La Historia del Héroe Orco

Capítulo 16 - Elfos en apuros


Parte 1

 

Ese día, Bash y Zell estaban cazando zombis alegremente.

 

“¡Vaya, hoy sí que hay muchos!”

 

Por alguna razón, los muertos vivientes eran más abundantes de lo habitual esa tarde.

Normalmente, la pareja sólo se encontraba con dos o tres zombis cada hora, pero ahora mismo, estaban apareciendo por segundos.

No sería una exageración llamarlos una horda.

 

“¡Con esta cantidad de zombis alrededor, podrás comprar un brillante collar de oro en poco tiempo!”

“¡Bien!”

 

Bash respondió alegremente mientras separaba dos cabezas más de zombis de sus cuerpos.

El golpe de la inmensa espada del Héroe atravesó al no-muerto, borrando todo lo que había debajo de su pecho.

Luego arrancó rápidamente la mandíbula inferior del zombi ahora inerte y la arrojó a la bolsa de tela que llevaba consigo.

Para obtener las recompensas de la comisión era necesario presentar pruebas, y cuando se trataba de muertos vivientes, generalmente se trataba de la cabeza entera o de la mandíbula.

Además, tanto si se trataba de esqueletos como de zombis, traer un trozo de su cabeza solía significar que la criatura estaba muerta para siempre.

 

“¡Viejo, va a ser duro traer todo esto de vuelta!”

“Ah, no es un gran problema. Sólo haremos dos viajes.”

 

El corazón de Bash se agitó mientras declaraba su intención.

La pareja no estaba segura de cuántas horas habían estado luchando, pero había incontables cantidades de “restos” de zombis esparcidos a su alrededor.

Con tantos muertos vivientes, el momento de adquirir un brillante collar de oro estaba cada vez más cerca.

Y con eso, por fin podría casarse con una elfa.

Esa hermosa, pequeña y bellísima dama elfa.

Su pecho se hinchó de anticipación y emoción.

 

Por cierto, justo a la vista de Bash y su compañera, los zombis gimieron y se regeneraron, reconstruyendo sus cuerpos gracias a la nigromancia del Lich. La pareja, en su emoción, había pasado por alto este hecho.

Simplemente estaban demasiado atrapados en la perspectiva de una gran cantidad de dinero que les llegaría.

E incluso si se hubieran dado cuenta, habrían estado encantados de poder obtener un suministro interminable de mandíbulas de zombi.

 

“¡Oh, señor! ¡Mira, espectros! Algunos espectros vienen hacia aquí. ¡Quizá matarlos también nos dé alguna recompensa! No tendría sentido que dieran recompensa por los zombis y los esqueletos y por los espectros no, ¿verdad? ¡Vamos a por ellos también!”

“¡Muy bien, te lo dejo a ti!”

“¡Entendido, jefe! ¡Hada Brillante!”

 

Todo el cuerpo de Zell comenzó a emitir un brillo cegador, la luz parecía desintegrar al Espectro.

Era fácil olvidar que la alegre Zell también era una veterana entre los veteranos. Podía manejarse más que adecuadamente con su magia, sin mencionar que este enfrentamiento estaba a su favor: los espectros, que eran casi invulnerables a los ataques físicos, también eran muy susceptibles a la magia de luz.

Todo lo que quedaba era un trozo de tela delgada, como de seda.

Los restos del Espectro.

Zell se abalanzó sobre ellos, los recogió y los metió en la bolsa.

 

“¡Oh, señor, parece que la bolsa está llena!”

 

Al hacerlo, se dio cuenta de que habían llenado por completo la bolsa que habían traído.

 

“Muu… ¿debemos volver por hoy entonces?”

 

Dijo Bash mientras se echaba la bolsa al hombro.

Era una bolsa demasiado grande incluso para la imponente estatura de un orco, su peso casi hizo tropezar a Bash.

 

“¡Ah! ¿Volver? ¿Qué quieres decir con volver? ¿Y si sólo tenemos esta oportunidad? ¡¿Qué pasa si estos zombis se han ido para mañana?!”

“Son zombis, no aves migratorias. No van a huir.”

“Sí, de acuerdo, es un buen punto… pero aun así…”

 

Los dos siguieron con la misma actitud durante un rato, cortando constantemente el enjambre de muertos vivientes mientras se dirigían al pueblo para descargar su botín.

Cuando de repente…

 

“¡Oye, oye, oye! ¿Y ahora qué pasa? ¿Por qué hay tantos?”

 

Una voz humana sonó desde cerca.

Cuando Bash miró en su dirección, vio a un hombre enzarzado en un feroz combate contra una manada de zombis.

Llevaba una armadura marrón y moteada, y blandía una espada brillante en la mano derecha y un escudo envuelto en llamas en la izquierda mientras atravesaba a los muertos vivientes que se acercaban a una velocidad vertiginosa.

Por supuesto, no era tan rápido como Bash, pero seguía siendo excepcional.

 

“¡Guau, ja, ja! ¡Esto es genial!”

 

Teniendo en cuenta las circunstancias, el Humano parecía estar en problemas, pero tenía un resorte en sus pasos y una cara llena de alegría.

Dado el saco lleno que tenía a su lado, lo más probable es que también hubiera venido a cazar zombis.

Y al igual que Bash y Zell, estaba encantado de que hubiera tantos de ellos alrededor

 

“Hmm… ese tipo me resulta familiar…”

 

Bash había visto a este hombre antes.

Sí, era el que le había dado amablemente al orco información de primer nivel en el bar.

En ese preciso momento, sus ojos se encontraron.

 

“¡Guau! ¿Un orco no zombificado?”

 

Sosteniendo su escudo en llamas frente a él, cargó directamente hacia Bash.

Este último sacó su gran espada, sosteniéndola horizontalmente para recibir el ataque.

Seguro que podría haberle cortado en el acto, pero de todas formas no era una amenaza, y el orco le debía una.

 

“…”

 

Sin embargo, el escudo nunca chocó con su objetivo, el Humano patinó hasta detenerse a centímetros del Héroe.

Mientras estaba allí, inmóvil, sus ojos se abrieron de par en par, y sus rodillas se debilitaron.

El sudor comenzó a acumularse en su frente, y su respiración se volvió agitada.

 

“E-E-E… ¿el Héroe Orco?”

 

Aparentemente, era consciente de la identidad de Bash.

 

“Ah, ‘Último Aliento’, eres tú.”

 

Y Bash también sabía quién era este hombre.

No había sido capaz de reconocerlo el otro día, pero su equipo característico reveló quién era realmente.

Su armadura manchada de sangre que inicialmente había sido de un blanco inmaculado.

Su escudo ardiente y su espada resplandeciente por la que canalizaba con extraordinaria fuerza mágica.

 

Uno de los raros guerreros mágicos humanos.

“Último Aliento”, Breeze Kugel.

 

“¿Qué demonios está haciendo el héroe orco aquí…?”

“Te lo dije el otro día.”

“¿El otro día? No recuerdo haberte vis…”

 

Mientras refrescaba su memoria, Breeze recordó de repente los acontecimientos ocurridos hace un par de días.

Acababa de ser rechazado por otra elfa y había hecho buenas migas con un orco.

Sin embargo, sus recuerdos eran borrosos, ya que estaba muy borracho en ese momento.

Lo único que pudo sacar de su cerebro fueron vagas imágenes de él mismo bebiendo jarra tras jarra junto a este orco, mientras admiraba las inalcanzables bellezas desde lejos.

Pero Breeze supo leer la situación.

Vio la bolsa que llevaba Bash y se dio cuenta de que ambos estaban aquí por lo mismo.

 

“Eh… y aquí yo me estaba preguntando qué estaría haciendo aquí un personaje inminente como tú… así que es así…”

“Sí… aunque me da vergüenza admitirlo.”

“Bah, no hay nada de qué avergonzarse. Sólo mírame a mí…”

“…”

 

Bash examinó a Breeze a su vez.

Parecía todo lo galante que se puede ser, allí de pie con su espada mágica y su escudo.

Una verdadera figura heroica en la que se podía confiar.

Los humanos podían usar magia independientemente de su virginidad, así que un guerrero mágico no debería tener motivos para avergonzarse, pensó el héroe orco.

 

Sin embargo, por lo que le había dicho el otro día, también era un compañero soltero.

De las enseñanzas de Zell, Bash recordaba que lo normal entre los Humanos era casarse al llegar a la edad adulta.

¿Quizás los Humanos se avergonzaban de ser solteros, al igual que los Orcos se avergonzaban de ser vírgenes?

 

“Supongo que estamos en el mismo barco, tú y yo…”

“Je, gracias por tratar de consolarme.”

 

Breeze le dedicó al orco una sonrisa torpe, mansa y autodespreciativa.

Se había visto totalmente abrumado por la imponente presencia que tenía delante y se sentía como un gatito enfrentado a un tigre.

Sin embargo, Bash no entendía por qué él actuaba de forma tan incómoda.

Ambos estaban aquí tratando de cortejar a una elfa consiguiendo dinero, ¿no es así?

 

“¿Hmm?”

 

Fue entonces cuando los agudos oídos de Bash escucharon un sonido que venía de lejos.

Una cacofonía casi inaudible de zumbidos y crujidos mezclados con voces agradables pero familiares.

 

“Parece que algunas elfas están siendo atacadas por zombis.”

“¡¿Qué?!”

 

El orco forzó su oído.

No podía discernir lo que decían precisamente las elfas, pero por las escasas palabras y los gritos podía saber que estaban en problemas.

 

“Parece que los superan en número… y están perdiendo…”

“…”

 

En el momento en que esas palabras salieron de la boca de Bash, los ojos de Breeze se entrecerraron.

Sus labios se apretaron y su rostro se volvió serio.

 

“¡Espera, no podemos estar hablando tan tranquilos cuando los elfos están en problemas! ¿Por dónde?”

“Allí.”

“¡Bien! ¡Vamos!”

 

Exclamó Breeze mientras comenzaba a correr.

 

“¿Qué está haciendo?”

 

Zell ladeó la cabeza, confundida sobre por qué el Humano había salido corriendo de repente.

No era que ella supiera quién era ese hombre en primer lugar.

Sólo se había dado cuenta de que era un conocido de Bash y un guerrero mágico bastante fuerte.

 

“Ni idea, pero parece importante. Si él va, ¿por qué no vamos nosotros también?”

 

Y así, Bash siguió de cerca a Breeze.


 

Parte 2

 

Cuando llegaron al lugar, se encontraron con un espectáculo infernal.

Un gran número de zombis que atacaban a unas pocas elfas.

Estas últimas se habían agrupado en una formación y estaban montando una valiente defensa, pero era evidente que estaban heridas y se estaban cansando rápidamente.

Varias ya habían caído al suelo, y las demás formaban una barrera viviente a su alrededor para protegerlas.

Otras ya habían exhalado su último aliento, y algunas más se estaban convirtiendo rápidamente en alimento para insectos.

Estaba claro que sólo era cuestión de tiempo que fueran aniquiladas.

 

“Maldita sea… hemos llegado tan lejos… sólo para…”

“¡Hah! ¡No puedo creerlo! ¡Nosotras, el 31º Escuadrón Independiente! ¡Hemos atravesado el mismísimo infierno sólo para cagarla y morir en un lugar como éste!”

“Ah… ni siquiera tuve la oportunidad de casarme…”

 

Por sus palabras, algunas de las supervivientes se habían resignado a su inevitable desaparición.

No había nuevos reclutas entre ellos: se habían adelantado.

Sólo quedaban los veteranos para cerrar la retaguardia.

Sin embargo, aunque tuvieran cien o incluso mil batallas a sus espaldas, ningún ser mortal normal podía defenderse perpetuamente de un asalto zombi que se regeneraban infinitamente.

Una a una, sucumbieron a la fatiga y a las heridas acumuladas.

 

“¡Toma esto, maldito descerebrado, podrido, ‘Explosión de Fue-…’! Mierda, me he quedado sin magia… Ah, nunca pensé que moriría en tiempos de paz. Supongo que me ablandé y dejé la guardia baja.”

“Primero, salvamos a los hombres durante la guerra, y ellos nos dejan para casarse. Ahora salvamos a los reclutas, ¡y ellos también consiguen vivir mientras nosotras no conseguimos una mierda! ¡Carajo!”

“Ah… ni siquiera tuve la oportunidad de casarme…”

 

Sólo un puñado de elfas se mantenía en pie en ese momento.

Seguían luchando valientemente, pero no tenían escapatoria ni más energía de la que disponer.

Finalmente, una por una, cayeron y fueron atacadas por cientos de hambrientos y viles…

 

“¡Filo Sagrado!”

 

De la nada, una hoja de luz brillante barrió a los muertos vivientes que se acercaban.

Era un solo guerrero.

Otro zombi caía con cada tajo de su afilada espada mientras las llamas de su escudo los convertían en cenizas.

 

No, no estaba solo.

Un poco más atrás, otro guerrero estaba causando estragos.

Con cada golpe de su enorme espada, varios zombis se vieron literalmente reducidos a la nada.

 

“…¿?”

 

Las elfas, estupefactas, vieron por el rabillo del ojo un objeto brillante que volaba erráticamente por encima de ellas.

Voló justo por encima de las elfas caídas y dio vueltas en el aire mientras esparcía polvo brillante.

No tenían ni idea de lo que era, pero seguía siendo un espectáculo interesante.

Pero debido a lo extrañamente espeluznante de sus movimientos, no sabían si era algo bueno o malo.

No es que tuvieran fuerzas para reaccionar de cualquier manera.

 

Con este tipo de telón de fondo, dos feroces guerreros irrumpieron en el escenario.

Uno tras otro, los zombis cayeron.

 

Era como si estuvieran cortando casualmente la hierba de su jardín delantero.

Sus cuchillas no paraban de moverse, como si no conocieran el significado de la fatiga.

 

Esto continuó hasta que todos los zombis cercanos fueron eliminados.

 

“Fu…”

 

Una vez que confirmó que no había moros en la costa, Breeze se volvió hacia las elfas.

Mientras se pasaba los dedos por el pelo, habló.

 

“¿Están bien, señoritas?”

 

Las elfas, sorprendidas por el repentino giro de las mareas a su favor, asintieron.

Al principio, no sabían qué pensar de los recién llegados, pero se alegraron de haberse salvado.

Sin embargo, el dúo Orco de Espada Grande y Humano de Espada Brillante las tenía completamente asombradas, y se quedaron sin palabras.

 

Siguiendo a Breeze, Bash también se acercó a las elfas.

Hasta que se percató de algo en el límite de su campo de visión: una persona, tendida en el suelo haciendo muecas mientras intentaba hablar.

 

“¡Hrk…!”

 

Una elfa solitaria se desplomó contra un árbol.

Tenía los ojos cerrados y la respiración entrecortada.

Bash la había visto antes.

 

“Oye… ey. ¡Ey! ¿Estás bien?”

 

El Héroe no sabía su nombre.

Pero la recordaba.

¿Cómo podría olvidarla?

Si no fuera por ella, Bash nunca habría llegado al Nido del Gran Águila.

 

“Ah… ah… esta voz. ¿Usted es el Señor Orco, del otro día?”

“¡Sí! Relájate, no estás herida. Tus heridas están bien.”

“No… yo… no puedo ver nada más. Está todo negro… Ah… gracias por…”

“¡No, eso es porque tienes los ojos cerrados! ¡Estás absolutamente bien!”

 

Bash tenía razón. Sus heridas ya habían empezado a curarse y no corría ningún peligro.

El polvo de hadas podía curar rápidamente casi cualquier herida.

Quizás había sido golpeada por un Espectro, y sus pensamientos estaban desordenados.

Aunque era efectivo contra casi todas las dolencias corporales, el Polvo de Hadas no era todopoderoso contra el daño mental.

No como las hadas lo necesitaban. El estado mental por defecto de toda su especie era similar al delirio.

 

“Señor Orco… por favor… dígale… dígale a Lady Sonia en la fuerza principal… al Sur… dígale que no había ningún Lich aquí. Era una farsa… con tantos zombis… era una trampa… incluso ella… podría estar en peligro… por favor…”

Sonia estaba en peligro.

En cuanto Bash escuchó esas palabras, su corazón se apretó.

Sonia.

Ese era el nombre de la hermosa elfa a la que estaba apuntando.

Ella estaba en problemas.

Con esta motivación empujándolo hacia adelante, el Héroe no tuvo otra opción que ponerse de pie.

 

“…Lo tengo. Gracias por la información.”

 

Bash se puso de pie.

Miró a Breeze.

El guerrero humano había escuchado la conversación y entendía lo que el orco pretendía hacer.

 

“Tú ve. Yo me encargaré de las cosas aquí. También traeré tus cosas y las pondré a salvo.”

 

Breeze sostenía a una elfa en sus brazos mientras decía esto.

Bash pudo oírla susurrarle, “Por favor… llévame a casa…”, mientras él la miraba con una cara llena de regocijo.

El Héroe podría haber jurado que incluso vio algo de baba goteando de la comisura de sus labios.

 

“………”

 

El Orco sentía una envidia insana.

Tal vez si él mismo se hubiera acercado a otra elfa en el momento, en lugar de distraerse, podría estar en los zapatos de Breeze ahora mismo.

 

Pero el Héroe había tomado una decisión.

Aquella noche que conoció a Sonia, se había comprometido, siguiendo el consejo de Zell, a pedirle a ella, y sólo a ella, que se casara con él.

Incluso mientras diezmaba zombi tras zombi, ella ocupaba cada centímetro de sus pensamientos.

 

“Gracias. Cuento contigo.”

 

Dejando atrás esas palabras, Bash salió corriendo hacia las profundidades del bosque.

 

Breeze observó cómo su espalda se hundía en el espeso follaje.

Él también era un guerrero que había sobrevivido a la guerra.

Comprendía el sentido de propósito que impulsaba a un hombre a lanzarse a la batalla.

No había forma de que se atreviera a intentar convencer a Bash de que se quedara.

 

“Viejo… los verdaderos Héroes son diferentes a nosotros, eh…”

 

Además de eso, Breeze era ahora consciente.

¿Por qué un Orco estaba aquí, viajando a Siwanasi?

¿Por qué estaba cazando Zombis Orcos dentro del bosque sin descanso desde hace un tiempo?

La verdadera razón detrás de la presencia del Héroe Orco.

 

“Ah… realmente quería… ver la cara de mi amado… una última vez…”

“Oh, Capitana Azalea, es usted. En serio, levántese. Sus heridas ya están curadas.”

“…¿Eh?”

 

Cuando Azalea finalmente se recuperó de su confusión y abrió los ojos, Bash ya había desaparecido.

 

Parte 3

 

“Haa… haa… huu… maldita sea…”

 

Habían pasado unas pocas docenas de minutos desde que comenzó la batalla contra el general Baraben zombificado.

Unas pocas docenas de minutos.

Durante ese tiempo, Thunder Sonia había lanzado más de un centenar de hechizos, cuyos daños colaterales calcinaron los árboles cercanos y convirtieron los alrededores en un páramo.

Sin embargo, la cosa en el centro de todo seguía en pie.

 

“¡¡¡¡UUUOOOOOOOOOOOOOHHHHH!!!!”

“GeeeejjyEEeEEejee, gUuURgjee, estúpida, estúpida, IDIOTA, Thunder Sonia…”

 

Baraben aulló al viento mientras Gunda Guza se burlaba de ella.

Habían sido golpeados por todo el arsenal de la Heroína Elfa y seguían vivos y bien.

Aunque llamarles “vivos” no sería del todo correcto…

 

Baraben saltó hacia adelante, levantando su martillo en lo alto.

El gigantesco zombi era ágil, imbuido de la potencia y la velocidad propias de un antiguo general orco.

Incluso un ágil guerrero elfo se vería en apuros para evitar sus golpes, por no hablar de una persona normal.

 

“¡Elfa de pacotilla! ¡Elfa tonta, flaca y débil! ¡Elfa, elfa, ELLLFFFAAA! ¡CÓMETEEEEEE EEEESTO!”

 

Una sarta gutural de insultos emanó del fondo de su decrépita garganta mientras cargaba, preparando su ataque.

De hecho, Sonia ya había sido golpeada por bastantes de sus golpes.

La única razón por la que estaba viva a pesar de sus heridas era la poderosa y sofisticada barrera mágica que había erigido a su alrededor.

 

Tenía que dividir sus energías mágicas entre el ataque y la defensa.

Incluso ella, la maga más eminente del País de los Elfos, no podría durar mucho tiempo esforzándose al máximo de esta manera.

Pero no podía ser ahorrativa con su magia: si cedía la presión, aunque fuera un segundo, sus aliados serían destruidos.

En ese momento, más y más soldados elfos perdían la vida cada segundo.

Tenía que derrotar a la pareja de muertos vivientes, y rápido.

No tenía más tiempo que perder.

Sin embargo, era más fácil decirlo que hacerlo, ya que no tenía una buena manera de dar un golpe decisivo.

 

No sólo se había reducido la eficacia de sus hechizos relámpago, sino que ellos también habían cubierto la debilidad natural de los no muertos al fuego. Por no hablar de su resistencia innata al frío y a la tierra.

Si derribaba a la vanguardia, el general Baraben, Gunda Guza lo reviviría inmediatamente.

Si intentaba apuntar a Gunda Guza, Baraben interceptaría su ataque.

Y eso sin considerar el hecho de que el Lich tenía su propia serie de barreras mágicas.

 

“…Esto es malo…”

 

Thunder Sonia se dio cuenta de que, si las cosas seguían así, perdería.

Durante sus 1200 años de vida, había experimentado muchas batallas perdidas.

Como la mayor de todos los elfos, no había forma de que una persona pudiera pasar tanto tiempo sin enfrentarse a la derrota al menos una vez.

Y ella había sido la Archimaga y Heroína de los Elfos durante cientos de esos años.

Con el tiempo, sus enemigos, obviamente, encontrarían medidas para contrarrestar sus habilidades.

 

El Rey Demon Gediguz fue uno de ellos, de hecho. Hace años, anuló por completo su magia cuando asoló una ciudad élfica que ella protegía.

 

Se había enfrentado a la muerte más veces de las que podría contar, y sólo había sobrevivido a base de agallas y voluntad.

Como una cucaracha.

Una mancha de vino indeleble en la alfombra blanca de la vida.

Sonia tenía demasiadas razones que la empujaban hacia adelante. Demasiada gente que contaba con ella. Demasiados que proteger.

Si ella moría, la moral de la Nación de los Elfos caería en picado.

Si ella moría, ¿quién defendería a los ciudadanos?

Si ella moría, ¿quién guiaría a la siguiente generación?

Estos sentimientos la llevaron a buscar la supervivencia por encima de todo, y siguió viviendo, aunque tuviera que saciar su sed con barro y su hambre con larvas de árbol.

 

“…”

 

Thunder Sonia miró hacia atrás, detrás de ella.

Pudo ver la figura de Acónito, defendiéndose valientemente.

Caléndula ya no estaba allí.

Se había retirado, llevándose a sus tropas.

Escuchando los consejos de la Archimaga, había hecho lo posible por retirarse.

 

Su sobrino se había quedado atrás, ya que era su escolta y guardaespaldas.

Su deber era proteger a la Heroína.

Y así, se quedó.

 

Pero fue entonces cuando Thunder Sonia recordó.

Acónito estaba a punto de casarse, ¿no es así?

Todavía no lo había hecho público, pero tenía una prometida, y estaban enamorados… o eso decía él.

Ah… qué envidia…

 

Sin embargo, sus sentimientos de orgullo y alegría hacia él eran más fuertes que sus celos.

Al fin y al cabo, fue ella la que una vez le cambió los pañales.

Todavía podía recordar, con toda claridad, su diminuta y aniñada figura contoneándose tras ella y tirando del dobladillo de su vestido, diciendo “¡Soni… Soniiiiiaaaa!”.

Al fin y al cabo, él era su adorable sobrinito. ¿Cómo podría desagradarle?

 

La guerra había terminado hacía tiempo.

Aquel espantoso y doloroso conflicto había terminado antes del apogeo de este niño.

Él no debería ser el que muriera aquí. No era su responsabilidad.

Arrastrado al infierno por los fantasmas de los vencidos… por un puñado de sucios y podridos zombis.

 

Si alguien tuviera que enfrentarse al inframundo hoy… sería ella.

Mientras su sacrificio permitiera que la siguiente generación floreciera, ella estaría satisfecha.

 

“…Bien.”

 

Thunder Sonia asintió para sí misma mientras se armaba de valor.

 

“Oye, Acónito. ¡Parece que me va a llevar un rato lidiar con estos tipos! ¡Dejemos de perder el tiempo! Yo los mantendré a raya, ¡y tú sigue adelante y retírate primero! Yo te seguiré en un rato.”

 

Esta era la decisión correcta.

Sonia no tenía ni una sola duda en su mente.

Era un hecho que ella era una maga que podía luchar casi indefinidamente, pero si los dos se quedaban aquí parados, seguiría siendo un esfuerzo infructuoso.

Sería mejor retirarse, reagruparse y contraatacar.

Era la opción más lógica y legítima.

 

Pero entonces él levantó la voz para responder.

 

“¡Mentira! De ninguna manera la dejaré aquí para que muera.”

“¿Qué?”

 

Exclamó Sonia, sorprendida por su repentino arrebato.

 

“¿Cómo que morir? ¡No tengo ninguna intención de morir!”

“¡Eso es lo que dice siempre! ‘¡Déjame a mí, que yo los tumbo enseguida! ¿Qué pasa con esa cara? ¿Eh? ¿Crees que no puedo hacerlo? ¿Yo? ¿La archimaga elfa Thunder Sonia?’ ¡Deje de cargar con todo por su cuenta y confíe en nosotros de una vez!”

“…”

 

¿Realmente decía eso a menudo?

Se preguntó la Heroína Elfa.

 

…Siempre había sentido que era su responsabilidad decir esas palabras.

Todo lo que quería era tranquilizar a los Elfos, a los que veía como sus hijos.

Siempre que había muchos enemigos, y sus amigos estaban en una situación desesperada.

Siempre que jugaba con los jóvenes durante los breves momentos de respiro entre los combates.

Incluso recordaba haber dicho algo parecido justo antes de entrar en la batalla final contra el rey demon Gediguz.

 

Nunca se guardó su autoelogio ni su arrogancia. Ni siquiera una gota de modestia.

Thunder Sonia siempre actuó como una verdadera Archimaga. Como una heroína.

“Soy la más fuerte, así que deberían dejarme a mí”, decía.

 

“¡Cómo voy a dejarte morir aquí! ¿Cómo podría mirar a tu madre después de esto?”

“¡¿Por qué debería ser usted la que muera, eh?!”

“¡No voy a morir! ¡¿Recuerdas todas esas veces que todo el mundo pensó que estaba muerta, pero al final conseguí volver con vida?!”

“¡Estamos en una situación completamente diferente! …Tengo una sugerencia…”

 

Acónito asintió a Sonia, con los labios apretados.

Tragó saliva, respiró profundamente y dijo.

 

“Sí… es mejor así. Lady Sonia, por favor, vuelva a la ciudad y pida refuerzos. Mientras usted esté viva, los elfos podremos luchar todo lo que necesitemos.”

“Tú…”

 

Muchos se afligirían si Acónito perdiera la vida.

Sus padres, hermanos, compañeros de trabajo…

La princesa de los Hombres Bestia con la que estaba comprometido…

Pero eso era todo.

Él era un soldado. Un engranaje en la enorme máquina que era el ejército de los elfos.

La organización estaba establecida de tal manera que incluso si un General fuera asesinado, otro podría asumir inmediatamente el mando.

Los soldados eran desechables y fácilmente reemplazables.

 

Pero, ¿qué pasaba con la Archimaga Elfa y Heroína Thunder Sonia?

Ella era diferente.

Ella era el símbolo viviente de toda la raza élfica.

Una deidad guardiana que había velado por ellos durante 1200 años.

 

“¡Idiota! Tú… tú… tú… ¡¿Por qué?! Por qué yo… por qué debería…”

 

Sonia se mordió los labios con frustración mientras contenía las lágrimas.

Al recordar su larga vida, siempre había sido así.

Desde que cumplió 600 años, todo el mundo había intentado proteger su vida a toda costa.

Aunque nunca había sido un miembro oficial del ejército y la única autoridad legítima que podía reclamar era la de ser miembro de la línea de sangre del antiguo jefe, siempre era la persona cuyo bienestar todos priorizaban.

Siempre había salido viva gracias a los sacrificios de los más jóvenes que ella.

Fue gracias a ellos que la Heroína había logrado salir de una pieza hasta el día de hoy.

 

En ese momento, ella aceptó esto como una compensación necesaria.

Era cierto — sin ella, los Elfos habrían colapsado hace mucho tiempo.

Y así, siguió viviendo, aunque tuviera que arrastrarse por el fuego y el azufre para hacerlo.

 

Pero la guerra había terminado ahora, ¿no?

Habían ganado. La Alianza había ganado. Los elfos habían ganado.

Entonces, ¿para qué la necesitaban a ella para seguir viviendo?

 

“Usted ha estado luchando por nosotros durante 1200 años, y ha salido con vida. Es hora de que deje atrás toda esta violencia y viva feliz para siempre. Consiga la vida que se merece. Cásese. Experimente el amor…”

“Bueno, si eso es lo que piensas, ¡entonces deberías ser tú quien salga de aquí!”

“No lo creo. Quiero decir, ya he experimentado una buena parte de lo que la vida tiene que ofrecer. Incluso tengo una prometida.”

“¡Esa es otra razón para que seas tú quien viva! ¡Qué argumento más de mierda!”

 

En el momento en que Sonia y Acónito estaban a punto de dejarse llevar por una de sus habituales y mezquinas discusiones, algo entró atronando a gran velocidad.

Una enorme piedra impactó contra el joven elfo.

Lo envió volando a casi una docena de metros de distancia, hacia la hierba y la tierra levantada.

Quedó tendido durante un segundo.

Y luego otro.

No se le movió ni un músculo, con los ojos muy abiertos y una gota de sangre en la comisura de los labios.


 

Parte 4

 

“Gyeeejejeje, graaaajACkje… ¡esta farsa ha durado demasiado!”

 

Una vez más, se había descuidado.

Había quitado los ojos de su oponente en medio de la batalla.

Y ahora, uno de los suyos yacía muerto.

 

“A-A-A… Acónito, é… estás bien, ¿verdad? ¡Oye, levántate! ¡Acónito! ¡Respóndeme! No morirías en un lugar como este, ¿verdad? ¡Oye!”

 

Suplicó Thunder Sonia.

Pero nadie respondió.

 

“¡Oye, Acónito, tonto del culo! ¡Levántate! ¡Te vas a casar, idiota! Te vas a casar con esa princesa Hombre Bestia, ¿no es así? ¡¿Recuerdas que siempre te han gustado los animales de pequeño?! …Espera, no, eso no es correcto. No debería decir eso. Es racista llamar a los Hombres Bestia animales, ¿no es así…? ¡Oye, oye! ¡Acónito! ¡Respóndeme!”

 

Pero una vez más, nadie respondió.

La joven elfa no movió ni un dedo.

La historia se repetía una vez más.

Por muy fuerte que fuera, Sonia a menudo se distraía durante la batalla, demasiado atrapada en sus pensamientos.

Como resultado, cometía errores, errores que costaban vidas.

Pero no fue enteramente su culpa, ¿verdad?

Acónito debería haber escuchado. No debería haber discutido como un idiota.

Debería haber escuchado a su tía y haberse retirado lo antes posible.

Pero, aun así, su corazón ya estaba lleno de pena.

 

“De… de verdad que no…”

 

Y así, la Heroína Elfa accionó su interruptor.

No importaba lo despreocupada que pudiera parecer a veces, ella era definitivamente una guerrera.

Una veterana de mil batallas.

Volvió.

Volvió a ser la guerrera sedienta de sangre que tuvo que ser durante la guerra.

La heroína elfa que quemaba todo a su paso.

 

“¡Nunca te perdonaré, maldito! ¡Quemaré tu maldito cadáver! ¡Te convertiré en cenizas tan finas que ni el puto Lich será capaz de recomponerte! Olvídate de ser un Zombi; ¡ni siquiera quedará lo suficiente de ti para ser un Espectro!”

 

La Archimaga levantó su bastón.

Estaba furiosa, pero por pura fuerza de voluntad, mantenía su mente clara y tranquila.

Después de todo, nada cambiaría si sucumbía a su ira.

Su magia seguía siendo inútil y no tenía forma de contrarrestar las defensas de la pareja de muertos vivientes.

Como mínimo, necesitaba ganar el tiempo suficiente para que Caléndula o ella misma pudieran escapar, idealmente ambos.

Si la Heroína Elfa y un eminente Teniente General se levantaban y morían así durante un esfuerzo de limpieza de zombis que había salido mal, el futuro de los Elfos se volvería incierto.

Los Orcos, que se habían estado conteniendo, podrían levantarse y atacar de nuevo en un intento de reclamar su anterior tierra.

O tal vez los Humanos, aunque aliados en papel, podrían aprovechar la oportunidad para expandir su territorio.

La guerra comenzaría una vez más.

Una guerra que, casi con toda seguridad, supondría la perdición para los elfos.

Si uno de ellos iba a morir, el otro debía sobrevivir y ocultar ese hecho.

Pero cómo…

 

“¡TODOS, Y, CADA, UNO, DE, USTEDES! ¡Los mataré a todos! ¡A todos los elfos! ¡A TODOS USTEDES!”

 

El grito del General Baraben resonó en el bosque.

Extrañamente, sus palabras reflejaban los sentimientos de Sonia, en cierto modo.

Ella no iba a dejar escapar ni un solo zombi.

Era una pena que no tuviera el poder para hacerlo ahora mismo.

 

“¡Cállate, cadáver ruidoso! Quédate en la tierra y cállate como un muerto debería.”

 

Y fue entonces cuando sucedió.

 

Justo cuando preparaba su siguiente hechizo, algo flotó de repente entre Sonia y el general no muerto.

Era rápido, nervioso, brillante y efímero.

La cosa… voladora se dirigió sobre el cuerpo lánguido de Acónito y comenzó una extraña danza.

Un triple axel, seguido de un doble bucle de dedos.

Luego, lo que parecía ser caspa comenzó a esparcirse por encima del joven elfo.

Sus movimientos parecían tontos y torpes, un débil intento de gracia.

Pero ambas partes no pudieron evitar sentirse fascinadas por el espectáculo.

 

Ninguno de los dos entendía lo que estaba pasando.

Pero eso no era lo importante.

Tanto Thunder Sonia como el general Baraben estaban preocupados por otra cosa.

 

Alguien, o algo, se estaba acercando a ellos.

Una presencia se acercaba rápidamente, y la cacofonía de destrucción que traía a su paso era cada vez más fuerte.

Los zombis volaban y los árboles caían a su paso.

Una pequeña, densa y aterradora masa de violencia concentrada.

 

Y entonces…

Se reveló lentamente, saliendo de las sombras del bosque.

Hacia la luz.

 

“…”

 

Era un orco.

Un orco verde.

Era bastante pequeño para su especie, pero su cuerpo estaba cubierto de cicatrices y densos músculos.

Tenía ojos de halcón y pelo azul oscuro, casi púrpura. Sostenía una enorme espada en su mano derecha.

Un orco verde, normal y corriente.

Pero Sonia lo sabía.

Ella sabía que este orco era más temible que cualquier otro en este mundo.

 

“Bash…”

 

Y lo entendía.

¿Por qué este hombre, el héroe orco, estaba aquí ahora?

¿Por qué había venido al Bosque Siwanasi?

¿Por qué dijo esa noche que volvería por ella?

 

“¡Oh! ¡Héroe Bash! ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¡Es bueno verte vivito y coleando!”

 

Gritó Baraben con alegría.

Extendió sus brazos, dando la bienvenida al Héroe.

 

“¡Contigo aquí, somos cien veces más fuertes! ¡Luchemos juntos como lo hicimos una vez! ¡Destruyamos a estos odiosos elfos de una vez por todas y reclamemos lo que es nuestro! ¡Recuperemos Siwanasi!”

 

La archimaga elfa se desesperó.

Ahora entendía.

Entendía por qué el Héroe Orco había venido a Siwanasi.

Sí, este hombre había venido a reclamar la tierra perdida de los orcos.

Quería derrotarla a ella, la Heroína Elfa, para aplastar la moral de los Elfos y lanzar al continente a otra guerra.

 

No le quedaban fuerzas ni para pensar en vencer a Bash.

Y con el General Baraben y Gunda Guza en los alrededores, incluso la huida se había vuelto imposible.

 

“…¿General Baraben?”

 

Bash miró a su alrededor, con los ojos llenos de sospecha.

Entonces, el objeto volador se acercó a él.

Era un Hada, su cuerpo emitía el típico y débil brillo feérico.

Flotó suavemente y susurró algo al oído del Héroe Orco.

El Orco asintió mientras escuchaba, se volvió hacia Sonia y le dedicó una amplia sonrisa.

Pero para la Archimaga elfa, esa sonrisa era una sentencia de muerte.

 

“¡Kuh… bien entonces! ¡Vengan hacia mí! ¡No habrá ninguna diferencia! Soy la Archimaga Elfa, Thunder Sonia, y no me rendiré hasta que esté muerta y desaparecida.”

 

Sonia levantó y preparó su bastón, lista para luchar hasta su último aliento.

Recordó la Pesadilla del Bosque de Siwanasi.

Esa batalla…

Fue la batalla más humillante y dolorosa que había librado en sus 1200 años de vida.

Una batalla en la que no pudo ganar ni escapar.

Una batalla que nunca podría verse a sí misma ganando, incluso si tuvieran que hacer las cosas de nuevo.

 

“Hmm.”

 

Bash caminó lentamente hacia Thunder Sonia.

Pero ella lo sabía.

Puede que ahora se moviera lentamente, pero podía convertirse en una mancha imparable de violencia en un instante.

Era imposible siquiera golpear al Héroe Orco a menos que ella lo atrajera, esquivara su ataque por el más mínimo margen, y aprovechara la fracción de segundo que él necesitaba para retirar su espada.

¿Podría hacerlo?

Era posible: Sonia le había golpeado con éxito varias veces durante su primer encuentro. Pero incluso con eso, ella había acabado siendo la que estuvo tirada en el suelo al final.

Pero eso fue cuando sólo estaban ellos dos.

Esta vez, Bash tenía refuerzos. La pareja de muertos vivientes probablemente coordinaría sus movimientos para coincidir con el ataque del Héroe Orco.

Necesitaba que ambos resistieran su implacable asalto, mientras suprimía a Baraben y a Gunda Guza.

¿Podría hacerlo?

No, era imposible.

Pero tenía que intentarlo.

Si no, las llamas de la guerra se extenderían una vez más.

¿Se aliarían los Humanos y los Hombres Bestia con ellos esta vez?

Los enanos definitivamente no. Su desprecio por los Elfos sólo era igualado por su amor por golpear el metal.

E incluso los Humanos podrían no unirse a ellos. En cambio, al ver a los elfos debilitados, podrían sucumbir a su codicia e invadir.

Por no hablar de los que fueron derrotados en la última guerra: no había forma de que se quedaran de brazos cruzados.

Los Súcubos, Hadas y Hombres Lagarto se pondrían sin duda del lado de los Orcos.

Tal vez podría huir…

No, esa no era una opción.

Tenía que hacer algo al respecto, aquí y ahora.

Ella era Thunder Sonia. La Thunder Sonia, Heroína Elfa y Archimaga.

Si no podía, ¿para qué estaba viva?

De alguna manera, de algún modo……

 

“Haa… haa…”

 

El corazón de Sonia estaba a punto de salírsele del pecho.

Se sentía mareada y casi se desmayó debido a la presión.

Aun así, comenzó a infundir su bastón con magia.

Su respiración era agitada y sus brazos se sentían pesados.

 

El corazón de Thunder Sonia latía como si estuviera a punto de romperse.

 

Bash estaba ahora frente a ella.

Levantó su gran espada, con la punta señalando al cielo…

Y giró hacia atrás, sosteniéndola amenazadoramente hacia el General Baraben.

 

“No dejaré que te toquen ni un pelo, a partir de ahora. Quédate aquí y observa. Déjamelo a mí.”

“¿Qué…?”

 

Sonia se quedó helada, con su bastón aún preparado.

¿Qué acababa de decir él?

 

“¡UOOOOHHH! ¡BASH! ¿Te pones del lado de los elfos?”

“¡Guauahahhh!! ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?”

 

Baraben y Gunda Guza bramaron en señal de protesta.

Una traición.

Debería haber sido imposible que el Héroe Orco apuntara su espada hacia su propia gente, y mucho menos que se pusiera del lado de los odiados Elfos en contra de ellos.

Pero estos zombis no eran conscientes.

No sabían que la guerra había terminado.

Y los Orcos estaban viviendo de acuerdo a nuevas reglas.

 

“Por el edicto del Rey Orco, está prohibido invadir las tierras de otras especies.”

“Tú, tú, tú… ¡HIJO DE PERRA!”

 

Baraben ladró.

 

“¡¿Némesis?! ¿Desde cuándo ha cambiado tanto? ¡¿Desde cuándo no está de acuerdo conmigo?!”

“¡Guaarrh! ¿Dónde está tu orgullo orco, héroe? ¿Orcos que no luchan? ¡¿Aún eres un Orco siquiera?!”

 

Rugió Baraben.

Gunda Guza aulló.

Pero sus gritos no hicieron más que llenar el cuerpo de Bash con más determinación y fuerza.

 

“General Baraben. Te tengo un gran respeto, pero ya no eres un orco. Eres un zombi. No hables en nuestro nombre.”

“¡¡¡Grr… GUUUUUUUUUOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOHH!!!”

 

El general no muerto estaba furioso.

Mientras se precipitaba hacia Bash, con el arma en alto, soltó un grito que parecía salir del propio abismo.

Era el doble de grande que el Héroe y blandía un martillo de guerra lo suficientemente grande como para que la ya grande espada de Bash pareciera un palillo.

Y se estaba acercando rápidamente.

 

“Vengan.”

 

La batalla entre el Héroe Orco y el General Orco había comenzado.


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