Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 2 Primavera del duodécimo año (II)

 


Libro de reglas

Libro que contiene toda la información del mundo de un tablero, similar al disco en el que viene un videojuego. Contiene tanto reglas básicas como información sobre los personajes para preparar el escenario antes de que comience la aventura.

También puede haber o no un puñado de páginas que los jugadores no deben ver…


 

Había tardado un día entero en ultimar todos los detalles.

Después de nuestra discusión, Lady Agripina me empujó de nuevo a la cama, ya que seguía muy maltrecho a pesar de toda su magia curativa. Me echó una nube de humo y quedé inconsciente.

Al parecer, me había roto cinco huesos, tenía cortes en muchos más y la piel más magullada que otra cosa. El hecho de que ya pudiera moverme tras una siesta rápida demostraba que mi nueva señora era una maga… quiero decir, magus increíble.

Cuando desperté por segunda vez, mis padres, el jefe de la aldea, el obispo e incluso el escriba local estaban apiñados en el edificio, causando un gran alboroto. ¿Qué pasa con el contrato? ¿Puede trabajar un niño? ¿Qué hacemos con Elisa? Abundaban las preguntas y las preocupaciones, y todos tardaron todo el día en firmar con su nombre y sellar los documentos con su sangre.

Por fin era libre, pero los adultos seguían concretando minucias en casa del jefe. No podía evitar la sensación de que en sus conversaciones faltaba una persona clave de interés —es decir, yo—, pero a los adultos nunca les gusta que los niños participen en discusiones difíciles. Si yo hubiera estado en el lugar de mi padre, tampoco habría dejado que mi hijo me viera debatir así.

Aun así, todo resultó tan desordenado… Sabía que llegaría el día en que dejaría atrás Konigstuhl, pero nunca pensé que mi partida sería tan pronto. Es más, no pensé que llevaría a mi hermana pequeña conmigo a la capital que se alzaba en el corazón del Imperio Trialista.

Esto era demasiado, incluso para la biografía de un PJ. Mi situación era unas cuantas veces más salvaje que sobrevivir a un accidente de aeronave o algo por el estilo. ¡Juro que mis dados están trucados!

—Veo que las cosas han dado un giro inesperado.

Me giré sorprendido al ver a mi amiga de la infancia, sombría. Era raro que Margit pareciera tan seria, y más raro aún que renunciara a su habitual ataque sorpresa. Verla así me destrozó el corazón.

—Te he estado esperando con bastante ansiedad. Los rumores ya se han extendido por todo el cantón. —Lenta y silenciosamente se dirigió hacia mí sobre sus pequeñas patas de araña, y un brillo apagado se reflejó en sus ojos ambarinos—. ¿Tienes un momento libre?

La pregunta de Margit fue como una orden. Asentí torpemente, tomé su mano y comencé a caminar a su lado. No podía rechazarla; en cualquier caso, su tono me dejó sin ganas de intentarlo. La escalofriante voz que había empleado me hizo pensar que así se sentían las arañas macho cuando sus congéneres femeninas las miraban fijamente.

Caminamos a un ritmo extraño en el que no podía distinguir quién tiraba de quién. Nos dirigimos a una gran colina en el borde del cantón en total silencio. No había nada interesante, ni siquiera una flor. Como mucho, podía mencionar que teníamos una vista despejada de nuestras dos casas y del bosque en el que solíamos jugar de niños.

Cuando tomé asiento en el suelo, Margit no eligió sentarse sobre mis piernas cruzadas que se habían convertido en su asiento asignado, sino que dobló las piernas un poco hacia delante. Parecía tan linda como un gato metido en una caja, pero no era el momento de ponerse gafas de color de rosa.

Si me atrevía a decir algo estúpido, los largos colmillos que sobresalían de sus labios me partirían el cuello, o al menos esa era el aura que desprendía. Su mirada vacía me instó a sincerarme o a enfrentarme a la ira de su daga, así que dejé que los tóxicos penachos de verdad salieran libremente de mi boca.

Le hablé de Elisa, de los sustitutos y de mi futuro. Margit ni siquiera asintió, y mucho menos hizo ningún comentario. Se limitó a escuchar hasta el final de mi relato y soltó el suspiro más pesado que jamás había oído. Su aliento fue tan pesado que amenazaba con empaparme el alma y dejarme escombros en el fondo del corazón.

—Las cosas se han salido bastante de madre, —dijo, con la voz hecha un remolino de emociones. Había muchas cosas que quería decir, pero con tanto que tocar, estas simples palabras eran todo lo que podía reunir.

Yo no tenía la culpa, pero la gravedad incognoscible de su declaración me hizo querer disculparme.

—Un sirviente contratado… nada menos que por un mago de la capital. Esto es mucho, mucho más enrevesado de lo que jamás hubiera imaginado. ¿Quién iba a pensar que mi sorpresa por el secuestro de Elisa se desvanecería tan rápido?

La vi taparse el ojo derecho con la mano y mirar al cielo como si quisiera sobreponerse a una dolorosa migraña. No tenía palabras para ella; ¿cómo iba a tenerlas si yo sentía lo mismo?

Intelectualmente, sabía que Elisa era una sustituta. Sin embargo, seguía sin creerlo de verdad; no había realidad en la idea de que pudieran robarle una vida feliz como algún tipo de «espécimen».

En algún lugar, muy dentro de mí, seguía creyendo que todo aquello era una broma. La situación era tan increíble que tenía que ser mi cerebro jugándome una mala pasada, y me despertaría en mi propia cama tras un parpadeo más.

Entonces todo volvería a la normalidad. Elisa sería una niña mensch de constitución débil, y yo no tendría necesidad de aventurarme a la capital. Crecería en Konigstuhl y un día partiría a la aventura, para volver años más tarde y celebrar la boda de una Elisa ya crecida. Este era el tipo de sueño maravilloso que… Oh, es un sueño. Me aferro a una fantasía.

Sin embargo, pronto llegó el momento de volver a la realidad. No era un sueño, al menos no del tipo que uno quisiera ver por la noche. Elisa debía partir a la capital como aprendiz de magus, y yo debía acompañarla como sirviente para pagar su matrícula.

—No es que vaya a ser un sirviente para siempre, —me dije, más a mí mismo que a ella—. No pretendo pasarme la vida atendiendo a un magus.

—Pero no es el tipo de trabajo en el que serás libre de irte después de un año, ¿verdad? Teniendo en cuenta cuánto dinero necesitas ganar, lo normal sería esperar que te pasaras toda la vida pagándolo.

Mi autoconsuelo fue limpiamente cortado por la lógica de mi compañera. Tenía razón: el mínimo para ser aprendiz de un magus era de quince dracmas. La gente corriente como nosotros apenas podía imaginar ese tipo de riqueza. Y si yo apenas podía imaginar el precio de la matrícula de un año, entonces el coste total hasta la graduación estaba más allá incluso de la tierra de los sueños.

El dinero era prestado. Mi paga como sirviente iría directamente a nuestras deudas para la matrícula de Elisa y los gastos generales. No aguantaría hasta que mi hermana se graduara, sino hasta que recuperara cada céntimo que debíamos a la universidad. La sospechosa magus lo había dicho: no podía cambiar las normas, así que tendría que trabajar para pagar mis deudas.

Eso me llevó a preguntarme: ¿cuánto se pagaba a un sirviente? Bueno, teniendo en cuenta el alojamiento y la comida, al principio no ganaría ni un céntimo. Por fin tenía un medio de ganar un sueldo, pero pagar mis propios gastos significaba que mis ingresos serían subatómicos.

El montón de monedas de oro que debía seguramente se apilaría hasta formar una montaña. En efecto, aquel montículo inquebrantable de deudas nunca desaparecería con un salario normal.

Por otra parte, las hadas eran fenómenos prácticamente sensibles, y tenían muchas más aptitudes para la magia que cualquier mensch. Aun así, me habían dicho que un estudiante medio tenía que estudiar un mínimo de cinco años antes de conseguir un puesto de investigador. A menos que Elisa resultara ser un genio que se salte cursos, lo mejor era calcular al menos cinco años de gastos.

Sólo la matrícula ascendía a setenta y cinco dracmas. Un plebeyo necesitaría rehacer su vida no una, ni dos, sino decenas de veces para disponer de esa cantidad de dinero para gastos. Pero esa era una estimación ridículamente descuidada. Hiciera lo que hiciera, eso solo no bastaría.

Después de haber estudiado en la universidad, sabía que los estudiantes perdían dinero como si nada. Los seres humanos perdían dinero sólo por ingerir y expulsar alimentos, y estaba más claro que el agua que la enseñanza superior no hacía sino agravar el problema.

No sabía si la universidad tenía uniforme oficial, pero Elisa sin duda necesitaría una túnica de maga. Aunque no la tuviera, seguía siendo una niña en crecimiento y necesitaría nuevas prendas a medida que madurara.

La ropa era mucho, mucho más cara en esta época de lo que los habitantes de la modernidad sospecharían. Incluso un producto inferior costaba docenas de monedas de plata. El algodón tejido costaba una cantidad espantosa en mano de obra, y el acto de coser la tela para convertirla en algo que se pudiera usar sumaba un precio que nadie esperaría que fuera barato.

Por eso, la gente común siempre remendaba su ropa vieja. Las familias más pobres llegaban a vender la ropa de invierno por la de verano cuando hacía más calor, y viceversa cuando llegaba el otoño.

Elisa iba a estar rodeada de hijos e hijas de nobles o plebeyos adinerados. Me sentiría fatal si no pudiera proporcionarle un atuendo respetable. Seguro que la acosarían si iba demasiado harapienta. La apariencia era motivo más que suficiente para que una persona presionara a otra, y eso era especialmente cierto en el caso de seres irregulares como los sustitutos.

Se me revolvían las tripas sólo de pensarlo. Contenerme con el vestuario de Elisa definitivamente estaba fuera de discusión.

Y siendo una escuela y todo eso, seguro que había libros de texto de algún tipo. Al igual que la ropa, el pergamino en esta época era alucinantemente caro. Las pilas gigantes de libros de reglas y suplementos que yo había tenido antes no se podían comparar.

Un libro normal costaba entre dos y tres dracmas. Las obras extravagantes encuadernadas con cuero decorado de perfecta factura solían costar decenas de dracmas. Los volúmenes raros adornados con piedras preciosas se negociaban en el orden de los territorios. ¿Qué haría yo si me los exigieran por asignatura? Sólo de pensarlo me mareaba.

Además, Elisa necesitaba vivir. Probablemente nuestros padres se harían cargo del impuesto de ciudadanía por nosotros, pero el coste de la vida para los dos no sería en absoluto barato. Sabía que los maestros debían cuidar de sus discípulos, pero mi impresión de la masa andante de irresponsabilidad que era Lady Agripina me hizo pensar que debía refrenar mis expectativas. Podía imaginarme a la matusalén perpleja ante nuestros valores mensch y diciendo: «¿Qué? ¿Necesitan comer todos los días?».

—¿Diez años? —preguntó Margit—. ¿Veinte? Erich, ¿cuánto tiempo piensas estar fuera?

—Espero acabar dentro de cinco años más o menos, —respondí, tras un largo y miserable tramo de aire muerto.

En el tiempo que me tocaba trabajar, alcanzaría la mayoría de edad. A partir de ahí, podría trabajar legalmente en un segundo empleo y mis ingresos suplementarios se destinarían directamente a nuestras deudas.

Lo normal sería que tardáramos toda una vida en pagar lo que debíamos, pero, afortunadamente, yo era de todo menos normal. Llevando al límite la bendición del futuro Buda, sabía que sería capaz de conseguir una o dos nuevas fuentes de ingresos.

Por Elisa, nunca sería tacaño. Si pudiera comprar la vida de mi querida hermana con puntos de experiencia, lo haría.

Aun así, en mi última vida yo había asistido a la universidad pública y nunca había experimentado el dolor de los préstamos estudiantiles. Encontrarme de repente en una situación como la de los becarios de las universidades privadas a la tierna edad de doce años fue toda una sorpresa.

Bueno, de nada servía quejarse. Mi vida pendía de mi noble ama. Lo único que quedaba por ver era el talento de mi hermana pequeña.

—Cinco años, ¿verdad? Qué optimista de tu parte.

—Planeo hacer todo lo posible para salir en ese tiempo.

—Incluso entonces, en cinco años tendré diecinueve, ¿sabes? Todo el mundo se reirá de mí por no estar casada, —dijo con un mohín.

Las edades más comunes para casarse en Rhine eran de los quince a los diecisiete años, o dieciocho si realmente se presionaba. Cualquier soltera pasada esa edad era evitada como novia no deseada o como viuda que no conseguía volver a casarse.

No me molesté en confirmar las implicaciones exactas de su afirmación, pues sería una falta de tacto. Era muy consciente de la dirección que había tomado nuestra relación. Si hubiéramos nacido en Tokio, nuestra relación habría tenido un gran significado.

—Haré lo que pueda, —dije tras una larga pausa.

—¿Y volverás antes de que seamos demasiado viejos para la aventura?

—Lo intentaré.

—¿Lo harás de verdad?

Sin hacer ruido, su parte inferior empezó a patinar y se subió a mi regazo. Sus ojos color avellana me atravesaron con un peligroso brillo anaranjado.

—¿Lo juras? ¿Juras que terminarás tu cargo de sirviente para llevarme a la aventura?

Margit habló con dureza. Su tono habitual acariciaba suavemente mi cerebro, pero su voz actual me clavó una cuña en el corazón. Aquello era más que una pregunta: era una cuchilla puntiaguda que estaba diseccionando los cimientos de mi voluntad.

—Lo juro, —dije—. Lo juro. Nos hemos estado preparando durante mucho tiempo; no dejaré que se desperdicie. Me convertiré en un aventurero y me aseguraré de que Elisa se gradúe sana y salva; voy a hacer las dos cosas.

Su afilado interrogatorio sólo hizo que mi respuesta fuera aún más sincera. El bisturí no tuvo necesidad de hacer su incisión, porque yo había sacado mi respuesta de lo más profundo de mi corazón.

Hacía tiempo que había tomado una decisión: si podía ser algo, entonces perseguiría lo que realmente deseaba. Aventurarme no era un futuro que hubiera elegido por capricho; había empezado este camino porque todo el mundo creía que podía hacerlo. Al mismo tiempo, quería ser un buen hermano; esperaba mantener la cabeza alta mientras Elisa seguía admirándome.

Este era mi manifiesto más sincero. Después de pasar doce años como Erich del cantón de Konigstuhl, estas palabras eran mi resolución dada forma. Tenía la obligación de mantener mi determinación cerca de mi corazón para dar sentido a los doce años que mi familia y mis amigos me habían criado y amado, para mantener la autenticidad de los siete años que pasé como yo.

Para ello, estaba dispuesto a dedicar toda la experiencia que había acumulado. Lo volcaría todo en habilidades domésticas si fuera necesario. Después de todo, aún podía mantenerme como espadachín en mi nivel actual.

Seguro que esto era un desvío. Sin embargo, me negué a mentirme a mí mismo. Iba a hacer lo que quisiera, como los héroes de los juegos en los que una vez me había perdido.

Siempre me había sentido fantástico al final de una buena sesión. Ver cómo las historias tomaban forma concreta y los personajes que habíamos creado llegaban a algún tipo de conclusión era electrizante. Incluso cuando acababan condenados a un destino horrible, siempre había sido divertido porque mis amigos y yo éramos los que tejíamos la historia en aquella vieja y desordenada sala de club.

Sin embargo, la mayor alegría era cuando todos nuestros personajes lograban sus objetivos al llegar al gran final. Habíamos pasado incontables horas deliberando los preciosos años de nuestra juventud para perseguir esa gloria una y otra vez.

Mi situación ahora era la misma. Era mi propia vida, pero nada más había cambiado. Así pues, iba a perseguir mi voluntad para convertirme en el yo que quería ser. ¿No era eso lo que el futuro Buda me había mandado hacer?

«Haz lo que quieras», ¿no? El lema de un conocido dios maligno se había convertido en el decreto celestial más dulce que jamás pudiera escuchar. Sin ningún mandato divino por el que esforzarme, se me había permitido perseguir mis sueños. Qué evangelio tan liberador.

Así es. Voy a convertirme en un aventurero… y en el héroe de Elisa. Puse mi convicción en mi mirada y me quedé mirando en silencio las gemas de color avellana de Margit.

Dios sabe cuánto tiempo nos quedamos mirando. El suave rojo del atardecer empezó a transformarse en un tenue púrpura. Cuando el día y la noche se fundieron en el crepúsculo, las estrellas encontraron su lugar junto a la luna gibosa.

El cuerpo lunar menguante tenía un epíteto poético en mi tierra natal de antaño: el Fukemachi-zuki. Una vez compartí su nombre: ambos debíamos esperar el lejano futuro en el que volveríamos a ser completos mientras la boca de la noche se preparaba para tragarse lo que quedaba de nuestros viejos yoes. Oh, cómo espero brillar tan plenamente como tú.

—¿En serio? Bueno… así eres tú. —Margit hablaba con naturalidad en el dialecto común. Su mirada no se apartó de la mía, pero su expresión endurecida recordó de repente lo que era tener color cuando sonreía—. Bien, creeré en ti. No hay otras chicas tan amables como yo por ahí, ¿sabes?

—Lo sé, —respondí—. Gracias, Margit.

Estaba convencido de que ella seguiría esperando el inicio de nuestra aventura. Después de todo, nunca me había mentido, ni una sola vez, ni siquiera en broma.

Así que, aunque confiaba en su promesa, tenía que asegurarme de no dejarme mimar por ella. Los hombres son criaturas propensas a los delirios egoístas que les convienen, como «Ella siempre me querrá a mí, y sólo a mí».

—Cuando emprenda mi aventura, mi primera parada será venir a buscarte, —juré.

Todo lo que podía ofrecer por su fe era mi solemne juramento. Algunos consideran que los votos sin forma son huecos, pero una promesa sincera toma forma en los corazones de quienes la creen. Independientemente de lo que creyeran los demás, yo mantenía firme esta verdad.

Margit respondió con una risita tan suave que me habría pasado desapercibida desde cualquier otra distancia. De repente levantó la cabeza y me rodeó la nuca con las manos. De nuevo en posición familiar, la linda nariz de la adorable aracne se acercó a la mía.

El espíritu indomable de sus ojos se fundió en una sonrisa caída. Aunque sus elegantes caninos asomaban peligrosamente a los lados de su boca, sus labios eran encantadores. Por separado, sus rasgos se asemejaban a los de una jovencita, pero combinados formaban el aire hechizante de una dama propiamente dicha. Nuestras miradas no vacilaban mientras nuestras narices se tocaban y nuestras pestañas se entrelazaban. Apenas podía respirar.

—Entonces haré que no puedas olvidarme. —Los dulces escalofríos que Margit había condicionado en mi cuerpo volvieron a hacer acto de presencia. Su voz dulce e inmutable siempre me hacía cosquillas en el fondo del cerebro—. Cierra los ojos…

Espera, ¿está haciendo lo que creo que está haciendo? ¿En serio? ¿Está pasando esto? Nunca tuve un episodio tan azucarado en mi vida pasada. ¿Se me permite presumir de esto? Ahora soy un hombre de hombres, ¿verdad? Esta noche lo celebro.

Mi tren de pensamientos daba vueltas histéricas hasta que el aliento que había estado sintiendo en los labios se desvió de repente hacia mi izquierda. Para cuando mi cerebro se puso al día, sentía el calor de la piel de Margit en mi mejilla y su aliento me hacía cosquillas en la oreja.

¿Eh? Espera un segundo, ¿qué está…?

—¡¿Owwww?!

Una sacudida de puro dolor me atacó la oreja sin ton ni son. Di un respingo de sorpresa, pero su agarre en el cuello era demasiado fuerte para sacudírmelo de encima. Cualquier intento de investigar el origen de mis males quedó bloqueado por la cabeza de Margit. De hecho, seguía teniendo el lóbulo de mi oreja en la boca, así que no podía hacer nada.

¿Eh? ¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué me está pasando?!

Tras varias decenas de segundos de desconcierto y agonía, Margit me soltó por fin la oreja. Levanté la mano con curiosidad y la encontré resbaladiza de saliva y sangre. Pero también noté claramente una hendidura en la punta de los dedos. ¿Será un agujero? Después de tocarla un poco más, estaba claro que me había abierto un agujero en el lóbulo de la oreja.

—Gracias por la comida, —dijo, lamiéndose la sangre de sus labios. Los últimos vestigios de luz del día brillaban en sus colmillos inhumanos. Parecía que los había utilizado hábilmente para clavármelos en la carne de la oreja.

—¿Pero qué? ¿Por qué? ¿Por qué me has mordido?

—Ya te lo he dicho. Me aseguraré de que nunca olvides nuestra promesa. —Mientras Margit hablaba, me quitó la mano que me protegía la oreja e introdujo algo en el agujero aún palpitante. Le eché un vistazo; era una concha marina rosa convertida en pendiente.

El piercing femenino no parecía ser nada especial. Era del tipo que los niños compran por diversión en los festivales por el precio de una pieza de plata más o menos. Dudaba que lo llevara mucho tiempo. Sospechaba que se lo había comprado en un puesto mientras yo había estado encerrado hoy, pero pensándolo bien, ella había estado esperando junto a la casa del jefe todo el tiempo, así que probablemente me equivocaba.

—No te lo quites, ¿de acuerdo? Esta es la prueba de nuestro voto. Piensa en mí cada vez que lo mires.

Espera, la historia detrás de este pendiente está muy bien, pero ¿cómo pudiste…? Um… La sonrisa de Margit instantáneamente hizo desaparecer toda mi ira. Extrañamente, verla satisfecha me hizo pensar: «Oh bueno, al menos no me ha arrancado la oreja».

Viejo, ser linda es tan injusto…

Mientras estaba ocupado reflexionando sobre lo absurdo del mundo, Margit puso algo más en mi mano. Miré hacia abajo y vi una larga aguja. Era grande, robusta y estaba más orientada a la marroquinería que a la costura. Todavía húmeda, olía a los fuertes alcoholes que utilizábamos para desinfectar las cosas.

—Ahora, ¿podrías devolverme el favor? —dijo asomando la oreja derecha.

—¿Eh? —¿Qué? No querrás decir… ¿También te voy perforar la oreja a ti? Espera, eso es demasiado desviado para mí. ¿Qué clase de fetiche raro es este?

—¿A qué esperas? —preguntó ella—. Yo me aseguré de que no te olvidaras de mí. ¿No quieres asegurarte de que yo no me olvide de ti también?

Por alguna razón, su mirada de reojo mientras se recogía el cabello quebró mi voluntad de resistirme en un santiamén. El hecho de que fuera tan seductora a pesar de tentarme a hacer algo tan loco tenía que atribuirse a algo más que a su condición de semihumana.

—Prepárate, porque probablemente te va a doler mucho. A mí me dolió.

—Está bien. ¿Quieres enseñarme cómo es el dolor?

¡Caray, todas estas insinuaciones me van a provocar un infarto!

Apagué la alarma de mi corazón palpitante y apreté la aguja contra su oreja. Bastó un empujón para pincharle el suave lóbulo de la oreja y hacer que unas gotas escarlata bailaran en el aire. Iluminada por el sol poniente y la luna creciente, la belleza que tenía ante mí era indescriptible.

—Hngh…

Margit soltó un último gemido provocativo cuando saqué la aguja. Pasó los dedos por la marca que había dejado con una mezcla de arrepentimiento y tierno sentimiento. Sin dejar de chorrear sangre, me entregó la otra mitad del par de accesorios.

Supuse que también me tocaría a mí. Habíamos presenciado un rito similar el otoño pasado, pero esto era realmente un poco más pervertido de lo que yo me sentía cómodo. Pero Margit parecía contenta, así que… supongo que estaba bien. Iluminada en un fugaz bermellón, su sonrisa sangrienta se quedaría conmigo mientras viviera.

 

[Consejos] Para los hombres, el pendiente izquierdo representa el valor y el orgullo; para las mujeres, el pendiente derecho representa la bondad y la madurez. Llevarse un pendiente cada uno de un conjunto simboliza un vínculo irrompible.

 

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