Optimizando al extremo mi build de juegos de rol de mesa en otro mundo
Vol. 8 Prólogo
Juego de Rol de Mesa (en inglés, TRPG)
Una versión analógica del formato RPG que utiliza libros de reglas en papel y dados.
Una forma de arte escénico en la que el Maestro del Juego y los jugadores desarrollan los detalles de una historia a partir de un esquema inicial.
Los PJ (Personajes Jugadores) nacen a partir de la información contenida en sus hojas de personaje. Cada jugador vive la historia a través de su PJ, enfrentando las pruebas impuestas por el Maestro de Juego hasta llegar al desenlace final.
Hoy en día, existen incontables tipos de TRPG, que abarcan géneros como fantasía, ciencia ficción, horror, chuanqi moderno, shooters, mundos postapocalípticos e incluso ambientaciones de nicho como aquellas centradas en idols o sirvientas.
La escena comenzaba en una pequeña habitación del Gatito Dormilón.
Era un cuarto modesto, para cuatro personas, pero impecablemente limpio; las camas y escritorios habían sido retirados para dar espacio a un festín. En el centro, una dispar colección de mesas de alturas aproximadas había sido empujada una contra otra para formar un solo espacio para cenar, rodeado por asientos de varios tamaños, acordes a la estatura de sus ocupantes. Cualquiera que conociera a alguno de los ilustres presentes estaría desesperado por tener la oportunidad de sentarse entre ellos.
En la cabecera de la mesa estaba el líder del grupo: Fidelio, conocido como el Santo Azote del Draco Sin Extremidades. A su lado, acurrucada pese al escaso espacio, se hallaba su esposa Shymar. A sus costados, se encontraban los compañeros del santo.
Estaba Rotaru el Lector del Viento, un stuart cuya atención se centraba en rechazar los cortes de queso que sus camaradas no cesaban de empujar hacia él entre burlas y carcajadas.
Estaba Hansel, un hombre enorme y calvo conocido como el Aplastacampanas, con la mano fuertemente aferrada a su copa, claramente impaciente por el primer trago de la noche.
Estaba Zaynab la Gourmet, la maga del grupo, cuyas manos de piel morena temblaban de emoción ante la inminente apertura del plato principal, una carnosa delicia colocada justo en el centro de la mesa.
Y por último, en los dos asientos más bajos de la mesa, se encontraban dos aventureros de rostro joven que se empapaban de la gloria de sus veteranos. En Marsheim eran conocidos como Ricitos de Oro y la Silenciosa, ya célebres como una pareja con la que no convenía meterse.
Margit había tomado su lugar habitual en el regazo de Erich, pero ni rastro había de sus actitudes frías y contenidas de siempre.
Aunque aquello no sorprendía en lo más mínimo. Habían sido invitados a un banquete ofrecido por el propio héroe, luego de completar una gran aventura que había durado toda una estación. Allí estaban, en el círculo íntimo de la compañía, con la oportunidad de presenciar su gloria en primera fila, de escuchar cada mínimo detalle de una gesta épica superada por aventureros de élite, tan colmada de peligros que habría dejado gravemente herido a cualquiera menos valiente. No había manera posible de que lograran contener su emoción.
Hansel los había invitado bajo el argumento de que sería una experiencia educativa escuchar las aventuras de Fidelio de boca del propio protagonista, pero la joven pareja apenas podía mantenerse en sus asientos por la pura emoción de oír el relato; ni siquiera estaban en condiciones de tomar apuntes.
—Bien, ¿todos tienen ya algo en sus copas?
Animados por el comentario de Fidelio, todos sirvieron la bebida de su preferencia. Debía de tener bastante dinero de sobra, pues la mesa estaba adornada con licores de renombre comprados directamente en el templo del Dios del Vino. También había bebidas más baratas, pero era evidente que para esta ocasión no se habían guardado nada.
—Muy bien. Entonces, me gustaría comenzar agradeciendo a nuestro Dios por habernos concedido un regreso segu…
—¡Ya apúrate! ¡Podrán llamarte santo, pero no recuerdo que estés afilia’o a ninguna parroquia!
Hansel interrumpió sin rodeos el discurso de Fidelio, y el resto del grupo estalló en carcajadas. Aunque Fidelio fuera un predicador laico, el hecho de que la impertinencia de Hansel no arruinara el ambiente hablaba tanto del buen carácter del propio Fidelio como de la natural camaradería del grupo.
—¡Está bien, está bien! Muy bien, todos: ¡por nuestra aventura!
—¡Por nuestra aventura!
Todos alzaron sus copas y brindaron al unísono —excepto los dos aventureros novatos, que se demoraron un segundo en reaccionar—, y luego bebieron el primer trago.
La fiesta postaventura rebosaba de vitalidad, como si quisiera dejar en claro a cualquier espectador que así era como debía celebrarse una gesta. Las bocas se refrescaban con copas que nunca se mantenían vacías, y las lenguas, cada vez más sueltas, comenzaban a rememorar la aventura.
—La verdad, tengo que decirlo: esta vez fue bastante intensa. ¡Quién iba a pensar que la cámara más profunda de esas ruinas estaba convertida en un laberinto!
—Yo paso de cualquier aventura con espacios cerrados por un buen tiempo. ¡Los stuarts no somos ratas, ¿saben?! ¡Ya tuve suficiente de arrastrarme por tubos!
Hansel ya iba por su tercer vaso de un licor fuerte y sin mezclar. Su rostro mostraba unas cuantas cicatrices recientes. Por lo visto, Rotaru había pasado por una experiencia igual de dura, ya que también se quejaba. Al observarlo más de cerca, los bordes de su amada barba estaban chamuscados… ¿quizás el último rastro de una quemadura?
—He sobreutilizado… Debo salir de la ciudad por un breve tiempo.
Zaynab era la única miembro de la retaguardia del grupo, y aunque no tenía heridas visibles, era claro que había consumido casi todos sus catalizadores durante la refriega. No solo era una matusalén —una raza dotada de una afinidad natural con la magia—, sino también una aventurera de primera clase, y jamás usaba catalizadores de segunda.
—El cráneo del zorro albino… ahora hecho pedazos diminutos… La mayor de las penas.
—¿Y qué dijiste que era? ¿Algún tipo de artefacto raro? ¿No puedes usar el cráneo de un zorro normal? Haz que Rotaru te ayude a cazar uno.
—¡Cierra el pico, Hansel! No tengo ninguna intención de trabajar en el próximo mes. No voy a cazar ni un solo zorro, gracias. Y además, si dejo mi lugar vacío por mucho tiempo, el dueño me crispa la cola cuando empieza a fastidiarme. Mejor agarren a un cazador callejero y ayúdenlo a ganarse unas monedas.
—Un cráneo de zorro común no servirá. Los zorros albinos místicos no son tan comunes.
Zaynab era una maledictora; una hechicera especializada en maldiciones, un arte tan oscuro que incluso entre los magos del Imperio era considerado extraño. Para lanzar una maldición de forma segura, se requería algún tipo de receptáculo o sustituto que absorbiera el rebote del hechizo. Al parecer, el de Zaynab provenía de un espécimen místico de una rareza casi extinta.
Eso ilustraba cuán peligroso había sido el enemigo al que se habían enfrentado.
—Entonces, ¿contra qué clase de enemigo pelearon? —preguntó Erich, incapaz de contener por más tiempo su curiosidad.
Fidelio esbozó una sonrisa irónica y comenzó a relatar su historia:
En las regiones más occidentales del Imperio se encuentran muchas ruinas y sitios arqueológicos, herencia de un periodo de guerras civiles interminables. Entre ellas no solo hay ciudades cadáver cubiertas por el polvo de los siglos, sino también lugares sagrados dedicados a los dioses; dioses cuya paciencia ante la humillación de su decadencia es limitada, y que además poseen el poder de desencadenar grandes desgracias sobre el mundo si se agota Su capacidad de ser apaciguados.
El panteón rhiniano había intentado, en su momento, dar la bienvenida a estos dioses —no solo desterrados de Sus tierras natales, sino también olvidados por el tiempo— como iguales dentro de su propio panteón. Algunos se negaron a aceptar esto, eligiendo conducirse a la abyección antes que integrarse al panteón rhiniano.
La realidad era que ser absorbido por otro panteón de dioses implicaba un cambio irreversible. No se trataba simplemente de recibir un nuevo nombre rhiniano y recitar algunos cánticos ceremoniales en el dialecto local.
Los dioses existen en un plano superior, en un nivel más allá de la realidad material que habitamos los mortales, con sus dimensiones de altura, profundidad y anchura. Pero al ser entidades de pensamiento y espíritu, se ven profundamente influenciadas por quienes los adoran; Sus creyentes.
Por ello, las cualidades originales de estos dioses sufren un cambio imborrable si se integran a otro panteón. Es como cuando alguien debe distorsionar su esencia para encajar en una nueva comunidad.
Incluso si en un principio ingresan al panteón solo como un acto, cuanto más tiempo se ven obligados a continuar con ello, más se deforma Su estado mental para adaptarse, y así los dioses cambian. Varios de estos dioses, al verse insatisfechos con la forma en que estaban mutando, decidieron contraatacar en una batalla que no podían ganar; al final, Sus templos fueron reducidos a escombros y marcados como heréticos.
Los viejos santuarios situados en los centros de poder fueron destruidos por completo, para borrar todo rastro del legado de los antiguos dioses. Sin embargo, ese tratamiento no fue tan minucioso en las tierras fronterizas, y lamentablemente no fue posible llevarlo a cabo en Marsheim, absorta como estaba en sus propios conflictos militares.
Es cierto que, aquí y allá, el Imperio se limitó a cumplir con lo mínimo: destruir los lugares de culto o derribar sus ídolos. Pero en otros sitios, para calmar a los pobladores vecinos, simplemente se prohibió el acceso a los templos. Esto, naturalmente, llevó a que la tierra espiritual se volviera estancada, los sentimientos de venganza persistieran como pus endurecido, y la divinidad que allí dormía comenzara a corromperse.
La misión había llevado a Fidelio y su grupo a purgar los últimos vestigios vengativos de esas deidades abandonadas, vestigios que habían quedado como concesión ante la escasez de recursos y personal del Imperio.
—Antes fue una aldea de lamias, —dijo Fidelio—. Había un santuario escondido bajo una de las ruinas, al que solo se podía acceder por un pasaje oculto muy estrecho.
—Debía tener, ¿qué?, ¿unos tres siglos? A medida que sus creyentes se extinguían, la protección divina del dios se debilitaba. Cuando los últimos fieles se marcharon —vaya uno a saber a dónde— o su número cayó a cero, el dios terminó por perecer frente a Su propio ídolo. No es ninguna sorpresa que Le quedaran uno o dos remordimientos pendientes, la verdad.
Hansel hablaba mientras cortaba su filete de primera —comer carne de vacas sobrealimentadas era una costumbre reservada a la nobleza del Imperio— con un aire compasivo, y en respuesta, todos los presentes ofrecieron una oración en silencio.
Tragedias como esa eran comunes en todo el mundo, pero nadie podía mantener la mirada fría por completo ante una realidad así. El destino del dios, que poco a poco se volvía más rencoroso a medida que sus creyentes desaparecían, y el de esos mismos fieles de antaño, que murieron sin Su gracia, eran igualmente trágicos.
—Algunas personas de un asentamiento cercano enviaron informes diciendo que en las ruinas de la ciudad habitaba una serpiente tan gruesa como un mensch adulto de hombro a hombro. Cuando llegamos, descubrimos que justo en el lugar donde el dios había exhalado Su último aliento se había formado un laberinto de icór. Nos habíamos preparado lo suficiente, y aun así fue todo un suplicio.
—¿¡De-de verdad era tan enorme la serpiente!?
—Nah, los rumores tienden a exagerar, Ricitos de Oro. Era… hmm, diría que la mitad de eso, más o menos.
Aun así, eso significaba que su cuerpo tenía alrededor de un metro de grosor. ¿Quién sabía cuán larga sería? Pero si se tragaba a una persona, desde afuera no habría manera de notarlo. Monstruo absoluto era la única descripción adecuada.
Aquel coloso que alguna vez fue un dios merodeaba por los antiguos sistemas de alcantarillado bajo las ruinas de la ciudad, ensanchados por el laberinto de icór que había generado. A medida que el grupo narraba las historias de aventureros anteriores que intentaron sitiar la criatura —pese a las momias de creyentes caídos que dominaban la zona—, su respeto por los poetas de la época que lograron volver vivos a contar el relato no hacía más que aumentar.
De cualquier forma, los dos jóvenes aventureros sentados a la mesa no habrían tenido posibilidad alguna de sobrevivir tal como estaban ahora. Incluso marchitos, incluso exhaustos, los dioses existían en otro nivel. Y eso seguía siendo verdad incluso en el caso del cascarón que quedaba tras la muerte de una divinidad.
Pero pensar que este grupo de aventureros había enfrentado a esa bestia, atravesado el laberinto de icór y lidiado con hordas de enemigos menores… todo eso en el transcurso de una sola estación… No era, ni de lejos, una hazaña sencilla.
El afamado poeta —apodado cariñosamente por Fidelio como el Versificador Barato o el Poeta de Mentira— le había suplicado estar presente en el banquete, alegando que le sería difícil componer una canción que no pareciera una exageración descarada, pero Fidelio lo había rechazado. Era fácil imaginar cuánto lucharía el pobre bardo al intentar plasmar esa historia.
—Aunque bueno, una aventura así aún les queda un poco lejos a ustedes dos. No es como si uno se cruzara todos los días con un dios caído, ni siquiera aquí en «Ende Erde».
Impulsado por la atmósfera del grupo, Erich ya estaba agradablemente ebrio y tan absorto en el relato que no se detuvo a considerar las señales de advertencia que la conversación podría haber revelado.
Era un hecho que el panteón de dioses del Imperio Trialista de Rhine también había echado raíces en estas tierras. Cualquier dios que hubiera intentado dañar abiertamente a las personas había sido, en esencia, subyugado tras unirse al panteón rhiniano, así que, siendo honestos, no había razón para preocuparse.
—Aunque, es cierto que cuanto más fuerte el enemigo, mayor es la recompensa. No estaría mal que algún día apunten tan alto.
—Sí, eso mismo. ¡La piel de la serpiente que conseguimos en esta misión era una maravilla, la verdad! Vamos a necesitar a un profesional de verdad para trabajarla, pero creo que podríamos hacer ropa ligera que ni siquiera haga ruido al moverse.
—Ugh, ojalá me hubiera tocado una parte de esa piel tan hermosa… ¡Podría haberla usado para acolchar mi armadura y volverme aún mejor en la línea del frente!
—Vamos, Hansel, alégrate de que tu explorador tendrá una armadura nueva y elegante que evitará que muera por alguna estupidez. ¡Si me preguntas, tú ya eres lo bastante resistente!
—Todos están reclamando botines de guerra. Yo estoy lamentando la pérdida del cráneo de la serpiente…
Zaynab sacó una bolsa de uno de los bolsillos internos de su ropa y la volcó sobre la mesa, revelando un juego de colmillos de serpiente tan grandes que podrían confundirse con dagas mensch. A pesar de haber sido separados de sus glándulas de veneno, podían albergar maldiciones poderosas; catalizadores ideales para Zaynab.
A pesar de estos botines, la maga estaba desanimada. El grupo no había podido recuperar sin daños las glándulas venenosas —la parte que contenía el mayor poder— y, para colmo, habían tenido que renunciar al cráneo de la serpiente, el cual habría sido un ancla potentísima para magia de maldición.
—¡No había maldita forma de que pudiéramos cargar con ese cráneo! ¡Era más grande que yo!
Transportar un cráneo más pesado que un stuart adulto habría sido una tarea difícil incluso para un batallón con carruajes; era natural que este grupo de cuatro personas no sacrificara el resto del botín solo por una reliquia valiosa pero extremadamente especializada.
—Aventureros codiciosos que mueren en el camino de regreso… es una historia tan vieja como el tiempo. ¡Pero tú no dejabas de quejarte, así que usamos medicina preservante para traerte esto!
Exhibido con orgullo en el centro de la mesa se encontraba el plato principal: un gigantesco costillar.
Los dos aventureros novatos habían dudado en servirse, pues no estaban seguros de qué tipo de carne era, ¡pero pensar que semejante historia se escondía detrás de él!
La parte del vientre de la serpiente, más cerca de la cabeza, fue el botín adicional que recibió Zaynab, junto a los colmillos ya mencionados. Fidelio normalmente estaba en contra de celebrar fiestas postaventura en el Gatito Dormilón, pero ese enorme trozo de carne fue la base del compromiso que lo convenció.
Después de todo, era muy poco probable que un local ajeno a la reputación del grupo de Fidelio aceptara siquiera cocinar semejante cosa. Las serpientes no eran un plato común en el Imperio, y una persona normal ni consideraría la idea de comer el cadáver de un dios caído.
Zaynab había probado la carne en el templo para asegurarse de que no fuera venenosa —lo que ayudó a su causa—, y aunque todos la estaban disfrutando ahora, traer algo así normalmente habría sido impensable. Pero el grupo no era supersticioso, y las súplicas de la maledictora lograron tocar el corazón de su líder, cuya piedad era flexible.
La discusión se redujo a lo siguiente: comer la carne y apropiarse de su fuerza era la mayor ofrenda y muestra de gratitud que podían ofrecer al dios caído.
Por extraña que sonara, el argumento de Zaynab tenía sentido, y los otros tres terminaron por aceptar. Así fue como la carne del dios caído fue cuidadosamente sazonada, recubierta con una salsa a base de alcohol para eliminar su sabor fuerte, luego cocida a fondo y finalmente servida en el plato.
—Esta es la carne de un dios serpiente, ¿verdad? No era… ¿un dios que se pareciera a una lamia enorme, ¿o sí…?
—Qué grosería. Yo siempre busco belleza en la comida. Comer personas va contra mis ideales.
—Sí, vamos. Si hubiera sido de humanos, nos habríamos asegurado de no dejar que esa idea siquiera despegara.
Aunque la matusalén adoptó una expresión bastante herida, Ricitos de Oro no pudo evitar sentirse algo frustrado; la ética culinaria no debería reducirse a algo tan simple como «¿es una persona o no?». Era cierto que había comido serpiente alguna vez, cuando las cosas se pusieron difíciles, pero ¿quién pasaba por penurias tan extremas como para considerar comerse a un dios?
No, considerando a Zaynab, era más probable que si esa fue su razón original para unirse a la expedición, entonces no cambiaría de parecer a menos que la situación fuera realmente crítica. Muy probablemente se unió a esta aventura en cuanto oyó que enfrentarían a una enorme serpiente, del tipo que no existía en las regiones frías del oeste, y eso debió de hacerle agua la boca.
A insistencia del grupo, el joven dueño de la posada y líder del grupo, Fidelio, desenvainó un enorme cuchillo y comenzó a cortar la carne.
Aun viéndolo con sus propios ojos, el joven aventurero no podía creer que no solo ese hombre hubiera matado y traído de vuelta tal presa, sino que su esposa además la hubiese cocinado. ¿Qué estaría pensando la Diosa del Hogar mientras contemplaba el reino de los mortales, viendo que, en una cocina bendecida por Su gracia, se había cocinado el cadáver de un dios extranjero y, además, se había servido con tanta exquisitez?
Mientras todos rezaban por el descanso eterno del dios serpiente (todos menos la aventurera conocida como la Gourmet), mordieron la carne cocinada con hierbas, con expresiones de sorpresa en el rostro.
Para ser un alimento tan sacrílego… sabía normal.
Incluso delicioso.
La carne era suave y jugosa, sin comparación con la ternera, el cerdo o el pescado que rodeaban el plato central. Mientras se cocinaba a fuego lento, había seguido absorbiendo la pesada salsa a base de hierbas que Shymar iba agregando con cuidado, dando como resultado un sabor sobrio pero profundo, sofisticado, que se quedaba en el paladar.
Era difícil decir si no era grasosa porque alguna vez había sido una deidad regional o por las habilidades de Shymar en la cocina, pero en todo caso, la persona que había propuesto esa comida increíblemente absurda, por suerte, no tuvo que cargar con la responsabilidad de comérsela entera.
Para cuando varias botellas y barriles de alcohol ya estaban vacíos y del plato principal solo quedaban los huesos relucientes, la conversación había girado hacia una suerte de sermón para los novatos, sobre cuán extenuante podía llegar a ser una aventura.
—Si les soy sincero, —decía Hansel, masticando un buen trozo de cerdo del de toda la vida, no serpiente—, pensé que era otro caso de campesinos exagerando con sus rumores, que veían al monstruo más grande de lo que era por el puro miedo… pero a veces, resulta que sí te está esperando un bicharraco enorme.
Su lengua, tal vez un poco suelta por el alcohol, ofrecía a la joven pareja de aventureros una advertencia cargada de experiencia.
En pocas palabras, su consejo era no subestimar nunca un encargo que pareciera fácil.
Erich no necesitaba que se lo dijeran. Después de todo, ya había tenido su buena cuota de reveses espantosos. Estuvo a punto de morir en un recado para su antigua madame, que consistía en recoger un libro viejo; había enfrentado toda clase de dificultades patrullando el nuevo territorio de esa misma madame, y ya ni sabía cuántas personas había terminado por abatir en lo que se suponía sería una simple tarea de volver a casa.
Y eso sin contar los problemas más recientes que él y Margit habían tenido al verse arrastrados a una especie de aventura sacada de una película de serie B, cuando lo único que querían era vivir tranquilamente como aventureros. Sí, tenían bien grabado en los huesos que no existía tal cosa como una aventura tranquila.
Aun así, escuchar relatos de aventuras en tierras que nunca habían pisado, con todas sus dificultades, era música para sus oídos.
—Oh, tengo una buena. ¿Se acuerdan? Fue hace dos años, volvíamos de encargarnos de unos bandi’os y nos topamos con ese punto de control que un cacique local había monta’o por su cuenta.
—¡Ah, sí! Ugh, qué imbécil. Mirándome por encima del hombro solo porque soy un stuart.
—Totalmente de acuerdo. A menos que no lo digas en senti’o figura’o, claro.
—¡Al carajo, eso era totalmente innecesario! Más te vale dormir con la armadura puesta esta noche, Hansel, ¡que los dioses te amparen!
—Ocurrió mala cosa hace tiempo lejano. Antes de reunión de este grupo. En tiempo donde no había habla de rhiniano. No tenía comprensión de… lemiti… legitimi… qué tan correcto era el punto de control. No sabía significado de «detenerse». Mucho dinero… se fue.
—Sí, si no recuerdo mal, después de que te explicamos las reglas, fuiste y los maldijiste, ¿no? Maldijiste el dinero que acabaría en sus bolsillos, ¿cierto?
—Dinero… oro… raíz de mal. Fácil de maldecir. Ricitos de Oro, una advertencia para ti. Recoger monedas en el suelo puede costar la vida.
Para Erich, quedaba claro que en la región occidental del Imperio, ya fuera en la ciudad o en el campo, moverse era siempre peligroso. Especialmente porque aquellos que se mostraban fieles al Imperio no dudaban en cometer delitos en tierras rurales, lejos de la vista de un margrave.
En esa historia en particular, los residentes locales habían juntado todo el dinero que pudieron para contratar a los aventureros y expulsar a unos bandidos atrincherados en una fortaleza abandonada —Erich se sorprendió de que aún se pudiera vivir de un modo tan desgastado—, y tras derrotarlos, se toparon con un punto de control ilegal, donde los detuvieron para tratar de «ponerlos en su lugar».
La moraleja era clara: a menos que los caballeros y nobles locales fueran enviados desde el corazón del Imperio, tendían a ser un grupo desagradable. Les gustaba adjudicarse logros ajenos, entregando criminales capturados por otros y cobrando recompensas por su cuenta. Su afán de poder los empujaba a la barbarie.
Era evidente que el sentido común de que el fraude era algo vergonzoso no aplicaba a ellos. Erich también había seguido alguna vez las palabras de cierto demonio que decía «No es delito si no te atrapan», pero era frustrante cuando la situación se daba vuelta.
—¿Hace dos años, eh…? ¿Fue en lo del negocio de alfombras? Rotaru, tú te acuerdas, ¿cierto? Era donde trabajaban algunos de tus críos o algo así.
—¡Ahh! ¡Sí, eso no lo olvidaré jamás! ¡Esos bastardos con armadura que atacaban caravanas de comerciantes solo por tener buenas relaciones con el gobierno!
La barba del stuart se estremeció de rabia.
A diferencia de la mayoría de los aventureros, Rotaru tenía familia y se lanzaba a la aventura para poner comida en la mesa. Los stuarts, por naturaleza, tendían a tener muchos hijos, y Rotaru jamás tenía suficiente dinero para enviar a sus doce hijos e hijas a escuelas privadas y darles una vida decente.
En muchos sentidos, Rotaru era una anomalía dentro de su propia familia. Aunque él no hablaba la lengua palaciega, había logrado enviar a todos sus hijos a escuelas privadas; varios de ellos incluso habían conseguido buenos trabajos en grandes empresas.
Erich sentía una inmensa curiosidad por saber qué tipo de crianza había hecho que ninguno de los hijos de Rotaru cayera en la tentación de la vida aventurera, a pesar de que su padre era un veterano en la línea del frente del mismísimo santo.
Sin embargo, aún no tenía la confianza suficiente como para preguntar sobre la familia de Rotaru sin correr el riesgo de molestarlo, así que se limitó a escuchar en silencio. Él también había llegado a los treinta en su vida anterior, y sabía bien que desviar una historia no hacía más que alejar el punto de la conversación. Más aún cuando había alcohol de por medio.
—Tienen que estar atentos con los que tienen poder, Silenciosa, Ricitos. Si ven a un noble con un «von» en el nombre por estos lares, es pura fachada. Aprendí esa lección cuando era un crío. Si alguna de mis hijas siquiera se pone a charlar con uno de esos «nobles», ya puedo ir despidiéndome: seguro que terminan como una más de sus esposas.
—Sí, la verdad es que yo tampoco tengo buenos recuerdos con esa gente. No hay nada peor que un magistra’o corrupto.
—Un momento… Entonces el cantón donde mataron al draco sin extremidades era…
—Así es. Estaba bajo la supervisión de un caballero afiliado a una casa influyente. Si el vizconde no hubiera sido alguien razonable, creo que habría terminado llevándolo yo mismo ante el Margrave Marsheim.
No era cierto que el Margrave Marsheim simplemente estuviera descuidando las zonas rurales; más bien, luchaba por encontrar la manera de ganarse la confianza de los poderosos líderes locales hambrientos de venganza. Sin embargo, pese a haber reorganizado a los subordinados locales de nobles extranjeros, sus intentos por formar una red sólida entre estas casas poderosas no habían dado mucho fruto.
Y eso no era sorpresa. En Japón, un grupo de feroces samuráis del sur había logrado derrocar a un gobierno militar que exprimió al país durante más de 250 años. Mientras Marsheim había tenido éxito al tomar la cabeza del antiguo rey, también había mandado a erigir un busto suyo frente al balneario imperial. A quienes no se les podía convencer, esa imagen solo les resultaba aún más insultante.
La venganza se aferra a los huesos. Los grandes señores locales no se detendrían ante nada si eso significaba causarle problemas al Imperio. Esta era una lección que Erich había grabado a fuego gracias a sus mayores.
—Somos anomalía. Gente nos da trabajo, luego nos desechan. Lección importante.
—Odio estar de acuerdo con ella, pero es tal como dice Zenab. Yo soy un hombre que ni siquiera está en el registro familiar, que no tiene un hogar fijo. Si empiezas a tomarte todo esto a la ligera, pensando que no eres más que un brazo contrata’o para cortar a los enemigos de tu emplea’or, vas a acabar muy, muy mal.
Hansel coincidía con Zaynab, quien seguía succionando el tuétano de las costillas del dios serpiente. Aunque siempre mostraba un rostro alegre, parecía haber tenido un pasado bastante difícil.
De hecho, hubo una época en que ser aventurero servía de refugio para personas como él. No cualquiera contrataba a alguien cuya identidad no pudiera verificarse. Así que los únicos caminos que les quedaban a los rechazados por la sociedad eran caer en el crimen o rezar por tener una suerte increíble al buscar a un empleador de buen corazón; pero ambas opciones venían con su propio montón de complicaciones administrativas.
Por eso tenía sentido ganarse el favor de la Asociación de Aventureros y aceptar algunos trabajos aburridos para ganar unas monedas rápidas. En tiempos difíciles, incluso el refugio de esos héroes que vivían más allá de las fronteras nacionales establecidas durante la Era de los Dioses no podía escapar de las realidades tediosas de la vida cotidiana.
—Tengan cuida’o al elegir a sus clientes. Sobre todo cuando empiecen a recibir encargos fuera de Marsheim. Sé que eso no tardará en llegar para ustedes, Erich.
—Le agradezco mucho el consejo, Señor Hansel.
—La gente del pueblo está siempre atenta a los rumores, así que todavía quedan trabajos decentes por ahí. Ah, y tú también deberías estar alerta, Silenciosa. Podrías aceptar una misión de investigación cualquiera y, antes de darte cuenta, te ves colgada como cómplice de intento de robo. No es fácil probar la inocencia de uno.
—De verdad estamos agradecidos de aprender cómo evitar estos errores comunes. Gracias, Señor Rotaru.
—Vamos, basta. Llámame Rotaru, nada más. Me da cosquillas en la barba que una jovencita me diga «señor».
La conversación había tomado un tono sombrío, pero aún así las celebraciones continuaban.
Al final, Shymar terminó gritándoles a los hombres ebrios del grupo, y si la espantosa escena de dos aventureros tambaleantes limpiando su propio vómito fue omitida del relato del poeta, fue un cierre bastante apropiado para una aventura agotadora que el bardo sin duda disfrutaría transformar en canción.
Sin embargo, hubo algo que Ricitos de Oro —quien ayudaba con la limpieza junto a la posadera— no alcanzó a notar, ya que había sobrepasado con creces sus límites, a pesar de su rasgo de Gran Bebedor… Se le escapó por completo una regla común en los juegos de rol de mesa: cuando se les dice a los PJs que «tengan cuidado», suele ser una señal segura de que se avecina el peligro.
[Consejos] Marsheim está administrado como un estado bajo el control del Imperio y gobernado por nobles provenientes de su región central. Sin embargo, están teniendo dificultades para lidiar con los poderes locales, y no hay señales de progreso alguno.
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