
O eso, o eran zombis
muy bien entrenados.
“¡Y arrepintámonos! ¡Arrepintámonos
de haber tratado a Gunda Guza con tanta frialdad, y de no haber prestado
atención a sus palabras hasta que fue demasiado tarde!”
Ahora lo entendían.
Comprendían la
importancia del sigilo.
Entendían que debían
moverse en silencio y matar a sus enemigos sin hacer ruido.
Sí, tal como los elfos
les hicieron una vez.
Sus cerebros estaban
podridos, y no tenían capacidad de pensar.
Pero sus cuerpos.
Sus cuerpos recordaban
todo.
Todavía podían sentir
la agonía de que su cuello fuera roto en la oscuridad de la noche. El tormento
de su corazón siendo apuñalado por el acero helado. El dolor en cada
respiración de un pulmón perforado.
Ahora, era su turno.
“¡Adelante, guerreros!
¡Marchen! ¡Juntos, aplastaremos a estos abominables elfos de una vez por todas!”
A las órdenes del
zombi gigante, la horda comenzó a moverse.
Rápidamente, y en silencio.
“Eso” fue notado por
primera vez por un explorador que se había retirado a la retaguardia para
recuperar su poder mágico.
Sus largas orejas y su
agudo oído captaron el sonido de unos pasos que se acercaban por detrás de él.
Sin embargo, no
debería haber ningún aliado a su espalda.
¿Podrían ser refuerzos
que se unieran a ellos desde el bosque Siwanasi?
¿O tal vez un
mensajero que llevaba más órdenes?
Creyendo que venían aliados,
el elfo miró hacia atrás, sólo para ver a un zombi orco que se dirigía hacia
él, con su cuerpo podrido moviéndose a velocidades ridículas.
Este elfo en
particular era un experto en reconocimiento, un veterano explorador con más de
50 años de experiencia en batalla.
Inmediatamente se dio
cuenta, incluso con el desgaste del tiempo, de que el zombi orco llevaba un
atuendo típico de los raros asesinos orcos. Incluso pudo confirmar que su piel,
a pesar de haber desaparecido en su mayor parte, tenía un tinte amarillento.
Y comprendió que no
tenía tiempo de esquivar la daga que venía directa a su garganta.
En una fracción de
segundo, decidió que informar a sus compatriotas de la amenaza que se avecinaba
era lo único que podía hacer para que su muerte mereciera la pena.
“¡Ataque Ene…!”
Pero no llegó a
terminar.
El filo le desgarró la
garganta, y la sangre fluyó en lugar de las palabras.
A pesar de su herida
mortal, el elfo intentó desesperadamente averiguar más sobre la identidad del
zombi orco.
¿Cómo me emboscó?
¿De dónde viene?
¿Dónde se escondía?
“…¡!”
Sintiendo que su
conciencia se desvanecía, el explorador se apresuró a escudriñar los
alrededores en busca de más información.
Y entonces…
Los vio.
Detrás del asesino no
muerto había una horda de innumerables zombis que se acercaban lentamente.
Uno de ellos sostenía
una bandera, levantándola en alto.
Un estandarte rasgado
y hecho jirones, que colgaba de su asta por unos cuantos hilos podridos.
Y en la bandera… había
una imagen que reconoció.
El símbolo del general
orco que una vez cayó en el bosque Siwanasi.
“Gen… Ba… ra…”
Pero nunca llegó a
terminar ese pensamiento, ya que la punta de la daga se clavó en el fondo de su
cabeza, a través del paladar, y en su cerebro.
“¡¿Qué?! ¿El enemigo
está en nuestra retaguardia? ¿Cuántos?”
“¡Hay informes de más
de mil!”
“¡Dame el informe de
daños!”
“La mitad de nuestros
exploradores han muerto… Señor, esto es malo…”
Los ojos del teniente
general Caléndula se abrieron de par en par ante el informe de su subordinado.
Un grupo de zombis
había aparecido de repente en su retaguardia.
Cuando la unidad
principal recibió la noticia, la mayoría de los exploradores que estaban
recuperando su magia yacían muertos, sin haber llegado a tiempo.
Los zombis que tenían
delante eran unos 300, y estaba tratando de averiguar la mejor manera de
acercarse a ellos y derrotar al Lich minimizando sus pérdidas cuando la noticia
de este desastre llegó a sus oídos.
Ya era demasiado
tarde.
Había sido
complaciente, pensando que no había forma de que los muertos vivientes sin
mente pudieran superar a los vivos, y había descuidado vigilar su espalda.
“Maldita sea… ¿De
dónde vienen?”
“No lo sabemos, señor.
Salieron de la nada…”
“Kuh… ¡Mierda!”
El Teniente General
Caléndula se frustraba cada vez más.
Había demasiados
enemigos.
Ni siquiera sabía de
dónde venían ni cómo habían llegado hasta aquí.
Sus hombres habían
sido tomados por sorpresa, y habían recibido una enorme cantidad de daños.
Esta era una situación
en la que el movimiento de libro de texto sería retirarse.
No había manera de
evitarlo: la retirada era la única respuesta correcta.
“…”
Retirada.
Esa fue la decisión de
Caléndula.
Sin embargo, su sexto
sentido le decía que algo estaba mal.
Sentía que, si se
retiraba ahora, todos los presentes serían aniquilados.
“…”
Sus pensamientos
divagaron, trayendo a la superficie un recuerdo de hace 100 años.
Fue cuando Caléndula
aún no era Teniente General, sólo Teniente Coronel.
Recordó a su padre,
Catalpa, que entonces era Teniente General.
Él había caído en una
situación no muy diferente a la que Caléndula se encontraba ahora.
Las tropas de Catalpa
eran las más disciplinadas y organizadas, y su líder era conocido por ser el
más decisivo y rápido a la hora de tomar decisiones tácticas.
Un día, se encontró
atrapado en un ataque de pinzas.
Naturalmente, ordenó
rápidamente una retirada total, conduciendo a su ejército a través de una
brecha en la formación del enemigo…
Caléndula perdió a su padre
ese día.
El ahora Teniente
General había visto todo el asunto desde la cima de una colina cercana.
Entonces, lo entendió.
Su padre no se había
equivocado: su respuesta, según el sentido común de la guerra, fue correcta.
Considerando las
circunstancias, la decisión de Catalpa fue la correcta.
Sin embargo, el
enemigo se colocó en una posición perfecta para responder, como si hubiera
leído la mente de Catalpa.
Mientras observaba
desde lejos, Caléndula gritó: “¡¿Por qué corren hacia allá?!” una y otra vez
hasta que le dolió la garganta.
Finalmente, su padre
cayó, apuñalado por la espalda mientras intentaba guiar a sus tropas restantes
en una última carrera hacia la seguridad.
Las circunstancias que
le rodeaban eran similares.
Tenía que retirarse
absolutamente para sobrevivir.
Pero si corría en la
dirección equivocada, todos serían aniquilados.
Entonces, ¿hacia qué
dirección debía ir?
La estrategia estándar
y sensata consistiría en ralentizar al ejército enemigo, significativamente
mayor, en su retaguardia con la mínima cantidad de tropas, enviar la mayor
parte de la fuerza hacia el frente para aplastar al Lich, y abrirse paso hasta
un lugar seguro.
Buscar y destruir al
Lich lo más rápido posible: esta era la mejor manera de lidiar permanentemente
con los no-muertos.
Sin embargo, el
enemigo venía por detrás de ellos, lo que significaba que el Lich que tenían
delante podía ser un señuelo.
Entonces, ¿el Lich
estaba delante o detrás de ellos?
Tenían que cargar en
la dirección del hechicero no muerto.
Si no lo hacía, serían
derrotados.
Mientras estuviera
vivo, los no-muertos seguirían reviviendo perpetuamente, reanimado por la magia
del Lich.
Sería una tontería
intentar abrirse paso entre un número infinito de enemigos.
Se limitarían a librar
una batalla de desgaste imposible de ganar, e incluso si ganaran, sería una
victoria pírrica en el mejor de los casos, y una aniquilación completa en el
peor.
Sí, acabarían como el
ex teniente general Catalpa…
“…”
Caléndula reflexionó
sobre la situación.
¿Quién estaba al mando
de estos muertos vivientes en primer lugar?
Obviamente, era el
Lich.
¿Pero no se suponía
que el Lich iba por delante de él?
Tenía que ordenar una
retirada, pero ¿retirada hacia dónde? No tenía suficiente información para
trabajar.
“¡Teniente General!
Por favor, denos sus órdenes.”
Sus soldados
suplicaron.
Pero Caléndula
permaneció mudo.
Estaba perdido, y el
tiempo se agotaba por momentos.
Si no se movía en ese
mismo instante, se encontrarían completamente rodeados, y su última oportunidad
de escapar se evaporaría en el aire.
Aunque su decisión
acabara siendo errónea, tenía que dar una orden.
Lo sabía, pero no podía encontrar el valor para enviar a sus hombres hacia una muerte segura.
“¡Oye, Calcito!”
Una voz le sacó de
repente de los pensamientos en los que se estaba ahogando.
Sólo había un
individuo en el mundo que se dirigía a él como si fuera un niño.
Al darse la vuelta,
vio a una maga de pie.
Una elfa vestida con
una larga túnica verde, con su pelo rubio ondeando al viento.
“Lady Sonia…”
“¡Probablemente los
zombis se estaban refugiando bajo la tierra y salieron a la superficie después
de que tú pasaras! Parece que al Lich le queda algo de cerebro, ¿eh? ¡Están
bastante organizados!”
Al saber que Thunder Sonia
estaba aquí, Caléndula suspiró aliviado.
La heroína elfa.
De pie, serio a su
lado, estaba Acónito, su sobrino y guardaespaldas.
Él siempre había
tenido fama de ser un hombre de pocas palabras, pero parecía aún más severo que
de costumbre. Probablemente reconocía lo grave de la situación.
Sus cejas fruncidas y
sus labios apretados revelaban su malestar.
Era un oficial civil y
tenía muy poca experiencia en el campo de batalla, así que lo más probable es
que nunca se hubiera enfrentado a circunstancias similares.
“Lo sé, señora, pero
necesito encontrar una forma de salir de esto…”
“No lo pienses
demasiado. Eso es justo lo que el enemigo quiere que hagas.”
“Pero señora, esto…
¡esto es igual a como murió mi padre! ¡Si no tomo la decisión correcta, todos
moriremos!”
“¡Niño torpe! ¿Quién
te crees que soy? ¿Por qué crees que estoy aquí?”
Thunder Sonia puso las
manos en las caderas e hinchó su (inexistente) pecho.
Al escuchar su
advertencia, Caléndula se calmó y recordó.
Sí, esta mujer era Thunder
Sonia.
La archimaga elfa Thunder
Sonia.
Una hechicera única en
su especie que dominaba miles de hechizos, y la que llevó a los elfos a la
victoria en la guerra.
La heroína elfa.
La más poderosa de las
hechiceras.
“¡Yo me abriré paso a
través de ellos, y también me encargaré del Lich! No te preocupes, me aseguraré
de que llegues a casa a salvo.”
“…”
“¡Piensa en tu
familia! ¡Piensa en tu adorable esposa! Ahora tenemos paz. ¿Realmente quieres
morir aquí? ¡Tienes que vivir y volver a casa! ¡Y tienes que asegurarte de que
todos los demás aquí estén a salvo también! ¿De acuerdo?”
A Caléndula casi se le
saltan las lágrimas ante sus palabras.
Sí, era cierto.
Sonia siempre había
sido así.
Desde que él era niño.
Ella siempre había
considerado a toda la población élfica como una gran familia.
Ella recordaba cada
uno de sus nombres.
Y cuando surgía la
necesidad, siempre tomaba la iniciativa para ponerse de pie y proteger a todos.
Por eso era una
heroína.
Por eso era respetada
por todos, hombres y mujeres por igual.
“Oye, ¿has entendido
eso? ¡Respóndeme!”
“¡Hoo-ah! Sí, señora.
Yo, el Teniente General Caléndula, juro que viviré y protegeré a mis hombres!”
“¡Ese es mi muchacho! ¡De
acuerdo, vamos!”
La cuestión de por qué
camino debía llevar a sus hombres aún permanecía, pero eso no importaba ahora.
Fuera cual fuera la
decisión que tomara, mientras la Heroína Elfa estuviera aquí, saldrían
victoriosos.
Se armó de valor y
tomó una decisión.
Tenía que volver a
casa.
“¡Magos, transmitan
mis órdenes! ¡Todas las tropas deben cargar a través de los zombis en nuestra
retaguardia!”
“¡Hoo-ah!”
Tan pronto como dio
sus órdenes, el ejército comenzó a correr.
Caléndula ya no dudaba
de sí mismo.
Si el Lich estaba de
hecho en la dirección a la que iban, lo derrotarían. Si no, se abrirían paso entre
los zombis, y volverían más tarde con refuerzos para conseguir la victoria.
Muchos morirían, eso
era un hecho.
No le cabía duda de
que, como mínimo, sería considerado responsable y degradado.
En el peor de los
casos, podría verse obligado a dimitir.
Aun así, esto era lo
que tenía que hacer para evitar una completa eliminación.
Mientras un solo elfo
sobreviviera y llevara la información a los altos mandos, acabarían ganando.
Los elfos ganarían.
Perder contra un grupo
de zombis era inaceptable.
“¡Carguen!”
El grito de guerra de
los elfos sonó mientras se lanzaban a la batalla.
Fue poco después de
comenzar la retirada cuando Caléndula se dio cuenta de lo… peculiares que eran
las fuerzas enemigas.
Sí, eran todos muertos
vivientes, eso estaba bastante claro.
Un enjambre casi
interminable de esqueletos, zombis y espectros…
No había muertos
vivientes de alto nivel como Vampiros o Dullahan, pero eso no era exactamente
sorprendente cuando la horda estaba dirigida por un Lich.
Claro, el Lich era un
no-muerto de alto nivel, pero sólo podía resucitar no-muertos de bajo nivel — como
zombis y esqueletos.
Pero esa no era la
cuestión.
Todos los muertos
vivientes, ya fueran zombis o esqueletos, tenían algo en común: la raza del
cadáver original.
Eran…
“Todos son… ¿Orcos?”
Murmuró Caléndula para
sí mismo mientras se colocaba en la vanguardia de la retirada, lanzando bolas
de fuego a la horda de inmortales que se acercaba.
Zombis orcos.
Esqueletos orcos.
El ejército de muertos
vivientes estaba formado casi en su totalidad por cadáveres orcos reanimados.
Los ocasionales
Espectros parecían Hadas incorpóreas, pero también había un par de fantasmas
orcos aquí y allá.
Por otra parte, esto
era de esperar, hasta cierto punto.
Este era el Bosque
Siwanasi — el lugar de la confrontación final entre los Orcos y los Elfos.
Era natural que
hubiera muchos zombis orcos.
Sin embargo, Caléndula
no podía quitarse de encima la sensación de que no estaba notando algo
importante…
Bosque Siwanasi…
Un enemigo que surgió
de repente en su retaguardia…
Una fuerza que estaba
extrañamente bien coordinada para un grupo de muertos vivientes sin sentido…
Cuando Caléndula miró
más de cerca a uno de los zombis cuya cabeza acababa de reducir a cenizas, se
dio cuenta de que… no, de que todos ellos llevaban una armadura de diseño
similar.
Era difícil de
distinguir, ya que su equipo estaba tan desgastado y desgarrado, pero sin duda
llevaban conjuntos a juego.
Incluso sus armas
parecían tener un sentido de unidad entre ellas.
Sí, Caléndula había
visto esos conjuntos antes, hace tres años.
Era imposible que lo
olvidara.
“¡Vamos, Calcito! ¡Creo
que ya casi hemos terminado!”
Thunder Sonia, que
estaba a su lado, no parecía notar nada malo.
Rápidamente estaba
atravesando las líneas enemigas y avanzando sin parar, usando su mayor y más
poderosa magia.
Con cada movimiento de
su varita, un rayo salía de su punta, convirtiendo a los zombis en carbón, a
los esqueletos en polvo y a los espectros en humo.
Como se esperaba de la
heroína elfa…
Pero Caléndula no pudo
evitar pensar que esta Bisabuela estaba subestimando al enemigo…
“Oye, Abuela, hay algo
que pasa con…”
“¿Cómo me acabas de
llamar? ¡No me llames abuela! ¿Quieres que les cuente a tus soldados la última vez
que te cagaste en los pantalones? ¿Eh? ¿Qué tal aquella vez que no cerraste la
puerta y te encontré jalándotela bajo la manta? ¿A quién estabas llamando así otra
vez? ¿Quieres que se los diga? ¡¿Quieres que te exponga?! ¡Cuidado con lo que
dices!”
“Perdóneme, Lady
Sonia, pero por favor, tenga cuidado. Tengo un mal presentimiento sobre esto…”
“Hmph. Incluso si
hubiera 10000 más de estos cadáveres tontos, todavía sería capaz de freírlos a
todos. ¿Verdad, Acónito?”
“Huff, huff, Lady
Sonia, por favor, más len… por favor, reduzca la velocidad un poco…”
Su sobrino, que la
seguía por detrás, estaba completamente sin aliento.
Si no estuvieran en
una lucha desesperada por la supervivencia, Caléndula se habría burlado de él
por ser tan débil a pesar de haber sobrevivido a la guerra.
Pero eso sería
hipócrita: el propio Caléndula estaba empezando a cansarse.
No era de extrañar.
Se enfrentaban a una
horda casi interminable de zombis y esqueletos orcos.
Claro que podían ser
cadáveres reanimados, lentos y torpes, pero eso no significaba que hubieran
perdido su fuerza orca.
Si sólo fueran un par
de ellos, podrían haber utilizado la táctica tradicional de los elfos de
golpear y huir. Por desgracia, ya los habían rodeado, y eran demasiados.
Los elfos se vieron
obligados a luchar contra ellos de frente para sobrevivir.
Por la propia
naturaleza de la psicología orca, cualquier batalla en la que participaran los
orcos, tanto si ganaban como si perdían, acababa con ellos disminuyendo
gradualmente en número a medida que se prolongaba la lucha.
Especialmente cuando
se enfrentaban a los bellos elfos, muchos orcos desaparecían repentinamente del
campo de batalla.
No era porque fueran
cobardes y huyeran.
Tampoco porque
estuvieran heridos y tuvieran que recuperarse.
Tampoco porque fueran
asesinados, aunque eso podría explicar algunas de las desapariciones.
No, era porque los
orcos se distraían con las vulnerables mujeres a las que habían derrotado, y
abandonaban el frente para “disfrutar” de su botín, incluso mientras la batalla
continuaba.
Y así, una de las
tácticas más comunes utilizadas contra los orcos era arrastrarlos a largas y
oportunas batallas de desgaste.
Algunas mujeres elfas
tendrían que ser “sacrificadas” al altar de la lujuria orca, ya que los
guerreros elfos no podían abandonar el campo para salvarlas, pero era mejor que
fueran violadas una vez y luego recuperadas una vez ganada la batalla, que ser
retenidas como esclavas reproductoras a perpetuidad si se perdía la batalla.
Sin embargo, esto no
se aplicaba a los no muertos.
Caléndula estaba
luchando contra los orcos sólo de nombre: las tácticas tradicionales contra los
orcos no funcionarían aquí.
Por el contrario, los
orcos no muertos derrotados se levantarían de nuevo después de un tiempo y se
unirían a las líneas de batalla.
Todo por culpa de ese
Lich.
Así, Caléndula estaba
más cansado que nunca.
Los orcos no habían
perdido la guerra porque fueran débiles.
No, eran fuertes y
resistentes.
Tan decidida era su
voluntad que incluso cuando sus hombres más fuertes se marchaban para disfrutar
su botín femenino, los orcos restantes seguían luchando hasta su último
aliento.
Si no fuera por este
defecto fatal de la psicología orca, la Alianza podría haber perdido la guerra.
Como zombis orcos, su
fuerza había disminuido, por lo que los elfos aún podían enfrentarse a ellos en
igualdad de condiciones.
Pero les superaban en
número, y los zombis seguirían aumentando sin cesar si no mataban al Lich.
Si los elfos tardaban
demasiado en abrirse paso…
“¡Oh! ¡Calcito!
¡Parece que tu mal presentimiento era cierto! ¡Tenemos un pez gordo por aquí!”
De repente, Thunder Sonia
gritó alegremente.
Caléndula miró en su
dirección, y se dio cuenta de que estaba señalando a un individuo específico en
la multitud de zombis orcos.
Allí había una figura
no muerta claramente única.
Un zombi jorobado que
llevaba una capa negra hecha jirones y se apoyaba en un bastón retorcido de
madera muerta.
Sus ojos brillaban de
un rojo intenso y de su boca goteaban mucosidades verdes.
Gesticulaba
incomprensiblemente mientras cojeaba, utilizando el bastón para soportar su
peso.
¿Era el sonido del
viento silbando a través de un agujero en su decrépita garganta, o estaba
lanzando magias de maldición? Nadie lo sabía.
Su rostro deformado,
erosionado por la podredumbre y el tiempo, se había vuelto casi irreconocible.
Pero a Caléndula le
resultaba inequívocamente familiar…
“…¡Gran Jefe de Guerra
Gunda Guza!”
El Gran Jefe de Guerra
Gunda Guza.
Era un mago orco, la
mano derecha y segundo al mando del general orco Baraben, que fue desplegado
para proteger el bosque Siwanasi, entonces controlado por los orcos.
Y era un hombre que
había perdido la vida en este mismo suelo, durante el asedio final de Siwanasi.
“Eh… bueno, parece que
es el único Lich que hay. Sólo tenemos que derrotarlo y todo habrá terminado,
¿no? No hay problema, ¡déjalo en mis manos!”
Los Liches eran
muertos vivientes que tenían un talento natural en todas las magias
relacionadas con la muerte.
Y Gunda Guza, en su
vida, fue uno de los orcos con más talento mágico.
Caléndula y Thunder Sonia,
que habían luchado directamente con él en alguna ocasión, sabían que tenía
cualidades más que suficientes para ser un oponente temible, incluso en la
no-muerte.
Era lo suficientemente
fuerte como para ser un General.
Por cierto, nadie
fuera de los orcos sabía que la razón de la falta de respeto a la que eran
sometidos los magos orcos se debía a su virginidad de 30 años.
Claro, esto se
compensaba con el hecho de que habían sacrificado su preciosa y viril juventud
en beneficio de su país, pero ni siquiera eso borraba la mancha de la
virginidad.
“…”
Cuando Thunder Sonia
estaba a punto de cargar hacia Gunda Guza, éste dejó de lanzar sus maldiciones
y se volvió hacia ella.
Sus ojos rojos como la
sangre se iluminaron mientras murmuraba su nombre.
“La archimaga elfa Thunder
Sonia… je…”
“¿Hmm?”
Sonrió.
Y no era sólo él.
Todos los muertos
vivientes orcos que la rodeaban, zombis y esqueletos por igual, comenzaron a
sonreír mientras giraban antinaturalmente sus rostros podridos hacia ella.
“¡Gejeje, jurgeje, jurjewjejejeeeee…!
Bueno, bueno, bueno, parece que… Han visto… A través de mis señuelos…”
Su voz burbujeaba como
un desagüe obstruido; su garganta todavía estaba llena de suciedad húmeda.
Como si mil almas
trataran de escapar de un pantano sin fondo.
“¡Hmph, como si
alguien fuera a caer en tus artimañas!”
Thunder Sonia volvió a
mirar hacia sus compatriotas.
Acónito y Caléndula
asintieron hacia ella, diciéndole que siguiera adelante.
La verdad era que no
veían a través de mucho. Fue un lanzamiento de moneda que terminó siendo
exitoso por pura suerte.
No es que se lo
dijeran a nadie, por supuesto. Con trampa o sin ella, si el comandante en jefe
daba sus órdenes, todos debían seguirlas.
Un ejército
desmoralizado era su peor enemigo, después de todo.
Por supuesto, si no
estuvieran en batalla, eso sería otra historia.
“Es hora de pagar tus
deudas, Gunda Guza. ¡Esta vez, te enviaré al inframundo literal!”
“¡Gejehwargh, juje, jyejijiji,
estúpida, estúuupida, estúuuupida Thunder Sonia!”
“¿Eh? ¿Quién es el
estúpido aquí? ¿Acaso te queda un cerebro después de haber sido comida de gusanos
durante tanto tiempo?”
Sus palabras fueron
descaradas y arrogantes, pero se mantuvo en guardia, recordando que aún podía
haber otras cartas que el Lich pudiera jugar.
Volviéndose, preguntó
a la pareja que estaba detrás de ella: “Oigan, ¿ven algo raro?”. Por desgracia,
ambos parecían estar ocupados defendiéndose de su propia cuota de muertos
vivientes, y no la escucharon.
Se volvió hacia el
Lich.
“GejeHwajeje, pensaste
que podrías ganar si veías a través de mi pequeño cebo, ¿no?”
“¡Podría ganar incluso
si cayera en tu estúpido plan! ¿Quién te crees que soy? ¡Soy Thunder Sonia,
Archimaga y Héroe de los Elfos!”
“¡ToOontAa!”
Gunda Guza apuñaló la
tierra con la parte inferior de su bastón.
“¿Qué estás…?”
Sonia se preguntó si
había comenzado algún extraño ritual antiguo, pero no percibió que se lanzara
nada.
Sin embargo, la piel le
empezó a hormiguear de repente.
Un aura opresiva
impregnó el aire, y cada vez era más fuerte.
Algo grande e
increíblemente poderoso se acercaba.
Comenzó a temblar
mientras apretaba su bastón.
“¡OH, JO, JO,
JO, JOOOOO!”
Una voz de barítono
resonó en el bosque infestado de zombis.
El único sonido entre
la horda de muertos vivientes, ahora inquietantemente silenciosa.
Los árboles cayeron
cuando el dueño de la voz se acercó lentamente a Thunder Sonia.
“¡¡¡THUUUUUNDER SOOONIIAAAAA!!!”
Su mugrienta voz bramó
desde sus podridas cuerdas vocales.
Al caer un par de
árboles, un gigantesco Zombi Orco hizo su aparición.
Su cuerpo era
demasiado grande, incluso considerando los estándares orcos.
Medía casi tres metros
de altura.
El cadáver del zombi
estaba podrido hasta el reconocimiento, pero aún se movía con un vigor que
hacía difícil creer que hubiera muerto alguna vez.
Llevaba una robusta
armadura de placas de acero, adornada con pinchos de metal forjado.
En su mano derecha,
sostenía un gigantesco martillo de guerra de acero, más adecuado para los
ogros, mucho más grandes, que para los orcos.
Todas estas
características eran familiares para la Heroína Elfa.
“…¡Jefe del Clan,
General Baraben…!”
Era el cadáver
reanimado del gran general que, antaño, había unido a todos los clanes orcos
del Bosque Siwanasi.
Estuvo a cargo de la
última línea de defensa de la última fortaleza orca y había caído hace tres
años a manos de los elfos.
Conocido por su valor
y determinación, era un guerrero entre los guerreros que era admirado por todos
los orcos, sin importar su afiliación al clan.
Algunos incluso lo
consideraban el segundo orco más consumado de la historia, perdiendo sólo ante
el propio Rey.
“¡VAMOOOOS! ¡Por fin
te mataré y vengaré mi derrota!”
El gigante aulló.
Su voz reverberó por
el bosque, sacudiendo la tierra y haciendo crujir los árboles.
Los muertos vivientes
reaccionaron a esto, sus movimientos se volvieron más rápidos y el brillo de sus
ojos más intenso.
“¡Goo, geee, jakaragjeeEeEE!
Este es el fin, Thunder Sonia.”
“¿Eh? ¿Crees que tener
un solo zombi un poco más grande que el resto va a cambiar las cosas? ¡Qué
estúpido eres!”
Sonia gritó mientras
agitaba su bastón.
“¡Golpe de Trueno!”
Esta era la
especialidad de la Archimaga: una magia de rayos casi instantánea y sin chispa
que era tan poderosa, si no más, que un hechizo normal.
Doce lanzas eléctricas
se materializaron de la nada y se lanzaron directamente hacia el general Baraben
a una velocidad tremenda.
Un fuerte estallido
resonó cuando aterrizaron, y la explosión tiñó los alrededores de un blanco
puro.
Segundos más tarde,
las réplicas se extendieron por el aire, y las ondas de choque se propagaron
por la zona.
Estática llenó la
atmósfera mientras el pelo de Sonia flotaba suavemente.
“¿Cómo estuvo eso, eh?”
Los zombis eran
principalmente vulnerables al fuego.
Pero eso no
significaba que fueran especialmente fuertes contra los rayos.
Con una magia tan
fuerte como la de Sonia, incluso los dragones zombis de más de 20 metros de
altura podían ser reducidos a carbón en cuestión de segundos.
Sus hechizos de rayos
eran los más fuertes del continente.
“¡¡¡VAMOOOOOS!!!”
“¡¿Qué…?!”
La Heroína Elfa evadió
hábilmente el martillo que la golpeó desde detrás del polvo.
No golpeó nada más que
el aire, encajándose en el suelo donde antes estaba ella y creando un pequeño
cráter en la tierra.
“¿Cómo…?”
Preguntó Sonia
mientras miraba el lugar donde había disparado su rayo.
Baraben zombificado
salió lentamente del humo, sin ningún rasguño.
Naturalmente, Gunda
Guza también estaba ileso.
“Geje, jeje, jyARrJAJEJEjeje…
no podrás ni siquiera magullar este cuerpo de Lich con tu débil magia.”
Los liches tenían una
gran resistencia mágica.
No sólo eso, sino que
Gunda Guza, un mago veterano él mismo, había dominado innumerables hechizos de
defensa mágica de alto nivel especializados en bloquear la magia élfica.
No era de extrañar que
el Golpe de Trueno de Sonia no acabara con él al instante.
Por supuesto, el
General Baraben también tendría las mismas defensas lanzadas sobre él.
Además de eso, estaba
su armadura — estaba adornada con patrones rojos y amarillos, meticulosamente
pintados.
“Tch, ¿pintura
resistente a la magia?”
“¡Gujujuju, gyejejARgJejeje!”
Gunda Guza se rio.
Esa armadura había
sido decorada con la pintura mágica resistente que había sido desarrollada
originalmente por los enanos.
El color de la pintura
se correspondía con el elemento contra el que se defendía.
Rojo para el fuego,
amarillo para el rayo, azul para el frío y verde para la tierra.
Los métodos de
fabricación se mantenían en alto secreto y sólo eran conocidos por los propios
enanos.
Sin embargo, el
producto terminado se distribuía abiertamente a sus aliados.
Cuando introdujeron la
pintura por primera vez, la Alianza se impuso rápidamente durante la guerra.
Llegó a ser tan
prominente, de hecho, que Nazar, el Príncipe Humano, era famoso por su armadura
tricolor azul-rojo-amarillo con la que envió a la muerte a muchos Caballeros
Demónicos.
Sin embargo, la
pintura no era más que eso: pintura.
Una vez producida,
cualquiera podía usarla.
En algún momento, la
pintura fue robada por la Federación y utilizada por orcos y démones por igual.
A partir de ese
momento, esta pintura resistente a la magia se convirtió en un producto
estándar para ambos lados del conflicto.
“Hrrgh…”
Thunder Sonia gimió.
Los zombis ya tenían
fuertes resistencias a los atributos de frío y tierra en primer lugar.
Combinado con las
resistencias al fuego y al rayo de la armadura…
“Bien… esto podría ser
más duro de lo esperado…”
Sudor frío comenzó a
gotear por la frente de la Heroína Elfa.
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