La Historia del Héroe Orco

Capítulo 87. ¡Bienvenidos, séquito de Sir Bash!

El País de las Hadas. Era un verdadero paraíso. Toda la primavera del mundo parecía estar condensada allí, y un solo bocado llenaba la boca de un aroma fresco y vibrante. Era una experiencia que ocurría una vez cada diez años. Mientras la sensación de primavera permanecía en el paladar, un sorbo de vino local inundaba el cuerpo con un verano repentino, seguido por el otoño, el invierno y, finalmente, un regreso a la primavera. Así, sin darse cuenta, uno probaba otro bocado. Era un espacio fascinante donde fácilmente se pasaban años sin notarlo. Los visitantes, embelesados, acababan pagando grandes sumas de dinero, para luego terminar rodando desnudos en los campos. Un mundo de supervivencia del más fuerte, carcajadas interminables y absurdos desenfrenados… Un verdadero paraíso para los jugadores empedernidos.

—Ese es el País de las Hadas.

Eso fue lo que Zell explicó, con absoluta seriedad.

—Ya veo.

Aunque no existía ser humano capaz de entender el significado de las palabras de las hadas, Bash asintió con expresión de haberlo comprendido a la perfección. Por supuesto, no tenía idea de lo que significaba realmente.

Aun así, la explicación de Zell no estaba equivocada. El País de las Hadas se encontraba en el borde del bosque donde estaba el país de los elfos. Era un lugar oscuro, en lo profundo de un bosque tan peligroso que incluso los elfos, conocidos como el pueblo del bosque, evitaban entrar. Era una zona mágica inestable que fácilmente robaba el sentido de orientación de quienes se adentraban, por lo que también era llamado el Bosque de la Perdición.

En ese Bosque de la Perdición, solo las hadas podían moverse sin perderse, ya que estaban acostumbradas a vagar constantemente. Bueno, también los elfos y los démones podían llegar a sus destinos usando magia avanzada, pero eso era otra historia…

Por supuesto, las hadas no habían establecido su país en un lugar tan remoto desde el principio. En el pasado, las hadas habitaban todos los bosques como espíritus de la naturaleza. De no ser así, no habrían aparecido en las leyendas de tantas razas. Sin embargo, con la expansión de las guerras y la popularidad del «polvo de hada», las aldeas de hadas fueron desapareciendo una por una. No había forma de evitarlo, ya que era un medicamento demasiado útil. Así, el único refugio que les quedó fue este Bosque de la Perdición.

Era una tierra prohibida, a la que ni siquiera los elfos podían adentrarse a la ligera. Sin embargo, eso no significaba que nadie hubiera puesto un pie en ella. El Bosque de la Perdición alteraba el sentido de orientación, pero solo lo desorientaba; nunca expulsaba a quienes se internaban en él. Algunos, por pura suerte… o desgracia, lograban llegar al País de las Hadas. Todos ellos decían lo mismo: «Nunca volveré aquí». Incluso aquellos que habían capturado hadas para venderlas en frascos, tras cumplir su objetivo, lo decían con un rostro demacrado, sosteniendo con fuerza su única botella. Aunque esas ganancias les permitieran vivir una vida de lujos, e incluso si el dinero se acabara, jamás regresarían.

A ese lugar era donde Bash estaba a punto de entrar, guiado por Zell.

—Aunque bueno, el Bosque Dinancy está algo alejado de mi tierra natal. Así que dejemos lo del jardín para una visita turística rápida y vayamos directamente a donde esa bruja o lo que sea. Ya sabes, en mi tierra soy una celebridad, y si se enteran de que volví, me invitarán a fiestas día tras día. Mejor terminemos esto antes de que pase algo así.

—Hace tiempo que no visito el País de las Hadas. ¿No sería mejor presentar mis respetos al líder?

—¡No hace falta algo tan formal! ¡Sería más bien una falta de respeto! ¡Mi sonrisa basta y sobra para ellos! Lo importante aquí es la bruja. ¡Si se enfada, tendremos un problema! Según la cultura humana, cuando visitas a alguien llevas un regalo, ¿no? Tal vez en el jardín haya algo bueno para llevar…

No había tiendas en el País de las Hadas. Eso era porque las hadas no tenían ese tipo de costumbres. En el jardín solo había un manantial cristalino y flores hermosas. Si Zell se esforzaba, podría armar un ramo, pero no mucho más que eso.

—Tal vez cazar una bestia sea lo mejor.

—Sí, eso suena bien.

Esa fue la conclusión a la que llegaron.

—Ah, es por aquí.

Ambos comenzaron a adentrarse en el bosque. La orientación de Zell era impecable. Como especie, las hadas no se perdían en el Bosque de la Perdición. Se decía que podían seguir con precisión el aroma del néctar de las flores, aunque, considerando que incluso las bestias con un olfato excepcional se desorientaban, esa explicación parecía poco creíble. Lo más probable era que recibieran algún tipo de señal de onda de radio especial.

Zell siguió esa señal invisible y, con movimientos rápidos y curiosos, guio a Bash hacia lo más profundo del bosque. Poco a poco, incluso los rastros de las bestias comenzaron a desaparecer. El ambiente se tornó silencioso, lleno de una calma extraña. Hasta los insectos parecían haber desaparecido. Sin embargo, por alguna razón, el sonido de alas aún resonaba desde algún lugar. Aunque debía ser el zumbido de insectos, había algo peculiar: un extraño tirilín que se mezclaba con el ruido. Incluso parecía que risas leves se sumaban al sonido. Esos ruidos fantásticos y risas, en lugar de tranquilizar, agitaban los nervios y aumentaban la sensación de alerta. No siempre había sido así, pero con el tiempo, se había vuelto inquietante. Aunque claro, los orcos no solían preocuparse por esas cosas.

—Parece que hay más hadas ahora.

—Es que a todas les encantas, jefe.

Mientras conversaban, el bosque tranquilo de repente se abrió ante ellos.

Una gran fuente apareció ante los ojos de Bash, ocupando todo su campo de visión. Alrededor de la fuente, flores de todos los colores florecían en un espectáculo vibrante, y sobre ellas danzaban con frenesí figuras humanoides aladas y semidesnudas. Cada vez que batían las alas, algo brillante salía volando en todas direcciones. Ese polvo, del que se decía que con una sola cucharada se podía construir una casa, se esparcía por los campos de flores, haciendo que estas florecieran aún más. Las hadas danzaban en una fiesta descontrolada. Comenzaban con un delicado vals, para luego pasar al ritmo de una rumba, salsa, haka, y hasta cha-cha-chá. En algún punto, empezaban a deslizarse por el aire, ejecutando giros y saltos complejos, para finalmente aterrizar en la fuente con un chapoteo. Las puntuaciones de los jueces, atentos al espectáculo, eran estrictas: siete, seis, cinco, cinco y un cero sin piedad. Sin embargo, en cuanto otras hadas entregaban algo a los jueces, las puntuaciones se transformaban rápidamente en dieces perfectos. Era un mundo donde los sobornos lo dominaban todo; bienvenidos al País de las Hadas…

En ese momento, las hadas se percataron de algo: había intrusos desconocidos en su territorio.

Apenas una notó su presencia, como si fuera un efecto dominó, todas las cabezas giraron al unísono hacia ellos. Cada mirada en el campo de flores se centró en Bash. Habían sido descubiertos.

—…………

Sin emitir palabra alguna, con una especie de grito ahogado, las hadas se lanzaron hacia ellos en masa.

—¡Uoooooooh!

Zell se levantó, parada sobre la cabeza de Bash. Entonces, sin dudarlo, ¡se lanzó hacia la multitud que los rodeaba!

—¡Es Zell! ¡Zell ha vuelto! ¡Ha vuelto!

—¡Ha vuelto! ¡Ha vuelto!

—¡La heroína Zell, Zell, Zell, Zell Zell Zell!

—Nunca lo olvidaré. Fue hace doce años cuando nuestra heroína desapareció repentinamente del pueblo…

—¡¿Trajo regalos?! ¿Cacahuates? ¡¿Almendras?!

—¡Uuheeeaaaahhh! ¡Déjenme probarla! ¡Quiero ver a qué sabe un hada del mundo inferior!

—¡No, esperen! ¡Tengan cuidado! ¡Esa es una impostora! ¡Captúrenla! ¡Enciérrenla en una celda!

Con gritos y exclamaciones diversas, la multitud se abalanzó sobre Zell. En cuestión de segundos, la levantaron en brazos y, entre cánticos y vítores, la llevaron a algún lugar desconocido. Todo ocurrió tan rápido que Bash apenas tuvo tiempo de reaccionar. Al final, lo único que quedó fue Bash rodeado por una docena de hadas.

—Es un orco.

—No, es Bash. Bash.

—¿Eh? No es Bash, ¿o sí?

—Es que todos los orcos se ven iguales, ¿no?

—¡Ejejejejé, es el héroe de verdad! ¡No hay duda, lo digo yo, así que no hay error!

—Entonces debe ser mentira.

—Ya sé, Bash se convirtió en un héroe orco, ¿verdad? ¡Un héroe orco!

—Es el benefactor de las hadas. ¡El guardián de nuestra Zell!

Entre risas y carcajadas, las hadas comenzaron a rodear a Bash. Se colgaron de su cuello, tiraron de su cabello y orejas, mostrando su habitual travesura. Aunque eran criaturas juguetonas, el nombre del Héroe Orco Bash era conocido incluso entre ellas. Zell no era la única hada con la que Bash había interactuado en el pasado.

Aunque Bash no podía distinguir un hada de otra, si decían su nombre y mencionaban en qué batalla habían estado juntos, probablemente lo recordaría. Aunque, por otro lado, no era probable que las hadas recordaran algo tan detallado.

—Señor Bash, gracias por venir. Por favor, sígame. Lo llevaremos ante el líder.

Un hada, que llevaba un imponente bigote postizo hecho de pétalos, dijo esas palabras mientras las demás hadas reían con risitas de «ajaajá» y «ejejé», al tiempo que saltaban y revoloteaban.

—Por aquí, por aquí. Primero, límpiate. Al final, estábamos destinadas a esto, ¿no crees?

—Quítate la ropa y quédate desnudo… Oh, vaya, qué buen cuerpo. Se nota que te has entrenado.

—Lávate en el lago. Hmm, aunque tu piel no es precisamente suave… está pegajosa y áspera.

Bash, siguiendo las instrucciones de las hadas, se quitó la ropa y se sumergió en el manantial. Mientras se limpiaba chapoteando en el agua, las hadas lo ayudaron. Frotaron detrás de sus orejas y su clavícula, áreas donde la suciedad tiende a acumularse, utilizando algo parecido a un estropajo hecho de plantas. Sin embargo, cada vez que lo fregaban, le arrojaban polvo de hada, lo que finalmente las hizo quejarse de lo «asqueroso» que era y salir volando.

—…Hmm.

Cuando Bash terminó de limpiarse y salió del agua, descubrió que su ropa, que había dejado a un lado, había desaparecido. Solo su espada permanecía allí. Más precisamente, tres hadas intentaban levantar la espada con mucho esfuerzo, gritando «¡Nuoohhh!». Sin embargo, no lograban moverla. Una de ellas, al agotarse, soltó un «¡Esto es imposible!», lo que provocó que las otras dos cayeran aplastadas por el peso del arma mientras gritaban «¡Ughyaah!».

Cuando Bash tomó su espada, las hadas exclamaron «¡Ahhh, nos descubrió!» y salieron volando rápidamente hacia algún lugar. Desde los alrededores se escuchaban risitas y murmullos.

—¿Dónde está el líder?

—Por aquí, por aquí. Solo puede estar por aquí. No hay otro lugar. Sí, este es el camino. Por aquí, sí, gire por ahí~.

Siguiendo las indicaciones del hada, Bash comenzó a caminar. Dio varias vueltas alrededor del manantial, atravesó bosques, y se abrió paso entre zarzas y matorrales que crujían bajo sus pies. En un momento, terminó sumergido hasta la cintura en un lodazal, con sanguijuelas cubriendo su parte inferior. Las fue arrancando y tirando mientras continuaba su camino, hasta que llegó a una pequeña cueva. Dentro de la cueva encontró lo que parecía ser la cama de un oso. Al verlo entrar, el animal enfurecido lo confrontó. Bash, sin decir una palabra, lo miró fijamente. El oso, asustado, retrocedió encogido mientras Bash cruzaba la cueva para salir al otro lado. Allí, en el corazón del bosque profundo, se detuvo frente a una pequeña flor. «¿Te has perdido?» preguntó una voz que se desvanecía a lo lejos. Bash no respondió, pues ya estaba acostumbrado. Solo, desnudo, con su espada en la mano, permaneció de pie.

—Hmm. —Bash exhaló un leve suspiro. Era algo habitual. Aunque Zell rara vez lo hacía, las hadas comunes solían aburrirse en medio de su labor como guías y desaparecer repentinamente. Para Bash, aquello no era más que una trivialidad. No había razón para enfadarse. Solo sentía un poco de frío.

—¡Ah, ahí estás, jefe~!

Quien apareció en ese momento fue el hada entre las hadas, Zell, una superhada famosa por no ser incapaz de mentir del todo y, según los rumores, por nunca hacer algo que no pudiera defender bajo la luz del sol.

—¿Ya terminaste?

—Sí, señor. Soy la número uno en esta aldea, ¿sabes? Me desafiaron el número dos y el número tres, así que los puse en su lugar rápidamente. Pero, como ahora voy a ser tu esposa, no tengo tiempo para esas cosas, así que renuncié al puesto de número uno. Es tarea de los veteranos ceder el lugar a los jóvenes, ¿no crees? De ahora en adelante, esos dos deberían ser quienes eleven esta aldea.

—¿El número dos… era Belle, Piernas Largas?

—No, no, ella es el número cuatro. Ahora el número dos es Bull, el Toro. Es un hada que fue criada como toro desde pequeña y que se considera a sí misma un toro con todo su ser. Su capacidad de embestida es tal que puede atravesar la armadura de un enano. Es la más ruda en combate.

—Creo que recuerdo a alguien así.

En la mente de Bash surgió la imagen de un becerro volador. Recordó haber visto a Zell montándolo varias veces. Había asumido que era algo así como un oso bicho para los orcos, pero, al parecer, también era un hada.

—Aun así, es impresionante cómo todos te reciben con los brazos abiertos, jefe.

—¿En serio?

—Mira, hasta nos prepararon un banquete.

Zell señaló hacia un lugar donde se encontraban bayas y frutos secos dispuestos sobre una gran hoja. En el interior de una cáscara se veía un licor amarillo que llenaba el recipiente hasta el borde. Junto a ello, estaba la ropa que Bash había llevado puesta antes, perfectamente doblada. Curiosamente, lucía más limpia que cuando la usó antes, como si la hubieran lavado, aunque estaba ligeramente húmeda.

—Esto es un gesto de buena voluntad, jefe. Si no comes, comenzarán a gastarte bromas.

—Entendido.

Bash se agachó en ese mismo lugar, colgó su ropa mojada de un árbol cercano y comenzó a comer los frutos que las hadas habían preparado para él.

★★★

La raza de las hadas era un grupo de seres despreocupados y alborotadores. Tan inclinados a las travesuras que a menudo eran llamados «insectos voladores mentirosos», hablaban en frases incoherentes y, debido a su naturaleza caótica, resultaban incapaces de colaborar con otras especies. Hasta hace unos siglos, su participación en las guerras era tan ambigua que nadie podía afirmar con certeza si realmente tomaban parte o no. Todo eso cambió cuando el Rey Demonio Gediguz los incluyó en su alianza, lo que llevó a las hadas a combatir junto a los orcos en los campos de batalla.

A pesar de que los orcos eran conocidos por no discriminar a la hora de interactuar con mujeres, ninguno parecía mostrar desprecio o enfado ante las constantes travesuras de las hadas. ¿Era porque compartían el mismo nivel de inteligencia? No. En realidad, las hadas eran sumamente inteligentes. Su capacidad mental superaba con creces a la de los orcos. Si lo deseaban, podían conversar con humanos o elfos en igualdad de condiciones. Sin embargo, rara vez utilizaban su intelecto de manera constructiva. La mayoría de las veces, lo empleaban para satisfacer su curiosidad o buscar placeres inmediatos. Por esta razón, a menudo eran descritas como «niños maliciosos».

Curiosamente, aunque las hadas agotaban su repertorio de bromas con los adultos, mantenían una buena relación con los niños. No se sabía exactamente por qué, pero había una teoría que sostenía que compartían un nivel similar de inteligencia. Según ese mismo razonamiento, la inteligencia de los orcos se equiparaba a la de los niños humanos o elfos. Así, se rumoreaba que las hadas veían a los orcos como niños.

—¡Ah, es Bash! ¡De verdad está aquí!

—Sí, no cabe duda de que es Bash.

Mientras Bash comía, las hadas comenzaron a acercarse poco a poco, tambaleándose de forma despreocupada. Traían consigo frutas, nueces y, en algunos casos, hierbas destinadas a alguna broma. Revoloteaban alrededor de la cabeza de Bash, inquietas y juguetonas.

—¡Bash, cuánto tiempo! ¿Sigues vivo? ¿Cómo has estado?

—Bash, prueba esto, está delicioso. ¡Vamos, cómelo!

—Cuéntanos tus hazañas, ¿qué has estado haciendo? ¿Cómo te reencontraste con Zell?

Aunque Bash no podía distinguir un hada de otra, parecía que algunas de ellas sí lo recordaban. Con total confianza, se acomodaban en su cabeza o se sentaban en sus hombros.

—A ver, a ver. Ustedes deberían aprender a tener un poco de respeto. Si quieren hablar con el jefe, primero tienen que pasar por mí. Vamos, hagan fila. El lugar junto a las orejas es muy popular, así que cambien de turno después de un rato. Y tú, sí, tú, no intentes vender tu turno a un precio alto. Eso es una violación de las reglas del mercado.

Zell comenzó a dirigir el tráfico, pero las hadas no le prestaron atención y continuaron volando libremente, rodeando a Bash y pegándose a él como si nada.

—Zell y yo nos reencontramos cerca del Bosque Siwanasi, después de que cazara a un oso bicho. Estaba escondida entre la carga de unos humanos.

—¡Ah, así que te atraparon!

—¡Kyajajá!

Bash ya estaba acostumbrado a este tipo de situación. Durante la guerra, no había experimentado una invasión tan masiva de hadas, pero tampoco era algo completamente desconocido. En los descansos de las guerras, las hadas y los orcos solían juntarse a beber juntos, sin problemas.

Las hadas, cuando se encuentran por primera vez con alguien, tienden a ser juguetonas, pero después de un tiempo, poco a poco se van calmando. Son tímidas por naturaleza. Las hadas no pueden permanecer mucho tiempo en un solo lugar, lo que las hace bastante inusuales en la interacción humana. La mayoría de las veces, son personas ajenas a ellas. Sin embargo, Bash era un guerrero experimentado. Había compartido muchas alegrías y tristezas con las hadas, y ya era capaz de mantener una conversación normal con ellas.

Así que no era solo Bash quien podía comunicarse con las hadas. Algunos orcos veteranos también conocían a hadas con las que podían hablar; hasta se podría decir que hadas y orcos parecían tener una conexión especial.

—Bash, qué raro verte por aquí. ¿Por qué has venido al país de las hadas? Otros orcos rara vez vienen aquí, solo algunos humanos de vez en cuando.

—Hmm, debo hablar con la bruja que vive en el Bosque Dinancy.

—¡Ah, la bruja del Bosque Dinancy! Sí, sí, la conozco. Vive al borde del bosque, sola, una anciana rara. Todos la conocemos, ¿verdad?

Un hada dijo eso, y de inmediato, por todas partes, se oyeron voces gritar: «¡La conozco, claro que la conozco!».

Al mismo tiempo, se crearon cinco versiones distintas de rumores, pero Bash no pudo retener la mayoría de la información. Zell escuchó la historia y asintió con sorpresa.

—¡Vaya, parece que es súper famosa!

—Estaba aquí antes de salieras de viaje, Zell. ¿No la recuerdas?

—¿Ah, sí? ¿Ya estaba por aquí?

Zell no era alguien que se preocupará por cosas pequeñas como esa. Era común entre las hadas.

—En el Bosque Dinancy, ¿verdad?

—Sí, siempre ha estado ahí.

—¿Qué estará haciendo?

—No está haciendo nada malo.

—Pero nos parece que no le gustamos.

—Sí, siempre pone esa cara fea.

Las hadas reían mientras se deslizaban sin rumbo fijo por el aire. Las informaciones que daban no eran fiables, pero al menos sabían que estaba allí.

—Entendido, entonces iremos a ver.

—Sí, eso está bien.

Bash y Zell asintieron el uno al otro, viendo hacia su próximo destino con esperanza. Cuando Bash se agachó en cuclillas, una de las hadas se le pegó a la cara de inmediato. Otras hadas comenzaron a gritar alrededor.

—¿Bash, ya te vas?

—Justo cuando nos preparábamos para ti, con tanto esfuerzo.

—¡Qué pena!

—Bueno, tranquilo, siéntate y bebe.

—¿No vas a beber mi cerveza?

Zell ya había sido atrapada por las alas y obligada a tragar alcohol.
Cuando finalmente logró liberarse de las ataduras, subió a una improvisada plataforma que había surgido de la multitud y proclamó.

—¡Pero hoy es día de fiesta! ¡Después de todo, todos se reunieron para celebrar por nosotros, ¿verdad?! ¡Fiesta de bienvenida! ¡Por mi regreso victorioso! ¡Vamos a beber todos juntos! Let’s party!

—…Está bien.

La vuelta de Zell a su tierra natal fue un motivo de celebración, y los orcos, conocidos por su amor por las fiestas, no podían evitar unirse. Así, Bash y Zell continuaron la fiesta hasta altas horas de la noche.


Frizcop: Ya está, me declaro fan de las hadas. 


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