Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo

Vol. 3 Otoño del Decimotercer Año Parte 4

 

Tras recibir una misión mucho más aventurera que mi recado maldito original, me dirigí de nuevo a la posada bajo el velo de la noche. Entré en el motel todavía aturdido por el ataque a mis valores fiscales para encontrarme con que mi compañero de viaje ya se había dormido.

Me había olvidado por completo del sabor (aproximado) a hogar que había tenido y de cómo me había dicho que se iba a la cama. Habíamos escatimado en gastos de viaje —él estaba tan ansioso por ganarse un dinerillo extra como yo—, así que su primera noche en una cama en días seguro que se mezclaba con nuestra comida para formar un sueño maravilloso.

Invitarle a esta aventura en el bosque tendría que esperar a mañana. No teníamos prisa; no veía la necesidad de despertarle.

Al llegar a mi propia cama, vi que Mika ya había echado Limpiar sobre ella. La magia era una forma maravillosa de librar la ropa de cama de los molestos piojos y pulgas, aunque había que reconocer que no hacía nada para espesar las míseras sábanas. En cualquier caso, era muchísimo mejor que dormir en el suelo.

Di las gracias en silencio a mi atento amigo y abrí las sábanas. Por cierto, su pelo tenía un aspecto comparable al mío, a pesar de que yo me había bañado antes. Me había advertido que no hablara con ninguna mujer de mi descuidada salud folicular, pero él no era menos canalla en este frente.

Por muy fina que fuera mi manta, un largo día de viaje, un buen baño caliente y el cansancio posterior al combate hacían que mi colchón se sintiera como las nubes que salpican el cielo. No tenía pijama —que, de todos modos, sólo existía en ciertos círculos de clase alta—, así que me metí en la cama con mi ropa de viaje y me dormí al instante.

Dormí tan profundamente que ni siquiera soñé, pero, de repente, una extraña incomodidad se apoderó de mí. Mi ego pasó lentamente del sueño a la vigilia y, en un estado surrealista de media conciencia, me di cuenta de que la fuente de mi molestia procedía de mi mitad inferior. Conocía muy bien esta sensación: había mojado la cama.

Era bastante embarazoso admitirlo, pero desde que me desperté en este cuerpo a los cinco años, había tardado dos años enteros en superar mis problemas para mojar la cama. Esto tenía poco que ver con mis hábitos, ya que me había esforzado por hacer mis necesidades y rechazar el agua por la noche; no podía haber hecho nada con respecto al estado físico de mi vejiga.

Me incorporé apresuradamente y la consternadora y familiar humedad fría se hizo notar.

—Dioses, sé que hoy me he burlado de ustedes, pero ¿no es esto demasiado?

Tal vez era mi castigo por burlarme de lo divino en un mundo en el que participaban activamente. Derramé una lágrima al ver lo insondablemente mezquino de su castigo.

Otra posibilidad era que la causa fuera el estrés que me había producido ver el traumático tomo y escuchar una clase de historia cosmológica que no venía a cuento. En cualquier caso, la vergüenza me hizo querer cavar una tumba para mí mismo; físicamente tenía trece años y era una situación miserable.

Miré ansiosamente a la otra cama y descubrí que Mika no estaba allí. Sus pertenencias se habían quedado atrás, así que supuse que él se las había arreglado para levantarse a tiempo. Qué suerte.

En cualquier caso, tenía que asearme. Me deslicé fuera de la cama, usando mis incompletas reservas de maná para lanzar Limpiar sobre la cama —que no se había manchado, pero era una cuestión de principios— y quitarme los pantalones sucios.

Lo primero que tenía que hacer era… ¿Hm? Ah… ya veo.

Después de desvestirme, me di cuenta de que mi metedura de pata había sido de otro tipo. Por muy insípida que fuera la comparación, si hubiera sido una chica, este incidente me habría introducido en todo un nuevo reino de productos de higiene.

—Ah… Bueno, supongo que ahora tengotrece años. No debería ser una sorpresa…

Parecía que yo era aún más patético de lo que había pensado… pero supuse que este tipo de mojar la cama también estaba en las cartas a raíz de un peligro mortal.

Como ya había pasado una vez por el trance de alcanzar la edad adulta masculina, tenía un sólido conocimiento de esta faceta de la vida, tanto en la teoría como en la práctica. Sin embargo, tales impulsos se interponían en el camino de otros empeños, y no me había molestado en perseguirlos proactivamente cuando me había reencarnado en un cuerpo prepúber.

Por supuesto, algunas de las habilidades y rasgos de los que disponía eran de los que sólo se encontraban en los eroges, y reconocía el hecho de que algún día podría malgastar recursos en ellos. Aun así, sin los motores físicos necesarios para atraerme, me había contentado perfectamente con ignorar los placeres carnales. La mente estaba, sin excepción, ligada al cuerpo que la albergaba.

Dicho todo esto, esto fue lamentable. No recordaba haber tenido ningún sueño de ese tipo, así que esto era el resultado de mi propia gestión fallida. Soy un imbécil.

Peor aún, apenas podía soportar la idea de repetir mi adolescencia, tan influenciada por los impulsos hormonales. Tener que soportar la idiotez de la juventud por segunda vez no era nada que desear.

Mi primera vez había estado llena de episodios estúpidos: intentar tomarme cinco chupitos seguidos, gastar mis limitados fondos en cosas inútiles… Podría seguir describiendo mis desacertados esfuerzos por alcanzar el estatus de chico cool. Nadie en este mundo conocía mi oscuro pasado, pero este se aferraba a mi cerebro con un agarre inquebrantable. Juré no volver a repetir mis errores.

De todos modos, ya estaba bien de negatividad; esta situación tenía algunos aspectos positivos. Esto era una prueba observable de mi cambio hormonal, lo que significaba que mi cuerpo pronto empezaría a adquirir la fuerza de un hombre adulto; estaría listo para vender mi poderío como un auténtico aventurero.

Me recompuse y me dirigí al pozo que había detrás de la posada para limpiarme antes de que volviera Mika. Naturalmente, me había echado Limpiar, pero la sensación de suciedad estaba lejos de desaparecer. No me atrevería a cuestionar al todopoderoso Limpiar después de usarlo durante meses, pero había algo que decir sobre los efectos psicológicos de lavarse de verdad.

Ocultando mi presencia, me dirigí al patio trasero. Los pobres utilizaban el pozo para lavarse, por lo que estaba situado entre la posada, el muro exterior y un bosquecillo de árboles.

Allí me topé con algo que realmente me pilló desprevenido: mi amigo, bañándose. Hacía tiempo que me había explicado que no le gustaba compartir el baño con otras personas; quizá por eso se había tomado la molestia de hervir mágicamente el agua del pozo sólo para asearse por las noches.

Abrí la boca para saludarle… y me detuve, incrédulo. Le faltaba algo de la anatomía que yo esperaba… pero no en el sentido clásico de «¡¿Eras una chica?!» que yo había meditado hacía tanto tiempo.

Mika no tenía nada. Los conceptos de hombre y mujer eran distinciones derivadas principalmente del único órgano del que Mika carecía por completo. La resplandeciente luz de la luna iluminaba su cuerpo blanco como la nieve: el contorno de su pecho sin rasgos continuaba intacto hasta la mitad inferior.

Mika no tenía nada: los rasgos reproductivos que la vida, tal y como la conocíamos, daba por sentado simplemente estaban ausentes. Sin embargo, su forma distaba mucho de ser perturbadora; bajo la luz de la luna, se asemejaba más a una casta figura esculpida en mármol, de pie y segura de sí misma en la sala de un museo mucho después de que las puertas se cerraran. No necesitaba los elogios de los demás, ni se enorgullecía de su aspecto: su propio ser dejaba al descubierto que la belleza existía por sí misma…

—¡¿Quién está ahí?!

Uy.

Me había asegurado de minimizar mi presencia, pero no esperaba que hubiera nadie en el pozo. Había entrado en la arboleda sin ninguna pretensión de sigilo, algo de lo que sólo me di cuenta cuando Mika me gritó. Se estaba lavando el pelo, pero me vio en cuanto se enjuagó y levantó la vista.

—¿E-Erich?

La mirada despiadada de Mika se transformó en un ceño afligido en cuanto se dio cuenta de que el mirón que había imaginado era yo. Su expresión desdichada era exactamente la de alguien que tiene algo que ocultar.

—Mika…

—¡Espera, no, espera! Erich, te equivocas, yo no…

—Tú… —Oh, por supuesto. Mika, amigo mío, ¿cómo no me di cuenta?—. Eres un ángel.

—…¿Qué? —Mi opinión sincera fue recibida con una expresión que nunca, nunca había visto antes. 

 

[Consejos] «Ángeles» en este mundo se refieren a una raza específica lejos al oeste de Rhine que se dedican a un único y verdadero dios. Pocos en el Imperio Trialista son conscientes de su existencia, y a los mensajeros divinos se les llama apóstoles o gente celestial. Estos mensajeros son dioses humildes cuyas visitas al reino mortal son sólo temporales.

 

Nuestra incómoda escena llegó a su fin cuando Mika estornudó al sentir una fría brisa otoñal. Le convencí para que se vistiera y volvimos al interior, cada uno sentado en su cama. El aire entre nosotros era… tenso.

Mira, lo sé, lo , ¡pero vamos! ¿De verdad alguien puede culparme por haber recordado las tradiciones abrahamánicas de la Tierra?

El silencio adquirió el peso del plomo, amenazando con aplastarnos bajo la presión. Por fin, Mika habló, con los ojos fijos en el suelo.

—Mi clan procede de las tierras más septentrionales.

La historia de su linaje era pesada. Habían vivido durante generaciones en una isla justo al lado del polo del planeta conocida como Nifleyja. El nombre significaba «la isla sombría» en una lengua antigua, y la vida allí siempre transcurría en los márgenes más estrechos.

El invierno privaba a la tierra de la luz del sol, y los abundantes rayos del verano hacían irónicamente imposible la agricultura. Sin embargo, en estos remotos parajes fuera de la esfera de la Diosa de la Cosecha, la vida se había afianzado.

Por desgracia, las condiciones extremas hacían que cualquier pequeño cambio en el entorno significara la muerte. La falta prolongada de pescado mataba de hambre a los pescadores, y un brote de enfermedad entre las pocas ovejas que se podían mantener acababa con familias enteras más rápido que una flor marchita. Incluso una isla sin tesoros como la suya era asaltada por piratas del archipiélago septentrional.

Sólo un puñado de semihumanos y humanos especializados podían resistir el duro entorno. Los selchies soportaban el gélido oleaje con su pelaje y grasa de foca. Los calistoi de esta región estaban mejor adaptados al frío que sus primos, que se habían asemejado a los osos de los bosques de la mitad oriental de nuestro continente, pero conservaban su poderosa constitución. Era evidente que estos pueblos estaban perfectamente adaptados a la vida en las tierras heladas, y tenían la fuerza necesaria para luchar contra los invasores.

Al igual que los demás, los mensch también habían evolucionado para hacer uso de su mayor fuerza con el fin de sobrevivir en el entorno ártico. Estos humanos habían superado el catastrófico defecto de nuestra excelente capacidad reproductiva: una proporción desequilibrada entre machos y hembras podía diezmar una población en una sola generación.

—Soy… un tivisco, —espetó Mika, totalmente avergonzado de su herencia.

Descritos como mensch que desdibujaban la línea entre sexos, uno podría sospechar en un primer momento que eran hermafroditas. Sin embargo, su versión de la dualidad implicaba un cambio de un sexo a otro.

Los mensch engendraban a un ritmo asombroso, pero los desiertos invernales del norte escupieron en la cara de nuestra especialidad racial. Evolucionados para tapar los agujeros en la población causados por las muertes asimétricas de hombres o mujeres, los tiviscos eran totalmente asexuales hasta la madurez sexual.

Una vez que sus cuerpos estaban completamente desarrollados, se transformaban en uno de los dos sexos a intervalos regulares. Pasaban una luna sin sexo y luego adquirían un conjunto de órganos reproductores; un mes después volvían a su estado neutro, y tras otra cambiaban al sexo opuesto al de su último ciclo. En caso de que su población se desviara, los individuos podían anular conscientemente su ciclo oscilante para repetir un sexo tras un mes de barbecho.

Esta fluidez sexual permitió a los tiviscos mantener una población equilibrada en todo momento para aprovechar constantemente la mayor ventaja evolutiva de la humanidad.

Todo el asunto me pareció extraordinariamente eficaz. Al parecer, las madres conservaban sus rasgos femeninos durante un breve periodo tras el parto —hasta el destete del bebé— y los padres hacían lo mismo, adquiriendo una musculatura característicamente masculina para cuidar del rebaño. Si sus rasgos distintivos no hubieran requerido condiciones tan duras para surgir, podría haberlos visto convertirse en el pueblo humano dominante en tierra firme.

—Yo… no pretendía engañarte…

Por desgracia, los mensch del Imperio no habían dado una cálida bienvenida a los de su especie.

El clan de Mika se había trasladado al Imperio Trialista hacía tres generaciones, incapaces ya de soportar la amenaza constante del frío y la violencia, una lección de que la supervivencia por sí sola era insuficiente. Los ciudadanos imperiales estaban acostumbrados a los inmigrantes, y los tiviscos se habían aferrado a la esperanza de que la aceptación nacional de los pueblos extranjeros les ofrecería un refugio seguro mientras iniciaban el largo viaje hacia el sur.

Sin embargo, eran demasiado parecidos. Los mensch locales no los veían como viajeros exóticos en busca de un nuevo hogar: la humanidad temía lo desconocido, sin duda, pero lo que tenía un extraño parecido con lo familiar era exponencialmente más aterrador. Entre la fuente inagotable de problemas para la que trabajaba y la glorificadora de la vitalidad amante de la moda a la que a veces consentía, me perturbaba mucho más lo segundo, ya que me aterraba pensar que un antiguo mensch pudiera ser tan degenerado.

Esta reacción instintiva de extrañeza obligaba a los tiviscos a permanecer al margen de la sociedad. Aunque el pueblo imperial no era tan inaceptable como para condenarlos totalmente al ostracismo, dudaban antes de saludar a un tivisco por la calle. Vivían como extranjeros perpetuos, incapaces de disfrutar de verdad de un día de fiesta.

Mika llegó a la puerta del Colegio decidido a limpiar el nombre de los tiviscos. Si regresaba a su tierra ancestral como un oikodomurgo capaz de hacer habitable toda la región, nadie volvería a burlarse de su pueblo.

Sus padres trabajaron como locos para reunir los fondos necesarios para enviarlo a la escuela de magistrados de su localidad, donde estudió con la misma desesperación para llamar la atención de sus profesores. Combinado con la tarea de ganarse el favor de su magistrado, no cabía duda de que había realizado un esfuerzo incomparable al del aspirante a magus medio. ¿Cuánta fuerza de voluntad había necesitado para acercarse a las puertas del castillo?

—Sabía… sabía que tenía que decírtelo en algún momento, pero… yo sólo… —La voz entrecortada de Mika vaciló. La luz de la luna que entraba por la ventana iluminaba una lágrima brillante atrapada en sus largas pestañas—. No quería que me odiaras.

Exprimiendo las palabras, mi amigo me contó la historia de su primer intento de amistad.

Al principio, Mika había pensado que el nuevo entorno del Colegio sería totalmente diferente, y había explicado honestamente sus orígenes a sus compañeros de Primera Luz.

Mika les pareció interesante y traspasaron sus límites personales para intentar comprenderle mejor. Trágicamente, su curiosidad desmedida les había convertido en personas a las que ya no podía querer llamar amigos. En lo bueno y en lo malo, los niños de nuestra edad eran ingenuos.

Como jóvenes eruditos, eran perseguidores del conocimiento incapaces de reprimir su curiosidad por lo desconocido. No sabían que la gente guardaba secretos destinados a permanecer enterrados para siempre, y la crueldad nacida de esa inocencia era el quid de la triste historia de Mika.

Tras aquel incidente, se abstuvo de relacionarse con sus compañeros de intracuadro, dedicándose por entero al solitario acto del estudio.

Sin embargo, en un golpe de suerte, había aparecido yo: un sirviente sin parentesco con los citados estudiantes. Tal vez, él había pensado, pueda llevarme bien con él. Su refrescante comportamiento no había sido natural, sino un esfuerzo concertado para hacerse amigo mío.

Mika había ocultado las circunstancias de su nacimiento y había actuado como un mensch normal y corriente, pero tenía la intención de contarme la verdad. Sin embargo, cada vez que intentaba reunir la voluntad para hacerlo, los recuerdos de su ciudad natal y del aula le pisaban los talones.

—Es que… no quería que mi primer amigo… no quería que me odiaras. Tampoco quería que me miraras como a una atracción de feria. Cuando lo imaginé, no me atreví a decirlo…

Entre sollozos, la confesión de Mika adquirió tintes de penitencia. Para él, su ascendencia se había convertido en un pecado en sí mismo, uno que había asomado su fea cabeza para arruinar la diversión de su primer viaje largo con un amigo.

No podía imaginar lo profunda que era esta herida emocional. Para bien o para mal, yo era y había sido un hombre corriente. En mi vida pasada, el único problema importante al que me había enfrentado había sido mi muerte prematura, y la totalidad de mi nueva vida la había pasado en un familiar caparazón de mensch.

No tenía forma de comprender realmente su dolor, e incluso pretender lo contrario era moralmente reprobable. En un mundo pintado con coloridas variedades de pueblos tan cercanos y tan lejanos a la vez, no se me ocurría mayor crimen que el de un forastero que se pusiera el velo de la empatía sin la herencia cultural que lo corroborara. Yo procedía de una especie que había guerreado entre sí; ¿cómo podía pretender comprender a otra?

No consolaría a Mika con palabras baratas, no podía. Me negaba a quitarle importancia a su lucha de toda la vida convirtiéndola en un tema fácil de digerir.

—¿Eh?

Así que no dije nada mientras abrazaba a mi amigo. Le estreché entre mis brazos para evitar que hiriera aún más su propio corazón con las dagas de palabras que brotaban de sus labios. 

 

[Consejos] Los Tivisco son una raza humana nativa de las regiones extremas del polo norte. Su forma por defecto es la de sus parientes mensch, a los que les faltan los órganos reproductores, y se transforman mensualmente en uno de los dos sexos. Durante este periodo, su fisonomía es indistinguible de la de los mensch normales, salvo por un periodo de dos días en el que sus órganos y estructuras esqueléticas se reorganizan. Los adolescentes permanecen completamente neutros hasta la pubertad, que suele observarse entre los trece y los quince años.

Su asombroso parecido con los mensch, unido a su corta historia en el Imperio, ha provocado que el ciudadano imperial medio los considere forasteros.

 

La presión era vital para contener las hemorragias en las emergencias médicas, y yo creía que el mismo principio se aplicaba a las heridas emocionales.

Cuando los tiempos eran difíciles, no había nada en el mundo que me aliviara más que un buen abrazo. En mi vida pasada, mis padres y mi hermana me habían mimado en la infancia; mis padres en Konigstuhl habían hecho lo mismo. Cuando transmitía el suave abrazo a Elisa, ella siempre dejaba de llorar, igual que yo había hecho una vez. Estaba seguro de que el calor de otro era la venda definitiva para un corte en el alma.

—…¿Erich?

Mantuve a Mika cerca y dije lo que había que decir. Tenía que demostrarle que ese calor permanecería firme pasara lo que pasara.

—Mika, ¿quién eres tú? —Pregunté.

—¿Qué?

—¿Quién eres, Mika? —Repetí—. ¿Un estudiante del Colegio Imperial? ¿Un inmigrante tivisco?

En la misma línea, la pregunta definitiva flotaba entre líneas: ¿afectaba su raza, o el género que ocultaba su situación, a nuestra amistad?

Yo no lo creía así. Reconocía que era una parte importante de él: del mismo modo que yo pronto pasaría de niño a hombre, él empezaría a adoptar características masculinas y femeninas en función de su ciclo de transformación.

Sin embargo, Mika seguía siendo Mika independientemente de cómo cambiara. El yo que gobernaba el cuerpo no cedería, y yo sabía que seguiría siendo el mismo amigo con el que había compartido las alegrías de la infancia.

—Eres todas esas cosas y más, Mika. Tú eres , sin importar los detalles… Eres mi querido amigo… mi mejor amigo. ¿Me equivoco?

Tal vez su personalidad cambiaría con su cuerpo, pero en el fondo, seguiría siendo el mismo. Y yo me había hecho amigo suyo porque quería estar cerca de la persona que era.

Le solté un momento y le miré directamente a los ojos. Estaba en estado de shock, incapaz de procesar las emociones que se arremolinaban en su interior.

Elegí ser tu amigo porque era un placer estar contigo. Te invité porque era divertido pasar tiempo contigo. Si te considerara un conocido superficial, habría venido solo.

Aunque los viajes en solitario estaban plagados de inconvenientes, yo no era de los que invitaban a una larga expedición a alguien a quien ni siquiera apreciaba, ni era lo bastante filántropo como para compartir dormitorio con él. Sobre todo, me gustaba pensar que no era tan descuidado como para acampar al aire libre con alguien en quien no podía confiar.

Había traído a Mika porque tenía fe en él, porque sabía que compartir esta aventura juntos sería divertido. Lo agarré por los hombros y apreté mi nariz contra la suya; un parpadeo rozó mis pestañas con las suyas.

—¿Acaso estoy aquí solo? ¿Por qué te uniste a mí? ¿Por qué luchaste a mi lado? ¿Soy algún amigo nominal, sólo estoy aquí para llenar el vacío de tu soledad? ¿O tal vez sólo soy un mensch sin nombre del que aprovecharte, y la persona Erich no existe para ti?

Los ojos llorosos de Mika parpadearon una vez y suplicó, con voz ronca:

—¡No, Erich! ¡Cualquier cosa menos eso! —Con otro parpadeo, dejó caer sus lágrimas para devolverme la mirada. Tragándose las ganas de llorar, por fin dio forma verbal a su resolución—. Yo también te considero un amigo. Al principio, era porque pensaba que sería más fácil hablar con alguien nuevo en la zona, pero ya no… No tengo miedo de perder a un amigo, tengo miedo de perderte a ti.

El cuerpo inerte de Mika se reanimó de repente y sus manos se aferraron a mis hombros. Sus manos se aferraron a mí con fuerza, como en un intento de convencerme de su sinceridad.

—Lo sé, Mika, —le dije—. ¿Qué soy para ti?

—…Un amigo, Erich, —fue su respuesta—. Mi amigo.

—Así es, viejo amigo. ¿Y no te basta con eso?

Tanto él como yo sentíamos un gran respeto por la categoría del otro. Sin embargo, ni una sola vez había pensado en su futuro éxito como magus antes de pensar en él como persona; estaba seguro de que mis conexiones con poderosos investigadores y profesores también tenían poca importancia para él.

—Somos amigos, Mika. Unidos en todo menos en la sangre.

—Oh, gracias, Erich… Gracias…

—La amistad no es algo por lo que haya que dar las gracias, viejo amigo.

—Lo sé. Pero aun así… gracias, viejo amigo.

Volví a abrazar a mi sollozante amigo y le di unas suaves palmaditas en la espalda. Mi hermana me había enseñado que ésa era la mejor manera de aliviar un alma cansada. Aunque mi cuerpo crujió ante su férreo abrazo, no importó; seguí moviendo la mano hasta que se quedó profundamente dormido. 

 

[Consejos] El mantra imperial de solidaridad y tolerancia con las razas extranjeras hunde sus raíces en la sangrienta historia de Rhine. Siglos de lucha para establecer y proteger el país codo con codo con los pueblos foráneos que el Imperio engulló les hizo desarrollar la camaradería necesaria para transformar un estado de culturas dispersas en un estado-nación. Cualquier grupo de personas con la voluntad colectiva de integrarse está seguro de convertirse con el tiempo en una verdadera parte del Imperio.

 

A la mañana siguiente de nuestro melodramático momento me desperté muy avergonzado. No era la primera vez que enterraba la cara en la almohada por vergüenza: cada vez que me metía demasiado en el personaje, escuchar las grabaciones de mis sesiones me llenaba de pavor. La sangre caliente y los corazones puros no podían lavar el escalofrío que quedaba después de lo que era básicamente una confesión de proporciones históricas…

—Buenos días, viejo amigo, —dijo Mika.

…Y eso era aún más cierto cuando compartía habitación con la persona en cuestión.

—Sí, buenos días, —le respondí—. Oye, Mika… Uh, sobre lo de ayer…

Por muy tarde que fuera, me sentí increíblemente avergonzado. Esto me reafirmó que los humores de la noche nunca traían nada decente. Hacía toda una vida, la mayoría de las situaciones que había escrito al anochecer habían ido directamente a la papelera cuando las releía por la mañana; ahora que lo pensaba, eso también se aplicaba a los documentos del trabajo.

Todo lo que le había dicho a Mika era de corazón, pero, ¡vamos! ¡¿Qué fue eso?! ¡Soy un adulto por dentro! ¡Tenía que haber una mejor manera de decirlo!

—No digas más, querido camarada, —dijo Mika—. Comprendo. Nada me haría más feliz que volver a oír esas palabras, pero no son algo para lanzar tan a la ligera, ¿verdad?

Uh… Mika malinterpretó mis preocupaciones de una manera extraña. Sentí que sus patrones de pensamiento, en algún momento, habían dado un giro teatral. Nuestro juego verbal de interpretar a los personajes de una saga estaba bien, pero yo no tenía madera de actor para hablar de nuestra conversación nocturna sin romper mi fría fachada. Llegados a este punto, no tenía ninguna duda de que se convertiría en el tipo de jugador que robaría corazones despreocupadamente con románticas frases.

—Vamos, nos espera el desayuno, —dijo Mika, llevándome de la mano.

A pesar de lo unidos que habíamos estado hasta ese momento, el paso de Mika estaba medio paso más cerca de lo habitual mientras caminábamos hacia el mismo restaurante que habíamos visitado la noche anterior. Me sorprendió ver el lugar tan apagado, pero nos habíamos levantado bastante tarde. Con lo sencillos que solían ser los desayunos imperiales —muchos optaban por tomar sólo té y queso—, era normal que el restaurante estuviera vacío.

La misma camarera de sonrisa radiante y pecas nos trajo el desayuno por cinco assariis a cada uno: un trozo de pan negro, una salchicha blanca y gorda, algunos pequeños productos lácteos y un albaricoque. Era una ración respetable para lo que habíamos pagado.

Gastamos un par de assariis más en una tetera de té rojo para compartir —aunque estaba hecho con dientes de león tostados en lugar de achicoria— y nos tomamos nuestro tiempo para disfrutar de nuestra tranquila comida. El otoño era una estación muy ajetreada para los mercaderes, y ninguno de ellos tenía tiempo de quedarse a molestarnos.

—Ah, —dije—. Por cierto, Mika, tengo una pequeña proposición para ti.

—¿Hm? ¿Qué pasa, estimado amigo? Dispara: en este punto, estaría encantado incluso de compartir una bañera contigo, viejo amigo.

Entonces vamos a… ¡espera, esa no es la cuestión! Mika estaba tan encantado que yo quería que alguien inmortalizara su sonrisa en un retrato, pero tuve que contener su alegría para invitarle a mi viaje al bosque.

—Hmm, —musitó—. El diario de un aventurero, ¿eh?

Mika dio un mordisco a su salchicha y masticó tanto ésta como mi propuesta. Originalmente, nuestro trabajo había sido venir a esta ciudad por un dracma; asumir un trabajo extra era decisión suya. Dicho esto, me sentía un poco culpable por pedírselo precisamente ahora

—¡Suena divertido! Me apunto.

El humor de Mika era tan positivamente magnífico que imaginé que incluso aceptaría una petición para verle desnudo de nuevo. Cuando intenté advertirle de la posibilidad de que nos encontráramos con un oso, me dedicó una sonrisa galante y me dijo:

—Razón de más para no dejarte ir solo.

¿Cuánto tardaría en calmarse? Tardara lo que tardara, era mi responsabilidad pensar bien todo lo que le pidiera por el momento. De lo contrario, me arriesgaba a encontrarme con hechos pintorescos que algún día se convertirían en oscuros y embarazosos recuerdos —suyos, no míos, eso sí—. Aunque no fuera así, nunca querría aprovecharme de él cuando estaba tan entusiasmado con nuestra reafirmada amistad.

Disipé mis preocupaciones y lo que quedaba del desayuno con un trago de té. Una vez terminada la comida, nos dispusimos a preparar nuestro viaje. Dicho esto, un día de camino eran apenas unas horas a caballo; habíamos venido preparados para acampar durante días y días, así que lo único que necesitábamos era un poco más de agua y comida.

—Hmm, —murmuró Mika—, todo es tan caro.

—Después de todo, es temporada, —dije.

El mercado cercano al distrito de los obreros estaba repleto de productos frescos y de la alegría característica del otoño. Sin embargo, la mayor demanda de mercancías siempre hacía subir los precios en esta época.

Las caravanas de mercaderes con guardaespaldas y mercenarios a cuestas saltaban de ciudad en ciudad, comprando alimentos envasados allá donde iban. La gente común necesitaba adquirir productos no perecederos para sobrellevar los fríos meses de invierno, lo que aumentaba el número de compradores. Las únicas excepciones a esta necesidad eran los granjeros que podían abastecer sus propias despensas y los magos que podían evitar la putrefacción (y las caravanas que empleaban a estos últimos).

La abrumadora demanda hacía que los vendedores pudieran rebajar el precio de los alimentos y éstos se siguieran vendiendo. Además, esto impedía que los acaparadores lo compraran todo para ellos, por lo que casi todos los puestos vendían productos por dos o tres assariis más de lo normal.

—¿Cuánto nos queda? —pregunté.

—Uhh, —respondió Mika—, tendremos que reservar esta cantidad para el motel, y esta otra para el impuesto de salida a las puertas…

—Así que nos queda… esta cantidad para comida. Bueno, tenemos que conseguir algo de cecina, ¿no?

—Personalmente, no creo que pueda desprenderme de las manzanas y albaricoques secos, pero parecen un poco caros…

Los dos contamos las monedas de cobre de nuestro monedero común —no pensábamos usar pronto las piezas de plata y las habíamos escondido en los zapatos— y discutimos nuestro presupuesto. Entonces, el jenkin encargado de un puesto de conservas cercano soltó un enorme suspiro.

—Supongo que no puéo dejá a un par de morros con hambre, —dijo—. Vengan pa'cá, les cortaré un cachín de lo alto.

El grueso dialecto septentrional del hombre se complementaba con el sonido del castañeteo de sus dientes delanteros. Su entonación estaba tan alejada del habla palaciega y de lo que había oído en el sur del Imperio que no pude captar todo lo que dijo. Aun así, estaba claro que se apiadaba de nosotros al ver nuestra cartera vacía.

—Espérese, ¿en serio, mi seño?

Sin embargo, la verdadera sorpresa fue ver a mi amigo responder con fluidez exactamente en la misma lengua.

—Destápensen los oídos, huercos, —dijo el tendero—. Pero namás un poco. No les puéo dar mucho si no sueltan más plata.

—¡Se pasa, es de lo que no hay!

—Ya, ya, saquen lo que necesiten.

Fueron elocuentemente de un lado a otro, y Mika acabó comprando la mercancía a un precio no superior al normal. Su habla habitual nunca se alejaba del estándar masculino de dialectos palaciegos, pero tenía mucho sentido que dominara los acentos norteños. Sir Feige también había alternado fácilmente entre ambos, y mis antiguos compañeros de trabajo del oeste de Japón habían sonado completamente distinto cuando habíamos salido a tomar algo.

Observé atentamente a Mika mientras tomaba jovialmente la bolsa llena de raciones secas. Al notar mi mirada, se sonrojó de repente y se escondió detrás de los comestibles.

—Uh, um, quiero decir, yo solía hablar así antes de aprender la lengua palaciega, así que… ¿Es realmente tan raro?

Verle tan tímido ante su forma única de hablar era, bueno… lindo. Debo haber sido un hombre muy indulgente conmigo mismo para que este tipo de pensamientos surgieran en el instante en que reconocí que no compartía totalmente mi género. Um, bueno, ya había bailado con pensamientos similares antes de este punto, pero la actual falta de paradas en mi cerebro me estaban dando un poco de pausa.

—No, —dije—, siempre me impresiona cuando oigo a la gente hablar de formas a las que no estoy acostumbrado.

—¿Estás impresionado? ¿En serio?

—Sí, ustedes son increíbles. Los dos estaban prácticamente usando una lengua extranjera para mí.

El rhiniano moderno era, en su mayor parte, un idioma fácil de aprender una vez que se tenía un sólido dominio de su gramática. No era una lengua tonal complicada ni mucho menos, como demostraba el árbol de habilidades: adquirir la lengua palaciega había costado bastante, pero las partes fundamentales eran baratísimas.

Por otro lado, los subapartados de mi hoja de personaje que me ofrecían aprender dialectos regionales tenían unos precios de escándalo. Al fin y al cabo, el Imperio Trialista había sido en el pasado un amasijo de naciones no relacionadas entre sí y habitadas por todo tipo de culturas. Las comunidades locales solían emplear peculiares formas de hablar y perpetuaban el uso de todo tipo de palabras que la población en general consideraba arcaicas.

Por eso, sin estudiar la propia lengua más coloquial, los llamados dialectos podían sonar muy parecidos a lenguas exóticas. Me había encontrado con algo parecido en Japón: tanto si venían del noreste como del suroeste, las personas con acentos marcados me habían resultado casi ininteligibles. Aprender a descifrar sus palabras había sido como interpretar una lengua extranjera que casualmente seguía las mismas reglas gramaticales que la mía.

—Los dialectos del norte tienen un montón de arcaísmos, —señaló Mika—. También entiendo el norte antiguo y las lenguas archipelágicas, y las tres comparten un montón de vocabulario. Hay algunas diferencias en la ortografía, y el énfasis recae en sílabas diferentes, pero en general se puede mantener una conversación entre los tres idiomas. Raro, ¿eh?

—Interesante, diría yo. Estoy seguro de que un viaje al lejano norte sería pan comido contigo a mi lado.

Mi compañero, dotado lingüísticamente, y yo continuamos paseando por las calles rurales, pero mi mente vagaba más al norte. A decir verdad, no sabía nada de las tierras más allá del Imperio. Todo lo que había aprendido sobre este mundo provenía de la iglesia de Konigstuhl, de las explicaciones de los adultos de mi vida y de los relatos históricos que cantaban los poetas.

Obviamente, la iglesia de Konigstuhl no estaba destinada a mantener registros imparciales sobre países extranjeros, por lo que todos los relatos de su biblioteca habían sido desde el punto de vista del Imperio. Aunque habían sido mucho menos partidistas de lo que esperaba, seguían siendo marcadamente parciales con respecto a la actividad imperial y sólo mencionaban otros estados en las escasas ocasiones en que eran relevantes para la historia nacional. La cámara acorazada del Colegio probablemente tenía mejor material, pero yo pasaba todo mi tiempo en esa biblioteca estudiando magia, lo que me dejaba sin tiempo para dedicarme a las humanidades.

Sin embargo, tal vez eso estuviera bien. Explorar una tierra de la que ni siquiera había leído nada antes, con nada más que mi espada y mi ingenio, sin duda daría lugar a una historia fascinante. Sumergirse en un nuevo escenario sin haber leído su mecánica era arriesgado, pero siempre increíblemente divertido. Sin duda, un viaje así me haría exclamar: ¡Esto es lo que significa ir de aventuras!

—Entonces vayamos juntos alguna vez, —dijo Mika—. Conozco un montón de sitios preciosos. Puedes caminar por el mar del norte en invierno, y las auroras brillando en el cielo te dejarán sin aliento. Ah, y hay una cascada enorme que se congela; está un poco lejos de mi tierra, pero es una maravilla. Creo que todo el mundo debería ir a verla al menos una vez en la vida.

Mika enumera alegremente las maravillas del norte. Dicen que los lugareños nunca visitan sus propios lugares de interés, pero parecía que él había sacado tiempo para verlos todos. Mientras daba forma a su nostalgia, pude ver un atisbo de orgullo filtrándose en su expresión.

—Parecen lugares preciosos, —le dije—. Me encantaría verlos.

A pesar de lo dolido que se había mostrado al hablar de su herencia, estaba claro que le encantaba. ¿Por qué si no iba a querer hacerse un nombre sólo para ganar honores por el lugar de nacimiento de sus padres? Si no amara la historia de su familia, simplemente los traería a todos a la capital después de obtener el título de magus.

—Entonces… algún día te llevaré a mi ciudad natal, Erich. Aunque sólo sea hielo y nieve, además de ovejas y renos.

—Lo estoy deseando.

Cada uno de nosotros dio su palabra por una promesa lejana: que exploraríamos juntos los confines del norte, y que cuando lo hiciéramos, él devolvería la gloria a su tierra natal. Y el primer paso para cumplir nuestro juramento era completar la pequeña aventura que nos esperaba. 

 

[Consejos] El Rhiniano moderno surgió como una amalgama artificial de las lenguas de los estados miembros fundadores del Imperio. 

 

Frizcop: Perdón si ofendí a alguien con mi intento de habla campechana, pero es que no le sé xD.

 

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